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viernes, 11 de agosto de 2023

Alboka - Lorius (2001)



Queremos volver la vista atrás hoy hasta el año 2001, en pleno apogeo de las llamadas “nuevas músicas” en nuestro país para regresar al que, en nuestra opinión, es uno de los mejores discos del género producidos en España. Se trata del tercer trabajo de Alboka, trío vasco que combinó como nadie en este CD lo mejor del folclore de Euskadi con influencias irlandesas (esto tiene truco como veremos más adelante) pero también centroeuropeas y de músicas contemporáneas.


El nucleo de Alboka son el acordeonista Joxan Goikoetxea y el “albokari” irlandés, Alan Griffin. La banda ha tenido muchos otros integrantes y en el momento de la grabación de “Lorius”, que es el disco del que hablamos aquí hoy, el tercer miembro del grupo era el violinista Juan Arriola. Goikoetxea tenía una extensa trayectoria como intérprete y como compositor con varios discos publicados en solitario y, especialmente, en compañía de Juan Mari Beltrán. Su repertorio incluía folclore vasco pero también música académica (no en vano una de sus primeras grabaciones fue nada menos que su versión de “Libertango” de Astor Piazzolla). En la época con Juan Mari Beltrán comienza a colaborar con Suso Sáiz, el productor con mayúsculas de las nuevas músicas en España, quien también participará en este “Lorius”. Entramos ahora en el largo apartado de colaboraciones del disco que incluyen una verdadera constelación de estrellas del género en aquellos años. Aparte del acordeón de Joxean, Griffin toca la alboka, las flautas, el clarinete y diversos instrumentos de viento más. Juan Arriola, como dijimos antes, toca el violín y a ellos se suman Fiachra Mac Gabhann (bouzouki, guitarra y mandola), Peter Maund (percusiones), J.A. Martín Zarco (guitarra, mandolina y bouzouki), Tino di Geraldo (percusiones) o el citado Juan Mari Beltrán, quien aparece en un par de temas, entre otros. En el apartado de voces invitadas destacan la cantante húngara Marta Sebestyen y el folclorista Eliseo Parra.


Comienza el disco con “Txinparta”. La mayor parte de la música del disco es tradicional pero hay varias piezas compuestas por los miembros del grupo. Es el caso de esta pieza de Juan Arriola, de gran sabor irlandés, probablemente debido a la instrumentación que mezcla violines y acordeón con una sección rítmica formada por bouzouki y percusiones como la darbuka. Si bien, ninguno de los dos instrumentos es de origen celta, ambos han sido ampliamente utilizados por músicos de esa tradición en las últimas décadas. “Ezpata-Dantzak” es una sucesión de danzas tradicionales en las que a la instrumentación del tema anterior se suma la alboka y también la txalaparta. Ritmos vivos y virtuosismo instrumental para regalarnos un gran momento. La siguiente canción, “Oihaneko Zuhainetan”, es una joya en la que escuchamos la extraordinaria voz de Marta Sebestyen cantando en euskera (como hace en todas sus intervenciones en el disco). Los arreglos, son principalmente electrónicos y de corte ambiental para interferir lo menos posible en la interpretación de la cantante magiar. Precioso el solo final de Juan Mari Beltrán a la txanbela, especie de dulzaina típica del folclore vasco. Continuando con la presentación de instrumentos típicos de euskadi, encontramos en “Lakarra” la txirula, especie flauta de tres agujeros de registro muy agudo. Interpreta Christophe Juste con acompañamiento de acordeón y percusiones principalmente, una danza tradicional del Pirineo Navarro. Llegamos así a “Toberak”, canción de bodas tradicional de Gipuzkoa interpretada a dos voces por Eliseo Parra también en euskera en un comienzo estremecedor. Cuando aparece el acompañamiento instrumental lo hace replicando la melodía vocal con gran acierto. Una preciosa canción que está entre nuestras favoritas del disco.



Tras ella, “Hiru Piztiak”, la primera composición de Alan Griffin que es también uno de los grandes momentos del trabajo. Se juntan tres piezas diferentes cantadas por Xabi San Sebastián con un ritmo arrollador marcado principalmente por el acordeón y la percusión y con un magnífico acompañamiento de flauta. La parte final a dúo entre el acordeón y la guimbarda es una maravilla.




Con “Luma Txurikoa Naiz” escuchamos un precioso dúo entre Marta y Xabi con ayuda del resto a los coros que mantiene el altísimo nivel de este segmento del disco en el que una gran canción sucede a otra. Imposible no enamorarse del folclore vasco al escuchar cosas como esta. “Hi, Zelta!” es una composición de Alan Griffin y Joxan Goikoetxea sobre la que bromean en las notas del disco comentando que era una danza normal hasta que entra el toque heavy metal del acordeón de Joxan. Lo cierto es que no andan desencaminados porque el efecto conseguido con el instrumento es brutal. En todo caso, el trabajo de Alan a la Alboka y de Juan Arriola al violín es igualmente excepcional. Regresamos a esa combinación mágica entre ambientes electrónicos y la voz de Marta Sebestyen, esta vez con el emocionante fondo que marca un latido de corazón.



Tras “Ez Da Munduan” viene “Lau Mazurka”, nueva pieza de Alan Griffin que, en realidad son cuatro mazurcas originales del músico. Alan es el protagonista principal de todas ellas alternando flauta travesera, whistle irlandés, alboka y clarinete con acompañamiento de acordeón (principalmente) y violín (más en segundo plano). Entramos ahora en un tramo lleno de piezas tradicionales que comienza con “Urnietako Doinua”, danza tradicional que aquí escuchamos en una lenta versión de clarinete, mandolina y acordeón muy particular que los propios intérpretes califican de “versión libre”. Sigue “Santulari” combinando dos canciones tradicionales interpretadas a modo de set por Xabi y Eliseo Parra envueltos en un ritmo saltarín muy alegre. Toca contener la respiración escuchando “Plañitzen Niz”, interpretación a capela de Marta Sebestyen de un lamento tradicional por el amor no correspondido. El registro fue grabado en vivo, sin trampa ni cartón, en el festival zaragozano “Strictly Mundial” de 2000. Cierra el segmento “Uztarrozko Soka Dantza”, auténtica delicadeza de origen navarro que suena aquí en una magnífica versión y en la que las influencias de la música medieval europea son evidentes.




Ya en la parte final del disco escuchamos “Jauntxoa”, última composición propia de Alan Griffin en el CD que tiene como curiosidad ser una pieza de clara inspiración vasca (“un fandango al estilo del Valle de Arratia” se indica en las notas) pero interpretada por dos músicos británicos: el propio Alan y Peter Maund a la percusión. Continuamos con “Trapatan” nueva danza tradicional que, por algún motivo, siempre nos viene a la cabeza cuando escuchamos la célebre intro de la serie “Juego de Tronos”. En la primera parte disfrutamos de nuevo de la voz de Marta Sebestyen (que repite más adelante) antes de dar el relevo a Eliseo Parra, ambos cantando sin letra. Cierra el disco una especie de homenaje a los gitanos vascos con una suite en tres partes dedicada a los Etxeberría, el apellido más abundante entre los miembros de esa etnia en Euskadi. Se juntan una introducción de aire inequívocamente flamenco en la que destaca la guitarra de David Escudero. Continúa con un fandango con la extraordinaria percusión de Tino di Geraldo y se cierra con un “arín-arín” también aflamencado en el que es Joxan con su acordeón el protagonista con la estimable colaboración de las flautas de Alan Griffin. ¿Se cierra? No debemos precipitarnos a retirar el disco del reproductor porque tras unos segundos de silencio, el grupo nos obsequia con una última intervención de Marta cantando a capela.


“Lorius” significa “feliz”, “dichoso” y aparece en un momento de la letra de “Oihaneko Zuhainetan”. Es una expresión que refleja perfectamente el sentimiento que nos provoca este disco cada vez que lo escuchamos. Ya comentamos al comienzo que se trata, en nuestra opinión, de uno de los grandes trabajos grabados en España dentro de las músicas tradicionales con un enfoque moderno. Si aún no lo habéis escuchado , aún no es tarde.




sábado, 19 de octubre de 2019

Suso Sáiz - Un Hombre Oscuro (Live Solo Performances 1990/1994) (1995)



Toca hablar de Suso Sáiz. Probablemente sea el músico más importante de este país entre aquellos a los que no conoce casi nadie o quizá el artista más desconocido entre los importantes. Sea como fuere, lo cierto es que, si bien su nombre aparece en decenas de discos, muchos de los cuales se cuentan entre los más importantes editados en España, no son muchos los aficionados que reconocen al músico gaditano de nacimiento y madrileño de adopción entre los créditos de esos trabajos.

Suso es un músico que ha hecho del riesgo la razón de ser de su carrera en solitario utilizando su talento como guitarrista y productor para otros como un modo de obtener esos ingresos que no conseguía extraer de sus propios discos. Es un artista tremendamente abierto a todos los géneros que no tiene reparos en asegurar que disfruta tanto de componer y tocar como de escuchar el trabajo de otros y es esta doble faceta de creador y melómano la que, probablemente, le ha dado el bagaje suficiente para convertirse en el gran productor del panorama nacional. Estilísticamente, sus gustos se situaban en las vanguardias clásicas de finales del siglo pasado, desde John Cage hasta los minimalistas, especiamente, Steve Reich. Si unimos a la ecuación a músicos (o no-músicos) como Brian Eno, tendremos una idea muy clara de por dónde iban los tiros. En sus inicios colaboró con el percusionista Pedro Estevan en una época en la que el percusionista trabajaba en el programa de “Los Payasos de la Tele” suministrando a Miliki los instrumentos más disparatados para que los tocase ante los niños. Anécdotas aparte, fue con Estevan y con la cantante María Villa con los que formó La Orquesta de las Nubes, una formación extremadamente adelantada para la España de principios de los ochenta pero que aún hoy es recordada con nostalgia por todos cuantos tuvimos la suerte de disfrutarla. A partir de ahí llegaron los primeros discos en solitario, las apariciones como guitarrista en discos de los más diversos artistas y estilos (Duncan Dhu, La Dama se Esconde, Luis Eduardo Aute) o las labores de producción en discos de Esclarecidos, Javier Álvarez, Tahures Zurdos, los Planetas, Celtas Cortos, los Piratas...

Una lista interminable que le permitía ganarse la vida y tener tiempo para sus propios discos y para trabajar en otros de artistas más afines entre los que se cuenta prácticamente todo aquel que fue alguien en las llamadas “nuevas músicas” en España durante las décadas de mayor esplendor de esas corrientes alternativas. Inevitablemente el nombre de Suso Sáiz acabo siendo una especie de sello de calidad para todo disco en el que apareciera impreso. En el blog hablamos ya tiempo atrás de Suspended Memories, el grupo que formó junto a Jorge Reyes y Steve Roach pero iba siendo hora de dedicarle una entrada a uno de sus trabajos en solitario. Podíamos haber elegido una de sus obras más conocidas como es la banda sonora de “Al Filo de lo Imposible” pero hemos preferido acercarnos a un disco bastante más personal y representativo de la faceta más arriesgada de Suso. Se trata de “Un Hombre Oscuro (Live Solo Performances)” que recoge, como su propio título indica, una selección de piezas interpretadas en directo a lo largo de diferentes conciertos. Toda la música está interpretada por Sáiz en directo a las guitarras con diferentes equipos electrónicos con los que manipula y modifica el sonido en vivo además de añadir todo tipo de efectos y sonidos a cual más diverso. Con posterioridad se añadieron las voces invitadas de Pablo Guerrero y Javier Corcobado interpretando sendos poemas escritos respectivamente por cada uno de ellos. El álbum se desarrolla a lo largo de una única pista de una hora de duración pese a lo cual, cada parte viene señalada en el disco con la marca de tiempo del momento en que comienza.


Suso Sáiz


“Vestido transparente” - La primera pieza cuenta con Corcobado como lector de su propio poema. Comienza con una serie de golpes y efectos sonoros que bien podrían sonar en la introducción de cualquier fantasía distópica. El ambiente lluvioso de la estación que nos describe el narrador y lo crudo del texto contribuye a este ambiente terrible que nos sitúa, ya de entrada, en un estado de ánimo tenso. En los últimos instantes escuchamos la inconfundible guitarra de Suso Sáiz que enlaza con el segundo corte.

“De la soledad solidaria” - Suso interpreta su instrumento con una frialdad conmovedora en medio de un fondo electrónico igualmente gélido. Conforme avanza la pieza la guitarra se diluye entre los sonidos sintéticos para reaparecer en el tramo final con un sonido modificado, notas largas, interminables y llenas de distorsión en la linea de su admirado Robert Fripp.

“Es la melancolía de un mosquito” - Sin solución de continuidad, ese tapiz de saturaciones y efectos sonoros entra en el siguiente corte que es una verdadera locura. Más aún si tenemos en cuenta que todo está interpretado en directo sin ningún tipo de retoque en estudio posterior. Una maravilla llena de complejidad en su ejecución en la que apreciamos la gran categoría de Suso como músico.

“Que cruza el horizonte vida” - El siguiente corte, uno de los más extensos del disco, comienza con el repetitivo sonido vibrante de un oscilador en bucle. A partir de ahí se incorpora una agónica respiración electrónica que ayuda a crear un ritmo cadencioso que lo llena todo. Es esta una pieza “ambient” de gran factura basada en el uso de “drones” y más cercana a los planteamientos del Theater of Eternal Music o a lo que por aquel entonces comenzaba a hacer Steven Wilson con su proyecto Bass Communion que al clásico “ambient” de Eno.

“El reflejo de un instante” - Regresamos a la guitarra por unos instantes para acompañarnos en el cambio de tema y nos sumergimos después en una pieza más electrónica que la anterior, con sonidos sintetizados más limpios que contrastan con la “suciedad” de la guitarra eléctrica llena de distorsión que aparece en momentos puntuales. Pese a estas intervenciones el tono general es meditativo y con un punto menos de tensión que los dos temas precedentes y el cierre, con una serie de fraseos marca de la casa, magnífico.

“Para observarse observado” - Suso utiliza el ruido blanco captado por un receptor de radio navegando entre las distintas sintonías para la introducción del siguiente corte. Un sonido convenientemente procesado y puesto en bucle sobre el que volvemos a escucharle improvisando a la guitarra. El resto del tema es pura atmósfera. Una delicia sonora para cualquier aficionado a estos géneros.




“Un hombre oscuro” - Los primeros instantes nos dan un cierto respiro en forma de notas claras dibujando una melodía muy bien definida. Escuchamos entonces la voz de Pablo Guerrero interpretando un poema propio que servirá para dar título a todo el disco que termina difuminándose entre las voces de niños jugando. Termina ahí, aparentemente, la composición y con ella el trabajo pero lo cierto es que el CD sigue dando vueltas en silencio en el reproductor. Por fin, tras varios minutos de espera vuelve el sonido en forma de pieza de “ambient” electrónico clásico que se deja escuchar durante un tramo más bien largo hasta que termina por desvancerse.




En todas las entrevistas recientes que hemos leído, Suso asume que la industria musical prácticamente ha desaparecido y que hoy en día muy poca gente se preocupa por dar un disco ese toque final de calidad que le distinga del resto. El trabajo del productor es prescindible y por eso todo lo que llega a sonar en las radios y televisiones es estándar. Sonidos planos, canciones planas, letras planas. El verdadero terraplanismo que, mira por donde, sí nos ha terminado por conquistar. Hablamos, claro está, de la “industria” que solo busca el retorno rápido de una inversión mínima. Afortunadamente quedan artistas que aún se preocupan por todos los detalles de una grabación y que no tienen el éxito o las ventas como objetivo. Es curioso pero en los últimos tiempos muchos de los discos de Suso Sáiz han sido rescatados por pequeños sellos de fuera de nuestras fronteras. Aunque haya sido en tiradas cortas, ese reconocimiento hacia su trayectoria es tan merecido como necesario. Por nuestra parte, queríamos aportar algo a la visibilidad de la obra de un músico que seguirá apareciendo en el blog, ya sea con sus propios trabajos o con los que ha hecho para otros.

martes, 21 de marzo de 2017

Suspended Memories - Forgotten Gods (1993)



La música “new age” conoció su momento de mayor difusión en España a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa. En aquellos años, las mayores estrellas del género comenzaban a actuar en nuestro país y se estableció una especie de “circuito” de conciertos y festivales de gran interés. Uno de los más interesantes fue el Festival de Música Visual de Lanzarote, nacido como iniciativa del pintor y músico Ildefonso Aguilar, director del mismo desde sus inicios hasta 2002. La primera edición tuvo lugar en los Jameos del Agua en diciembre de 1989 y en ella actuaron músicos de la talla de Peter Hammill, Roger Eno, Wim Mertens, Harold Budd, John Foxx, Laraaji o Michael Brook junto con artistas nacionales como Suso Sáiz. El impresionante escenario, en el interior de una cueva volcánica aportaba un entorno perfecto para este tipo de músicas y contribuyó a que el ciclo de conciertos tuviera una gran difusión.

Poco más de un año después, en enero de 1991 tuvo lugar la segunda edición del festival. En ella estaba previsto que actuasen estrellas como Robert Rich y Steve Roach, Luis Delgado, y el dúo formado por Suso Sáiz y el mexicano Jorge Reyes quienes presentaban por aquella época su disco “Crónica de Castas”. Como suele decirse, por causas ajenas a la voluntad de los organizadores, una de las actuaciones programadas no pudo celebrarse por lo que se propuso a Reyes y Saiz que improvisasen un concierto en su lugar. Dado que Steve Roach estaba también presente, se sumó a la iniciativa que iba a reunir los sintetizadores del músico estadounidense, las percusiones e instrumentos étnicos del mexicano y la guitarra y efectos de Suso. A decir de quienes asistieron al espectáculo, la actuación fue maravillosa. En ese escenario se produjo una química especial que no convenía desaprovechar lo que dio lugar e una segunda reunión: pocos meses después el trío volvió a coincidir sobre un escenario no menos espectacular que el de los Jameos del Agua: el Parque Escultórico de la Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM) en la cita anual de Jorge Reyes con ese lugar para ofrecer su música.

No pasó mucho tiempo antes de que Roach, Saiz y Reyes se reunieran para grabar un disco, algo que ocurriría en enero de 1992. El trío se dio cita en el estudio de Steve Roach, en pleno desierto de Arizona con la idea de seguir profundizando en la improvisación conjunta y ver qué salía de ahí. Fueron siete días de dedicación casi exclusiva a la música con tres personas que ni siquiera compartían idioma (Jorge Reyes hacía de intérprete puesto que ni Suso hablaba inglés ni Steve español) intercambiando mensajes a través de sus instrumentos a lo largo de unas sesiones llenas de magia. Suso Saiz y Steve Roach seleccionaron un puñado de temas que el españól terminó de pulir ya de vuelta en Madrid para dar forma a un disco que llavaría el sugerente título de “Forgotten Gods”. El trío adoptó, además, un nombre artístico con el que publicarían más música tiempo después: Suspended Memories.

Imagen del auditorio de los Jameos del Agua


“Different Deserts” - El disco comienza con una serie de percusiones que inmediatamente nos recuerdan a algunos trabajos de Brian Eno junto con Jon Hassell. La diferencia es que, en lugar de la característica trompeta de éste, escuchamos aquí los instrumentos étnicos de Jorge Reyes en un papel similar. De fondo, las ricas texturas electrónicas que han acompañado toda la carrera musical de Roach. La parte final del tema es más pausada y en ella los ritmos se vuelven cadenciosos, sensuales, hasta culminar en una coda de despedida profundamente ambiental.

“Snake Song” - Los mismos elementos que protagonizaban la pieza anterior siguen aquí muy presentes aunque comparten espacio con las guitarras procesadas de Suso Sáiz y con las voces de Jorge y Steve. Ritos chamánicos, sonidos que ilustran ceremonias de paso y atmósferas llenas de misterio componen un tema fantástico que te hechiza desde el primer momento. Una de las grandes piezas de todo el trabajo.




“Night Devotion” - Mucho más cercano al “ambient” puro es el siguiente corte en el que la mano de Suso Saiz es mucho más reconocible que en cualquiera de los anteriores. Los primeros instantes son de un cierto estatísmo pero conforme avanza la pieza, hay una creciente sensación de desasosiego provocado por la angustiosa guitarra del productor español.

“Saguaro” - Posiblemente sea el corte más conocido del trabajo ya que apareció en distintos recopilatorios de la época. Es un precioso tema ambiental lleno de sonidos naturales, recreados gracias a los exóticos instrumentos de Jorge Reyes. Percusiones flautas, y demás artefactos ayudan a tejer una pieza fascinante

“Mutual Tribes” - Las similitudes del disco con algún trabajo de Jon Hassell, como hemos mencionado antes, son patentes en este corte que podía haber formado parte del “Possible Musics” que el trompetista firmó con Brian Eno y que ya comentamos en el blog. Las percusiones siguen la linea de los dos primeros cortes conformando una pieza muy coherente con el estilo de todo el disco aunque puede resultar algo reiterativa.

“Suspended Memories, Forgotten Gods” - El que por el título podría ser el tema central del disco es también uno de los más elaborados. Los sonidos electrónicos tienen una gran profundidad y la composición, pese a ser improvisada como todas las del disco, está llena de matices.




“Ritual Noise” - La percusión, con un tono muy solemne, marca el ritmo de otro corte de tintes étnicos en los primeros instantes. Es la pieza más corta de todo el trabajo pero eso, lejos de ser un inconveniente nos parece un acierto. La combinación de las ocarinas y demás instrumentos de viento de Jorge Reyes con la electrónica funciona a las mil maravillas aquí.

“Distant Look” - De nuevo nos sumergimos en un atmósfera etérea sólo rota por la guitarra de Suso Sáiz en momentos puntuales. En el tramo final vuelven a aparecer las percusiones que nos han acompañado en la mayor parte del disco revelandose como el gran hilo conductor del mismo. Los últimos instantes, cuando éstas se silencian, nos regalan una preciosa melodía de flauta, de las pocas claramente reconocibles de todo el trabajo.




“Shaman's Dream” - El corte que pone fin al trabajo se abre con unas misteriosas percusiones que evocan algún ritual perdido. Sólo después comenzamos a escuchar los sonidos sintéticos de Roach envolviendo a la interminable paleta sonora de Jorge Reyes cuyo repertorio de instrumentos exóticos parece inagotable.

Es curioso como la más pura casualidad puede contribuir a la creación de una obra de arte. Steve Roach era ya una figura de la música electrónica en su vertiente ambiental antes de asistir a aquel festival en Lanzarote. Jorge Reyes, tras haber pertenecido al grupo de rock progresivo Chac Mool, se convirtió en el mayor difusor de la música prehispánica del área de mesoamérica, incorporando elementos propios y redescubriendo todo tipo de sonoridades e instrumentos. Suso Sáiz por su parte, es el productor más personal del panorama musical español de las últimas décadas y también uno de los más arriesgados creadores. El Brian Eno español, que, en una escena musical como la nuestra, también ha tenido que pluriemplearse también como nuestro particular Robert Fripp (pese a que un día el objeto declarado de su admiración fue Daniel Lanois), es la tercera pieza de un puzzle improbable pero maravilloso.

Hubo un segundo trabajo del trío un tiempo después pero ahora nos quedamos con el que fue su debut. Un disco fascinante si el oyente se deja llevar por él que, a buen seguro, gustará al lector habitual del blog. Os dejamos con un fragmento de un concierto grabado para una emisora de radio de Tucson, Arizona, en los estudios de Steve Roach en las fechas en las que se estaba creando el disco:


 

sábado, 7 de abril de 2012

Javier Paxariño - Temurá (1994)



A lo largo de todos estos meses de existencia del blog, hemos tenido por aquí artistas de las más variopintas procedencias, tanto geográficas como estilísticas pero echando un poco la vista atrás, comprobamos que sólo una de las entradas tenía como protagonista a un músico español (la dedicada a “Omega” de Enrique Morente). Lo cierto es que nuestra visión del panorama musical patrio es bastante desoladora en todos los sentidos pero siempre hay y ha habido notables excepciones.

Si nos centramos en uno de los tipos de música que más aparecen por aquí, las llamadas “nuevas músicas”, encontramos un nucleo de creadores muy destacado que desarrollaron su obra en las últimas décadas con excelentes resultados aunque sin llegar nunca a una popularidad excesiva y, por tanto, sin alcanzar un reconocimiento que parece reservado a mediocridades de todo pelaje con un punto de fortuna nunca relacionado con el escaso talento que acostumbran a exhibir.

Dentro de aquel grupo de músicos encontramos nombres como el de Alberto Iglesias (muy popular en los años posteriores y con varias nominaciones a los Oscar en su haber por sus trabajos para el cine), Suso Saiz, Eduardo Laguillo, Tomás San Miguel, Luis Delgado, Javier Bergia, Pedro Estevan o Luis Paniagua, quienes, cada uno en su estilo, produjeron varios discos dignos de mención que probablemente irán apareciendo poco a poco por aquí.

Hoy nos vamos a centrar en uno de los más grandes músicos de este grupo de nombres y autor del que quizá sea el mejor disco en estos estilos surgido de nuestro país. Hablamos del granadino (como Morente, ya es casualidad) Javier Paxariño y de su disco “Temurá”. Paxariño, tras el paso por el conservatorio se enrola en varias bandas, especialmente de rock y jazz en las que hizo sus primeras armas como intérprete. Poco después, y como era habitual en el caso de este tipo de músicos, se gana las habichuelas como músico de estudio para estrellas del pop nacional (Miguel Ríos, Sabina, Aute, Ana Belén…) o colaborando como instrumentista en discos de algún otro de los músicos citados en el párrafo anterior, particularmente en las primeras bandas sonoras de Alberto Iglesias (es característica habitual en ellos y por eso hablábamos antes de “nucleo” el que colaboren unos y otros en los discos de los demás).

Paxariño había publicado un disco muy interesante ya en 1992 bajo el título de “Pangea” pero lo mejor estaba aún por llegar y lo haría apenas un par de años más tarde. El título del nuevo trabajo, “Temurá”, hace referencia a la Cábala hebrea y a una técnica de encriptación de textos mediante permutaciones de unas letras por otras conforme a reglas predeterminadas. En lo musical, se trata de un completo tratado de músicas de influencia medieval, andalusí, judaica, etc. Algo parecido a lo que habría sido la banda sonora, por ejemplo, del Toledo del S.XIII. En la grabación colabora la flor y nata de los músicos nacionales del momento y alguna que otra estrella internacional (siempre dentro de los parámetros de estos tipos de música, habitualmente minoritarios). En la nómina de artistas participantes encontramos al percusionista Glen Velez (miembro del Paul Winter Consort y habitual colaborador de músicos de la talla de Steve Reich, entre otros), al cantautor Pablo Guerrero, Andreas Prittwitz (flautas, clarinete), Baldo Martínez (bajo), Christian Ifrim (viola, violin), Suso Saiz (el Brian Eno español, guitarrista, sintesista y productor en cientos de discos nacionales), Carlos de Mulder (laud, vihuela), Eduardo Laguillo (teclados, piano, voz), Tino Di Geraldo (percusión, guitarra española, bajo), Chano Domínguez (piano), Alberto Iglesias (arreglos de cuerda, samplers), Rogerio De Souza (percusiones), Pedro Estevan (percusión), Dmitri Psonis (diversos instrumentos étnicos) y José Luis Crespo (efectos electrónicos).

“Conductus Mundi” – Comienza el disco con un ritmo enigmático y una cadenciosa y suave percusión sobre un fondo de sintetizadores. La melodía principal, a cargo de la flauta baja del propio Paxariño preludia un breve texto en latín recitado por Pablo Guerrero, extraido nada menos que de uno de los textos de “Carmina Burana”, probablemente obra de Gualterius de Castiglione. Si bien el conjunto es de gran belleza, destacan sobremanera las sobrias percusiones de Glen Velez y la guitarra eléctrica de Suso Saiz en una breve intervención cercana al final de la pieza.

“Cortesanos” – Con una preciosa melodía de archilaúd, instrumento de comienzos del S.XVII se abre la que quizá sea la mejor composición del album. De sabor ciertamente antiguo en sus primeros compases, en los que el tema inicial es replicado por la flauta, sufre un cambio realmente soprendente en el que se atraviesan cuatro siglos de golpe hasta quedar enfrascados en una tela de araña de clarinetes en la más clara tradición minimalista norteamericana. El contraste es brutal y sin darnos tiempo a tomar aire, regresamos al tema principal para cerrar la pieza.



“Preludio y Danza” – De no ser por las percusiones étnicas del comienzo, la melodía de piano de Chano Domínguez y el saxo soprano de Paxariño nos harían pensar que estamos en una sesión de jazz. Cuando comienza a sonar el violín orientalizado de Christian Ifrim nos hemos trasladado ya a cualquier mercado del norte de África en plena actividad. Hasta aquí estaríamos en los terrenos del preludio pero aún falta la danza y en ella Chano suena ya flamenco, como debe ser, el bajo, reiterativo, marca el paso y los vientos nos arrastran suavemente por terrenos exóticos.

“Canto del Viento” – Cambiando un poco el tono del disco, llega esta pieza de aires mediterraneos con un suave ritmo como de rumba muy pausada. Escuchando la guitarra de Suso Saiz, entendereis por qué hace un momento le calificabamos como el Brian Eno español y es que la capacidad del músico para crear esos ambientes tan particulares entronca con la del antiguo componente de Roxy Music.

“Suspiro del Moro” – Una de las piezas más intimistas del disco, en la que sólo intervienen Paxariño interpretando el nay y Eduardo Laguillo a los teclados. La especial sonoridad del instrumento tiene una capacidad evocadora fuera de lo común pero, por si ello no fuera suficiente, la interpretación es de una intensidad emocionante.

“Rueda de Juglar” – A partir de una melodía circular de clarinete (quizá en referencia a la rueda del título) se va construyendo poco a poco la composición mediante la adición de elementos poco a poco en la primera parte de la pieza. Una nueva melodía repetitiva, esta vez de piano, marca la transición hacia una segunda parte mucho más veloz. Volvemos a encontrar aquí el contraste de “Cortesanos” entre melodías y esquemas propios de las corrientes minimalistas de final del siglo pasado y los intrumentos y formas musicales de épocas muy anteriores. Hay una tercera parte de corte más jazzistico introducida por un solo de contrabajo en la que encontramos efectos electrónicos, voces procesadas formando ritmos e incluso una cuarta en la que volvemos a la melodía circular del principio, interpretada ahora por el bajo para cerrar la que es otra de las grandes composiciones del disco, sin lugar a duda.

“Tierra Baja” – Sobre una base de efectos y guitarras procesadas de Suso Saiz, inconfundible para cualquier oyente familiarizado con el buen hacer del músico, tenemos una exhibición de percusiones de todo tipo en una suerte de danza frenética. Algo más tarde entra un bajo en clave flamenca, realzado por el cajón de Tino di Geraldo y en medio de todo, los vientos, especialmente las flautas de Paxariño improvisando pasajes de gran belleza. Es, como todas las del disco, una pieza intemporal que toma elementos de aquí y de allá mezclandolos en un todo que, contra todo pronóstico, resulta coherente. Salvando las distancias (enormes por otra parte), la combinación de elementos nos recuerda al trabajo de Dead Can Dance.

“Reyes y Reinas” – El bodhram (instrumento de percusión de origen irlandés) de Glen Velez marca un ritmo procesional cadencioso, acentuado por la vihuela de J. Carlos de Mulder. Paxariño nos regala entonces una de las mejores melodías de todo el disco, y eso es decir mucho a estas alturas.

“Temurá” – Acercandonos al final del disco nos encontramos con el tema que le da título y nos parece de lo más acertado que sea así porque en sus casi ocho minutos de duración se hace una especie de resumen de todas las virtudes del CD completo. Fusión de estilos y épocas, instrumentaciones de procedencias diversas, una melodía inspiradísima e interpretaciones en el mayor grado de excelencia imaginable.



“Mater Aurea” – Cerrando el disco encontramos una de las piezas más breves del mismo lo que no quiere decir en modo alguno que sea una composición menor. De hecho, se trata de otra de esas melodías inolvidables que sigue un esquema tantas veces oído en la música medieval en el que la intervención del solista se ve automáticamente replicada por el resto de músicos en conjunto. Un broche de oro para un disco tan brillante como poco conocido.



Si Paxariño hubiera nacido en otro país, posiblemente “Temurá” sería un disco de referencia en todo el mundo cuando se habla de “nuevas músicas”, “world music” o la etiqueta que se nos ocurra para denominar lo que hace. Por desgracia, la repercusión del disco fue muy limitada a una época y un lugar determinados y es una lastima porque en muy pocas ocasiones hemos podido encontrar un disco en el que se den la mano intrumentos electrónicos con antiquísimas flautas de origen chino, instrumentos árabes, percusiones de toda procedencia y todo ello mezclado con una coherencia absoluta, de modo que no suena artificial ni prefabricado. Queremos hacer una mención aparte al extraordinario trabajo de Glen Velez a las percusiones, dando en cada tema una clase magistral de interpretación y también de sobriedad, sin excederse en ningún momento pero ocupando un lugar principal en todas las composiciones del disco. Suponemos que fue por motivos comerciales pero hay ediciones internacionales del disco con otra portada que aparecen firmadas por Paxariño y Glen Velez a duo. Si os podeis hacer con una copia del disco, no lo dudeis.

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