Años atrás
se produjo una conversación muy reveladora con un amigo. Sólo unos días antes
habíamos asistido a la proyección de la cuarta película de la saga de Indiana
Jones y al salir el tema, preguntó: ¿qué os pareció la película? Lo cierto es
que fue una gran decepción y, por lo tanto, nos extendimos en una serie de
críticas, argumentos y justificaciones que respaldaban la mala opinión que
teníamos del film. Algo más nos sorprendió su siguiente pregunta: ¿pero os
gustaron las tres primeras? Ante nuestra respuesta afirmativa, nuestro
interlocutor continuó con su casi socrático interrogatorio con dos nuevas
cuestiones, a cual más demoledora: entonces ¿creéis que la película es
realmente tan inferior a las anteriores o lo que ocurre es que la habéis visto
con veinte años más que las otras? ¿ha cambiado el mensaje o ha sido el
receptor?
No supimos qué contestar ya que constatamos que nos
resultaba imposible abstraernos a la enorme distancia temporal a la hora de
juzgar las cuatro películas. Es posible que si las hubiéramos visto todas por
primera vez ahora, nuestra opinión de las primeras fuera mejor que la de la
última pero también creemos que alguien que viese las cuatro películas juntas
con, pongamos, 18 años, las encontraría bastante similares en todos los sentidos.
Llevamos dándole vueltas a esta vieja anécdota prácticamente
desde el momento en que escuchamos por primera vez los primeros cortes del
nuevo disco de Mike Oldfield en la red y ha estado muy presente durante las
semanas en las que lo hemos escuchado una y otra vez ya en formato físico. Aún
no hemos entrado a fondo en el blog en esa etapa de Oldfield pero en los
ochenta se produjo un cambio paulatino desde el músico de los largos
instrumentales épicos hasta un escritor de éxitos pop que llegó a publicar un
trabajo como “Earth Moving” en el que los temas cantados habían desplazado del
todo a los instrumentales. En aquel entonces, fuimos aceptando el cambio con
naturalidad, admirando los trabajos clásicos de Oldfield como siempre lo
habíamos hecho y asimilando los discos “pop” como obras, quizá menores en su
discografía, pero interesantes en cualquier caso. Las primeras escuchas de “Man
on the Rocks”, por el contrario, no nos causaron buena impresión con contadas
excepciones y eso provocó que nos hiciéramos la misma pregunta que nos formuló
nuestro atinado amigo en el párrafo que abría la entrada: ¿son las canciones de
Oldfield realmente peores ahora que en 1988, por ejemplo? ¿somos nosotros los
que no las percibimos igual más de 25 años después?
Trataremos de dar una respuesta lo más objetiva posible al
concluir el análisis del disco pero antes, hagamos un poco de historia. A
finales de 2012 surgen las primeras noticias acerca de un nuevo disco de Mike
Oldfield en las que se afirmaba que el artista había escrito una serie de
canciones rock y que, por tanto, iba a publicar un disco de esas
características. Sorprendía un poco ya que la “historia oficial” de Mike
afirmaba que nunca disfrutó con las canciones cortas y que no fueron más que
imposiciones de su discográfica. De hecho, desde que abandonó Virgin apenas
habíamos oído una canción “pop” de Oldfield que formaba parte de su “Tubular
Bells III”. Es conocido que el músico vive desde hace un tiempo en las Bahamas,
alejado del mundanal ruido y disfrutando de una vida relajada y placentera y
también, aparentemente, de la música, salvo para trabajar en las
remasterizaciones de su catálogo que van saliendo con cierta periodicidad. Esto
no iba a cambiar con el nuevo disco ya que Oldfield había grabado unas demos
que serían enviadas a una serie de músicos de estudio. Durante la grabación,
Oldfield estuvo en contacto con el grupo vía “skype”. Finalmente, el propio
Mike añadiría las pistas de guitarra, bajo y algunos teclados al disco en su
propio estudio. La banda escogida para grabar las once canciones estaba
integrada por el joven vocalista Luke Spiller (el gran descubrimiento del
disco, con una gran similitud física y vocal con el desaparecido Freddie
Mercury), John Robinson (batería), Lee Sklar (bajo), Michael Thompson
(guitarras) y Matt Rollings (piano). La producción del disco corre por cuenta
de Steve Lipson quien también toca algunos teclados y guitarras.
Luke Spiller y Mike Oldfield |
“Sailing” – Comienza el disco con unos acordes de guitarra
acústica que enseguida nos recuerdan el sonido clásico del Oldfield más pop (es
decir, el de “Moonlight Shadow”). La letra es deliciosamente intrascendente y
banal lo que puede extenderse a la música. Una canción pop de consumo rápido
que el Oldfield de los buenos tiempos probablemente no habría tenido en
consideración para formar parte de un disco. Sin embargo, hay algo en su
optimismo ciertamente contagioso que nos hace intuir a un músico feliz y
disfrutando de la vida como quizá nunca lo hizo. Es muy aventurado decir algo
así pero la impresión que nos da es la de que esta canción refleja un estado en
su autor realmente satisfactorio.
“Moonshine” – Según el propio Oldfield, se trata de una canción en la que llevaba trabajando 25 años. Lo cierto es que la melodía ya la publicó como cara B de un viejo single instrumental aunque tenemos que decir que la nueva versión es muy superior a aquella. Los arreglos denotan una evidente influencia de los U2 de “The Joshua Tree” tanto en las guitarras y el bajo como en los teclados a pesar de lo cual, nos parece una canción muy acertada, especialmente en su segunda mitad cuando los arreglos de corte celta se adueñan de la misma (ese tambor con su redoble constante, especialemente). Aparecen aquí como invitados especiales nada menos que Davy Spillane, flautista y gaitero irlandés que pasa por ser uno de los mejores intérpretes vivos de la “uillean pipe” o gaita irlandesa y el violinista Paul Dooley.
“Man on the Rocks” – Cuando comenzaron a filtrarse algunas
demos del disco, ésta canción fue la que más llamó nuestra atención. Se trata
de una especie de himno rock, con reminiscencias de rock progresivo
(especialmente en los teclados que recuerdan a los viejos mellotrones).
Probablemente se trate de la canción más emotiva del disco y una de las más
inspiradas del mismo, ganando en intensidad con cada compás y conteniendo
algunos arreglos corales muy interesantes que nos remiten a temas antiguos como
“Heaven’s Open”. Luke Spiller, magnífico en todo el disco, hace aquí un gran
papel. Como último detalle, encontramos algunas similitudes entre la melodía
central y otras del disco “Guitars”, algo que sucederá en alguna canción más
del disco.
“Castaway” – Una de las canciones con un desarrollo más interesante de todo el trabajo. Comienza de una forma un tanto anodina con un sonido de órgano que parece una versión algo más lenta del acordeón de “Rites of Men”, vieja cara B de single de principios de los ochenta. Sin embargo, poco a poco van apareciendo nuevos elementos, como una percusión que hemos oído en discos como “Five Miles Out” y una poderosa batería que marca una inflexión importante en el tema. Tras un desgarrado grito de Spiller, Oldfield se marca un precioso solo de guitarra en clave de “blues” como hacía años que no le escuchábamos ayudándonos a recuperar viejas sensaciones.
“Minutes” – Llegamos a otra canción pop de agradable factura
y con mucho potencial comercial como posible single. Uno de esos temas que a
Oldfield le salen con naturalidad y de los que su discografía de los años
ochenta está llena. No hay nada particularmente sorprendente que destacar en
ella pero tampoco le encontramos nada malo.
“Dreaming in the Wind” – Por algún motivo es una de nuestras
canciones favoritas del disco. En ella se mezclan ritmos de un primer
rock’n’roll con una guitarra que parece un homenaje a Hank Marvin de los
Shadows aunque con cierto regusto también a Mark Knopfler. Si a ello sumamos
los teclados de fondo, con un timbre parecido al del “Fairlight” que tanto
empleó el músico en los ochenta (especialmente al de “Discovery”) y una batería
que suena muchas veces parecida a la de Simon Philips en “Crises” llegamos a la
conclusión, seguramente equivocada, de que esta canción puede tener su origen
en aquellos años.
“Nuclear” – Quizá el tema más controvertido del disco. Se
trata de una canción de tintes épicos con un poderoso estribillo que podría
convertirse en un himno memorable. El problema es que recuerda demasiado a otra
melodía, nada menos que a la estrofa principal del “Epitaph” de King Crimson.
Hasta la entrada del bajo que precede a la impresionante melodía principal es
muy similar a la de la guitarra eléctrica de Robert Fripp en el clásico del 69.
Si conseguimos abstraernos a este innegable parecido, tenemos que reconocer que
a Oldfield le ha salido una canción robusta y enérgica que podría ser uno de
los grandes momentos del disco pero la sombra de “Epitaph” en nuestros oídos es
muy alargada y no conseguimos desprendernos de ella cuando escuchamos
“Nuclear”.
“Chariots” – En la parte final, el disco decae de forma
notable en nuestra opinión, dejándonos con la sensación de que podría haberse
reducido su duración y el conjunto habría salido ganando. “Chariots comienza
con un ácido sonido de guitarra eléctrica aderezado con efectos electrónicos y
un riff poderoso. Aunque muchos, incluido el propio autor, la han comparado con
“Shadow on the Wall”, a nosotros nos recuerda mucho más a “Outcast” de “Tubular
Bells III”.
“Following the Angels” – Tras la intensidad rockera del
corte anterior, Oldfield nos sorprende con una balada extremadamente lenta que,
situada en este momento del disco nos resulta profundamente anticlimática. La
caída es brutal y ya no conseguirá que nos levantemos en los temas que restan. Lo
más salvable es la intervención de Oldfield a la guitarra rescatando su sonido
clásico pero los coros “gospel” del final nos sumen en un profundo
aburrimiento, lo cual es lo peor que se puede decir de una canción como esta.
“Irene” – Cuenta Oldfield que la inspiración para la canción
llegó durante el paso del huracán del mismo nombre sobre su casa de las
Bahamas. Quiso reflejar en cierto modo la potencia y energía del mismo y para
ello buscó en los primeros discos de los Rolling Stones un modelo a imitar.
Ciertamente el riff de la canción tiene el sello de Keith Richards pero, con
todo, la vemos como una canción completamente prescindible. Sorprenden los
arreglos de metales del final aunque no consiguen que la canción levante el
vuelo.
“I Give Myself Away” – Cerrando el disco tenemos una versión
de una canción de William McDowell, pastor y compositor de himnos religiosos
con varios discos publicados. La canción es agradable pero no encaja demasiado
con el estilo de Oldfield en nuestra opinión. De hecho, Mike no tenía intención
de incluirla en el disco pero ante la insistencia de sus colaboradores, se optó
por grabarla y dejarla como cierre del mismo.
Estamos seguros de que “Man on the Rocks” no va a pasar a la
historia como uno de los mejores discos de Mike Oldfield. Probablemente, ni
siquiera aguante la comparación con otros trabajos integrados fundamentalmente
por canciones como los grabados por el músico en los ochenta. Sin embargo, y
desde nuestro punto de vista, supone una agradable mejoría con respecto a sus
insulsos experimentos “chill-out” de la década pasada. No tenemos respuesta a
la cuestión que planteábamos al principio respecto a si ha cambiado la música
de Mike Oldfield en estos años o lo ha hecho nuestra percepción como oyentes ya
que, en el fondo, es una pregunta de repuesta imposible: no podemos ponernos en
la situación que teníamos en 1988 a la hora de escuchar el disco ni tampoco
escuchar “Earth Moving” o “Heaven’s Open” hoy como si fuera la primera vez ya
que forman parte desde hace décadas de nuestro bagaje como oyentes.
Hay otro tipo de sensaciones al margen de las musicales que
nos deja el disco y esas son las más positivas. Mike Oldfield es un tipo con
una personalidad difícil, que ha pasado por momentos en los que intuimos que su
situación mental no era la más equilibrada posible y eso le ha llevado a sufrir
más de la cuenta en muchas épocas. Lo que deja entrever este disco es un músico
feliz, realizado y que ha dejado los viejos fantasmas a buen recaudo. Sólo por
eso, merece la pena haber escuchado el disco. Como la constatación de que a un
viejo amigo con el que habíamos perdido el contacto le van bien las cosas. Las
noticias que van llegando por parte de Oldfield y sus allegados en los últimos
tiempos apuntan a un momento de efervescencia musical en el que se ha hablado
de muchos nuevos proyectos, incluyendo una “precuela” de “Tubular Bells” aunque
también se dijo algo de un “Tubular Bells IV”. Tiempo habrá para encargarse de
esos proyectos si finalmente se llevan a cabo. Por ahora nos quedamos con su
“Man on the Rocks” que se puede adquirir en tres versiones diferentes: una, la
convencional en CD que es la que hemos comentado, una segunda con un disco
adicional en el que se encuentran las versiones instrumentales del disco y una
tercera, la más completa, que añade todo tipo de “memorabilia” y un disco más con
las demos del trabajo cantadas por el propio Oldfield. Podeis adquirirlas en
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