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domingo, 29 de junio de 2014

Alasdair Fraser & Paul Machlis - The Road North (1989)



El primer disco del dúo formado por Alasdair Fraser y Paul Machlis fue maravilloso por lo que superarlo parecía un reto de dimensiones colosales. Lo consiguieron. Recordemos que aquel “Skyedance” fue la primera referencia de Culburnie Records, sello tutelado por el propio Fraser y nos regalaba una combinación exquisita de música tradicional escocesa, arreglos clasicistas y algún elemento de jazz. El violinista grabó poco después otro disco a dúo, en este caso con el guitarrista Jody Stecher como compañero que llevó por título “The Driven Bow” pero el maravilloso “Skyedance” llamó la atención de un sello algo mayor de la que hablamos recientemente como era Narada. A través de su división de “world music”, por definirla de un modo más o menos convencional, Sona Gaia, el sello norteamericano llamó a la puerta de Fraser y Machlis para que éstos grabasen el que sería su segundo disco.

No se escatimó en recursos y se consiguió la colaboración de estrellas de la competencia más directa como sería Windham Hill en las figuras del guitarrista de Nightnoise, Mícheál Ó Domhnaill, el percusionista Tommy Hayes (quien ya aparecía en el primer disco de Fraser y Machlis), por último, del también violinista y fundador de Nightnoise Billy Oskay que se limitaría a cuestiones técnicas y de producción sin interpretar ni una nota en el disco. El trabajo se iba a grabar en los estudios Nightnoise en Portland con lo que la garantía de calidad sonora y, quizá más importante, el perfecto conocimiento del tipo de música que tenían entre manos estaba asegurado. Completa el plantel del disco el bajista Glen Moore, músico afincado en Portland pero con un currículum que desmiente a cualquiera que piense que se eligió a un artista local para rellenar: fundador de Oregon, había grabado con Ralph Towner para ECM, el Paul Winter Consort, Dave Holland o Paul Bley.

Como ya había ocurrido en “Skyedance”, las composiciones estaban muy equilibradas entre las propias de los miembros del dúo, las de procedencia tradicional y las firmadas por otros músicos, desde los contemporáneos como el norteamericano de ascendencia escocesa Jerry Holland, nacido apenas tres años antes que Fraser, Dave Richardson, acordeonista inglés miembro de Boys of the Laugh, hasta clásicos como el violinista escocés de finales del S.XIX y comienzos del S.XX, J. S. Skinner o, remontándonos aún más atrás, William Marshall, a caballo entre el S.XVIII y el XIX.

Portada alternativa del disco para una reedición posterior.


“Laughing Wolf / Mountain Madness” – Abre el disco un set de dos temas escritos respectivamente por Machlis y Fraser. El primero es una alegre tonada en la que el piano marca el ritmo mientras el violín ejecuta una melodía de inequívoco sabor celta. La percusión de Hayes, un auténtico maestro en ese arte, es equilibrada y complementa perfectamente al dúo. El tema de Fraser es un prodigio de energía y saber hacer en el que Alasdair combina sus dos instrumentos, violín y viola, a la perfección. La intervención de Ó Domhnaill a la guitarra nos lo muestra como el dominador perfecto del instrumento a la hora de llevar la parte rítmica de cualquier composición.

“Traditional Gaelic Melody” – Machlis ejecuta esta melodía tradicional al piano con el único acompañamiento, en primera instancia, del bajo hasta que aparece Fraser añadiendo el puntito de magia necesario para transformar un bonito tema en algo real mente excepcional gracias a un magnífico dúo violín-viola posible gracias al trabajo en el estudio de grabación.



“Tommy’s Tarbukas” – Sin solución de continuidad, el suave aire anterior enlaza con una exuberante melodía llena de ritmo que Fraser compuso en honor de Tommy Hayes. Ciertamente en los primeros minutos de la misma son ambos músicos los que cargan con el peso de la pieza asumiendo el rol de acompañante Machlis al piano. Es este una de los mejores momentos de todo el trabajo sin lugar a dudas, en el que podemos comprobar hasta dónde llegan las capacidades de los intérpretes.

“Bennachie Sunrise / Willie’s Trip to Toronto” – El sensacional bajo de Glen Moore abre el siguiente corte, obra de Machlis en su primera parte y de Glen Moore abre el siguiente corte, obra de Machlis en su primera parte y de Jerry Holland en la segunda. La pieza de Machlis en un aire lento en el que Fraser demuestra por qué es, quizá, el gran violinista de la música celta, con una expresividad y un virtuosismo que se nos antojan inalcanzables por cualquier otro intérprete en su género. Machlis se reserva una preciosa parte de piano que anticiparía lo que escucharíamos un poco despúes en sus discos en solitario. La segunda parte, como es habitual en este tipo de “sets” contrasta en cuanto a ritmo con la primera, siendo en esta ocasión mucho más rápida e incorporando más elementos rítmicos como el bodhran de Tommy Hayes y la guitarra de Míchéal Ó Domhnaill.

“Slow Train” – Llegamos así al único tema de todo el disco firmado en tu totalidad por Paul Machlis. Consiste en una introducción de piano con un ligero aire balcánico cuya melodía se repite un par de veces antes de saltar de las teclas al violín. Las partes de bajo, magníficas en todo el disco, son sutiles pero imprescindibles en temas como éste, especialmente cuando los músicos van entrando en calor y la música se acelera. En la segunda mitad de la pieza, las similitudes con el sonido de Nightnoise, especialmente en la etapa en la que Billy Oskay era miembro de la banda, son notables lo que nos recuerda la presencia en el disco de dos de los integrantes de aquel grupo aunque en este caso Ó Domhnaill no llegue a intervenir.

“Invercassley Falls / Trip to Ballyshannon” – Segundo set conformado por una pieza de Machlis y otra de Fraser. La primera y más lenta parece escrita para mayor lucimiento del violinista quien luce especialmente a dúo con Glen Moore. El tema que completa la dupla es una danza de aire tradicional en la que Fraser se encuentra particularmente cómodo y donde podemos disfrutar de una gran sección rítmica a cargo de Ó Domhnaill y Hayes.

“Calliope Housel / The Cowboy Jig” – Llegamos así a uno de los grandes momentos del disco con Alasdair Fraser interpretando una tonada de Dave Richardson que se ha convertido en un clásico del repertorio del violinista (no falta en sus conciertos y la ha vuelto a grabar para algún disco posterior). Machlis acompaña a los sintetizadores, algo no muy habitual en el disco, y Hayes vuelve a lucirse a las percusiones, en especial en la segunda parte de la pieza, de origen tradicional.

“Bovaglie’s Plaid” – Si hay un músico por el que Fraser siente una admiración sin límites, ese es J.S. Skinner, autor de la que es una de las más bellas melodías de todo el disco. Se trata de una pieza exquisita, emocionante hasta decir basta, en la que nuestro violinista favorito hace una interpretación conmovedora. Los arreglos de sintetizador de Machlis, exclusivamente como fondos, no hacen sino resaltar el carácter excepcional de la obra de Skinner.



“The Banks of Spey / Brenda Stubbert’s Reel” – Una pieza de William Marshal combinada con otra de Jerry Holland nos acercan al final del disco. Quizá la primera de ellas sea la mejor, por sentarle como un guante al estilo más agresivo de Fraser, acompañado por el no menos enérgico piano de Machlis aunque el “reel” con el que se resuelve el “set” no resulta menos inspirado, especialmente por la aportación de los ritmos del dúo Hayes-Ó Domhnaill.

“The Road North” – Cerrando el disco, escuchamos otra pieza maravillosa escrita por Fraser y que se convierte en la despedida perfecta. Comienza con un lamento de violín que nos hace vislumbrar la clásica imagen del gaitero entre la niebla, tocando su música en la cima de un acantilado. No se puede tocar mejor el violín de lo que lo hace Alasdair en esta composición con aire de himno y que, dentro de su solemnidad, revela a un músico en estado de gracia.

Aunque la colaboración entre Fraser y Machlis no terminó aquí, lo cierto es que “The Road North” fue el último disco que firmaron a dúo si excluimos el primer volumen de la colección de Fraser “Legacy of the Scottish Fiddle”. Ambos músicos han colaborado en los discos de su colega y formaron Skyedance, supergrupo de música celta del que a buen seguro hablaremos por aquí más adelante. Disfrutemos por ahora de su legado como pareja artística en forma de dos discos exquisitos. Si “The Road North” ha despertado vuestro interés, está disponible en los enlaces de siempre.

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Nos despedimos con el dúo, reforzado por la violonchelista Natalie Haas interpretando en directo un set de piezas encabezado por "Calliope Housel".

miércoles, 19 de marzo de 2014

Paul Machlis - The Magic Horse (1992)



Si hubo una tendencia en la música en general un par de décadas atrás, esa fue la de la “fusión”. El cruce de estilos de lo más variopinto, el intercambio de experiencias entre músicos de procedencias diversas y la experimentación a la hora de mezclar ritmos e instrumentos que poco tiempo antes habrían levantado oleadas de rechazo por parte de los melómanos más puristas.

Fue, curiosamente, el campo de las músicas tradicionales el más permeable a este interculturalismo y, quizá por ser el que estaba más de moda entonces, el ámbito de la llamada música celta fue prolijo en mestizajes con todo tipo de estilos. Era habitual escuchar fusiones de música celta y africana (hasta dieron nombre a un grupo como el AfroCelt Sound System), música celta y jazz (pensamos en los Moving Hearts de Davy Spillane), música celta y clásica (ese oratorio barroco que es “The Children of Lir” de Patrick Cassidy es un buen ejemplo) y hasta con el rock duro (Wolfstone) o la electrónica (Talitha MacKenzie o Martyn Bennett). También nuestro Carlos Núñez experimentó con el flamenco o la música cubana en algún momento.

Uno de los ejemplos más notables, por lo bien trabajado del mestizaje y la perfecta integración entre ambas tradiciones lo encontramos en “The Magic Horse”, disco en el que el pianista californiano Paul Machlis realiza un fantástico viaje entre la música celta con ese toque clásico que él le da y la tradición balcánica. Conocimos a Machlis por sus celebrados discos a dúo con el violinista Alasdair Fraser a finales de los ochenta y principios de los noventa y, más tarde, como miembro de la superbanda Skyedance, aunque las últimas noticias que tenemos de él nos lo presentan como profesor universitario, alejado de la música profesional. De hecho, la última grabación de la que tenemos conocimiento que muestra su nombre en los créditos data de 2002 por lo que es bien probable que haya abandonado la vorágine de los discos y los conciertos.

“The Magic Horse” fue su primer disco en solitario, publicado en 1992 en los años de mayor popularidad de su dúo con Alasdair Fraser y para su grabación, Paul contó con una nómina de colaboradores de auténtico lujo. Además del propio Machlis, que toca el piano y los sintetizadores, intervienen en el disco: Chris Caswell (flauta irlandesa, bodhran), Vince Delgado (derbake, percusión), Alasdair Fraser (violín, viola), Michael Manring (bajo), George Marsh (batería, percusión) y Marcus Moskoff (gadulka).

Michael Manring, uno de los protagonistas del disco.

“The Magic Horse” – Comienza el disco con una pieza amable, de sencilla escucha, en la que el piano de Machis, con sus particular forma de tocar nos recuerda mucho al de Tríona Ní Dhomhnaill, protagonista junto con Nightnoise de la entrada anterior. La percusión y la flauta irlandesa no hacen más que confirmar las sospechas que podría tener cualquier oyente sobre la inspiración celta de la pieza aunque, como todas las del disco, sea una composición propia de Machlis.

“Goldenwood” – Escuchamos ahora una composición para piano solo (con algunos arreglos de sintetizador muy matizados) en la que Machlis demuestra ser un músico muy capaz con una melodía intimista y delicada. Casi una miniatura que se cuenta entre las mejores piezas del disco.

“Alasdair John Cameron Graham” – Aquellos cuyo interés por el disco proceda de la antigua colaboración de Machlis con el violinista Alasdair Fraser encontrarían su recompensa en composiciones como esta en las que el dúo reedita la magia de sus mejores momentos con una maravillosa melodía de piano que es convenientemente replicada por Fraser, primero a la viola y más tarde al violín con una brillantez, parafraseando a Arthur C. Clark, “indistinguible de la magia”.



“Pogonip” – Volvemos a disfrutar aquí de la combinación de piano y sintetizadores, siempre sutiles y en segundo plano, del artista californiano en una composición en dos partes, una primera, lenta y evocadora y una segunda más rápida y con la participación de Chris Caswell al bodhran en forma de danza celta. El esquema típico de los intérpretes de esa tradición que enlazan varios temas distintos en uno solo combinando los ritmos más vivos con las melodías más íntimas. Machlis juega a eso en esta pieza con un resultado magnífico.

“Little Appalachia” – Entramos en esta parte central del disco en una pequeña sucesión de temas de corta duración (ninguno llega a los tres minutos). El primero de ellos es otra pieza de aire celta para piano y sintetizadores. De ritmo variable y juguetón es otro ejemplo del buen hacer de Machlis en estos terrenos.

“Homecoming” – Similares características encontramos en el siguiente tema en el que nos parece apreciar alguna influencia de George Winston, pianista de referencia en las nuevas músicas y del que seguro que Machlis tenía buen conocimiento.

“Allangrange” – Cerrando esta sucesión de miniaturas escuchamos por segunda y última vez en el disco a Alasdair Fraser lo que, por si solo justificaría ya la existencia de la pieza. Todos los elogios que podamos hacer a la figura del violinista escocés son pocos y en melodías como ésta, que adopta la forma de un aire lento característico de las “highlands”.

“Maritsa” – Entramos en la segunda parte del disco en territorios más exóticos desde el punto de vista del seguidor de Machlis como músico de inspiración celta y es que el pianista se adentra en otros folclores como el balcánico. Además, cuenta aquí con el segundo invitado estelar, menos obvio que su tantas veces compañero Fraser pero igualmente fantástico intérprete de su instrumento: el bajo. Y es que Michael Manring es uno de los bajistas más versátiles que hayamos escuchado, desde sus trabajos con Montreux o sus discos en solitario para Windham Hill, todos ellos en una línea de jazz suave cercano a la “new age”, hasta sus lanzamientos más recientes con otros músicos más cercanos al rock progresivo e, incluso, al metal. La intervención de Manring es sensacional y nos deja con ganas de más.

“Patshiva” – No tardamos en saciar nuestra sed de más música del bajista porque se convierte en el protagonista de pleno derecho de la última parte del disco en la que interviene con profusión situándose a la altura de Machlis. En los cuatro cortes de inspiración balcánica del disco escuchamos lo que podríamos considerar como una banda formada por los dos músicos citados, el percusionista Vince Delgado y el intérprete de gadulka, Marcus Moskoff, quienes aparecen en éste y los dos cortes siguientes. Sin menospreciar las intervenciones de Fraser, creemos que lo más interesante del disco sucede en este tramo, especialmente en esta maravilla titulada “Patshiva”: un paseo por el folclore búlgaro de altísimo nivel a cargo de músicos sobresalientes.



“Sianka” – Continuando por la misma senda encontramos esta pieza en la que el protagonismo lo tiene Marcus Moskoff con la gadulka, instrumento de cuerda a medio camino entre el violín y el rabel, con un timbre lleno de expresividad. Machlis y Manring tienen su espacio para el lucimiento, especialmente en un dúo de piano y bajo que escuchamos en la parte central del tema pero nos tenemos que rendir ante el arte de Moskoff por encima de cualquier otra consideración.

“Subor” – A modo de prolongación de la pieza anterior, es la gadulka el instrumento principal y el resto aparecen como acompañantes la mayor parte del tiempo aunque, como es lógico, Machlis se reserve algún momento en el que su piano ejecuta la melodía central. Hemos citado poco al percusionista Vince Delgado y somos injustos porque su trabajo sordo es notable desde la discreción. Una de esas presencias que sólo se notan cuando no están, valga la aparente contradicción.

“Sleeping Girl” – Para despedir el disco, escoge Machlis una pieza de piano muy reposada en la que sólo se acompaña de la percusión de George Marsh, tenue, casi inapreciable, en forma de campanillas al principio y sólo en algún momento echando mano de las escobillas con la suavidad que una canción de cuna como esta requiere. Un cierre elegante y modesto para un disco del que tenemos la impresión de que no fue todo lo valorado que debiera en su momento.

Es inevitable que la figura de Paul Machlis estuviera en un segundo plano al asociarse con una luminaria como Alasdair Fraser, músico que eclipsaría a cualquier otro junto al que tocase. Tampoco ayuda mucho el hecho de que Machlis apenas publicase un puñado de discos en solitario (se cuentan con los dedos de una mano) pero creemos que se trata de un artista de gran talento que podría haber obtenido un éxito mayor del que tuvo. No fue éste menor, sin duda, pero casi siempre estaba presente la sombra de Fraser (tanto en el dúo como en los discos de Skyedance) y creemos que en este “The Magic Horse”, el pianista explora terrenos en los que tenía muchas posibilidades además de combinar a la perfección con otros músicos con los que podría haber seguido experimentando en los años siguientes.

Sea como fuere, consideramos que éste es un disco muy recomendable y, por ello, os dejamos los enlaces habituales para que podáis adquirirlo si aún no lo teneis:

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Paul Machlis - The Bright Field (1995)



Conocimos a Paul Machlis hace ya muchos años como parte del prodigioso dúo que el pianista californiano formó junto con el violinista escocés Alasdair Fraser. De esa asociación nacieron un par de discos maravillosos de música celta con un delicioso toque clásico. Es innegable que Fraser era la figura más visible del dúo pero eso no ha impedido a Machlis desarrollar una modesta carrera en solitario de forma paralela a los discos a dúo con Alasdair y, en una segunda etapa con Skyedance, la superbanda celta liderada por el propio Fraser y un buen puñado de instrumentistas que se cuentan entre lo más granado del género.

El “boom” de la música de origen celta que se produjo en los años ochenta gracias a la extraña asociación que muchos sellos hicieron entre ésta etiqueta y la de música “new age” desembocó en todo tipo de fusiones estilísticas entre artistas de origen irlandés y escocés (y, en menor medida, bretones y gallegos) y músicos de otros estilos. Dentro del amplio abanico de posibilidades abierto en aquellos años, la vía escogida por Fraser y Machlis era, quizá, la más clasicista y no nos referimos a que tuviera relación con formas académicas cercanas a la llamada música culta sino a que acudían a las fuentes primigenias del género. Fraser, además de ser un violinista superdotado, es un gran investigador de la música de sus mayores y no se limitó a tocar aires, jigas y danzas tradicionales sino que revitalizó un importante repertorio de músicos relativamente olvidados de los siglos XVIII y XIX cuyas partituras acumulaban polvo en las bibliotecas sin que nadie se atreviese a rescatarlas.

La música de Fraser y Machlis era, por tanto, música celta pero con un tratamiento extremadamente cuidado, con arreglos exquisitos e instrumentaciones sobrias. Recientemente hemos dedicado varias entradas a Nightnoise y son éstos, quizá, el único referente estilístico con el que se les podría comparar. Tras publicar un par de discos junto con Fraser, Machlis asumió el reto de grabar por su cuenta y publicó un primer disco, “The Magic Horse”, realmente sorprendente y arriesgado del que hablaremos en su momento. Saltamos ahora hasta 1995, año en que apareció su segundo trabajo: “The Bright Field”. En palabras de Machlis, el pianista buscó una formación absolutamente clásica (piano, violín y cello) para dar un aire más serio a su música acercándose a lo que podría llamarse música celta de cámara. El trío iba a estar integrado por el propio Machlis (piano y sintetizadores), Alasdair Fraser (viola, violin) y Barry Philips (cello). Como apoyo, interviene en varios temas el guitarrista William Coulter.


Una de las pocas imagenes promocionales del pianista.


“Wintersuite” – Unas evocadoras notas de piano replicadas por el violín constituyen la introducción de la pieza que pronto despega de la mano de un Alasdair Fraser, tocado por la mano de alguna diosa celta, quien nos regala una rápida melodía de aire tradicional. Sin embargo, en la segunda parte del tema volvemos a la calma con el piano retomando las riendas en una transición muy delicada que culmina en un pasaje final de continuos diálogos entre viola y piano primero y entre viola y cello más tarde. La forma de tocar de Machlis, al igual que la de otros pianistas de origen celta (pensamos en Tríona Ní Dhomhnaill o Mícheal Ó Suilleabhain) es muy particular, llena de cambios de ritmo, arpegios y tresillos que le dan una vivacidad muy especial a cualquier melodía. Como cierre del tema, se retoma por unos instantes el motivo inicial.



“Buchanan Mist” – Concebida casi como una pieza de piano sólo, el resto de instrumentos apenas intervienen como un leve acompañamiento. La composición de Machlis estaría en la línea de muchos otros pianistas que hicieron fortuna en aquellos años con melodías de fácil escucha pero en este caso, estamos ante una pieza muy inspirada y lejos de los clichés tan explotados en su género.



“The Promenade” – De nuevo, Machlis se reserva todo el protagonismo en una pieza folclórica con alguna incipiente referencia clásica pero que se permite guiños a ritmos cercanos al rag time. Tras los minutos iniciales la composición da un giro hacia lo celta con el apoyo de la guitarra que actúa como sostén rítmico.

“Dancing Boots” – El título de la pieza ya nos da una idea aproximada de por dónde van a ir las cosas. Es la guitarra en esta ocasión la que rompe las hostilidades marcando un ritmo festivo desde el comienzo para que el piano de Machlis se explaye a sus anchas en el corte más alegre de lo que llevamos de disco. Si de algo peca la composición es de ser excesivamente breve y de dejarnos con ganas de más (particularmente, encontramos que hay varios momentos que exigían la irrupción del violín de Fraser para hacer despegar la pieza y convertirla en una danza memorable).

“The Selkie” – Volvemos a los tiempos lentos y cuando eso viene acompañado del violín de Fraser sólo podemos sentarnos, escuchar con atención y disfrutar. Quizá sea esta la pieza que más se acerca a aquello que Machlis pretendía en su declaración de intenciones inicial: crear una suerte de música celta de cámara. Hay en el disco grandes melodías que, sin duda, entrarán más fácilmente en nuestros recuerdos pero “The Selkie”, especialmente en su segundo tramo, clásico a más no poder, será siempre una de nuestras favoritas.

“The Early Morn” – Machlis retoma el protagonismo a los teclados en una pieza, algo insulsa en su mitad inicial pero que gana muchos enteros en la parte final con una melodía mucho más inspirada en cuya ayuda acude el cello para terminar por resucitar la composición aunque sin llegar a los niveles de excelencia de su predecesora.

“Shetland Air” – Disfrazada bajo la forma de un aire tradicional con ritmo de vals llega esta melodía de piano sólo que podría ser la primera parte de una breve suite para este instrumento junto con la siguiente. Por su brevedad y su carácter cíclico y repetitivo nos recuerda a alguna miniatura similar de George Winston y toda la pieza tiene un cierto aire a cajita de música muy agradable.

“Éamonn Á Chnuic” – Llegamos a la única pieza de todo el trabajo basada en una melodía tradicional. Machlis elabora una serie de variaciones al piano sobre el tema inicial que vuelven una y otra vez sobre una breve melodía pero añadiendo en cada ocasión elementos nuevos.

“Along the Western Shore” – Acercándonos al final del disco nos encontramos con otra de esas composiciones de aromas tradicionales en las que Alasdair Fraser nos regala una interpretación prodigiosa. El acompañamiento de guitarra nos sitúa más cerca que nunca de los estilos puramente folclóricos. Además, como suele ser habitual en los músicos celtas, la pieza combina distintas melodías y ritmos que aparecen enlazados en una especie de suite breve. Machlis ocupa un segundo plano con los sintetizadores de modo que el tema es el que más nos recuerda a los discos publicados como dúo con Fraser.

“Pennan Den” – La única composición del disco que aparece firmada por otra persona  aparte de Machlis es este aire tradicional en cuyos créditos se cita a James Watt. Ignoramos si se refiere al inventor escocés de la máquina de vapor quien también hizo sus pinitos como músico y constructor de instrumentos musicales. En cualquier caso, la tonada tiene todo el aire tradicional de las músicas escocesas de los siglos XVIII y XIX con lo que bien podría ser una curiosidad del famoso ingeniero.

“The Bright Field” – Fraser y Machlis acostumbran a cerrar sus discos con un tema lleno de emoción y este no iba a romper esa regla no escrita. Se trata de un bonito dúo de viola y piano que representa a la perfección lo que ambos músicos pueden hacer cuando se sienten inspirados.

En las últimas semanas estamos teniendo en el blog muchos ejemplos de músicos que, partiendo de raíces celtas y de otros folclores, han construido poco a poco carreras notables con un estilo propio. Como en todos los fenómenos que terminan por convertirse en moda (y eso pasó con la música celta hace unos años), no es oro todo lo que reluce y se grabó y publicó mucha “morralla” aprovechando el tirón de modo que se hacía difícil separar el grano de la paja. Creemos que la perspectiva del tiempo transcurrido ayuda mucho a la hora de valorar en su justa medida la valía real de aquellos artistas y que Machlis, Fraser, Nightnoise o Loreena McKennitt por poner sólo algunos ejemplos recientes aparecidos en el blog, se cuentan entre los músicos que merecen la pena, más allá de modas y tendencias. Paul Machlis, por centrarnos en nuestro protagonista de hoy, no ha sido especialmente prolífico como solista pero eso le da más importancia si cabe a sus pocos discos publicados. Si queréis darle una oportunidad a “The Bright Field”, lo podéis adquirir en los siguientes enlaces:

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martes, 20 de diciembre de 2011

Alasdair Fraser & Paul Machlis - Skyedance (1986)



Alasdair Fraser es el mejor violinista vivo. Comenzar una entrada con una afirmación de este calado debería poner en guardia al más ingenuo de los lectores que no tendría más remedio que tener en cuenta que todo lo que lea a continuación debe estar contaminado en gran medida por el sesgo del fan incondicional.

No negamos en modo alguno que nos contamos entre los pertencientes a ese grupo de seguidores si hablamos de un músico como el escocés pero, admitiendo la exageración inicial, creemos que la calidad interpretativa de Fraser rivaliza con la de cualquier mago de las cuatro cuerdas que se pueda poner sobre la mesa. Y esto es así, incluso cuando la trayectoria del joven Alasdair en los primeros años ochenta no parecía llevarle por el camino de la música ya que se acababa de trasladar a una plataforma petrolífera tras terminar sus estudios de Física en la Universidad de Edimburgo. Su amor por la música tradicional de su Escocia natal y, particularmente por el violín, le hizo trasladarse a los Estados Unidos y comenzar allí una carrera realmente sublime. Nos llama la atención cómo el hecho de haber realizado la mayor parte de su carrera fuera de Escocia ha generado un cierto recelo por parte de muchos de sus colegas de profesión que, si bien, no dejan de reconocer sus increibles habilidades, suelen medir mucho los elogios añadiendo siempre algún tipo de objeción. Este tipo de actitudes no es extraño a muchos de los artistas de orígen céltico que han desarrollado sus carreras fuera del ámbito geográfico principal del estilo como podrían atestiguar también nombres de la talla de Loreena McKennitt.

Pero la labor artísica de Fraser no se limita a su faceta como intérprete sino que con el tiempo, se ha convertido en uno de los principales investigadores de la música escocesa y ha trabajado compilando y rescatando en muchos casos una importantísima cantidad de música perdida, particularmente gracias al legado que dejaron muchos emigrantes escoceses en los Estados Unidos haciendo que perdurasen melodías y estilos casi desaparecidos en algún caso en sus territorios de origen.

Ya en 1982, Fraser publicó un disco en solitario en su propio sello Culburnie Records, afincado en California. El destino hizo que se dieran varias circustancias afortunadas en aquellos años: un cierto revival de la música celta en buena parte del mundo, el nacimiento de varios sellos de música “new age” en la costa oeste norteamericana, bajo cuyas faldas cabía todo tipo de música de corte instrumental-melódico-relajado y la toma de contacto entre Fraser y el teclista Paul Machlis, virtuoso pianista y devoto intérprete y arreglista de música tradicional irlandesa y escocesa.


Fraser y Machlis

Esta propicia conjunción de circunstancias culminó con la edición de “Skyedance”, primera colaboración de Fraser y Machlis que se iban a convertir en uno de los dúos más celebrados en el mercado de la música “new age”, aunque su música no tenía demasiado de nueva ya que se basaba en una tradición de siglos de historia. “Skyedance” era una colección de piezas tradicionales en su mayoría e interpretadas con arreglos de corte clasicista por Paul Machlis al piano (con ocasionales arreglos de sintetizador) y Aladair Fraser al violín y también a la viola. El percusionista Tommy Hayes interpreta el bodhran (especie de pandero de origen irlandés), Todd Phillips al bajo y Ron Wilson a la batería completan el elenco de músicos participantes en la grabación. La mayoría de las composiciones estaban sacadas del “Collection of Highlands Vocal Airs”, libro de 1784 del reverendo Patrick McDonald y del “Airs and Melodies Peculiar to the Highlands of Scotland and the Isles” del Capitán Simon Fraser, dos de los mayores recopiladores de la tradición céltica de las Islas Británicas.

“The Scolding Wives of Abertarff / I’ll Break Your Head for you / Catch and Kiss the Romp / The Haggis” – Abre el disco una primera colección de cuatro piezas recopiladas por Simon Fraser. Todas ellas conocen versiones tanto en forma de canción como de piezas para el baile. La tercera de las tonadas procede de la isla de Skye, a la que debe su título el disco. El protagonismo lo lleva casi por completo el violín de Alasdair Fraser con ocasionales arreglos de piano y sintetizadores a cargo de Machlis y una destacada participación del precusionista Tommy Hayes, especialmente en la parte final del “set”.



“Eilean beag donn a’ chuain / Slip Jig” – El segundo corte comienza con una canción contemporanea escrita por Donald Morrison en 1982. Se trata de una preciosa balada interpretada por Fraser que se acompaña de los teclados de Machlis con esos sonidos de imitación de arpa, tan populares en los años en que se hizo la grabación. La segunda parte es una alegre jiga en la que entra también la percusión de Hayes.

“Skye Dance” – Quizá la pieza con más protagonismo del piano de Machlis de todo el disco. Lejos de lo que puede indicar el título, se trata de una composición lenta y pausada en la que escuchamos al Fraser más sensible, demostrando su inigualable destreza en este tipo de tempo alejado de exhibicionismos virtuosistas y en el que la profundidad de su interpretación, tanto con el violín como con la viola, alcanza sus mejores registros.

“Nighean donn a’chuailein riomhaich” – Continuando con la linea tranquila del corte anterior, esta pieza que Alasdair conoció a través de los miembros del grupo Na h-Oganaich es otra clase magistral de interpretación, tan elegante como contenida, sin caer en el almibarado estilo de otros colegas de instrumento, muy dados a endulzar más de la cuenta este tipo de piezas lentas.

“Ruileadh cailleach, sheatadh cailleach / The Bird’s Nest / Harris Dance” – Pero la tranquilidad no podía durar mucho cuando nos encontramos ante un violinista de origen celta. Así, el siguiente set recupera tres composiciones que invitan al baile. La primera de ellas es un ejemplo de la llamada “port-a-beul” o “Mouth Music” y es original de la isla de Barra mientras que la segunda está sacada de una grabación del violinista Angus Chisholm, de Cape Breton, habituado a escucharla de boca de su madre.

“The J.B. Reel / The Shepherdess / The J.B. Reel” – Continuamos con otra preciosa melodía extraída de la antología “Flowers of Scottish Melody” publicada por J. Murdoch Henderson en 1932. Antes de que penseis mal, el J.B. del título hace referencia a James B. Peterson, en cuyo honor se escibió la pieza y no a ninguna popular bebida espirituosa de origen igualmente escocés. Se completa el “set” con una pieza tradicional y un breve regreso al tema inicial tocado a mucha más velocidad.

“Harris Dance / Skye Dance / Lochiel’ Awa’ to France / Harris Dance” – Como habeis podido comprobar a lo largo de los comentarios anteriores, es habitual en los músicos de origen celta el combinar en un solo tema melodías distintas formando lo que hemos llamado “sets”, habitualmente, compuestos de piezas destinadas al baile. En este nuevo corte tenemos otro ejemplo, con la peculiaridad de que en él se recuperan dos melodías que ya habían aparecido en otros momentos del album para combinarlas con un nuevo tema tradicional. La primera parte es lenta, para luego pasar a una segunda mucho más veloz y bailable con la única aparición de la batería y una de las escasas presencias del bajo en todo el disco. La tercera pieza del conjunto continúa con los ritmos festivos antes de despedirse con un regreso al tema inicial, de nuevo con batería y bajo. Lo cierto es que la aportación de la sección rítmica no parece encajar demasiado bien y se nos antoja totalmente prescindible.

“A nochd gur faoin mo chadal dhomh” – Afortunadamente, Fraser y Machlis aún se guardaban algo en la recámara en forma de despedida del disco. La pieza que iba a cerrar el trabajo es, probablemente, la mejor de un disco verdaderamente notable: una bellísima melodía tradicional con un Fraser haciendo los honores en una interpretación a la altura de las mejores que le recordamos y unos arreglos de teclado realmente sutiles que ensalzan sin molestar, todas las virtudes del violinista.

Así terminaba esta magnífica grabación cuyo éxito propició la firma del dúo con el popular sello de música “new age” Narada para lanzar su próximo trabajo, pero eso será objeto de su correspondiente entrada en el futuro. Esperamos que este primer acercamiento a la música de orígen celta en el blog os haya llamado la atención lo suficiente como para que le deis una oportunidad a Alasdair Fraser. Quizá la rotunda frase con la que abríamos esta entrada unos cuantos párrafos más arriba fuera, efectivamente, muy exagerada pero creemos que tampoco está muy alejada de la realidad. En nuestro caso, hemos tenido ocasión de ver en un par de veces al violinista en directo y nos cuesta pensar en otros intérpretes que le puedan superar. En cualquier caso, aquí queda nuestra opinión como una más para que la tengais en cuenta.

Podeis adquirir el disco como de costumbre, aquí:

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