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El título del último trabajo de Loreena McKennitt no deja demasiado espacio a la interpretación a la vez que confirma el paulatino regreso de la artista canadiense a sus orígenes musicales. Como ella misma explica en las notas del mismo, “The Road Back Home” es una vuelta a sus primeros años cuando escuchaba a Planxty, a la Bothy Band, a Maddy Prior o Alan Stivell. Aquellos años setenta en los que la música celta experimentó una primera expansión global y comenzó a fusionarse con otros estilos. Loreena es amante de la vida tranquila y recogida y sigue viviendo en su área natal, entre Manitoba y Ontario. Durante 2023 conoció a un grupo de músicos locales que le recordaron lo que ella misma hizo décadas atrás cuando tocaba en las calles o acompañando a su grupo teatral y decidió juntarse con ellos para ofrecer una serie de conciertos en distintos festivales celebrados a lo largo del verano de 2023 en la misma Ontario. Así, con su arpa y su acordeón, la cantante se unió a Miriam Fischer (percusión, acordeón, piano y coros), Romano DiNillo (bodhran), Pete Watson (guitarra), Errol Fischer (violín, mandolina, percusión y banjo) y Cait Watson (flautas) en una serie de actuaciones cuyo extracto de recoge en el disco que traemos hoy aquí. Como invitado especial en el último corte está el cantautor local James Keelaghan quien se encontraba en la ciudad en la que se celebraba uno de los conciertos y se unió a la banda. Participa también la violonchelista Caroline Lavelle, acompañante de Loreena McKennitt desde mediados de los años noventa.
“Searching for Lambs” - Abre la colección una balada tradicional que parece creada para la voz de Loreena, tal es la calidad de su interpretación. El acompañamiento se basa en un “drone” de acordeón y violín y solo destacan las frases del cello de Lavelle sobre un fondo perfecto para el lucimiento de la cantante.
“Mary & the Soldier” - Para la segunda pieza, Loreena se acompaña de su inseparable arpa que le da la réplica junto con el conjunto de la banda, con violín y flauta entrando en diálogo con la voz de la artista. Es otra canción tradicional que estaba en el repertorio habitual de McKennitt en sus tiempos de artista callejera y que, si nuestra memoria no nos falla, aún no había grabado.
“On a Bright May Morning” - Hace unos años, la artista ya había publicado un disco que marcaba el inicio de esta vuelta a los orígenes. Llevaba por título “The Wind that Shakes the Barley” y aquí se recuperan varias de las canciones que lo integraban, comenzando por este precioso tema lento que suena fantásticamente bien en esta versión en la que el “tin whistle” nos devuelve a la esencia de la música celta.
“As I Roved Out” - Otra canción que ya apareció en el disco que acabamos de citar es ésta, una de las favoritas de la artista cuando tocaba en las calles de Winnipeg. También es una de nuestras preferidas de todo el disco. Destaca, además de la voz de Loreena, el banjo de Errol Fischer, que hace el papel del bouzouki en las modernas grabaciones de música celta en las que ese instrumento de origen griego se convirtió en uno de los protagonistas de la sección rítmica.
“Custom Gap” - La cantante se toma un descanso aquí y nos ofrece un precioso set instrumental tradicional en el que brillan por igual violines, flautas y percusión. La clásica pieza que tanto escuchamos en los años noventa durante la que podríamos llamar la segunda oleada celta tras aquella primera de los setenta. Una composición que podrían haber firmado Silly Wizard sin ningún problema (y que, de hecho, grabaron en alguna ocasión).
“Bonny Portmore” - Uno de los muchos clásicos del repertorio de Loreena McKennitt es esta maravilla incluida en su disco “The Visit”. Siempre que queremos presentarle a alguien a la artista canadiense optamos por esta joya en la que sus inflexiones vocales dan una clara muestra de sus capacidades. De nuevo opta aquí Loreena por un acompañamiento escueto, principalmente de arpa y violonchelo (además de la segunda voz de Miriam Fischer) que le sienta extraordinariamente bien al tema.
“Greystones” - Segundo instrumental del disco, en esta ocasión una composición propia del flautista Cait Watson. El típico aire lento y melancólico perfectamente ejecutado aquí por él mismo en la primera mitad de la pieza, y acompañado por el resto en el segmento final.
“The Star of the County Down” - Última de las canciones que ya aparecieron en “The Wind that Shakes the Barley”. Es otra canción tradicional, muy conocida y grabada por decenas de artistas. Loreena no decepciona y nos ofrece una gran versión en la que nos gustan especialmente los arreglos vocales de los coros en el estribillo.
“Salvation Contradiction” - El último instrumental del disco combina dos “reels” (algo, como todos sabemos, muy habitual en la música celta). En este caso se trata del “Salvation Reel”, de Simon Bradley y el tradicional “The Contradiction Reel”. El primero de ellos interpretado al banjo y la flauta en su parte principal y el segundo ya por la banda en pleno. Dos alegres danzas que nos llevan hasta el final del disco.
“Sí Bheag, Sí Mhór / Wild Mountain Thyme” - Para concluir el programa, Loreena escoge un set compuesto por una balada del clásico irlandés del S.XVIII Turlough O'Carolan (popularizada por Planxty en los setenta) y una popular canción escocesa que aquí nos pone los pelos de punta gracias a la interpretación a dúo de la propia Loreena junto a James Keelaghan a quienes se unen el resto de miembros de la banda y el público en pleno regalándonos un momento de pura emoción con el que se cierra el disco.
En palabras de Loreena McKennitt, este disco recoge una serie de momentos únicos en los que varios músicos tocan juntos sin saber si lo volverán a hacer en el futuro pero con toda la alegría y la espontaneidad que solo había experimentado en sus años de juventud. No tenemos pistas acerca de cuál será el siguiente paso de la artista en el apartado discográfico pero ya sea en esta línea de regreso a los orígenes y volviendo a sus producciones más recargadas y complejas, estamos seguro de que mantendrá ese estándar de calidad que ha tenido a lo largo de toda su carrera.
Uno de los grandes cambios que trajo consigo la aparición de los distintos formatos para la música grabada es que condicionó, de modo consciente o no, la forma en la que los músicos se planteaban su obra. Antes de eso, un compositor podía escribir una sinfonía sin que la duración fuera un elemento importante. Podía durar diez minutos o sesenta. Si en un momento determinado se le ocurría una bagatella para piano, la plasmaba en papel sin pensar en cómo acompañarla con otras composiciones. Podía crear un ciclo de canciones con tres piezas o con cuarenta. No existía un formato al que ajustarse que terminase por definir la estructura y el contenido de la propia obra. Sin embargo, a partir de la invención de los discos y de su comercialización, todo este planteamiento era ya diferente. El artista empezaba a pensar en términos de tiempo y en número determinado de creaciones a publicar y esto, habitualmente, obligaba a hacer descartes.
Lo normal es que un músico componga con un ritmo que no tiene mucho que ver con la frecuencia de publicación que requiere una discográfica y esto obliga, a veces, a descartar material para no saturar el mercado. En otras ocasiones, y con parecido efecto, el artista tiene un trabajo preparado pero debe prescindir de algunas piezas para que encajen en el límite temporal del soporte aunque también puede ocurrir que, siendo composiciones muy interesantes, no terminen de encontrar un hueco en un concepto determinado o no casen bien con el resto de piezas del futuro álbum.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que estos descartes eran el mayor atractivo de los “singles” del disco. En ellos, las canciones estrella se veían acompañadas por una de estas piezas cubriendo así dos objetivos: que aquellas personas que sólo querían la canción conocida que sonaba en la radio no tuvieran que comprar el disco entero y que los “fans” que ya tenían el LP se hicieran con el “single” para conseguir la canción inédita. Más adelante, cuando los “singles” empezaron a pasar de moda, la solución era utilizar este material no incluido en el disco principal como relleno para ediciones especiales, expandidas, “deluxe” o comoquiera que el marketing de cada época decidiera llamar a esos lanzamientos. En cualquier caso, tanto los “singles” como las ediciones lujosas no eran para todos los artistas y solían ser reservados para las grandes estrellas de cada discográfica.
El disco que hoy comentamos aquí tiene mucho que ver con todo esto. Lleva por título “Lost Souls” y con ese “almas perdidas”, Loreena McKennitt se refiere a una colección de canciones compuestas en diferentes épocas y que por uno u otro motivo nunca formaron parte de los discos en los que estaba trabajando en cada momento. Recientemente la artista decidió grabar todo ese material y publicarlo hace unos meses en lo que iba a ser su primer disco con temas originales en más de diez años. Para ello se rodeo de sus colaboradores habituales con alguna adición puntual en determinadas piezas. Los músicos que aparecen en la grabación son: Brian Hughes (guitarras, bouzouki y sintetizadores), Caroline Lavelle (violonchelo, flauta y concertina), Hugh Marsh (violín), Dudley Phillips (contrabajo y bajo), Nigel Eaton (zanfoña). Tal Bergman (batería y percusiones), Robert Brian (batería y percusiones), Hossam Ramzy (percusión), Daniel Casares (guitarra flamenca y palmas), Miguel Ortiz Ruvira (percusión y palmas), Ana Alcaide (nyckelharpa), Sokratis Sinopoulos (lira), Panos Dimitrakopouklos (kanoun), Haig Yadjian (oud), Graham Hargrove (batería, tambores y crótalos) e Ian Harper (gaitas) . La propia Loreena canta y toca los teclados, el acordeón, el piano y el arpa). En uno de los cortes aparecen los miembros de la Canadian Forces Central Band junto con el Stratford Concert Choir.
“Spanish Guitars and Night Plazas” - El disco se abre con un tema de sabor español. La primera parte del mismo se compuso en la época de “The Visit”, disco que, recordemos, tenía mucha inspiración procedente de la Península Ibérica, especialmente de Portugal. Lo cierto es que esos primeros minutos podrían haber pertenecido, efectivamente, a ese trabajo sin ningún problema ya que tienen todo el sabor de las canciones lentas de aquel LP. Mediado el tema, aparece una suave percusión acompañada de un estribillo tarareado por la artista que da paso a la guitarra española por unos segundos. El tramo final, con algo parecido a una fiesta flamenca que pone un precioso colofón a un buen tema.
“A Hundred Wishes” - De la misma época que el anterior procede esta canción que se abre con un breve dúo de piano y guitarra siendo el primero el elemento más extraño en una pieza que nos recuerda más a los primeros trabajos de la artista (“Parallel Dreams” o “Elemental”) que a “The Visit”. Una canción agradable a la que le falta algo de mordiente para llamar nuestra atención por encima del resto.
“Ages Past, Ages Hence” - Otra canción escrita en los primeros años de la carrera de la artista, con la tradición muy presente en sus melodías pero con un arreglo muy acertado. Loreena interpreta magistralmente un vals con tema ecológico inspirado en el libro “La vida secreta de los árboles” del autor alemán Peter Wohlleben. Es una de nuestras piezas favoritas de todo el trabajo y también en la que mejor encajan determinado tipo de arreglos como los de la batería que en otros temas no terminan de convencernos.
“The Ballad of the Fox Hunter” - Uno de los referentes de Loreena McKennitt para los textos de sus canciones es William Butler Yeats. En esta canción que escribió también en los ochenta vuelve a poner música a uno de los poemas del autor irlandés (es ya la tercera ocasión en la que lo hace si no recordamos mal) y escoge un tema lento con un arreglo centrado en el piano y el violonchelo que le permiten explotar esa voz que sigue sonando igual de poderosa que hace treinta años.
“Manx Ayre” - En sus comienzos, cuando trabajaba para una compañía de teatro amateur, Loreena solía tocar en la calle para sacarse un dinero extra. En uno de los “sets” que solía interpretar y que duraban alrededor de 15-20 minutos se encontraba esta pieza instrumental tradicional que se diría sacada de cualquiera de los discos de los años setenta del arpista bretón Alan Stivell. Arpa, flautas, cuerdas y percusión nos acompañan en un tema delicioso que mantiene, además, la costumbre de la artista canadiense de incluir temas instrumentales en sus discos.
“La Belle Dame Sans Merci” - El poeta romántico John Keats es el elegido por Loreena para poner música a uno de sus textos. La canción, escrita alrededor de 2006, durante la preparación del que fue el gran retorno de la artista tras varios años de silencio: “An Ancient Muse”, sigue la linea temática del disco. De nuevo estamos ante una lenta balada de exquisita factura que no se sale de lo ya escuchado anteriormente por parte del seguidor de la artista.
“Sun, Moon and Stars” - Segundo instrumental del trabajo, inspirado parcialmente, en palabras de Loreena, en una melodía tradicional moldava. Otra de las grandes piezas del disco, especialmente por los arreglos de percusión, propios de los trabajos más exuberantes de la canadiense en los que las piezas de aire oriental se combinaban magistralmente con instrumentos celtas y ritmos de muy diferentes procedencias. Un verdadero espectáculo.
“Breaking of the Sword” - El adelanto del disco fue esta espectacular canción que empieza con aire de balada melancólica y que va transformándose en una solemne marcha épica cuando aparecen los tambores y los metales estallando ya con las gaitas y el coro. Pompa y circunstancia en todo su esplendor.
“Lost Souls” - Para cerrar el trabajo, Loreena McKennitt se guarda la que quizá sea la mejor canción del mismo. No se sale ni un ápice de la linea marcada en el resto del álbum pero la melodía, los arreglos y la interpretación son sublimes.
Siempre es reconfortante escuchar un nuevo trabajo de Loreena McKennitt y este no es la excepción. No podemos decir que sea uno de sus tres o cuatro mejores discos y es cierto que en muchos casos se nota que estamos ante descartes de otras épocas (no porque tengan menor calidad sino por que tanto el estilo como los arreglos son fáciles de ubicar en determinadas etapas de su obra) pero “Lost Souls” mantiene una calidad media acorde con la trayectoria de su autora lo cual es mucho decir y sigue regalándonos momentos de verdadera inspiración. En el “debe” tenemos que contar la ausencia total de sorpresas y una cierta falta de riesgo que no tiene por qué ser mala (más bien deberíamos decir que el riesgo en sí no tiene por qué ser bueno) pero que se echa de menos. “Lost Souls” es un disco que gustará a los seguidores de la artista y que seguirá sin llamar la atención de quienes no se vieron atraídos por ninguno de sus trabajos anteriores. Nosotros nos contamos en el primer grupo.
En una
reciente entrada del blog hicimos un breve repaso de una serie de
años en los que Vangelis realizó varias obras que no salieron a la
luz hasta un tiempo después. Hoy, continuando con esa etapa de la
carrera del músico griego, nos centramos en un disco que sí fue
publicado en su momento; una de esas cada vez más escasas obras que
Vangelis grabó con el propósito de ser publicadas de modo
inmediato. Esto, que en cualquier otro artista sería lo más común,
en éste compositor es una excepción, especialmente en las últimas
décadas hasta el punto de que, pese a estar grabado en 1995, en
estos veinte años transcurridos desde entonces, sólo ha aparecido
un disco más de estudio de Vangelis (excluyendo reediciones, bandas
sonoras y proyectos no estrictamente discográficos).
“Voices”
iba a ser un trabajo tremendamente irregular. Desconcertante a
primera vista por el propio título que anticipaba alguna novedad,
confirmada luego al ver los nombres de varios vocalistas que
aparecerían en el disco. No es que Vangelis no hubiera realizado
canciones en el pasado. Evidentemente, sus muchas colaboraciones con
Jon Anderson, Demis Roussos o Irene Papas desmentirían
inmediatamente cualquier afirmación en ese sentido pero lo cierto es
que sus discos en solitario, los que firma con su propio nombre,
apenas tenían piezas cantadas desde el lejanísimo “Earth” de
1973.
Hay un
punto más a analizar en el que siempre insistimos mucho cuando
hablamos de Vangelis, en especial del más reciente. Hablamos de un
músico que no tiene una especial motivación para publicar su obra
pero que, sin embargo, compone y graba música constantemente.
Teniendo esto en cuenta, y una vez que decide publicar un disco ¿qué
enfoque escoge? ¿publica lo mejor de lo que ha grabado recientemente
o compone una serie de piezas expresamente para el trabajo? Y si la
respuesta es la segunda opción ¿qué criterio sigue? ¿busca el
favor del público? ¿utiliza aquellos recursos que mejores réditos
le han dado anteriormente?. En “Voices” hay algo de eso último
como veremos a continuación. Aparecen en el CD como invitados
especiales: Stina Nordenstam, Caroline Lavelle y Paul Young además
del coro de la Athens Opera Company.
Stina Nordenstam, una de las vocalistas invitadas del disco.
“Voices”
- Abre el disco una pieza que, a nuestro juicio, encierra una clara
intención comercial. Un intento por repetir la fórmula de la banda
sonora de “1492, Conquest of Paradise” utilizando coros
bombásticos junto con las secuencias electrónicas tan bien le han
funcionado siempre, una percusión poderosa en la que no faltaban las
campanas tubulares y, como remate, sonido de gaitas en un momento en
el que la música celta estaba de moda. Por si esto fuera poco, la
melodía, cargada de épica, recordaba, siquiera vagamente, al himno
no oficial de Escocia, “Flower of Scotland”. En resumen, una
pieza con todos los ingredientes para convertirse en clásica que no
pasó, en nuestra opinión, de un intento muy tramposo de repetir
viejos éxitos.
“Echoes”
- Una serie de ritmos sintéticos próximos al Vangelis de discos
como “The City” van sonando como fondo mientras que la melodía
central del tema anterior se repite como motivo principal de este. La
intervenciones del coro son más próximas a las de “Mask”, el
disco de 1985 en el que, ciertamente, esta pieza tendría mejor
encaje. El tema, de más de ocho minutos de duración, se hace
demasiado largo en muchos momentos y hace que el oyente esté más
pendiente de su final que de disfrutarlo como probablemente desearía.
“Come to
Me” - Caroline Lavelle es la primera invitada en aparecer en el
disco y lo hace en su doble faceta de vocalista y violonchelista.
Comenzó colaborando con grupos de música celta pero pronto comenzó
a alternar con otro tipo de artistas como Peter Gabriel o Massive
Attack, aunque es junto a Loreena McKennitt como ha grabado la mayor
parte de los discos en los que interviene. La pieza está basada en
una sencilla melodía interpretada por Vangelis a los teclados,
simulando un arpa. Lavelle canta un inspiradísimo motivo que nos
reconcilia de inmediato con el músico griego tras un comienzo de
disco algo decepcionante. La mayor proximidad estilística de la
pieza con otras obras de su autor de la misma época como “El
Greco” nos reafirma en lo acertado de ese camino frente al más
nostálgico que representaría el tema inicial del disco.
“P.S.”
- Escuchamos ahora una miniatura, probablemente improvisada, en la
que Vangelis hace gala de su habilidad como creador de melodías.
Aunque insiste en algún momento con el “leitmotiv” de los dos
primeros cortes, encontramos su presencia aquí mucho más acertada.
“Ask the
Mountains” - La cantante sueca Stina Nordenstam es la siguiente en
aparecer y lo hace con una maravillosa interpretación en la que su
particular estilo (algunos la han comparado con Björk) enriquece la
melodía de Vangelis hasta convertirla en nuestra pieza favorita de
todo el disco. Con un canto delicado, fragil, casi silábico, la
vocalista se basta por si sola para llevar el peso de la composición
con el único apoyo de una sencilla base rítmica y una bonita linea
de bajo. En la parte final, Vangelis reclama algo de espacio al piano
para cerrar una canción muy original y de una belleza única.
“Prelude”
- Otra de las grandes piezas del disco es este preludio en el que el
compositor se descuelga con una maravilla interpretada al piano (con
sutiles acompañamientos electrónicos) que podría ser lo mejor que
nunca ha escrito (es un decir en un músico que decidió no aprender
solfeo) para ese instrumento en toda su carrera.
“Losing
Sleep (Still, My Heart)” - Sin solución de continuidad nos
encontramos en medio de la siguiente canción con Paul Young, la
estrella del pop de los ochenta cuya voz (bastante tratada aquí) se
encarga de ejecutar una canción melancólica que no desmerece en
cuanto a calidad a las otras dos que hemos oído anteriormente con
vocalistas invitados. El esquema en esta ocasión nos vuelve a
remitir a algúna pieza del pasado de Vangelis, especialmente a
“Message” del disco de 1988 “Direct” con la que comparte
muchas características pese a ser aquel un tema instrumental.
“Messages”
- No hay que confundir este tema con el que acabamos de citar de 1988
porque no tienen absolutamente nada que ver. De hecho, creemos que
éste es uno de los momentos más bajos del disco. Un ritmo constante
a base de “samples” de percusión combinados con voces humanas,
excesivamente monótono, hace de base para la aparición de una
melodía inocente y desprovista de toda profundidad. Volvemos a oir
coros que no terminan de ir a ninguna parte y, como ocurría con
“Echoes”, la sensación de que el tema es interminablemente largo
no ayuda en absoluto a disfrutarlo. De hecho, no llega a los ocho
minutos pero todo lo que tenía que decir lo había hecho en los dos
primeros.
“Dream in
an Open Place” - El cierre del disco nos deja un major sabor de
boca que el corte anterior pero no llega a maravillarnos. Es una
tranquila melodía de corte ambiental que en algún momento quiere
parecerse a los pasajes cósmicos de “Heaven and Hell” que
acompañaron las imágenes de la serie “Cosmos” de Carl Sagan
pero cualquier comparación con aquella obra maestra hace un flaco
favor a esta pieza. Agradable sin mas pero de un músico como
Vangelis siempre esperamos lo mejor.
Nuestra
impresión acerca de “Voices” no fue demasiado buena en su
momento y hoy, dos décadas después, sigue siendo parecida. Hay tres
buenas canciones (alguna excelente) y un magnífico tema instrumental
pero el resto del material no está a la altura del nombre de su
autor. Se diría que Vangelis busca gustar de un modo consciente y
eso hace que el resultado se resienta en exceso (un detalle interesante es que todos los vocalistas invitados habían "fichado" recientemente por Warner en la fecha de la grabación del disco). Con todo, merece la
pena acercarse de vez en cuando a obras de un autor como el griego
porque siempre hay algún detalle interesante que hace de la
experiencia algo placentero.
Algo que sucede con cierta frecuencia
en todos los ámbitos de la actividad humana es que las personas
necesitan hacer un alto en el camino, una especie de parón para
reflexionar y ¿por qué no? replantearse la trayectoria a seguir en
adelante. Si nos centramos en la música, estos giros van acompañados
a veces de un cambio de planteamientos, otras de la búsqueda de
nuevos colegas con los que ampliar la mirada propia, en ocasiones,
incluso, llevan aparejado un parón en la actividad del artista. El
disco que hoy traemos al blog estaría en otra categoría muy común
en músicos cuya trayectoria comienza ya a ser larga y consiste a un
regreso a los comienzos, una vuelta a las formas y estilos con los
que dieron sus primeros pasos. Una mirada al pasado que a veces sirve
para tomar fuerzas y continuar con la exploración más adelante y en
otros casos, para quedarse allí de forma indefinida.
La evolución de Loreena McKennitt
desde la música tradicional celta hasta esa magnífica fusión con
todo tipo de folclores, ajenos a primera vista del universo de las
Islas Británicas que caracterizó sus discos entre 1994 y 2008
aproximadamente nos mostró una de las trayectorias vitales de un
artista más bellas que recordamos. El interés en la historia del
pueblo celta llevó a Loreena a viajar y a investigar hasta encontrar
conexiones insospechadas con músicas de procedencias muy diversas.
En 2010 decidió que quizá era hora de mirar atrás y regresar a las
canciones tradicionales del legado celta y a instrumentaciones más
sobrias y convencionales.
Fruto de ese deseo, que ella misma
refleja en las notas del disco, nace “The Wind that Shakes the
Barley”, una colección de temas pertenecientes a la herencia
celta, muchos de los cuales son verdaderos clásicos del género.
Para la ocasión, Loreena selecciona ocho canciones tradicionales a
las que añade un propia. Se rodea de varios de sus músicos de
confianza entre los que encontramos nombres que han estado con ella
desde el principio junto con otros que la empezaron a acompañar más
recientemente. La lista es la siguiente: Brian Hughes (bouzouki y
guitarras), Hugh Marsh (violín), Caroline Lavelle (violonchelo), Ben
Grossman (zanfona y percusiones), Ian Harper (gaita irlandesa y
flautas), Tony McManus (guitarra acústica), Jeff Bird (mandola,
mandolina y bajo), Pat Simmonds (guitarra acústica y acordeón
diatónico), Andrew Collins (mandolina y mandochelo), Brian Taheny
(mandolina), Chris Gartner (bajo), Andrew Downing (bajo acústico) y
Jason Fowler (guitarra acústica). La artista canadiense, además de
cantar, toca el arpa, el acordeón y los teclados. Aunque lo extenso
de la lista puede hacer pensar en una exuberancia instrumental
cercana a la de trabajos anteriores, lo cierto es que varios de los
músicos apenas intervienen en uno o dos cortes, siendo la mayoría
de ellos interpretados por una formación más bien reducida.
“As I Roved Out” - El disco
comienza con el más puro sabor de la música celta del periodo de su
primer resurgir a mediados de los años setenta, con guitarras
acústicas y bouzoukis abriendo la pieza y dando paso a la voz de
Loreena, algo más contenida aquí que de costumbre, lo cual se
adapta perfectamente a la composición, una de las más conocidas del
repertorio gaélico. La gaita irlandesa comparte protagonismo con la
cantante con ese maravilloso sonido tan difícil de imitar. Loreena
suena aquí más cercana a la tradición más ortodoxa de lo que
nunca antes lo hizo.
“On a Bright May Morning” -
Volvemos a escuchar una guitarra como protagonista de una
introducción que nos transporta a los tiempos de la Bothy Band. Al
ser una pieza lenta, Loreena tiene la oportunidad de expotar más los
matices de su prodigiosa voz sin llegar a liberarla aún por
completo. En nuestro limitado conocimiento del repertorio celta, no
conociamos otras versiones de esta canción que nos ha parecido
notable en la interpretación de la artista canadiense.
“Brian Boru's March” - Al contrario
de lo que nos ocurría con la canción anterior, ésta es un
auténtico clásico para cualquier seguidor del género, con
versiones magistrales registradas por artistas de la talla del
flautista James Galway. La pieza está dedicada al mítico rey
irlandés nacido en el Siglo X. Loreena nos regala aquí una versión
en la que todos los instrumentos van turnándose en la interpretación
del tema central hasta completar una bellísima rendición de una
melodía inmortal.
“Down By the Sally Gardens” - Con
un texto de W.B.Yeats, escuchamos otra de las piezas más
interpretadas de la tradición gaélica. En ella, la artista
canadiense aprovecha su extraordinaria capacidad vocal para
ofrecernos una sentida versión en la que destaca una magnífica
Caroline Lavelle en el cello junto a la siempre emocionante gaita de
Ian Harper.
“The Star of the County Down” - La
siguiente canción no es nueva en el repertorio de Loreena quien ya
adaptó la melodía como parte de “The Seven Rejoices of Mary” de
su disco anterior, “A Midwinter Night's Dream”. Aquí suena con
un curioso ritmo cercano al country, estilo que, por otra parte,
tiene su origen en la tradición celta con lo que en cierto modo se
cierra así el círculo.
“The Wind that Shakes the Barley” -
Pocas interpretaciones pueden competir en emoción con la que grabó
de esta pieza, a capella, Lisa Gerrard en uno de los mejores discos
de Dead Can Dance. El texto de Robert Dwyer Joyce alcanzaba en aquel
momento una categoría incomparable. Si bien Loreena McKennitt podría
ser una buena candidata a rivalizar con ella en estos menesteres, lo
cierto es que su versión, fantástica, sin duda, palidece ante la
entrega de Lisa en aquel registro. Quizá no sea justa la comparación
(nunca lo son) pero cuando una interpretación es de la categoría de
aquella, es inevitable que su recuerdo aparezca cada vez que
escuchamos otra versión de la canción.
“The Death of Queen Jane” - Balada
tradicional para cuya versión, Loreena se basa en un arreglo
realizado por el guitarrista irlandés Dáithí Sproule, miembro de
Altan. La canción no se sale de lo habitual en este tipo de
registros y se queda, quizá, un poco corta para lo que la intérprete
canadiense puede dar de sí. Las interpretaciones son impecables pero
no la pieza no termina de enamorarnos.
“The Emigration Tunes” - Llegamos a
la única canción escrita por Loreena McKennitt para el disco. Desde
el comienzo nos recuerda el ambiente de alguna de las mejores
creaciones de la artista. Con una introducción en la que los
sintetizadores crean las texturas sonoras en las que se apoya la
poderosa gaita irlandesa, una segunda parte en la que la guitarra
esboza un precioso tema para dar paso al violonchelo, éste al
acordeón, más tarde a las flautas y así un instrumento tras otro
hasta completar todo el elenco que rodea a la cantante que termina
por firmar una pieza exquisita.
“The Parting Glass” - Son
tradicionales en el repertorio celta las canciones de despedida, los
textos en los que los protagonistas dicen adiós antes de emprender
un viaje que, en muchos casos es sólo de ida. Son piezas tristes,
emocionantes y plenas de intensidad como corresponde a los momentos
que reflejan. Dentro de ese pequeño sub-género, “The Parting
Glass” es una de las canciones más populares y Loreena McKennitt
pone todo de su parte para que la despedida del disco sea inlvidable.
Sin estridencias, con un ritmo extremadamente lento, la artista se
las arregla para erizar el vello de cualquier oyente sensible en una
interpretación inolvidable.
Esta especie de mirada al pasado por
parte de Loreena McKennitt (que no es tal, ya que sus primeros
trabajos son muy diferentes a éste) es lo último que ha publicado
la artista conteniendo material nuevo, excepción hecha del directo
“Troubadous on the Rhine”, comentado aquí hace tiempo. Es de
esperar que no tarde mucho en ofrecernos un nuevo disco que bien
podría seguir la linea de sus últimas actuaciones en directo
acompañada de una orquesta clásica de 55 músicos. Confiemos en que
no se demoren demasiado las noticias alrededor de una de las
cantantes más interesantes de las últimas tres décadas que sigue
estando en plena forma tras todos estos años.
No es habitual que hablemos aquí de discos en directo aunque ya hemos comentado más de uno. Lo que sí constituye una excepción que no tiene por qué quedarse en anécdota es el hecho de que hablemos de un lanzamiento que incluye, no sólo un CD de audio (dos en este caso) sino, además, un DVD. Son escasas las ocasiones en las que se conjugan tantos elementos para hacer de un disco algo inolvidable y, sinceramente, se nos ocurren muy pocas que puedan estar a la altura de un concierto de Loreena McKennitt en un escenario tan particular como el Palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada.
El DVD combina imágenes de los conciertos con breves pasajes en los que vemos a Loreena paseando por la Alhambra y algunos planos generales del complejo granadino o del Albaicín y permite disfrutar de una realización sobria y de un espectáculo que demuestra que no son necesarios efectos especiales, coreografías o rayos láser cuando tienes un grupo de músicos de verdad sobre el escenario. El hecho de que el DVD no tenga ningún material extra no menoscaba en modo alguno la gran calidad del lanzamiento. Sobre la música en sí, hay muy poco que añadir. Loreena se rodea de artistas sensacionales que bordan sus interpretaciones, destacando en este sentido la valentía de la artista al hacer una gira con trece músicos de primer nivel cuando lo habitual hoy en día es reducir al máximo el número de integrantes de la banda llegando a incorporar partes grabadas para ajustar lo más posible el presupuesto. La canadiense es honrada con su público y no prescinde de ningún músico cuya ausencia reste un ápice de calidad al concierto. La lista de músicos que participan en el disco es la siguiente: Tim Bergman (batería, percusión), Panos Dimitrakopoulos (kanoun), Nigel Eaton (zanfoña), Steafan Hannigan (gaita irlandesa, bodhran, percusión), Brian Hughes (guitarras, oud, bouzouki), Caroline Lavelle (cello), Rick Lazar (percusión), Hugh Marsh (violín), Tim Landers (bajo acústico y eléctrico), Loreena McKennitt (voz, acordeón, arpa, piano), Donald Quan (viola, tabla, teclados), Sokratis Sinopoulos (lira), Haig Yazdjian (oud).
En cuanto al repertorio, se trata del más equilibrado que se nos ocurre, pudiendo pasar perfectamente por un disco recopilatorio y esa es la razón que nos hace reseñarlo aquí. Para cualquier fan de Loreena McKennitt, el disco es una delicia y repasa lo mejor de su trayectoria hasta entonces con muy pocas ausencias. Para el profano en la música de la artista, no se nos ocurre mejor carta de presentación. Con la única excepción de “To Drive the Cold Winter Away” y del EP “A Winter Garden”, ambos trabajos dedicados a canciones de tema navideño y que no terminaban de encajar en el escenario, todos los demás discos de la artista están representados en éste trabajo. Así, tenemos canciones como “She Moved Through the Fair” y “Stolen Child” del disco “Elemental”, “Huron Beltane Fire Dance” de “Paralell Dreams”. “Bonny Portmore”, “All Souls Night”, The Lady of Shalott”, “The Old Ways” y “Cymbeline” pertenecen a “The Visit”, el trabajo con más presencia en el concierto. “The Mask and Mirror” aporta los siguientes temas “The Mystic’s Dream”, “The Bonny Swans” y “Santiago” mientras que “The Book of Secrets” está representado con “The Mummer’s Dance”, “Marco Polo” y “Dante’s Prayer”. Por último, “An Ancient Muse”, que era el disco que se presentaba en los conciertos granadinos, aparece parcialmente con las canciones “Penelope’s Song”, “Caravanserai” y “Never-Ending Road”. Como regalo para los asistentes (y para los compradores del disco), se incluye una canción nueva: “Raglan Road”.
Suponemos que la experiencia de vivir un concierto como este “in situ” no tiene parangón y que el doble CD y el DVD no pueden ser más que pobres sustitutos de la participación en el propio acontecimiento pero para aquellos que no tenemos otro remedio, el lanzamiento fue una pequeña joya. Los arreglos de las piezas son magníficos y destacan especialmente en los temas pertenecientes a los discos más antiguos, quizá porque en estos casos, la instrumentación del concierto es completamente distinta y más rica. Canciones que entonces sonaban celtas ahora aparecen mezcladas con música antigua y elementos orientales con lo que la lectura es completamente nueva. También hay un cierto toque rock (entiéndase bien esto último) con la incorporación de la guitarra eléctrica y la batería que revitalizan muchas de las composiciones sin llegar a desvirtuarlas en ningún momento.
Habiendo hablado recientemente de varios discos de Loreena McKennitt, creíamos necesario dedicarle un espacio a esta preciosa caja con un contenido tan especial. Como es nuestra costumbre, os dejamos un par de enlaces para adquirirla:
La última vez que hablamos de Loreena McKennitt fue para glosar el que fue su disco de retorno tras varios años de silencio, “An Ancient Muse”. A partir de aquel trabajo, la producción de la cantante canadiense experimentó una doble tendencia: por un lado, sus discos comenzaron a aparecer con una frecuencia mucho mayor de lo habitual y por otro nos mostraban un claro retorno a las raíces de la artista, volviendo a la temática más puramente celta o a los villancicos clásicos. Paralelamente, la instrumentación fue reduciéndose y acercándose a lo más básico del género.
El último disco aparecido sólo hace unos meses, sería el mayor exponente de esto que comentamos: un CD grabado en directo durante un programa de radio ante una reducida audiencia presencial de unas 300 personas en el que Loreena con su voz y tocando su inseparable arpa y el piano sólo se acompañó del guitarrista Brian Hughes y la cellista Caroline Lavelle. El concierto tuvo lugar el 24 de marzo de 2011 y fue retransmitido por la emisora alemana SWR1, en cuyos estudios tuvo lugar el evento.
El repertorio de la actuación se centró en piezas de los primeros trabajos de la artista (especialmente de “The Visit”) y en su disco más reciente, podríamos decir que por necesidades del guión ya que buena parte de las canciones de los discos “de viajes” de la canadiense habrían requerido de una banda más numerosa para que le interpretación no sonase “descafeinada”. Al contrario de lo que ocurre con sus discos de estudio, en este “Troubadours on the Rhine” la mayoría de los temas son adaptaciones de melodías tradicionales y de textos de poetas británicos, ocupando las piezas propias una parte reducida del recital. Afirma Loreena sobre el disco que: “Es muy distinto de otras grabaciones mías. La experiencia es muy similar a un concierto íntimo que podría haber dado en mi propia casa ante mis amigos”.
Cartel de uno de los conciertos de la reciente gira española de la artista.
“Bonny Portmore” – Con las suaves notas del arpa de Loreena y un leve acompañamiento de sintetizador se acompaña la artista en la adaptación de esta canción tradicional incluida originalmente en su disco de 1991 “The Visit”. El cello de Lavelle le da un aire clásico a la canción que quizá no poseía en versiones anteriores. En cualquier caso, la voz de McKennitt, más entonada que nunca, es la auténtica protagonista de la canción y de todo el disco.
“Down by the Sally Gardens” – Seguimos con las melodías tradicionales adaptadas por la artista para acompañar a un poema de William Butler Yeats. La canción apareció originalmente en el anterior disco de estudio de la artista, titulado “The Wind that Shakes the Barley”, que representaba la confirmación de la vuelta de la artista al sonido y las temáticas de sus primeros discos. Loreena deja de lado esta vez el arpa y se ocupa del piano para acompañar al cello que es el encargado de las más destacadas partes instrumentales de la canción.
“The Wind That Shakes the Barley” – Segundo tema procedente del disco más reciente de la artista y de nuevo se trata de una melodía tradicional adaptada a un poema, en esta ocasión de Robert Dwyer Joyce. La versión destaca por la tensión transmitida en la interpretación. Apenas tenemos una base de teclados a modo de bordón, con algunos apuntes del piano subrayando determinados pasajes y el cello y la guitarra eléctrica añadiendo un cierto dramatismo en momentos puntuales. Loreena huye de las exhibiciones vocales y adopta un tono más cercano a la narración con una cierta entonación que a una ejecución más tradicional. Pese a ser una canción bien conocida, la versión de Loreena nos muestra aspectos distintos de un tema que cuenta con versiones ciertamente desgarradoras como la que hizo Lisa Gerrard a capella en un celebrado disco de Dead Can Dance años atrás.
“Between the Shadows” – Llegamos a una de las dos únicas composiciones propias de la artista incluidas en el disco. Se trata de un precioso instrumental aparecido originalmente en el disco ya citado “The Visit”. La versión aquí recogida es algo más lenta y, a falta de la arrolladora fuerza de su primera encarnación (recordemos que en aquel entonces, Loreena contó con una potente sección rítmica de batería, bajo y percusiones), nos regala un par de interesantes pasajes a cargo de la guitarra eléctrica primero y del cello después que aportan un aire nuevo a la composición.
“The Lady of Shalott” – Quizá el tema “estrella” de “The Visit” fue, precisamente, este largo romance de Alfred Lord Tennyson para el que Loreena McKennitt escribió la música. En él se narraba una de las trágicas historias que aparecen en las leyendas artúricas. En esta ocasión, el sonido del arpa, el cello y los sintetizadores es más que suficiente para recrear una versión muy cercana a la original y tan recomendable como aquella.
“Stolen Child” – Llegamos a la canción más antigua del repertorio de Loreena de entre las incluidas en el disco. Apareció originalmente en el disco “Elemental” y en ella, como en la anterior, la artista compone la música que acompaña a los textos del poeta, en este caso, William Butler Yeats, quien aparece así por segunda vez en el disco. La composición es una de las más exigentes en cuanto a sus partes vocales y en ella Loreena hace gala de sus magníficas cualidades alternando los agudos más impactantes con los graves más cálidos y pasando del susurro a las notas más intensas en pocos compases.
“Penelope’s Song” – La segunda composición del disco enteramente escrita por la artista pertenece a “An Ancient Muse”, trabajo que comentamos en La Voz de los Vientos no mucho tiempo atrás. Como ocurría con “The Lady of Shalott”, la versión aquí recogida guarda una gran fidelidad con la original con lo que poco más podemos añadir. Se trata de una de las mejores canciones de su autora, en una versión exquisita e interpretada en un gran momento artístico de la canadiense. No se puede pedir más.
“The Bonny Swans” – El que que el primer single de “The Mask and Mirror” y una de las canciones más populares de la artista no podía faltar en el concierto. El texto es tradicional mientras que la música fue compuesta por la propia Loreena. En su momento, fue esta una canción que sorprendió bastante al público por la importante presencia de la guitarra eléctrica que no pasa precisamente por ser un instrumento ligado a la tradición celta. En la versión del concierto, su protagonismo es mayor, si cabe, al estar ausentes las percusiones y elementos rítmicos que adornaban al original quedando el piano como único instrumento que hace esas labores en determinados momentos de la canción.
“The Parting Glass” – Para cerrar el disco, Loreena recurre a otra canción tradicional incluida en “The Wind that Shakes the Barley”. Se trata de una balada que ya era uno de los cortes más íntimos de aquel disco (Loreena sólo se acompañaba de guitarra y violín) y que aquí interpreta casi en su totalidad con la ayuda del piano, siendo la presencia del resto de instrumentos casi testimonial.
La voz de la artista canadiense ha sido siempre el principal activo de todos sus discos y ha soportado los acompañamientos instrumentales más recargados en muchos de esos trabajos sin perder ni un ápice de su protagonismo. Sin embargo, en un formato tan cercano como el de este “Troubadours on the Rhine” es en el que podemos apreciar con mayor claridad la dimensión de una vocalista realmente excepcional a la que no podemos encontrar rival fuera del ámbito del bel canto. El mérito de poseer una voz tan privilegiada es, sin embargo, relativo. No lo es tanto el haber sabido encontrar un repertorio, unas canciones y un estilo dentro del cual utilizar esas cualidades naturales y adaptarlas a la música para conseguir un doble resultado: conseguir unos arreglos mediante los que la voz se ajuste a las canciones y, a la vez, mejorarlas de modo que el resultado sea el mejor de los posibles. Quizá sea esta habilidad la que ha hecho que Loreena McKennitt sea hoy la artista que es, referencia ineludible en las últimas décadas dentro de los estilos que aquí solemos tratar. Los que queráis adquirir el último disco que la artista nos ha dejado, lo podéis hacer en los siguientes enlaces:
En la anterior entrada dedicada a Loreena McKennitt nos quedamos en un momento de crisis personal de la artista tras el fallecimiento de su pareja en un trágico accidente. Relatamos como desde ese momento dedicó sus fuerzas a la Fundación creada para tratar de reducir los accidentes náuticos lo que iba a ocupar durante un largo tiempo todo el tiempo de la artista alejándola de la música. Unos años después, supimos que aquello iba a ser sólo un receso temporal y, afortunadamente, Loreena retomó su carrera con el mismo brío que mostraba unos meses antes de interrumpirla.
En los casi ocho años que mediaron entre “The Book of Secrets” y “An Ancient Muse”, la cantante canadiense prosiguió con el largo viaje en que se había convertido su carrera buscando pistas de la cultura celta en los lugares más insospechados del planeta. Relata en la introducción del libreto del disco cómo esa búsqueda le había llevado en esos años a lugares como Mongolia, China, Turquía, Grecia o Jordania y cómo en todos ellos pudo hallar testimonios de un pueblo tan viajero como fue el celta. Aquellos vestigios unidos a las músicas autóctonas de cada lugar le dieron a nuestra artista material suficiente para grabar el que sería su disco de regreso cuya publicación se vio precedida de una serie de conciertos inolvidables en la Alhambra de Granada. “An Ancient Muse” fue grabado de nuevo en los estudios “Real World” e interviene en el mismo una constelación de músicos que se cuentan entre lo más granado de las músicas tradicionales que se puede encontrar hoy en día, al margen de los habituales colaboradores de la artista canadiense. Destacamos nombres como los de Tal Bergman (percusión y batería), Stuart Bruce (percusión y voces), Clive Deamer (percusión), Panos Dimitrakopoulos (kanoun), Nigel Eaton (zanfoña), Ben Grossman (zanfoña), Ed Hanley (tabla, udu), Jason Hann (percusión), Steafan Hannigan (vientos, gaitas), Brian Hughes (guitarras, sintetizadores, voz, oud, bouzouki) Charlie Jones (bajo), Manu Katche (batería), Georgios Kontogiannis (bouzouki), Tim Landers (bajo), Caroline Lavelle (cello), Rick Lazar (percusión), Annbjorn Lien (arpa), Hugh Marsh (violín), Marco Migliari (voz), Donald Quan (viola, voces), Hossam Ramzay (percusión), Sokratis Sinopoulos (lira) o Haig Yazdijian (oud). Loreena McKennitt, por su parte, toca teclados, acordeón, arpa, piano, percusión y, naturalmente, canta con una de las voces más maravillosas que nos ha sido dado escuchar.
Mapa clásico de la Ruta de la Seda
“Incantation” – Basado en dos visitas, una a Delfos en Grecia, siguiendo la pista de una expedición celta que llegó al lugar en el año 279 a.C. acaso para buscar consejo en el mítico oráculo, y que fue diezmada por las tropas locales. La segunda, a Capadocia, donde Loreena pudo conocer las famosas capillas excavadas en la roca por los primitivos cristianos. La música escogida para la ocasión es un canto sin texto, lleno de misterio que nos suena a invocación divina, a sortilegio para hacer que la verdad nos sea revelada. El viaje comienza y lo hace como sólo los mejores viajes pueden hacerlo: sin itinerarios fijados.
“The Gates of Istanbul” – Loreena se inspira en esta ocasión en varios textos y acontecimientos. Durante una visita a Cuba, estaba leyendo un texto sobre el reinado de Mehmed II, monarca del Imperio Otomano a mediados del S.XVI en el que se resaltaba la convivencia entre distintas creencias religiosas en la época, algo que Loreena relacionó inmediatamente con la España anterior a la Reconquista. Un mes antes había estado leyendo sobre Genghis Khan y cómo instauró la que, probablemente, fuera la mayor zona de comercio libre de la historia alrededor de la Ruta de la Seda implantando, además, la libertad de culto en todo aquel territorio. El tercer texto hablaba del Emperador Constantino y su edicto poniendo fin a la persecución de los cristianos y permitiendo que convivieran libremente con judíos, paganos y seguidores de los viejos dioses romanos. El contraste entre épocas tan distantes y la situación en plena guerra de Irak, así como la polémica de 2006 sobre las caricaturas de Mahoma en la prensa europea hicieron preguntarse a la artista sobre lo que realmente hemos progresado en todo este tiempo. En lo musical tenemos una colección de instrumentos ancestrales entre los que tenemos vientos, cuerdas pulsadas, violines, etc. meciéndose al ritmo de una moderna batería. Si en lugar de la voz de Loreena McKennitt escuchásemos la de Lisa Gerrard, nos parecería que habíamos caído por error en un disco de Dead Can Dance y es que el universo dibujado por la artista canadiense se sitúa en ese lugar sin tiempo en el que se mezcla lo antiguo y lo nuevo con una naturalidad que pocos artistas consiguen.
“Caravanserai” – De nuevo en Turquía, la cantante buscaba el legado de una comunidad de, al menos 10.000 habitantes de origen celta que se supone que habitó la península de Anatolia en el Siglo III. Sin salir de Turquía, en la Capadocia, la artista visitó un antiguo “Caravanserai”, especie de ventas en las que los nómadas podían detenerse a pasar la noche. Este espíritu nómada de tantos pueblos como el celta, lo vivió la propia artista unos meses más tarde cuando convivió con una familia itinerante en Mongolia durante varias jornadas. El comienzo nos remite a la tradición celta ya que la melodía es muy similar a algunas que la propia McKennitt cantaba en sus primeros trabajos. Sin embargo, poco a poco, al repetirse la misma melodía con instrumentos orientales nos empieza a parecer otra cosa lo que demuestra que, muchas veces, las formas nos ocultan de forma dramática el fondo de las cosas. Cuando comienza a cantar nuestra artista, el tiempo se detiene y todo lo demás pierde su importancia. Veinte años después de su primer disco, Loreena McKennitt sigue cantando en cada disco mejor aún que en el anterior, algo que parece imposible pero que es fácilmente constatable. No podemos dejar de mencionar el sorprendente papel de la batería ya que es un elemento que, a priori, parece totalmente fuera de lugar entre los instrumentos tradicionales que constituyen la base de todo el disco pero tenemos que reconocer que funciona perfectamente a lo largo de toda la grabación y particularmente en este corte.
“The English Ladye and the Night” – Basada en un texto de Walter Scott escogido por Loreena por transcurrir la historia en otra de esas encrucijadas que abundan en el disco: el Castillo de Carlisle, antiguo fuerte celta, luego romano y más tarde puesto fronterizo entre Escocia e Inglaterra. La historia habla de una doncella inglesa y su novio, un caballero escocés embarcado en las cruzadas de las que nunca volvió. Como ya ha ocurrido en anteriores adaptaciones de textos de grandes escritores por parte de Loreena McKennitt (pensamos en Tennyson o Shakespeare), el respeto de la artista por el texto le lleva a reducir la instrumentación al mínimo imprescindible y a reservarse su mejor recitado y lo más brillante de su voz, siempre al servicio de la historia. Si habéis escuchado su “The Lady of Shalott” o su “Cymbeline” sabréis de qué hablamos.
“Kecharitomene” – Con un título tomado del convento griego en el que terminó sus días Anna Comnena, princesa bizantina y una de las primeras historiadoras en su calidad de cronista de la Primera Cruzada, Loreena mezcla esa influencia de Bizancio con el contraste entre dos hechos históricos casi simultáneos: la abundante fusión de culturas producida alrededor de la Ruta de la Seda y, precisamente, la participación de los celtas y de personajes como Ricardo Corazón de León en la citada Primera Cruzada. Recuerda también como hay quien cree que los celtas pudieron provenir de la región china de Tarim, en donde fueron halladas un buen número de momias procedentes del S.XI antes de Cristo con una peculiar coloración rojiza en sus cabellos, del todo extraña en aquellas regiones. La música bizantina se mezcla aquí con ritmos orientales y gaitas celtas en un tema, pese a todo, con el clásico sabor de la música de Loreena McKennitt. No somos muy amigos de clasificaciones como “world music” a la hora de encasillar ciertos tipos de música pero no se nos ocurre un término más adecuado para describir lo que suena aquí.
“Penelope’s Song” – Habiéndose convertido en una viajera empedernida y hallándose en Grecia en una de sus excursiones, no es extraño que nuestra artista se viera atraída por la figura de Ulises y, especialmente, de su esposa Penelope. Loreena se pone ahora, no en la piel del viajero y sus aventuras sino de los que quedan en tierra esperando su regreso. Suena reiterativo incidir una vez más en las cualidades vocales de la artista canadiense pero es que es imposible escribir algo sobre esta canción sin rendirnos ante el impresionante espectáculo que fluye de su garganta, esa facilidad para pasar del más cálido grave a un agudo sobrecogedor en unos instantes. La canción sigue la tradición de piezas anteriores de la artista en las que se acompaña de su piano para regalarnos una interpretación llena de emoción y sentimiento.
“Sacred Shabbat” – La canción tiene una de las historias más curiosas de todo el disco. Mientras se encontraba en una librería en Estambul, Loreena se encontró con que, al ir a pagar, el librero había deslizado un volumen en su bolsa. Se trataba de “Retrato de una Familia Turca”, de Irfan Orga. Poco después, tras una sesión de grabación con varios de los músicos que intervienen en el disco, tres de ellos comenzaron a tocar una melodía de la que Loreena quedó prendada proponiéndose recuperarla en su próximo disco. Casi año y medio después, Loreena terminó el libro que le regaló el comerciante turco y recordó la vieja melodía que habían tocado sus músicos. Por algún motivo, su mente viajó en aquel momento hasta la Andalucía del S.XI y los poemas del judío Solomon Ibn Gabrirol. Unos meses después, por fin se cierra el círculo. De vuelta en su Canadá natal, la artista comenzó a escuchar un disco de Eduardo Paniagua adquirido en una visita a la Alhambra. El disco reunía una colección de canciones sefardíes de los siglos X y XI y allí aparecía “Morada del Corazón”, la melodía que años antes habían interpretado sus músicos en la noche ateniense. Curiosamente, el tema es instrumental en su integridad, recordando la melodía que persiguió a la artista durante varios años pero sin adaptar algún poema de Solomon como cabría esperar.
“Beneath a Phrygian Sky” – La inspiración viene, como es habitual en el disco, de varios viajes, en este caso a Turquía. El primero de ellos a la región de Gordion en donde Loreena conoció la residencia del mítico Rey Midas y el lugar en el que Alejandro Magno resolvió de aquella manera el problema del proverbial “nudo gordiano”. El segundo de ellos a Éfeso en el que visitó algunas de las joyas arquitectónicas más impresionantes de la antigüedad en sus propias palabras. En lo musical, esa influencia oriental no está demasiado presente si exceptuamos los primeros instantes. La presencia de la guitarra eléctrica y la propia forma de la canción nos remiten a discos anteriores de la artista como “The Mask and Mirror”, trabajo en el que este corte encajaría a la perfección, mejor incluso de lo que lo hace en “An Ancient Muse” y es que no deja de sonarnos a descarte de algún tiempo anterior.
“Never-Ending Road (Amhran Duit)” – En cierto modo, y como colofón del trabajo y de toda una etapa, nuestra artista prescinde de toda influencia externa y las aprovecha todas a la vez para resumir todos estos años de estudio de la poesía mística de todo tipo de religiones de la antigüedad encontrando que el tema común en todas las tradiciones es el amor. Como ella misma indica en el libreto del disco: “El tema universal es el amor y en este camino interminable de vida y renacimiento, es, con toda seguridad, el único sentimiento que perdurará”. La composición de Loreena es magnífica como corresponde al cierre de un disco tan especial como es éste que supone el regreso de la artista ocho años después del anterior. El estribillo lo resume todo:
Here is my heart, I give it to you – Take me with you across this land
These are my dreams, so simple, so few – Dreams we hold in the palm of our hands
Tenemos que reconocer que en 2006, no esperábamos ya un nuevo disco de Loreena McKennitt tras su prolongado silencio así que la noticia de la publicación de “An Ancient Muse” fue acogida con una gran expectación que no se vio defraudada una vez el disco obró en nuestro poder. Visto con una cierta perspectiva, no lo encontramos hoy tan inspirado como los discos anteriores a su retirada temporal pero sigue siendo un colofón digno para toda una etapa dedicada a la investigación y a los viajes que dio como fruto una magnífica colección de discos a partir de 1991. Los discos posteriores de Loreena regresan en cierto modo a sus orígenes dejando al margen esta etapa llena de mezcolanzas y mestizajes con todo tipo de músicas y centrandose en la tradición celta. Ignoramos si esto es algo definitivo o sólo una etapa más pero tendremos tiempo de averiguarlo en el futuro. Mientras tanto, Loreena seguirá teniendo nuestra atención y continuarán apareciendo por aquí sus trabajos anteriores. Mientras tanto, podeis disfrutar del disco del que hoy os hemos hablado adquiriendolo en alguno de los siguientes enlaces:
Muchas veces hemos leído cómo se aplica el calificativo de “independiente” sobre este o aquel artista y en la mayoría de los casos esa supuesta independencia es una mera etiqueta que tiene poco que ver con la realidad. La artista que hoy nos visita es una de las pocas de las que se pueda afirmar que ha desarrollado su carrera al margen de las discográficas y con una libertad casi absoluta. Curiosamente, no recordamos que nunca se la haya llamado “artista independiente”. Paradojas del negocio, suponemos.
Loreena McKennitt es una cantante canadiense de raices celtas (su padre Jack era irlandés y su madre Irene, escocesa). Su vocación inicial fue la veterinaria pero su amor por la música de sus ancestros terminó por llevarla por otros derroteros por fortuna para nosotros y para desgracia de las mascotas del area de Ontario que han perdido, a buen seguro, a una excelente cuidadora. En los años previos a iniciar su carrera musical, Loreena actuaba de modo amateur en una compañía teatral local para la que empezó a componer algunas canciones, lo que terminó de estimular su amor por la música tradicional. Esta etapa le sirvió también para familiarizarse con un buen número de textos y autores literarios a los que posteriormente adaptaría con brillantez en sus discos. Al mismo tiempo, aprendió a tocar el arpa y tocaba en la calle para sacar algún dinero con el que financiar sus primeras grabaciones.
Con estos medios, más bien modestos, pudo grabar su primer disco, “Elemental” en 1985 interpretando la práctica totalidad de los instrumentos así como las voces principales. La mayoría de las canciones eran tradicionales salvo un par de ellas en las que Loreena pone música a textos de William Butler Yeats y William Blake de quien recupera una canción que ya había utilizado para la compañía teatral en la que McKennitt participaba. El disco se grabó y se comenzó a distribuir exclusivamente por correo a través del sello Quilan Road, fundado por la propia artista y que, de hecho, a día de hoy es el que ha servido para publicar todos los discos de Loreena siendo la única artista del sello en todos estos años. Era ella misma con la ayuda de sus allegados la que enviaba a cada comprador su copia de cada trabajo en una labor casi artesanal que permitió a la artista conservar todo el control sobre su trabajo ajena a las presiones de las discográficas. Anque el éxito obtenido por estas grabaciones ha propiciado que la distribución de su música esté a cargo de una importante multinacional, la forma de trabajar de la cantante sigue siendo la misma. Aún sigue leyendo casi todas las cartas que le llegan por parte de aficionados aunque, desgraciadamente, no puede ya contestarlas todas personalmente como hacía en sus comienzos.
Para la grabación de “Elemental”, así como para los dos discos siguientes, Loreena se documentó a lo largo de una serie de viajes a Irlanda y Escocia, sumergiendose en la más pura tradición celta. Esa buena constumbre tuvo una interesante consecuencia que surgió casi naturalmente. En esos viajes, la búsqueda fue consciente. En los siguientes ocurrió lo contrario: visitando distintos países europeos como España, Italia, Portugal o Grecia, con el objetivo de investigar la expansión de la música celta en el pasado por otros territorios ajenos a las Islas Británicas, la cantante se empapó de las músicas autóctonas de esas tierras y las fue incorporando paulatinamente a sus siguientes proyectos como se refleja en lo que posteriormente se llamó su “trilogía de los viajes” compuesta por los discos “The Visit”, “The Mask and Mirror” y “The Book of Secrets”. A día de hoy, y pese a que los ingredientes celtas siguen muy presentes en la música de Loreena, resulta muy difícil aplicarle esa etiqueta sin quedarnos definitivamente cortos. “The Book of Secrets” es, quizá, el disco en el que McKennitt va más lejos en su mezcla entre distintas culturas. Si la búsqueda del legado celta le llevó en discos anteriores a lugares que habían sido encrucijada de culturas como Toledo o Marrakesh, en esta ocasión los dos referentes más claros del trabajo son Venecia y Estambul y la propia artista amplia esta idea en los comentarios incluídos en cada uno de los temas del disco. En el libreto del CD se incluye una cita de Lao Tzu, que podemos traducir como “El buen viajero no tiene planes cerrados. Su objetivo no es llegar al destino inicial”. Todo el disco está imbuído del espíritu de la cita y nos habla de cómo la idea con la que se inicia un viaje puede cambiar por completo una vez que éste da comienzo.
“Prologue” – La mayoría de los temas del disco no surgen en un momento puntual sino como una suma de elementos muy dispersos en el tiempo. La composición inicial es un buen ejemplo de ello. En una visita a Grecia en 1995, alguien le habla de un monasterio en el Monte Atos, casi un año después, durante un viaje en Estambul, visita unas ruinas con vestigios celtas. Es en 1997 cuando tras leer un relato sobre los primeros cristianos en oriente descubre un viaje de dos monjes que parten del Monasterio de Iviron, precisamente en el monte griego, hasta llegar a Bizancio. La relación entre manuscritos celtas como el libro de Kells y otros bizantinos, sugiere la posibilidad de un contacto real entre ambas civilizaciones y McKennitt hace su propia versión musical en una composición excelente de ambiente oriental con la participación de la profunda voz de Stuart Bruce como fondo a una preciosa melodía apenas tarareada por la prodigiosa voz de la canadiense que se acompaña de multitud de instrumentos exóticos.
“The Mummer’s Dance” – Una introducción de gaita nos pone en situación ante la primera canción propiamente dicha del disco, basada en la tradición de los “mummers”, especie de pasacalles en los que una serie de actores enmascarados llevan a cabo una representación teatral, generalmente relacionada con la primavera y los grandes bosques que poblaban Europa en la antigüedad. En esta ocasión, las referencias van desde una actuación que un grupo de “mummers” hizo en un barco polaco encallado en las costas de Newfoundland para entretener a los marineros. Los “mummers” en sus distintas variantes y con personajes comunes como el del loco, están presentes en lugares tan distintos en apariencia como Grecia o Turquía y la artista ha rescatado tradiciones sufíes con una más que probable relación con este particular pasacalles. En la canción, Loreena incorpora la melodía de una de estas procesiones tradicionales, aunque la mayor parte de la música es original.
“Skellig” – Durante un viaje por la Toscana, la artista estaba leyendo un texto sobre la conservación de buena parte de la cultura y filosofía de las épocas griega y romana a través de los monasterios, muchos de ellos con monjes irlandeses. Uno de estos monasterios se encontraba en Bobbio, Emilia Romana una región montañosa italiana de difícil acceso. Inmediatamente la artista recordó otra institución en la isla de Skellig, en la parte más abrupta de la costa irlandesa en la que los escribanos duplicaban y conservaban de esta forma, textos históricos. Musicalmente estamos ante una de las clásicas baladas de McKennitt en la que su voz destaca en todos y cada uno de los amplios registros que suele abarcar.
“Marco Polo” – En una colección de músicas inspiradas en viajes y cruces entre culturas, no podía faltar la referencia al viajero por excelencia. Loreena descubrió un gran número de piezas de procedencia celta en un museo veneciano en 1991 y la ciudad italiana es un auténtico paraíso de la historia por la cantidad de referencias a culturas orientales que se pueden encontrar casi a cada paso. La artista utiliza una melodía sufí que había escuchado en un disco de Oni Wytars, formación musical dedicada a la música antigua y medieval, tanto occidental como oriental que destaca por la utilización de instrumentos originales en sus interpretaciones. Como el prólogo del disco, el tema es casi instrumental con la única aportación vocal de McKennitt en forma de tarareo.
“The Highwayman” – El corte más largo del disco es también uno de nuestros favoritos. Surge como una sugerencia de algunos conocidos de la artista que le proponen poner música al poema “El autoestopista” de Alfred Noyes, autor inglés a caballo entre el siglo XIX y el XX. Los versos narran una clásica historia de amores imposiblescon trágicas consecuencias y se ha convertido en una especie de estandar llegando a conocer todo tipo de versiones, desde la música culta en forma de cantata a cargo del compositor Deems Taylor o adaptaciones corales como la de Armstrong Gibbs hasta el cine, con una película de 1951 pasando por videoclips que adaptan la historia como “Everywhere” de Fleetwood Mac. La canción de Loreena McKennitt tiene las características más convencionales de la producción de la artista canadiense sin aportaciones de folclores exóticos como el resto del disco y, quizá por ello, resalta poderosamente dentro de “The Book of Secrets”.
“La Serenissima” – El título hace referencia a Venecia ya que es así como se la conocía en épocas pasadas. Loreena recorrió varias veces la ciudad en su visita de 1991 pero fue en 1995, cuando leyendo una historia sobre la visita de Enrique III de Francia a la ciudad del Adriático en 1574, cuando recibió la inspiración para componer esta preciosa pieza instrumental de raices medievales y celtas en la que podemos comprobar cómo la artista destaca también en la interpretación del arpa, quizá su instrumento predilecto. El acompañamiento del cello de Anne Bourne y de instrumentos de época como la viola da gamba de Joanna Levine o la guitarra victoriana de Robin Jeffery ayudan a dar a la pieza un aire elegante y distinguido.
“Night Ride Across the Caucasus” – Loreena es una artista cuyas inquietudes van mucho más allá de la propia música. Una de sus lecturas trataba sobre los avances de la ciencia en la historia y cómo muchas veces los avances tienen su lado oscuro por la ocultación y manipulación de la que hacen gala determinados poderes. Mientras grababa el disco en los estudios Real World, anunciaron la noticia de la clonación de la oveja Dolly con todo el debate ético que suscitó en su momento. La combinación de estos dos hechos y la lectura de textos sufíes sobre alquimia justo cuando recibe una invitación para tocar en Estambul, terminaron desembocando en la composición de esta pieza. Una vez más, el sonido remite más a músicas orientales que a un orígen celta.
“Dante’s Prayer” – Otra de las grandes composiciones del disco sin lugar a dudas. El azar que rige el viaje de todo buen viajero llevó a Loreena a una travesía de varios días en el Transiberiano (cuando el plan original era ir a Japón). Uno de los puntos comunes que la artista había encontrado en todos sus viajes en busca del legado celta era el amor a los caballos que tenían todos los pueblos que compartían esa raíz. En el tren observó a un anciano pelirrojo de rasgos típicamente irlandeses que le recordó mucho a su propio padre. La artista recordó entonces su visita a la exposición sobre la cultura celta en Venecia y una teoría que afirmaba que el orígen remoto de ese pueblo podía encontrarse en las estepas rusas. El físico de muchos de los lugareños y su devoción hacia los caballos sugirieron a la artista que aquella teoría podía tener más fundamento del que a priori podía parecer. Una de las lecturas que acompañaban a la cantante durante su viaje era “La Divina Comedia” de Dante Alighieri y de ahí la dedicatoria del título. La canción se abre y se cierra con una grabación procedente del disco “Russian Easter” del Coro de Cámara de San Petersburgo, concretamente un extracto del “Alleluia, Behold the Bridgeroom”.
“The Book of Secrets” fue en su momento lo más parecido a una superproducción que había hecho la artista. Se grabó en los estudios Real World de Peter Gabriel y la lista de músicos que intervienen en el disco es tan extensa como impresionante en cuanto a la categoría de los mismos. Junto con acompañantes habituales en los trabajos anteriores de Loreena como Brian Hughes (guitarras, bouzoki, oud, voces), Rick Lazar (percusión) o Hugh Marsh (violín) aparecen en los créditos nombres como los de Manu Katche (batería) o Caroline Lavelle (cello). Estamos ante el que, quizá, sea el disco más exitoso de la artista canadiense y ello propició una extensa gira de conciertos por todo el mundo. Podeis encontrar una información realmente extensa sobre el disco y sobre toda la bibliografía en la que la artista canadiense encontró inspiración durante la elaboración del mismo en su excelente página web.
Mientras trabajaba en la conclusión de un doble disco en el que quedaría recogida una selección de dos de las actuaciones de la gira, en París y en Toronto, Loreena recibió una trágica noticia que la golpeó en lo más profundo y estuvo a punto de retirarla definitivamente del mundo de la música: durante una excursión en bote en el lago Hurón y a causa de un desgraciado accidente, falleció su novio Ronald Ress junto con el hermano de éste y un amigo de ambos. Como es comprensible la artista se vio muy afectada y dedicó sus esfuerzos en los años posteriores a la creación de la Fundación Memorial Cook-Rees a la que destinó toda la recaudación de las ventas del doble disco en directo y que se encarga desde entonces de trabajar para la mejora de la seguridad en la navegación y en los rescates acuáticos. Como consecuencia de ello, la artista desapareció de la escena discográfica durante ocho largos años. Afortunadamente para todos nosotros, en 2008 volvió a aparecer en escena y desde entonces nos ha regalado varios nuevos trabajos que a buen seguro irán apareciendo por aquí junto con los más antiguos de la intérprete.
Loreena McKennitt es una de las artistas más interesantes que surgieron del boom de la música celta y new age en los años ochenta sin pertenecer realmente a ninguno de los dos estilos, al primero por su procedencia y al segundo porque realmente su música no tenía nada que ver con esa denominación aunque fue utilizada en muchas ocasiones para encuadrarla en algún género reconocible para el potencial comprador de su obra. Sus inicios no fueron nada fáciles y no sólo por la forma que escogió para difundir su obra sino por la sorprendente falta de reconocimiento por parte de muchos de sus “colegas”. Loreena no terminaba de entender que, por el simple hecho de haber nacido en Canadá, muchos artistas irlandeses y escoceses no la considerasen como una de los suyos y en muchas entrevistas de aquellos años a músicos representativos de esos estilos se dejaba entrever ese rechazo. Poco a poco, sin embargo, la calidad del trabajo de la artista terminó por vencer esas reticencias e incluso alguno de los músicos celtas más prestigiosos de las Islas Británicas como Donal Lunny terminaron por colaborar en discos de Loreena. Y lo cierto es que muy pocos artistas, de una u otra procedencia, tendrán tras de sí un trabajo de investigación y de estudio sobre la música celta como el que arrastra nuestra protagonista. En cualquier caso, el disco del que hoy hemos hablado no puede ser considerado en modo alguno como un disco de música celta al uso así que el lector que busque vertiginosos “reels”, pegadizas jigas o melancólicos aires para cantar alrededor de unas pintas en la taberna más cercana no va a encontrar nada de eso aquí. Si encontrará, sin embargo, una música exquisita, interpretada con un gusto fuera de lo común por músicos excepcionales. Dejamos para el final una apreciación que no podemos obviar: Loreena McKennitt, además de todo lo dicho, posee la voz más prodigiosa que hemos oído en cualquier género musical en mucho tiempo y la maneja con maestría en todos los registros. Si esta es vuestra primera toma de contacto con la artista, estamos seguros de que vais a caer rendidos ante ella. Os dejamos un par de enlaces por si quereis comprobarlo adquiriendo el disco: