Comprobamos con sorpresa que hace más de año y medio que apareció por última vez en el blog la figura de Olivier Messiaen, sin duda uno del los más grandes compositores del pasado S.XX y cuya música no ha dejado de sonar en nuestros reproductores musicales en los últimos meses como cualquier lector atento habrá notado si suele fijarse en la sección “nuestro playlist” incluída en la parte derecha de la página desde hace un tiempo.
Nos acercamos hoy de nuevo a la figura del músico francés aprovechando la publicación meses atrás de un nuevo disco en el sello Naxos conteniendo una de sus obras más peculiares: “Et Exspecto Resurrectionem Mortuorum”, escrita en 1964. Por aquel entonces, el escritor Andre Malraux era Ministro de Cultura en Francia y decidió encargar a Messiaen la composición de una obra en conmemoración de todas las víctimas de las dos grandes guerras mundiales. Siendo el músico un hombre de profundas creencias católicas y que, además, sufrió en sus propias carnes el horror de la 2ª Guerra Mundial, sería lógico pensar que optaría por convertir el encargo en una misa de Réquiem. Messiaen, sin embargo, optó por otra vía que reflejaba su personalidad. A pesar de haber sido prisionero en un campo de concentración, su música nunca reflejó esa desesperación como sí lo hicieron muchos de sus contemporáneos. Por el contrario, siempre buscó la luz y la esperanza y es por ello que el motivo escogido para su obra sobre los muertos en el desastre se centró en aquello que mueve la fe de cualquier creyente católico: la resurrección. Además, en lugar de optar por una orquestación íntima y recogida, propia de una pequeña iglesia o una reducida sala de conciertos, lo hizo por un grupo lo más ruidoso posible, que pudiera llenar el espacio más amplio concebible o, incluso, que pudiera sonar al aire libre. Messiaen era pródigo en anotaciones en sus partituras con comentarios muy detallados acerca del modo en que han de ser interpretadas sus obras. En “Et Exspecto Resurectionem Mortuorum”, los comentarios no se limitan a eso sino que hablan del espacio en el que la obra fue escrita, en su casa en medio de los Alpes, rodeada de escarpados montes y en medio de un circo natural que se antoja un teatro incomparable para acoger una música como la que estaba componiendo. Hace unos días comentábamos cómo Philip Glass prescindió de los violines a la hora de orquestar su “Akhnaten”. Messiaen prescinde, no ya de los violines sino de la sección de cuerda al completo, dejando la orquesta reducida a las secciones de viento (metales y maderas) y a la percusión, probablemente para quedarse con aquellos instrumentos más capaces de llenar un espacio abierto con su volúmen.
A lo largo de los cinco movimientos de la obra, Messiaen esconde varias sorpresas y simbolismos que denotan un espíritu profundamente calculador a la hora de escribir y un proceso intelectual realmente profundo, más allá de la mera inspiración musical. Cada uno de ellos lleva un título extraído de textos bíblicos y se centra en cada una de las etapas del tránsito hacia la vida eterna. Comenta el autor en las notas a la partitura: “Creo que es interesante apuntar que mientras escribía esta obra, estaba particularmente obsesionado con las imágenes de las pirámides aztecas y mayas, con los templos y esculturas del antiguo Egipto y con las grandes catedrales románicas y góticas. Además, estaba enfrascado en la relectura de las obras de Santo Tomás de Aquino y todo eso mientras me encontraba en los Alpes Franceses, contemplando esos paisajes impresionantes que considero que son mi verdadero hogar”.
“Desde el abismo más profundo, yo te llamo, Señor: Escucha mi voz” – El movimiento inicial pretende representar las almas del purgatorio y lo hace recurriendo a elementos del “canto llano” de la antigua liturgia cristiana aunque siempre de un modo instrumental. Escuchamos un sonido profundo con notas prolongadas y un estatismo casi plomizo, con unos metales que se abren paso en un lamento interminable. La imagen de una procesión de difuntos se viene inmediatamente a la mente del oyente con una gran fuerza.
“Jesucristo, alzándose de entre los muertos, nunca más volverá allí. La muerte no tiene poder alguno sobre Él” – Messiaen recurre aquí a elementos totalmente ajenos a la tradición musical europea utilizando campanas que combinan dos ritmos distintos de procedencia india: el simhavikrama (el poder del león) y el vijaya (victoria). Nada es casual, el uso de estos dos ritmos concretos es una referencia a la cita que aparece en el Apocalipsis en la que se menciona a Cristo como “el León de la tribu de Judá” que venció a la muerte. La combinación de los dos ritmos en la tradición india se usa como representación de Shiva, también vencedor de la muerte según la religión hinduista. Las notas iniciales y los primeros compases del clarinete nos hacen pensar en un primer momento en el “Cuarteto Para el fin de los Tiempos” del autor aunque el movimiento evoluciona de un modo diferente. La música es casi inaudible en esos primeros momentos hasta la aparición de las citadas campanas con las que llega un cambio rítmico que hace las veces de intermedio antes de volver a los metales y su triste letanía. Una segunda sección percusiva nos acerca al final del movimiento, de nuevo casi pianissimo.
“Llega el momento en que la muerte debe escuchar al Hijo de Dios” – Conocida es la devoción de Messiaen por el canto de los pájaros y las transcripciones para piano que realizó de alguno de ellos, convirtiéndose en una de sus obras más populares. El compositor utiliza aquí la melodía de otro pájaro: el Uirapuru del Amazonas que, conforma narra la leyenda, sólo puede ser oído en los momentos previos a la muerte. Tras esa primera intervención aparecen las campanas anunciando una breve fanfarria y una profunda melodía que recuerda al primer movimiento de la obra. Durante esta sección, se hace patente la importancia de los silencios en toda la composición, resaltada con mucho énfasis por Messiaen en sus anotaciones en la partitura (de hecho, hizo hincapié en que los distintos movimientos de la obra dejasen entre sí un amplio espacio de alrededor de un minuto para que no fueran confundidos con los largos silencios presentes dentro de los mismos).
“Y resucitarán de nuevo en la Gloria con un nuevo nombre entre la alegre música de las estrellas y el clamor de los hijos del Cielo” – Para el siguiente movimiento, Messiaen combina la melodía del “introito” (en las percusiones) y el “aleluya” (en la trompeta) de la Misa de Pascua con el silbo de la calandria. Cada sección del movimiento está separada de la anterior por tres golpes de gong, representando la Sagrada Trinidad. Los motivos melódicos son variados, encontrándonos temas alegres y saltarines combinados con series casi dodecafónicas completando el movimiento más extenso de la obra.
“Y pude escuchar el sonido de una gran multitud” – De nuevo escuchamos el tema recurrente en toda la obra como apertura del movimiento final marcado por un ritmo procesional continuo sobre el que se abren paso los metales dando a la pieza ese toque luminoso y esperanzador que se supone asociado a la resurrección de las almas.
Completan la grabación dos obras más del autor de un periodo muy anterior y con pocas cosas en común con la obra principal del disco:
“Le tombeau resplendissant”- Escrita en 1931, es una obra de juventud para orquesta. Se divide en cuatro partes, cada una de las cuales es explicada por el autor del siguiente modo: “La tumba mencionada en el título es aquella en la que descansa mi juventud. Así, la primera y la tercera parte, más dinámicas, reflejan la rabia que siento al ver cómo se escapa la mejor parte de la vida. La segunda y la cuarta son más reflexivas y muestran un intento de aceptar la pérdida adoptando una actitud más melancólica”. Algunos comentaristas han querido ver en esta explicación una forma de referirse a la reciente pérdida de su madre, fallecida poco antes de componer la pieza, más que a un lamento por el propio envejecimiento, impropio de un muchacho de apenas 23 años en aquel entonces. Messiaen aparcó esta composición casi inmediatamente después de su estreno y no quiso que se volviera a interpretar. De hecho, nunca hasta dos años después de su muerte fue grabada (falleció en 1992) y su partitura no se publicó hasta 1997.
“Hymne”- No es menos curiosa la historia de la última composición incluida en el disco. Inicialmente llevó el título de “Hymne au Saint-Sacrement” y fue compuesta en 1932. Diez años después, la partitura fue enviada a Lyon para un concierto y se perdió en el trayecto, dándose la circunstancia de que era la única copia existente de la obra. Cuando años después Leopold Stokowski solicitó una copia de la partitura para incluirla en el programa de un concierto en Nueva York, Messiaen optó por reescribirla completamente de memoria y es cuando le dio el título más corto de “Hymne”. No sabemos a ciencia cierta hasta qué punto la reconstrucción coincide con el original pero hay un cierto acuerdo sobre la gran coincidencia con el estilo del Messiaen más joven que hace muy probable que la fidelidad de la recreación sea grande.
No son pocos los autores que señalan a Messiaen como el compositor más importante del pasado Siglo. Quizá algo alejado de los focos del gran público por haberse mantenido al margen de las grandes revoluciones (Schoenberg) o polémicas (Stravinsky), la realidad es que la magnitud de su obra no se corresponde con su escasa popularidad entre el público no melómano. Nos resulta muy chocante este hecho, especialmente si tenemos en cuenta que su música no es particularmente difícil de asimilar frente a la de otros contemporáneos mucho más herméticos, sin que esto quiera decir en modo alguno que la música de Messiaen sea sencilla. Tras haber hablado aquí de algunas de sus obras más reconocidas como su “Cuarteto para el final de los tiempos” y la “Sinfonía Turangalila”, os recomendamos hoy este disco publicado hace unos meses. La interpretación corre por cuenta de la Orchestre National de Lyon bajo la batuta de Jun Märkl.
Podeis escuchar (y ver) una version diferente de la obra central del disco a continuación:
Gracias por la explicación. Estoy escuchando la obra: Una teofanía.
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