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lunes, 7 de agosto de 2017
Mike Oldfield - Voyager (1996)
Maureen Liston, la madre de Mike Oldfield, era irlandesa y eso tuvo una gran importancia en la educación de sus hijos que fueron instruidos, por ejemplo, en la fe católica y no en el protestantismo que profesaba su padre. En la carrera posterior del músico, la influencia del origen de Maureen se reflejó en la presencia de elementos folclóricos en muchas de sus obras. Desde sus inicios, todos sus discos en solitario contaron con uno o varios fragmentos de aires celtas, particularmente “Hergest Ridge” y “Ommadawn” y la presencia de instrumentistas tradicionales como el lider de los Chieftains, Paddy Moloney se hizo notar en más de una ocasión.
Quizá por querer volver a sus raíces familiares tras la epopeya espacial de “The Songs of Distant Earth”, el siguiente trabajo del músico iba a estar dedicado casi por completo a la música celta. El hecho de que a mediados de los años noventa ese género estuviera en la cumbre de su popularidad, no nos engañemos, también pudo tener algo que ver y es que no hay que olvidar que “Voyager” iba a ser el último disco de los tres que Oldfield había firmado con Warner tras dejar Virgin y eso obligaba a causar una buena impresión (es decir, vender mucho) para conseguir un nuevo contrato sin que a la discográfica se le ocurriera, por ejemplo, exigir una tercera parte de “Tubular Bells”.
Se llegó a comentar que la intención inicial de Oldfield era la de grabar un disco 100% acústico, lleno de instrumentos tradicionales pero que las primeras demos no terminaron de funcionar y se decidió un cambio total de sonido. Lo iremos comentando más adelante pero creemos que este detalle pudo tener mucho que ver con el flojo resultado de buena parte del trabajo. Ya desde el primer momento sorprendía ver la lista de temas y comprobar que Oldfield sólo era el autor de cuatro de las diez composiciones del disco, siendo casi todas las demás tradicionales si entendemos como tales las pertenecientes al acerbo popular irlandés y escocés ya que salvo un par de ellas, el resto son de autor conocido. En el apartado de los músicos, Mike se rodeó de varios artistas que se contaban entre lo más granado de la música celta en aquel momento. La violinista Maire Breatnach sonaba en todas partes con su interpretación en el popular “Riverdance” de Bill Whelan. El percusionista Noel Eccles había participado en discos de todo aquel que era alguien en la música tradicional y sobre los gaiteros Liam O' Flynn y Davy Spillane hay poco que añadir. Quizá los más grandes de la variante irlandesa del instrumento en muchas décadas. Los miembros de The Chieftains, Sean Keane (violín) y Matt Molloy (flautas) pertenecen desde hace años a la “realeza” de la música irlandesa y su presencia aquí nos hace extrañar aún más la de Paddy Moloney. Completan la lista de músicos participantes los gaiteros Chris Apps, Roger Huth, Ian Macey y Bob MacIntosh y el violinista y flautista John Myers. El disco fue uno de los primeros trabajos como productor del discípulo de Hans Zimmer, Henry Jackman, quien tiene hoy una extensa carrera como autor de bandas sonoras.
“The Song of the Sun” - El primer corte del disco era una versión de una canción del grupo gallego Luar Na Lubre escrita por Bieito Romero. Sirvió como principal tema de promoción del disco en nuestro país y ayudó a la difusión de la música de la banda, que ya tenía una gran trayectoria a sus espaldas, por otra parte. El arreglo y la versión de Oldfield nos gusta mucho y, siendo muy diferente a la original, resiste perfectamente la comparación. El músico inglés utiliza un ritmo al que ha recurrido en más ocasiones y sobre él va añadiendo gaitas, flautas, arpas y su propia guitarra para terminar por conformar uno de los mejores momentos del disco.
“Celtic Rain” - La primera de las composiciones propias del disco es una bonita melodía que quizá habría ganado con otro arreglo diferente. La parte de sintetizador nos resulta demasiado tópica y no consigue acompañar bien al tema central que Oldfield ejecuta con la guitarra eléctrica. Nos quedamos con las ganas de escuchar un arreglo acústico como el que se dijo que era la intención primera del músico para todo el proyecto.
“The Hero” - Segunda versión, en este caso de un clásico del folclore escocés escrito por James S. Skinner a principios del siglo XX. Pese a lo delicado de la interpretación, en especial a cargo del flautista, nos cuesta desprendernos del recuerdo de muchas otras versiones que hemos escuchado de la pieza y que, en nuestra opinión, superan con creces a ésta.
“Women of Ireland” - Algo parecido nos ocurre con la adaptación de la magistral melodía de Seá Ó Riada que escuchamos a continuación. Son tantas las versiones de todo tipo que hemos podido disfrutar que la descafeinada adaptación de Oldfield nos deja con un pobre sabor de boca. Hay una curiosidad sobre esta versión y es que la canción suena en el film de Stanley Kubrick “Barry Lyndon”. La pieza más identificativa de la banda sonora de aquella película es una conocidísima suite de G. F. Haendel y Oldfield llega a tocar el tema principal de la suite en un momento determinado del corte por lo que, en cierto modo, la inspiración del tema viene más de la propia película que de la canción en sí.
“The Voyager” - Recupera el pulso el músico con su segunda composición propia, enfocada como un duelo entre su guitarra y las gaitas en su primera parte a la que se suman poco a poco el resto de instrumentos, empezando por el violín y terminando por el piano que marca la transición entre las dos partes de la pieza. Hay que destacar la extraordinaria percusión de Noel Eccles que sostiene en todo momento el tema que no sólo es de nuestros favoritos del disco sino uno aquellos en los que Oldfield es más reconocible.
“She Moves Through the Fair” - Volvemos a la misma sensación de piezas anteriores y es la de que Oldfield no acierta con los arreglos. Los sintetizadores utilizados para recrear una serie de voces angelicales no hacen otra cosa que distraernos y es una pena porque el músico se muestra muy competente con la guitarra acústica y la sola combinación de esta con el tin-whistle y el violín nos dejaría un tema muy logrado.
“Dark Island” - No entendemos que se utilice un sonido tan tópico como el del arpa sintetizada cuando se tiene la posibilidad de utilizar un arpista real. Su uso en el comienzo del tema nos parece innecesario y lo cierto es que la pieza, compuesta por Iain Maclachlan, mejora conforme aparecen nuevos instrumentos que ahogan al arpa. Afortunadamente, la composición es tan bella que pronto nos olvidamos de detalles como ese. En la segunda parte del disco Oldfield incorpora una alegre danza de aire tradicional que no forma parte de la canción original y cuya procedencia no está acreditada en las notas que acompañan al disco.
“Wild Goose Flaps its Wings” - En la época en la que grabó el disco, Oldfield era aficionado al Tai Chí y el título de esta composición hace referencia a una de los ejercicios que componen esa disciplina. El tema tiene un desarrollo parsimonioso y está protagonizado por las flautas aunque la guitarra de Oldfield tiene una presencia importante. Es una composición agradable sin más que nos va acercando al final.
“Flowers of the Forest” - El último tema tradicional del disco es este lamento de origen escocés compuesto en el S.XVII para conmemorar la derrota de las tropas de Jaime IV contra las de Enrique VIII en 1513. La versión es solemne, especialmente cuando aparecen las gaitas y los coros pero pierde fuerza por el uso de la percusión que añade un ritmo que se nos antoja inapropiado para la seriedad del tema.
“Mont St.Michel” - Afortunadamente, con el final del disco llega lo mejor. Oldfield se saca de la manga como cierre una espectacular suite orquestal, probablemente, lo más destacado que escribiera en mucho tiempo. El comienzo es reposado, tranquilo y con un toque muy serio. Aparece entonces el tema central interpretado al sintetizador y la primera réplica de las flautas. Toma el relevo la guitarra acústica mientras comenzamos a escuchar a la London Symphony Orchestra preparándose para la pirotecnia del sector central. Llegados al ecuador del tema se desata una preciosa melodía que salta de la flauta a la guitarra con el respaldo de la orquesta en pleno para llevarnos al delirio en un segmento memorable. De ahí al final se suceden melodías y grandes momentos que nos recuerdan inevitablemente a ese gran representante del sinfonismo céltico que es Patrick Cassidy. Con mucha diferencia, “Mont St.Michel” es lo mejor de un disco que, sin este tema, sería un trabajo verdaderamente pobre para alguien del nivel de Oldfield.
Comentaba el músico que “Voyager” fue uno de los discos que menos tardó en grabar (apenas dos meses) y que compuso y grabó alguno de los temas en una mañana. Suena oportunista pero es posible que el resultado final tuviera mucho que ver con esa falta de elaboración por parte de un artista que había alcanzado resultados verdaderamente brillantes trabajando en el estudio de grabación. Lo curioso es que la etapa del músico en Warner tras dejar Virgin (“Voyager” sería el tercer disco de ese periodo) tuvo dos consecuencias. Por un lado, muchos fans antiguos del músico se mostraban desconcertados por este nuevo Oldfield tan alejado de las complejas composiciones del pasado y por otro, seguidores de nuevo cuño enganchados por los brillos y oropeles de “Tubular Bells II”, parecían muy contentos con la versión moderna del artista.
Es cierto que un hecho tan notable como el cambio de discográfica marca una fecha muy golosa para identificar el comienzo de la decadencia de un musico pero no hay que olvidar que los últimos discos de Oldfield en Virgin, con la excepción de “Amarok”, no son precisamente los más apreciados por sus seguidores por lo que quizá no sea justo hacer este tipo de divisiones temporales a las que es tan fácil entregarse como, de hecho, hacemos aquí habitualmente. Habrá tiempo, en todo caso, de profundizar en esos otros trabajos más adelante. Por ahora disfrutemos de “Voyager” y de “Mont St.Michel”:
domingo, 20 de diciembre de 2015
Enya - Watermark (1988)
Lejos de
dormirse en los laureles tras hacer un disco como “The Celts”,
Enya comenzó de inmediato a trabajar en un nuevo trabajo. Ayudó,
claro, el interés de los directivos de Warner que se interesaron por
“fichar” a la artista irlandesa desde el momento en que
escucharon la banda sonora con la que se dio a conocer y que le
ofrecieron un gran contrato. Es conocida la frase de Rob Dickins
(director de Warner Music UK entre 1983 y 1998) quién afirmó que
“unas veces la compañía se preocupa de hacer dinero; otras, de
hacer música. Firmamos a Enya para lo segundo”.
Dickins
estuvo muy implicado en la grabación del disco, participando incluso
en el diseño gráfico y estando presente en la mayor parte de las
sesiones. La complicidad entre él y Enya fue tal que aparece
mencionado en la letra del mayor éxito del disco (“Orinoco Flow”)
en los versos: “we can steer we can near with Rob Dickins at the
wheel”, en traducción muy libre, “podemos ir a cualquier sitio
con Rob Dickins al timón”.
Viendo lo
que sucedería después, llama especialmente la atención la gran
evolución tecnológica que se produce entre “The Celts” y
“Watermark” en sólo unos meses, propiciada, evidentemente, por
la firma con una potencia discográfica como era Warner Music. Ese
salto no iba a transformar radicalmente el sonido de Enya pero sí
iba a potenciar aquellos aspectos más originales de su propuesta en
aquel entonces.
“Watermark”
- El primer tema del disco es un instrumental de piano como lo fueron
las primeras piezas que Enya grabó en su momento para aquella
cassette recopilatoria. Evidentemente, aunque el talento musical era
el mismo, la producción es ahora extraordinaria con unos coros
deliciosos pero que aún son una mera sombra del glorioso despliegue
al que asistiremos en los minutos siguientes.
“Cursum
Perficio” - Una de las piezas más emblemáticas del disco es esta
poderosa canción que empiza también con el piano como introducción
para la solemne y profunda melodía coral con Enya cantando en latín
una serie de notas cuyo estilo tendría una cierta cercanía con el
“Carmina Burana” de Orff, especialmente por su reminiscencia
medieval y su ritmo. La segunda parte de la pieza insiste en este
plantemiento con el desarrollo de espectaculares polifónias, con
rotundas percusiones y cuerdas llenas de fuerza. Una obra maestra que
quedaría eclipsada por otras composiciones del disco a las que no
tiene nada que envidiar.
“On Your Shore” - El órgano sustituye al piano en la introducción de una canción delicada, con la voz de Enya sonando cristalina y sin necesidad de ser multiplicada en el estudio. Es una clara heredera de “I Want Tomorrow” del disco anterior y marcaría un camino que todos los discos posteriores seguirían, incluyendo siempre al menos una balada de similares características a esta. En los instantes finales escuchamos el clarinete de Neil Buckley en una deliciosa intervención.
“Storms
in Africa” - Secuencias electrónicas y percusiones, muy ligeras
aún, nos reciben en un corte que podría pertenecer a cualquier
disco de las estrellas de la música hecha con sintetizadores de la
época. Todo cambia con unas simples notas vocales ensoñadoras y una
magnífica melodía cantada por la artista en modo coral. Las
percusiones africanas interpretadas por Chris Hughes ganan presencia
progresivamente mientras las voces se multiplican por obra y gracia
de la maestría de Nicky Ryan en el estudio de grabación. La pieza
tiene tan buena acogida que en posteriores ediciones del disco se
añadió una versión en inglés de la misma titulada “Storms in
Africa II”. En las últimas ediciones se volvió, sin embargo, al
“tracklist” inicial.
“Exile” - Llegamos a la que es una de las mejores canciones escritas por Enya de entre aquellas que siguen los patrones a los que nos referíamos cuando hablábamos de “On Your Shore”. Un maestro de la música tradicional celta como es el gaitero Davy Spillane interviene con una magnífica melodía de flauta adornando una melodía maravillosa cargada de melancolía y profundidad.
“Miss
Clare Remembers” - Recordábamos antes que la primera grabación de
Enya en solitario fue para un “cassette” de varios artistas al
que la cantante aportaba dos instrumentales de piano. El primero era
“An Gaoth ón Ghrian” y el segundo éste que recupera aquí. Es
una composición breve, romántica y con un cierto toque de pieza de
aprendizaje pero no desentona en absoluto aquí.
“Orinoco
Flow” - Llegamos al tema que lo cambió todo. La pieza que hizo que
Enya pasase de ser una artista conocida en Gran Bretaña a una
estrella de dimensiones planetarias. La canción aparece en gran
cantidad de sintonías, anuncios, series de televisión y varios
artistas utilizan “samples” de la misma en sus propias canciones.
Lo curioso es que técnicamente puede ser una de las más sencillas
de todo el trabajo ya que se basa en unos acordes muy sencillos que
se repiten constantemente (y que proceden de un sonido de fábrica
apenas modificado del sintetizador Roland D50), un texto esquemático
y un estribillo que se repite constantemente (“sail away”) hasta
el punto de convertirse en el subtítulo del tema cuando aparece como
“single”. La canción se convierte pronto en un símbolo de una
nueva forma de hacer música que tendría decenas de imitadores en
los años posteriores con grandes resultados en algunos casos.
“Evening
Falls” - Nueva balada de corte clásico en la que la voz de Enya,
casi “a cappella”, desgrana una melodía de excepcional belleza
con el único acompañamiento, primero de un tenue colchón de voces,
después de un órgano y, finalmente de ambos juntos. Sin necesidad
de pirotecnias de ningún tipo, Enya firma una canción
extraordinaria.
“River” - Quizá el instrumental más extraño del disco. Completamente electrónico y construido con timbres poco convencionales, no termina de sonar del todo bien. Más o menos por la misma época, la irlandesa grabó un tema como “Oriel Window” de similares características pero infinitamente más inspirado que quedó relegado a “cara b” de single.
“The
Longships” - Volvemos a oír el piano y las percusiones en
combinación con los coros en los que la voz de Enya es replicada
hasta el infinito en un corte en el que apreciamos de nuevo la
inspiración por los sonidos africanos. Podría haber sido otra de
las grandes canciones del disco pero le falta algo que no sabemos
identificar para enamorarnos por completo.
“Na
Laetha Geal M'Óige” - Cierra el trabajo una balada cantada en
gaélico en la que escuchamos por segunda vez a Davy Spillane, esta
vez interpretando las “uilleann pipes” en las que es maestro. Una
pieza magnífica que, además, encaja perfectamente como cierre de un
disco cuya primera escucha, allá por 1988, supuso un “shock”
para muchos.
Leíamos
recientemente en una prestigiosa publicación musical, al hilo del
nuevo disco de Enya, que parecía que había que pedir dsiculpas a la
hora de elogiar un trabajo de la artista irlandesa y que en algún
momento parecía que muchos se sentían avergonzados de “confesar”
su admiración por su música. Es cierto que en un momento
determinado, los discos de la cantante resultaban repetitivos y sin
una evolución palpable en términos estilísticos o sonoros pero no
es menos cierto que a nivel compositivo, todos sus trabajos rayan a
un nivel, como mínimo, notable. No creemos que el número de
artistas que puedan decir eso tras treinta años de carrera sea muy
elevado. Aunque “The Celts” fue un primer paso, es “Watermark”
el gran hito que convierte a Enya en estrella, reforzado por el
posterior “Shepherd Moons” que comentamos aquí tiempo atrás. El
estrellato no cambió en absoluto a la artista pero sí influyó en
la percepción popular de su obra. Enya se convirtió en un icono, en
una marca que trascendía lo musical hasta convertirla en sinónimo
de algo bonito pero sin fuerza, ñoño, cursi. Creemos que va siendo
hora de revisar esta idea. Discos como “Watermark” están fuera
de toda sospecha pero creemos que su obra posterior sale airosa de
una re-escucha. Trataremos de que siga presente por aquí para
comprobarlo.
domingo, 30 de marzo de 2014
Mike Oldfield - Man on the Rocks (2014)
Años atrás
se produjo una conversación muy reveladora con un amigo. Sólo unos días antes
habíamos asistido a la proyección de la cuarta película de la saga de Indiana
Jones y al salir el tema, preguntó: ¿qué os pareció la película? Lo cierto es
que fue una gran decepción y, por lo tanto, nos extendimos en una serie de
críticas, argumentos y justificaciones que respaldaban la mala opinión que
teníamos del film. Algo más nos sorprendió su siguiente pregunta: ¿pero os
gustaron las tres primeras? Ante nuestra respuesta afirmativa, nuestro
interlocutor continuó con su casi socrático interrogatorio con dos nuevas
cuestiones, a cual más demoledora: entonces ¿creéis que la película es
realmente tan inferior a las anteriores o lo que ocurre es que la habéis visto
con veinte años más que las otras? ¿ha cambiado el mensaje o ha sido el
receptor?
No supimos qué contestar ya que constatamos que nos
resultaba imposible abstraernos a la enorme distancia temporal a la hora de
juzgar las cuatro películas. Es posible que si las hubiéramos visto todas por
primera vez ahora, nuestra opinión de las primeras fuera mejor que la de la
última pero también creemos que alguien que viese las cuatro películas juntas
con, pongamos, 18 años, las encontraría bastante similares en todos los sentidos.
Llevamos dándole vueltas a esta vieja anécdota prácticamente
desde el momento en que escuchamos por primera vez los primeros cortes del
nuevo disco de Mike Oldfield en la red y ha estado muy presente durante las
semanas en las que lo hemos escuchado una y otra vez ya en formato físico. Aún
no hemos entrado a fondo en el blog en esa etapa de Oldfield pero en los
ochenta se produjo un cambio paulatino desde el músico de los largos
instrumentales épicos hasta un escritor de éxitos pop que llegó a publicar un
trabajo como “Earth Moving” en el que los temas cantados habían desplazado del
todo a los instrumentales. En aquel entonces, fuimos aceptando el cambio con
naturalidad, admirando los trabajos clásicos de Oldfield como siempre lo
habíamos hecho y asimilando los discos “pop” como obras, quizá menores en su
discografía, pero interesantes en cualquier caso. Las primeras escuchas de “Man
on the Rocks”, por el contrario, no nos causaron buena impresión con contadas
excepciones y eso provocó que nos hiciéramos la misma pregunta que nos formuló
nuestro atinado amigo en el párrafo que abría la entrada: ¿son las canciones de
Oldfield realmente peores ahora que en 1988, por ejemplo? ¿somos nosotros los
que no las percibimos igual más de 25 años después?
Trataremos de dar una respuesta lo más objetiva posible al
concluir el análisis del disco pero antes, hagamos un poco de historia. A
finales de 2012 surgen las primeras noticias acerca de un nuevo disco de Mike
Oldfield en las que se afirmaba que el artista había escrito una serie de
canciones rock y que, por tanto, iba a publicar un disco de esas
características. Sorprendía un poco ya que la “historia oficial” de Mike
afirmaba que nunca disfrutó con las canciones cortas y que no fueron más que
imposiciones de su discográfica. De hecho, desde que abandonó Virgin apenas
habíamos oído una canción “pop” de Oldfield que formaba parte de su “Tubular
Bells III”. Es conocido que el músico vive desde hace un tiempo en las Bahamas,
alejado del mundanal ruido y disfrutando de una vida relajada y placentera y
también, aparentemente, de la música, salvo para trabajar en las
remasterizaciones de su catálogo que van saliendo con cierta periodicidad. Esto
no iba a cambiar con el nuevo disco ya que Oldfield había grabado unas demos
que serían enviadas a una serie de músicos de estudio. Durante la grabación,
Oldfield estuvo en contacto con el grupo vía “skype”. Finalmente, el propio
Mike añadiría las pistas de guitarra, bajo y algunos teclados al disco en su
propio estudio. La banda escogida para grabar las once canciones estaba
integrada por el joven vocalista Luke Spiller (el gran descubrimiento del
disco, con una gran similitud física y vocal con el desaparecido Freddie
Mercury), John Robinson (batería), Lee Sklar (bajo), Michael Thompson
(guitarras) y Matt Rollings (piano). La producción del disco corre por cuenta
de Steve Lipson quien también toca algunos teclados y guitarras.
![]() |
| Luke Spiller y Mike Oldfield |
“Sailing” – Comienza el disco con unos acordes de guitarra
acústica que enseguida nos recuerdan el sonido clásico del Oldfield más pop (es
decir, el de “Moonlight Shadow”). La letra es deliciosamente intrascendente y
banal lo que puede extenderse a la música. Una canción pop de consumo rápido
que el Oldfield de los buenos tiempos probablemente no habría tenido en
consideración para formar parte de un disco. Sin embargo, hay algo en su
optimismo ciertamente contagioso que nos hace intuir a un músico feliz y
disfrutando de la vida como quizá nunca lo hizo. Es muy aventurado decir algo
así pero la impresión que nos da es la de que esta canción refleja un estado en
su autor realmente satisfactorio.
“Moonshine” – Según el propio Oldfield, se trata de una canción en la que llevaba trabajando 25 años. Lo cierto es que la melodía ya la publicó como cara B de un viejo single instrumental aunque tenemos que decir que la nueva versión es muy superior a aquella. Los arreglos denotan una evidente influencia de los U2 de “The Joshua Tree” tanto en las guitarras y el bajo como en los teclados a pesar de lo cual, nos parece una canción muy acertada, especialmente en su segunda mitad cuando los arreglos de corte celta se adueñan de la misma (ese tambor con su redoble constante, especialemente). Aparecen aquí como invitados especiales nada menos que Davy Spillane, flautista y gaitero irlandés que pasa por ser uno de los mejores intérpretes vivos de la “uillean pipe” o gaita irlandesa y el violinista Paul Dooley.
“Man on the Rocks” – Cuando comenzaron a filtrarse algunas
demos del disco, ésta canción fue la que más llamó nuestra atención. Se trata
de una especie de himno rock, con reminiscencias de rock progresivo
(especialmente en los teclados que recuerdan a los viejos mellotrones).
Probablemente se trate de la canción más emotiva del disco y una de las más
inspiradas del mismo, ganando en intensidad con cada compás y conteniendo
algunos arreglos corales muy interesantes que nos remiten a temas antiguos como
“Heaven’s Open”. Luke Spiller, magnífico en todo el disco, hace aquí un gran
papel. Como último detalle, encontramos algunas similitudes entre la melodía
central y otras del disco “Guitars”, algo que sucederá en alguna canción más
del disco.
“Castaway” – Una de las canciones con un desarrollo más interesante de todo el trabajo. Comienza de una forma un tanto anodina con un sonido de órgano que parece una versión algo más lenta del acordeón de “Rites of Men”, vieja cara B de single de principios de los ochenta. Sin embargo, poco a poco van apareciendo nuevos elementos, como una percusión que hemos oído en discos como “Five Miles Out” y una poderosa batería que marca una inflexión importante en el tema. Tras un desgarrado grito de Spiller, Oldfield se marca un precioso solo de guitarra en clave de “blues” como hacía años que no le escuchábamos ayudándonos a recuperar viejas sensaciones.
“Minutes” – Llegamos a otra canción pop de agradable factura
y con mucho potencial comercial como posible single. Uno de esos temas que a
Oldfield le salen con naturalidad y de los que su discografía de los años
ochenta está llena. No hay nada particularmente sorprendente que destacar en
ella pero tampoco le encontramos nada malo.
“Dreaming in the Wind” – Por algún motivo es una de nuestras
canciones favoritas del disco. En ella se mezclan ritmos de un primer
rock’n’roll con una guitarra que parece un homenaje a Hank Marvin de los
Shadows aunque con cierto regusto también a Mark Knopfler. Si a ello sumamos
los teclados de fondo, con un timbre parecido al del “Fairlight” que tanto
empleó el músico en los ochenta (especialmente al de “Discovery”) y una batería
que suena muchas veces parecida a la de Simon Philips en “Crises” llegamos a la
conclusión, seguramente equivocada, de que esta canción puede tener su origen
en aquellos años.
“Nuclear” – Quizá el tema más controvertido del disco. Se
trata de una canción de tintes épicos con un poderoso estribillo que podría
convertirse en un himno memorable. El problema es que recuerda demasiado a otra
melodía, nada menos que a la estrofa principal del “Epitaph” de King Crimson.
Hasta la entrada del bajo que precede a la impresionante melodía principal es
muy similar a la de la guitarra eléctrica de Robert Fripp en el clásico del 69.
Si conseguimos abstraernos a este innegable parecido, tenemos que reconocer que
a Oldfield le ha salido una canción robusta y enérgica que podría ser uno de
los grandes momentos del disco pero la sombra de “Epitaph” en nuestros oídos es
muy alargada y no conseguimos desprendernos de ella cuando escuchamos
“Nuclear”.
“Chariots” – En la parte final, el disco decae de forma
notable en nuestra opinión, dejándonos con la sensación de que podría haberse
reducido su duración y el conjunto habría salido ganando. “Chariots comienza
con un ácido sonido de guitarra eléctrica aderezado con efectos electrónicos y
un riff poderoso. Aunque muchos, incluido el propio autor, la han comparado con
“Shadow on the Wall”, a nosotros nos recuerda mucho más a “Outcast” de “Tubular
Bells III”.
“Following the Angels” – Tras la intensidad rockera del
corte anterior, Oldfield nos sorprende con una balada extremadamente lenta que,
situada en este momento del disco nos resulta profundamente anticlimática. La
caída es brutal y ya no conseguirá que nos levantemos en los temas que restan. Lo
más salvable es la intervención de Oldfield a la guitarra rescatando su sonido
clásico pero los coros “gospel” del final nos sumen en un profundo
aburrimiento, lo cual es lo peor que se puede decir de una canción como esta.
“Irene” – Cuenta Oldfield que la inspiración para la canción
llegó durante el paso del huracán del mismo nombre sobre su casa de las
Bahamas. Quiso reflejar en cierto modo la potencia y energía del mismo y para
ello buscó en los primeros discos de los Rolling Stones un modelo a imitar.
Ciertamente el riff de la canción tiene el sello de Keith Richards pero, con
todo, la vemos como una canción completamente prescindible. Sorprenden los
arreglos de metales del final aunque no consiguen que la canción levante el
vuelo.
“I Give Myself Away” – Cerrando el disco tenemos una versión
de una canción de William McDowell, pastor y compositor de himnos religiosos
con varios discos publicados. La canción es agradable pero no encaja demasiado
con el estilo de Oldfield en nuestra opinión. De hecho, Mike no tenía intención
de incluirla en el disco pero ante la insistencia de sus colaboradores, se optó
por grabarla y dejarla como cierre del mismo.
Estamos seguros de que “Man on the Rocks” no va a pasar a la
historia como uno de los mejores discos de Mike Oldfield. Probablemente, ni
siquiera aguante la comparación con otros trabajos integrados fundamentalmente
por canciones como los grabados por el músico en los ochenta. Sin embargo, y
desde nuestro punto de vista, supone una agradable mejoría con respecto a sus
insulsos experimentos “chill-out” de la década pasada. No tenemos respuesta a
la cuestión que planteábamos al principio respecto a si ha cambiado la música
de Mike Oldfield en estos años o lo ha hecho nuestra percepción como oyentes ya
que, en el fondo, es una pregunta de repuesta imposible: no podemos ponernos en
la situación que teníamos en 1988 a la hora de escuchar el disco ni tampoco
escuchar “Earth Moving” o “Heaven’s Open” hoy como si fuera la primera vez ya
que forman parte desde hace décadas de nuestro bagaje como oyentes.
Hay otro tipo de sensaciones al margen de las musicales que
nos deja el disco y esas son las más positivas. Mike Oldfield es un tipo con
una personalidad difícil, que ha pasado por momentos en los que intuimos que su
situación mental no era la más equilibrada posible y eso le ha llevado a sufrir
más de la cuenta en muchas épocas. Lo que deja entrever este disco es un músico
feliz, realizado y que ha dejado los viejos fantasmas a buen recaudo. Sólo por
eso, merece la pena haber escuchado el disco. Como la constatación de que a un
viejo amigo con el que habíamos perdido el contacto le van bien las cosas. Las
noticias que van llegando por parte de Oldfield y sus allegados en los últimos
tiempos apuntan a un momento de efervescencia musical en el que se ha hablado
de muchos nuevos proyectos, incluyendo una “precuela” de “Tubular Bells” aunque
también se dijo algo de un “Tubular Bells IV”. Tiempo habrá para encargarse de
esos proyectos si finalmente se llevan a cabo. Por ahora nos quedamos con su
“Man on the Rocks” que se puede adquirir en tres versiones diferentes: una, la
convencional en CD que es la que hemos comentado, una segunda con un disco
adicional en el que se encuentran las versiones instrumentales del disco y una
tercera, la más completa, que añade todo tipo de “memorabilia” y un disco más con
las demos del trabajo cantadas por el propio Oldfield. Podeis adquirirlas en
los enlaces habituales:
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Os dejamos con un pequeño video promocional del disco:fnac.es
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