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martes, 17 de enero de 2017

Tomás San Miguel - Lezao (1994)



En un lugar como éste en el que hablamos con frecuencia de estilos musicales muy determinados, hay referencias reiterativas que son imposibles de evitar. Cuando nuestro gusto por la música empezaba a consolidarse y la curiosidad nos llevaba a abrirnos a géneros muy diferentes de los que sonaban en las radiofórmulas o la televisión encontramos algunos espacios que contribuyeron de forma definitiva a configurar unas preferencias que, ampliadas por el paso del tiempo, terminaron por definirnos como oyentes.

Ramón Trecet y su Diálogos 3 tienen mucho que ver con buena parte de los artistas de los que hablamos aquí, bien de forma directa porque fue en ese programa en el que los escuchamos por primera vez, bien porque la escucha de muchos de ellos, tirando del hilo, trajo consigo el descubrimiento de otros músicos afines. La influencia del programa de Trecet fue tal que durante muchos años podemos afirmar que existió todo un circuito musical que se nutría pricipal, que no exclusivamente, de los artistas que ahí sonaban. Ello repercutió, no sólo en la venida de grandes nombres extranjeros a nuestro país sin también en el afloramiento de talentos nacionales que se hicieron un hueco en una escena, la de las llamadas “nuevas músicas”. Quizá la primera mitad de la década de los noventa fue el momento de mayor esplendor de una generación de músicos españoles realmente notables. Pese a que todos ellos han continuado con su trabajo hasta nuestros días, la visibilidad del mismo en los medios nunca ha sido la misma que entonces.

En aquellos años conocimos la música del vitoriano Tomás San Miguel. Pianista y acordeonista, comenzó tocando jazz y durante su periodo formativo en Estados Unidos llegó a tocar con alguno de los nombres más importantes del género como Gary Burton o Stan Getz. Antes de eso, había tocado en discos de Pedro Ruy-Blas (en “Luna Llena” -1975- ya coincidió con Jorge Pardo) o de Guzmán (de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán). Fue a su regreso cuando puso en marcha su primer proyecto personal: la Tomás San Miguel Band, donde fusionaría jazz, música latina y flamenco (el guitarrista Gerardo Núñez fue uno de los integrantes de la banda y también el bajista Pepe Pereira).

En los años ochenta comenzó a tomar forma esa generación de artistas a la que nos referíamos antes aunque muchos de sus primeros encuentros tuvieron lugar en discos cuya mención hoy sorprenderá a muchos. “Armarios y Camas” (1986) de los donostiarras La Dama se Esconde tuvo entre sus intépretes a Tino di Geraldo (bajo), Pedro Estevan (percusión), Javier Paxariño (saxo) y al propio Tomás San Miguel (teclados). El productor era Suso Sáiz. En otro disco a rescatar de aquellos años, el del guitarrista de Esclarecidos, Miguel Herrero, titulado “Iolantha” (1986), coincidieron de nuevo San Miguel, Pedro Estevan, Suso Sáiz y otros dos nombres importantes en la escena, llamémosle, “new age” como Javier Bergia y Luis Delgado.

Estos contactos e interacciones dieron como fruto algunos discos hoy imprescindibles dentro de las nuevas músicas hechas en España, firmados la mayoría de ellos por uno o varios de los músicos que hemos ido citando. En la lista tendrían que estar los trabajos a dúo de Tomás San Miguel con Jorge Pardo y también el que hoy queremos comentar aquí. “Lezao” (1993) formaría parte del tercer proyecto musical de Tomás, tras su primera banda y su colaboración con Jorge. Bautizado como “Tomás San Miguel con Txalaparta”, esta aventura que iba a contar con tres discos, se iniciaba con el disco que hoy tenemos en el blog. La denominación del proyecto no es anecdótica puesto que la txlaparta iba a tener una importancia capital en el disco hasta el punto de convertirse en la seña de identidad del trabajo haciendo que todo gire alrededor de su ancestral sonido.

La txalaparta es un instrumento originario de la cuenca del río Urumea, en Gipuzkoa. Consiste en una serie de tablones situados sobre dos puntos de apoyo que son percutidos con dos mazas cilíndricas de madera (llamadas “maquilas”) por parte de cada uno de los dos intérpretes necesarios para su uso. El sonido es verdaderamente bello y las combinaciones rítmicas que se pueden sacar del instrumento son ciertamente hipnóticas. En el disco, la txlaparta es interpretada por el dúo Gerla Beti quienes también tocan los cuernos y emiten en determinados momentos el grito tradicional vasco conocido como “irrintzi”. Junto a ellos, participan en “Lezao”: Javier Paxariño (saxo, flauta e instrumentos de viento en general), el excepcional acordeonista Kepa Junkera (trikitixa y pandereta), Ibon Coterón (alboka), Pepe Pereira (bajo), Andreas Prittwitz (flauta), Pintu (txistu) y las voces de Víctor de la Torre, Fernándo Idiáquez y los miembros del Coro Samaniego. Tomás San Miguel toca teclados, percusiones y acordeón.

Tomás San Miguel entre los miembros de Gerla Beti. Junto a ellos, a la izquierda, Javier Paxariño.


“Obertura de Lezao” - Abre la pieza el sonido de campanas y cencerros en la lejanía mezclado con el txistu. Es entonces cuando escuchamos por primera vez la txalaparta acompañada de ritmos electrónicos, similares, en cierto modo a los utilizados por David Anthony Clark en alguna de sus obras más famosas. En ese ambiente misterioso se filtran sonidos electrónicos, aparecen voces ancestrales y suena la alboka para completar un cuadro extraordinario que concluye con una vertiginosa aparición de la txlaparta, omnipresente en todo el disco.

“Síntomas” - Quizá sea esta la pieza más famosa de toda la obra. De nuevo escuchamos una secuencia electrónica reforzada por la intervención de los txalapartaris. Es, sin embargo, la aparición del Coro Samaniego la que nos eleva a cotas insospechadas de la mano del saxo de Javier Paxariño. Coincidencia o no, esa misma combinación de coros gregorianos o renacentistas con saxofones se estaba produciendo al mismo tiempo en otro disco capital: “Officium” de Jan Garbarek. Aquel se grababa en septiembre de 1993 mientras “Lezao” lo hacía en diciembre pero ninguno de los dos sería publicado hasta entrado el año siguiente por lo que no hay sombra alguna de inspiración de uno en el otro. El último elemento que faltaba en la mezcla era el piano de San Miguel, que nos ofrece también momentos memorables.




“Aleación en danza” - Los teclados de San Miguel abren el siguiente tema introduciéndonos en un ambiente lleno de misterio. Extrañas voces y los ritmos de las maderas se combinan mientras surge una melodía de acordeón. El conjunto es extraordinario y los temas musicales se suceden mejorando cada uno el anterior. Mediada la pieza irrumpe con energía una fanfarria electrónica antes de que el acordeón recuerde su primera intervención. Aparece entonces la flauta en un poderoso fragmento que nos recuerda al mejor Mike Oldfield antes de llegar al cierre en el que vuelven a aparecer las voces como protagonistas.

“El Bertsolari” - Uno de los momentos más bellos del disco llega con esta preciosa canción en euskera que contiene una de esas melodías insuperables ejecutada, además, con maestría por Javier Paxariño al saxo. Tomás San Miguel toca el acordeón y los teclados dando la réplica justa al solista.

“Devociones” - Cuerdas electrónicas y percusiones metálicas tejen un tapiz perfecto para la entrada del saxo, una vez más, dibujando un tema extraordinario de aire flamenco. El coro vuelve a aparecer en un segundo plano y, cuando parecía que el tema no iba a dar más de sí aparece el piano de Tomás para llevar la pieza aún más allá. Suena la txalaparta y se conjuran de nuevo todas las musas para poner el cierre a otra obra maestra.




“No tienes elección” - Llega el momento de la fiesta con el acordeón, las panderetas y la txalaparta unidos en una serie de danzas de clara inspiración tradicional. El uso de la txalaparta está ligado a la elaboración de la sidra por lo que no cuesta nada imaginar esta pieza en cualquier celebración relacionada con este acontecimiento.

“Maurizia” - Volvemos a los ritmos electrónicos como soporte para el saxo, el acordeón y la txlaparta en un tema con una gran evolución. Los primeros instantes son relativamente tranquilos con una cierta repetición de temas y ritmos. Hasta la entrada de la alboka nada hace presagiar un desarrollo diferente pero con su segunda intervención todo cambia con un nuevo giro hacia la tradición y la fiesta que culmina tras una nueva intervención del saxo y la alboka.




“Zaldi Dantza” - Es la alboka la protagonista de uno de los cortes más épicos del trabajo, con un intenso ritmo desde el principio a cargo de los componentes de Gerla Beti, la linea de el bajo cobra protagonismo poco a poco mientras el dúo del acordeón de Tomás y la trikitixa de Kepa Junkera hace diabluras. Suena una y otra vez el tema central de la mano de los sintetizadores dejando el toque étnico para los irrintzis que se escuchan en muchos momentos contribuyendo a crear una atmósfera fantástica.

“El nacimiento de Maritxu” - Sin previo aviso llegamos a una de las joyas del disco. Una pieza ambiental que firmaría el propio Brian Eno en la que, entre capas y capas de sintetizadores escuchamos una emocionante melodía a cargo del acordeón de Tomás pero, sobre todo, del bajo de Pepe Pereira. La pieza fue una de las que sonaron, en una versión diferente, en el documental de la BBC, “E.T.A. :Saliendo de las Sombras”, emitido en 1998 en el que se trataba de un posible fin de la banda terrorista.

“Txalaparta mística” - Llega el momento de escuchar el sonido de la txlaparta casi en solitario, sin más interferencia que algunos sonidos electrónicos de fondo que no hacen sino realzar las cualidades de un instrumento atractivo como pocos y lleno de personalidad. Una pieza impresionante.

“Latidos” - Nuevo corte en clave “ambient” con densos “pads” sintéticos apenas acompañados de alguna percusión espaciada. No llega a tener la emotividad de piezas anteriores pero es una pieza muy interesante que hace, a la vez, de perfecta transición hacia la parte final del disco.

“Pléyades” - Se nos antoja que es este un tema con vocación de triunfo. De no ser por la txalaparta, y en caso de desconocer su autor habríamos apostado sin ninguna duda por el Paul Winter Consort. El optimismo de los primeros minutos de la pieza, el saxo, el piano... todos ellos son elementos identificativos de la obra del músico norteamericano. Lejos de ser una crítica, esta comparación es un gran elogio especialmente considerando lo bien que consigue mezclar Tomás San Miguel esas señas de identidad con las suyas propias y los instrumentos tradicionales vascos.




“Kántico en flor de piedra” - Escuchamos de nuevo al Coro Samaniego en lo que podría ser una segunda parte de “Síntomas” en la que el saxo y el piano son sustituidos por la flauta y el acordeón. Sin llegar a los niveles de maestría de aquel tema, éste roza la excelencia y aguanta dignamente la comparación.

“Akelarre” - Como corresponde a su título, esta es la pieza más oscura de todo el disco. Comienza con inquietantes sonidos electrónicos que van siendo acompañados por todo tipo de extraños instrumentos de viento (la influencia de Jon Hassell nos parece fundamental). Poco a poco aparecen secuencias electrónicas, percusiones, gritos y demás elementos que acaban por crear una atmósfera infernal.

“Una leyenda áurea” - El disco termina con otro tema ambiental, muy tranquilo y con ese punto inquietante que dan las voces y el sonido agresivo de la alboka. Como cierre, es un tema perfecto.

Además de ser un gran disco, “Lezao” fue un trabajo pionero en nuestro país ya que fue editado para el resto del mundo por uno de los sellos más representativos de la música “new age”, Narada, en 1995. Alcanzó una gran difusión y la recepción por parte de la crítica fue entusiasta, algo que no hizo que sus siguientes trabajos siguieran sus pasos en cuanto a repercusión y ventas pese a su calidad.

Desde entonces, San Miguel ha hecho un poco de todo, desde colaboraciones en discos de otros artistas (participó, por ejempo, en “Omega” de Morente) hasta bandas sonoras o sintonías para Radio Nacional de España. Incluso estrenó una obra sinfónica, “Fantasía Radiante” con ocasión del 75º aniversario de la emisora. Nosotros tuvimos la fortuna de ver "Lezao" en directo en el el verano de 1995 en la localidad de Castro Urdiales. Fue un espectáculo inolvidable en el que participaron la mayoría de los músicos que intervienen en el disco: Tomás, Javier Paxariño, Kepa Junkera, Ibon Coteron y Gerla Beti. Aún conservamos el programa del concierto firmado por los músicos como recuerdo de aquellos tiempos que fueron memorables para estos estilos musicales en nuestro país. En todo caso siempre merece la pena volver la vista atrás hasta este “Lezao”, obra cumbre de su género.

domingo, 20 de abril de 2014

Javier Paxariño Trio - Dagas de Fuego Sobre el Laberinto (2014)



Hacía mucho tiempo que no nos ocurría algo como lo que sucedió hace unos días. Nos encontrábamos ojeando discos en la sección de música de unos conocidos grandes almacenes y, de repente, topamos con una novedad de la que no teníamos ninguna información previa: un nuevo disco de Javier Paxariño. El encontrarse con sorpresas así (discos cuya publicación desconocíamos) era muy habitual hace unos años. Hoy, con internet y las nuevas tecnologías, el melómano medianamente informado conoce casi paso a paso el calendario de publicación de los discos de sus artistas favoritos y es raro que se encuentre de buenas a primeras un CD del que no tenía conocimiento en una tienda.

A pesar de que en el digipack en el que se recoge el trabajo no figuraba externamente ningún tipo de información que nos diera una pista sobre el contenido, estilo o características del disco (ni siquiera el número o el título de los distintos cortes), no dudamos ni un instante en adquirirlo y llevarlo con nosotros de vuelta a casa. Cuando un músico ha grabado un disco tan monumental como el ya comentado por aquí “Temurá”, se ha ganado con creces el beneficio de la duda. El propio diseño de carátula y contraportada llama a la confusión ya que en la primera leemos: “Dagas de Fuego” de Javier Paxariño,  pero en la segunda aparece la alternativa: “Sobre el Laberinto” y más abajo la palabra “trío”. No es hasta que leemos en el canto del estuche el título correcto que le damos sentido a la diferente información reflejada en una y otra parte del disco y es que el título del mismo es la suma de ambos, quedando, por tanto como “Dagas de fuego sobre el laberinto” a cargo, lógicamente, del Javier Paxariño Trío lo que nos ofrece una pista acerca del motivo por el que los encargados de los grandes almacenes habían colocado el disco en las estanterías dedicadas al jazz.

El Javier Paxariño Trio está formado por Josete Ordóñez (guitarras y todo tipo de instrumentos de cuerda) quien escribe también dos de los temas del disco, Manuel de Lucena (percusiones) y el propio Paxariño encargado de ese gran surtido de instrumentos de viento de toda procedencia, habitual ya en todos sus discos.



“Dagas” – La introducción del disco es un tema muy breve con protagonismo de la percusión y unos leves acordes de guitarra en una línea muy similar a la del Suso Saiz más ambiental. Paxariño esboza unos apuntes con las flautas pero sin llegar a cristalizar en una melodía.

“Ladrón y Kumardjí” – Comenza el disco propiamente dicho con un arreglo de una melodía tradicional. En el tema escuchamos a Javier utilizando el saxo como un elemento rítmico más como tan magistralmente hizo en el mítico “Temurá”. El trabajo percusivo de Manuel de Lucena es fantástico y da el apoyo adecuado a las primeras exhibiciones de virtuosismo a las cuerdas por parte de Josete Ordoñez, que lo mismo se atreve con un amago de “blues” a la guitarra que nos hace disfrutar de los sonidos más exóticos del Oud, por ejemplo. Formalmente, es uno de los cortes del disco que más nos puede recordar al ya citado “Temurá” con una mezcla de músicas cuya procedencia no conseguimos ubicar.



“Juegos con Zaira” – Entramos ya sin complejos en los terrenos del flamenco siempre bajo la particular visión de Paxariño que interpreta una maravillosa melodía con el kaval, especie de flauta procedente del este de Europa. Más adelante empleará el saxello para ejecutar la parte final de la pieza. Como podemos comprobar, los instrumentos no son precisamente los característicos del flamenco y si echamos un ojo a los que toca el resto del trío, la cosa no cambia: darbuka, bendir, riq o krakebs entre las percusiones y mandola en las cuerdas completan una paleta musical fantástica que, a pesar de todo, suena genuinamente flamenca.



“Mandópolis” – Llegamos a la primera de las dos composiciones del guitarrista Josete Ordóñez en el disco quien continúa el viaje a lo largo del mediterráneo al que nos invita el disco con un tema cuyo título hace referencia a un famoso festival de música de mandolina e instrumentos similares que tiene lugar en Francia todos los años. La fantástica pieza combina aires balcánicos con juegos flamencos a un gran nivel y es uno de nuestros favoritos del disco.

“Dolores de Amor” – Quizá sea éste el tema que más nos sorprende de todo el trabajo. Con un comienzo que podríamos calificar sin problemas como de próximo al rock progresivo comienza Josete a cantar una letra de amor no correspondido en una línea aflamencada. Mientras tanto, Paxariño y sus saxos interpretan una serie de melodías jazzísticas que completan así una pieza compleja en lo rítmico y que tendría potencial suficiente para llegar a sonar en las radios convencionales.

“Con el tiempo de la mano” – De nuevo la mezcla de estilos e influencias se da la mano en una composición en la que se combinan ritmos africanos y melodías mediterráneas que se tornan en andinas ante nuestro estupor, puesto que también creemos reconocer algunos vestigios gaélicos en un tema maravilloso que merece no una sino varias escuchas para descifrar la cantidad de mensajes que se intuyen.

“Velahí” – Segunda composición de Ordóñez del disco. Comienza con un profundo lamento de Paxariño al ney, flauta procedente de oriente medio con la que el artista nos ha dado grandes momentos en discos anteriores. Aires árabes impregnan por completo la melodía en la primera mitad de la composición en la que volvemos a escuchar cantar al guitarrista. La segunda mitad de la pieza vuelve a mostrarnos una magnífica combinación de músicas tradicionales y espíritu progresivo con guiños de “free jazz” que nos deja sin palabras. Una obra maestra que hace que apuntemos el nombre de Ordóñez para prestarle mucha atención en el futuro.

“El alma en el suelo” – Paxariño introduce algo de pausa en el disco en el momento justo con una pieza reposada en la que guitarra y saxo dialogan plácidamente desgranando una serie de melodías de gran belleza que encierran un punto de tristeza. En la segunda mitad del tema, éste se transforma en una suerte de tango en el que la guitarra adquiere tonalidades atlánticas, próximas al fado. Otra composición soberbia para un disco que se postula desde este mismo momento para ser uno de los mejores de todo 2014.

“Paseo de la farola” – Recupera aquí Paxariño una melodía de un viejo proyecto suyo llamado Taifas en la que profundizaba en la raíz flamenca de su música, no tan evidente escuchando otros trabajos suyos pero que es inevitable en un artista granadino como él. El título, curiosamente, no se refiere a ningún lugar de Granada sino a un lugar emblemático de Málaga.

“Fiesta en El Realejo” – Y de Málaga nos trasladamos, ahora sí, a Granada. Concretamente al barrio de El Realejo, lugar en el que se concentraban los judíos en el siglo VIII conviviendo pacíficamente con los árabes reinantes en la época. Por ello, no debe sorprender en absoluto la inequívoca raíz klezmer de la música de Paxariño en la pieza, mostrándonos una auténtica fiesta de alegre ritmo tras una breve introducción más pausada. Otro gran tema del músico que nos deja con él a las puertas del cierre del disco.

“Laberinto” – Para despedir el disco, el músico deja una pieza de corte ambiental en la que la guitarra y el clarinete turco con algunos efectos electrónicos se combinan con la voz de Ordóñez y los platillos de Manuel de Lucena que crean una atmósfera diferente, extraña, que nos deja con un gran sabor de boca cuando se detiene el reproductor de discos.

Admiramos a Paxariño desde que escuchamos el ya lejano “Pangea” a principio de los años noventa y sus siguientes discos nos confirmaron que no estábamos equivocados al hacerlo (si acaso, nos quedábamos cortos). Por ello, encontrarnos con un disco suyo cuando hacía mucho que le habíamos perdido la pista supone una alegría inmensa. Si, además, la música es del nivel de la recogida en “Dagas de fuego sobre el laberinto”, el único motivo de queja tiene que ver con el tiempo transcurrido desde el anterior trabajo y la añoranza de toda la música que podríamos haber disfrutado en ese periodo si el artista granadino se hubiera prodigado más.


Es un lujo tener propuestas musicales del nivel de las que nos ofrece periódicamente Javier Paxariño y nos entristece comprobar que no tienen la difusión que merecerían en los medios pero esa batalla parece perdida ya. Por nuestra parte, desde el blog seguiremos difundiendo en la medida de nuestras humildes posibilidades estas músicas convencidos de que, quizá, algún lector descubra en estas páginas a un artista como Javier y experimente lo mismo que nosotros al escucharlo. El disco está disponible para su compra en los siguientes enlaces.

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Nos despedimos con el trío en directo interpretando "Fiesta en el Realejo":


sábado, 7 de abril de 2012

Javier Paxariño - Temurá (1994)



A lo largo de todos estos meses de existencia del blog, hemos tenido por aquí artistas de las más variopintas procedencias, tanto geográficas como estilísticas pero echando un poco la vista atrás, comprobamos que sólo una de las entradas tenía como protagonista a un músico español (la dedicada a “Omega” de Enrique Morente). Lo cierto es que nuestra visión del panorama musical patrio es bastante desoladora en todos los sentidos pero siempre hay y ha habido notables excepciones.

Si nos centramos en uno de los tipos de música que más aparecen por aquí, las llamadas “nuevas músicas”, encontramos un nucleo de creadores muy destacado que desarrollaron su obra en las últimas décadas con excelentes resultados aunque sin llegar nunca a una popularidad excesiva y, por tanto, sin alcanzar un reconocimiento que parece reservado a mediocridades de todo pelaje con un punto de fortuna nunca relacionado con el escaso talento que acostumbran a exhibir.

Dentro de aquel grupo de músicos encontramos nombres como el de Alberto Iglesias (muy popular en los años posteriores y con varias nominaciones a los Oscar en su haber por sus trabajos para el cine), Suso Saiz, Eduardo Laguillo, Tomás San Miguel, Luis Delgado, Javier Bergia, Pedro Estevan o Luis Paniagua, quienes, cada uno en su estilo, produjeron varios discos dignos de mención que probablemente irán apareciendo poco a poco por aquí.

Hoy nos vamos a centrar en uno de los más grandes músicos de este grupo de nombres y autor del que quizá sea el mejor disco en estos estilos surgido de nuestro país. Hablamos del granadino (como Morente, ya es casualidad) Javier Paxariño y de su disco “Temurá”. Paxariño, tras el paso por el conservatorio se enrola en varias bandas, especialmente de rock y jazz en las que hizo sus primeras armas como intérprete. Poco después, y como era habitual en el caso de este tipo de músicos, se gana las habichuelas como músico de estudio para estrellas del pop nacional (Miguel Ríos, Sabina, Aute, Ana Belén…) o colaborando como instrumentista en discos de algún otro de los músicos citados en el párrafo anterior, particularmente en las primeras bandas sonoras de Alberto Iglesias (es característica habitual en ellos y por eso hablábamos antes de “nucleo” el que colaboren unos y otros en los discos de los demás).

Paxariño había publicado un disco muy interesante ya en 1992 bajo el título de “Pangea” pero lo mejor estaba aún por llegar y lo haría apenas un par de años más tarde. El título del nuevo trabajo, “Temurá”, hace referencia a la Cábala hebrea y a una técnica de encriptación de textos mediante permutaciones de unas letras por otras conforme a reglas predeterminadas. En lo musical, se trata de un completo tratado de músicas de influencia medieval, andalusí, judaica, etc. Algo parecido a lo que habría sido la banda sonora, por ejemplo, del Toledo del S.XIII. En la grabación colabora la flor y nata de los músicos nacionales del momento y alguna que otra estrella internacional (siempre dentro de los parámetros de estos tipos de música, habitualmente minoritarios). En la nómina de artistas participantes encontramos al percusionista Glen Velez (miembro del Paul Winter Consort y habitual colaborador de músicos de la talla de Steve Reich, entre otros), al cantautor Pablo Guerrero, Andreas Prittwitz (flautas, clarinete), Baldo Martínez (bajo), Christian Ifrim (viola, violin), Suso Saiz (el Brian Eno español, guitarrista, sintesista y productor en cientos de discos nacionales), Carlos de Mulder (laud, vihuela), Eduardo Laguillo (teclados, piano, voz), Tino Di Geraldo (percusión, guitarra española, bajo), Chano Domínguez (piano), Alberto Iglesias (arreglos de cuerda, samplers), Rogerio De Souza (percusiones), Pedro Estevan (percusión), Dmitri Psonis (diversos instrumentos étnicos) y José Luis Crespo (efectos electrónicos).

“Conductus Mundi” – Comienza el disco con un ritmo enigmático y una cadenciosa y suave percusión sobre un fondo de sintetizadores. La melodía principal, a cargo de la flauta baja del propio Paxariño preludia un breve texto en latín recitado por Pablo Guerrero, extraido nada menos que de uno de los textos de “Carmina Burana”, probablemente obra de Gualterius de Castiglione. Si bien el conjunto es de gran belleza, destacan sobremanera las sobrias percusiones de Glen Velez y la guitarra eléctrica de Suso Saiz en una breve intervención cercana al final de la pieza.

“Cortesanos” – Con una preciosa melodía de archilaúd, instrumento de comienzos del S.XVII se abre la que quizá sea la mejor composición del album. De sabor ciertamente antiguo en sus primeros compases, en los que el tema inicial es replicado por la flauta, sufre un cambio realmente soprendente en el que se atraviesan cuatro siglos de golpe hasta quedar enfrascados en una tela de araña de clarinetes en la más clara tradición minimalista norteamericana. El contraste es brutal y sin darnos tiempo a tomar aire, regresamos al tema principal para cerrar la pieza.



“Preludio y Danza” – De no ser por las percusiones étnicas del comienzo, la melodía de piano de Chano Domínguez y el saxo soprano de Paxariño nos harían pensar que estamos en una sesión de jazz. Cuando comienza a sonar el violín orientalizado de Christian Ifrim nos hemos trasladado ya a cualquier mercado del norte de África en plena actividad. Hasta aquí estaríamos en los terrenos del preludio pero aún falta la danza y en ella Chano suena ya flamenco, como debe ser, el bajo, reiterativo, marca el paso y los vientos nos arrastran suavemente por terrenos exóticos.

“Canto del Viento” – Cambiando un poco el tono del disco, llega esta pieza de aires mediterraneos con un suave ritmo como de rumba muy pausada. Escuchando la guitarra de Suso Saiz, entendereis por qué hace un momento le calificabamos como el Brian Eno español y es que la capacidad del músico para crear esos ambientes tan particulares entronca con la del antiguo componente de Roxy Music.

“Suspiro del Moro” – Una de las piezas más intimistas del disco, en la que sólo intervienen Paxariño interpretando el nay y Eduardo Laguillo a los teclados. La especial sonoridad del instrumento tiene una capacidad evocadora fuera de lo común pero, por si ello no fuera suficiente, la interpretación es de una intensidad emocionante.

“Rueda de Juglar” – A partir de una melodía circular de clarinete (quizá en referencia a la rueda del título) se va construyendo poco a poco la composición mediante la adición de elementos poco a poco en la primera parte de la pieza. Una nueva melodía repetitiva, esta vez de piano, marca la transición hacia una segunda parte mucho más veloz. Volvemos a encontrar aquí el contraste de “Cortesanos” entre melodías y esquemas propios de las corrientes minimalistas de final del siglo pasado y los intrumentos y formas musicales de épocas muy anteriores. Hay una tercera parte de corte más jazzistico introducida por un solo de contrabajo en la que encontramos efectos electrónicos, voces procesadas formando ritmos e incluso una cuarta en la que volvemos a la melodía circular del principio, interpretada ahora por el bajo para cerrar la que es otra de las grandes composiciones del disco, sin lugar a duda.

“Tierra Baja” – Sobre una base de efectos y guitarras procesadas de Suso Saiz, inconfundible para cualquier oyente familiarizado con el buen hacer del músico, tenemos una exhibición de percusiones de todo tipo en una suerte de danza frenética. Algo más tarde entra un bajo en clave flamenca, realzado por el cajón de Tino di Geraldo y en medio de todo, los vientos, especialmente las flautas de Paxariño improvisando pasajes de gran belleza. Es, como todas las del disco, una pieza intemporal que toma elementos de aquí y de allá mezclandolos en un todo que, contra todo pronóstico, resulta coherente. Salvando las distancias (enormes por otra parte), la combinación de elementos nos recuerda al trabajo de Dead Can Dance.

“Reyes y Reinas” – El bodhram (instrumento de percusión de origen irlandés) de Glen Velez marca un ritmo procesional cadencioso, acentuado por la vihuela de J. Carlos de Mulder. Paxariño nos regala entonces una de las mejores melodías de todo el disco, y eso es decir mucho a estas alturas.

“Temurá” – Acercandonos al final del disco nos encontramos con el tema que le da título y nos parece de lo más acertado que sea así porque en sus casi ocho minutos de duración se hace una especie de resumen de todas las virtudes del CD completo. Fusión de estilos y épocas, instrumentaciones de procedencias diversas, una melodía inspiradísima e interpretaciones en el mayor grado de excelencia imaginable.



“Mater Aurea” – Cerrando el disco encontramos una de las piezas más breves del mismo lo que no quiere decir en modo alguno que sea una composición menor. De hecho, se trata de otra de esas melodías inolvidables que sigue un esquema tantas veces oído en la música medieval en el que la intervención del solista se ve automáticamente replicada por el resto de músicos en conjunto. Un broche de oro para un disco tan brillante como poco conocido.



Si Paxariño hubiera nacido en otro país, posiblemente “Temurá” sería un disco de referencia en todo el mundo cuando se habla de “nuevas músicas”, “world music” o la etiqueta que se nos ocurra para denominar lo que hace. Por desgracia, la repercusión del disco fue muy limitada a una época y un lugar determinados y es una lastima porque en muy pocas ocasiones hemos podido encontrar un disco en el que se den la mano intrumentos electrónicos con antiquísimas flautas de origen chino, instrumentos árabes, percusiones de toda procedencia y todo ello mezclado con una coherencia absoluta, de modo que no suena artificial ni prefabricado. Queremos hacer una mención aparte al extraordinario trabajo de Glen Velez a las percusiones, dando en cada tema una clase magistral de interpretación y también de sobriedad, sin excederse en ningún momento pero ocupando un lugar principal en todas las composiciones del disco. Suponemos que fue por motivos comerciales pero hay ediciones internacionales del disco con otra portada que aparecen firmadas por Paxariño y Glen Velez a duo. Si os podeis hacer con una copia del disco, no lo dudeis.

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