Un lugar donde hablar de música y compartir opiniones con el único ánimo de ampliar gustos musicales y, acaso, descubrir nuevos artistas al eventual lector.
El rico refranero español tiene frases para cada ocasión y muchas de ellas tienen variantes para todos los gustos. Si le hacemos caso, tendremos que convenir que Cristo era muy despistado porque iba perdiendo cosas por ahí con frecuencia como sugiere la famosa frase de “donde Cristo perdió la cartera” (con sus alternativas en las que el objeto perdido va desde una gorra a una alpargata).
La cosa es que no sabemos donde perdió Cristo la proverbial cartera pero sí dónde lo hizo el director de cine Adrian Maben. Maben estaba obsesionado con el arte y su idea era realizar un documental sobre el pintor belga Rene Magritte y otros artistas fusionando sus obras de algún modo con música en directo de Pink Floyd. Pese a a que hubo conversaciones serias en ese sentido, la banda no terminó de ver el interés de algo así y declinó la invitación. Saltamos ahora a las vacaciones de Maben en Italia 1971 y a un episodio que aclara nuestra introducción. Al regresar a su hotel tras una visita a las ruinas de Pompeya, el director se dio cuenta de que no llevaba consigo la cartera en la que tenía toda su documentación, incluido el pasaporte. Decidió volver al lugar por si tenía la fortuna de hallar el objeto perdido y fue allí, a la luz del atardecer pompeyano, donde tuvo una revelación: ¿cómo sería un concierto de Pink Floyd en aquella localización, sin público y aprovechando el impresionante crepúsculo de la Campania?
El argumento principal de Maben para convencer a la banda fue que las grabaciones de conciertos, como ocurría con las realizadas en Woodstock unos pocos años antes, le daban tanta importancia al público y sus reacciones como a los propios músicos y él quería todo lo contrario: centrarse en ellos. Parece que la idea gustó a Waters y compañía porque decidieron aceptar y desplazarse al anfiteatro pompeyano para grabar durante seis días con todo el equipo y la parafernalia que utilizaban en sus giras. Hay que tener en cuenta que, si bien eran una banda conocida, Pink Floyd no habían dado aún el salto de popularidad que experimentarían poco después con “The Dark Side of the Moon”. Pese a ello, la película tuvo una buena acogida. En realidad hubo varias versiones de la misma. Una inicial con imágenes solo del concierto y de determinadas partes de las ruinas de la ciudad y varias posteriores en las que se añadió material de estudio e incluso imágenes del proceso de grabación del citado “The Dark Side of the Moon”.
En cuanto a lo que nos interesa aquí, que es la música, el hecho es que nunca se publicó de forma oficial el disco con el audio de los conciertos hasta hace relativamente poco lo que convirtió al de Pompeya en una de las grabaciones más pirateadas de Pink Floyd, lo que es mucho decir ya que es una de las bandas con más discos en ese vasto mar de la piratería. No fue hasta 2016, y dentro de la caja de 27 discos “The Early Years 1965-1972”, que vio la luz por fin un CD con este material. Afortunadamente, hace unos meses apareció la versión sencilla del material bajo el título de “Pink Floyd at Pompeii MCMLXXII” con nuevas mezclas de audio a cargo del inevitable Steven Wilson y diferentes formatos como BluRay, LP y CD. Las versiones de audio son algo diferentes de las aparecidas en la caja mencionada anteriormente tanto en el orden de los temas como por la inclusión de alguno más que no apareció en aquella.
“Pompeii Intro” - El comienzo del disco es premonitorio ya que lo hace con un latido de corazón que anticipa el inicio y el final de “The Dark Side of the Moon”. Por lo demás no hay nada demasiado reseñable más allá de algunos efectos de sonido aquí y allá.
“Echoes (part 1)” - El concierto propiamente dicho empieza con la primera parte de “Echoes”, tema procedente del último disco de la banda hasta entonces, “Meddle”. En la versión de la caja antes mencionada, “Echoes” cierra el set y no está dividida como aquí en dos partes. Toda la música de la película era en vivo por expreso deseo de la banda y eso se nota en unas interpretaciones excelentes en las que se nota una gran compenetración en un grupo en el que aún no habían surgido las diferencias que acabarían con ellos en el pasado. La parte central (que aquí es la final), con los teclados de Wright en diálogo con la ácida guitarra de Gilmour es fantástica.
“Careful With that Axe, Eugene” - Probablemente sea el tema más interpretado por Pink Floyd de entre todos los que no formaron parte de ningún disco de estudio de la banda. Sólo apareció como cara B de un single y en el disco en directo de “Ummagumma” pero no faltaba en los conciertos de todos aquellos años. Es una pieza de los Pink Floyd más psicodélicos con un Waters que va del susurro al aullido con una naturalidad que hace dudar de su estado mental. Particularmente, siempre nos ha encantado la forma de tocar de Mason en toda la pieza, más como un batería de jazz que de rock y también la forma en la que se pasa de la monotonía cadenciosa del bajo de Waters al principio a un caos rockero en el que el propio bajo se aventura en líneas sinuosas mientras la guitarra improvisa desatada. Una excelente versión en cualquier caso.
“A Saucerful of Secrets” - Pasamos al tema más psicodélico del disco del mismo título: una exploración fascinante por el sonido y el ruido en la que la percusión se mezcla con el sintetizador y la batería de Mason nos lleva por terrenos próximos a la locura de la mano del piano de Wright aporreado con desesperación en muchos momentos. La segunda mitad, más convencional nos muestra un precioso segmento de órgano que crece poco a poco culminando con las voces de Gilmour y Waters cantando una melodía sin texto en un final memorable.
“One of These Days” - Regresamos a “Meddle” con el tema que abría el disco y del que la banda nos ofrece aquí una versión magnífica que muestra el estado de gracia de la misma con mención especial a Mason y Gilmour con una guitarra la de este último que evoca pasajes espaciales llenos de fantasía.
“Set the Controls for the Heart of the Sun” - Nueva vista atrás para ofrecernos una extensa versión de otro tema de “A Saucerful of Secrets”, quizá nuestro favorito de aquella etapa de la banda. Esta versión en directo mejora incluso la de estudio con un trabajo abrumador de Mason a la batería y esa languidez pegajosa del bajo de Waters mientras Gilmour improvisa en segundo plano a la guitarra jugando con ecos, distorsiones y Wright extrae sonidos imposibles a su sintetizador.
“Mademoiselle Nobs” - La parte más excéntrica de la grabación. En el disco “Meddle” había un blues cantado por Gilmour acompañado de los ladridos de un perro llamado Seamus. Aquí escuchamos algo similar: otro blues en el que esta vez no canta David sino que toca la armónica mientras Waters se encarga de la guitarra y la perrita Nobs es la que aúlla junto a ellos. Es un tema que no se grabó en el concierto sino posteriormente en el estudio.
“Echoes (part 2)” - Cierra la grabación la segunda parte de “Echoes” con esa progresión de órgano que crece y crece con la ayuda de bajo y batería hasta alcanzar un final absolutamente épico a manos de la guitarra de David Gilmour, siempre un poco escondida en la mezcla, como prólogo del estribillo central que siempre nos ha fascinado.
El disco se complementa con un segundo CD en el que aparecen tomas alternativas de “Careful With That Axe, Eugene” y “A Saucerful of Secrets” que no aportan demasiado a la experiencia del concierto tal y como Wilson ha decidido mostrárnoslo. El concierto de Pompeya se convirtió en su momento en un icono en la trayectoria de Pink Floyd y, de hecho, tanto David Gilmour como Nick Mason han regresado allí para tocar con sus respectivas bandas (esta vez con público). Su publicación nos parecía muy necesaria y una forma de llenar ese vacío que existe en la discografía oficial de Pink Floyd respecto a sus conciertos anteriores a “The Dark Side of the Moon”. Así lo reconoció el público que enseguida aupó al disco a los primeros puestos de las listas especializadas en media Europa incluyendo números uno en Austria, Croacia, Francia, Alemania, Italia, Polonia, Suiza o Reino Unido.
Una cosa que siempre nos ha llamado la atención es la escasa discografía en solitario de los miembros de Pink Floyd, en comparación con los de otras bandas de su misma época. En la búsqueda de posibles razones por lo que esto es así, encontramos una que no es particularmente positiva para cada uno de los músicos que formaron parte del mito: ninguno de sus discos en solitario está a la altura, ni siquiera cerca, de los que firmaron en conjunto como Pink Floyd, cosa que es particularmente chocante ya que la banda tuvo etapas muy definidas en la que el liderazgo de uno de sus miembros fue muy marcado, ya fuera Syd Barrett en sus comienzos, Roger Waters en la segunda mitad de los años setenta o David Gilmour tras la salida de éste. ¿Quiere esto decir que los discos en solitario de estos artistas fueran malos?. No particularmente, pero, en general, parece claro que la magia surgía de una u otra forma cuando todos ellos estaban implicados en el proyecto.
En todo caso, la aparición de un nuevo trabajo de un miembro de Pink Floyd siempre es noticia y algo digno de reseñarse. Hoy es el turno de David Gilmour y su último disco: “Luck and Strange”, concebido, como tantos otros que hemos comentado en tiempos recientes, durante los meses del confinamiento. En esa época, y a modo de vía de escape de la situación, el músico inauguró una serie en youtube bajo el título de “Von Trapped Family Livestream” en la que el guitarrista interpretaba canciones propias (y algunas versiones, especialmente de Leonard Cohen y Syd Barrett) acompañado de miembros de su familia. Dentro de esa sucesión de temas, se presentó una canción nueva titulada “Yes, I Have Ghosts”, interpretada junto con su hija Romany, que llegó a tener videoclip propio, lo que parecía anticipar un nuevo disco. Sí y no. Parecía claro que Gilmour estaba trabajando en material nuevo pero lo cierto es que esa canción precisamente, no formó parte de la edición “normal” de lo que iba a ser su siguiente álbum (aunque sí aparece como material extra en una edición especial). También está disponible dentro del audiolibro de la novela “A Theatre for Dreamers” de la esposa de David, Polly Samson, a la postre, autora también de la mayoría de las letras de los discos de Gilmour desde que se casaron en 1994 (también escribió parte de las canciones de “The Division Bell” de Pink Floyd).
Finalmente, Gilmour juntó un buen número de canciones nuevas y decidió grabarlas a caballo entre su propio estudio particular y el de Mark Knopfler con la ayuda del productor Charlie Andrew quien, en palabras del propio Gilmour “tenía una maravillosa falta de respeto, e incluso un gran desconocimiento de mi trayectoria pasada”. Curiosa afirmación si tenemos en cuenta que uno de los primeros trabajos de Andrew fue precisamente con Roger Waters para su show berlinés de “The Wall” de 1990. Gilmour contó con un buen número de músicos para tocar en determinadas canciones del disco incluyendo al teclista Rob Gentry, a Roger Eno (piano), los bajistas Guy Pratt y Tom Herbert y los baterías Adam Betts, Steve DiStanislao y Steve Gadd. Su hija Romany canta y toca el arpa en varios cortes y Gabriel Gilmour también hace coros en algún momento. El punto de nostalgia lo pone la aparición de Richard Wright, del que David recupera una “jam session” de 2007 a la que da forma para escribir la canción que da título al disco (en la edición especial del mismo, aparece como material adicional la “jam session” completa).
“Black Cat” - Abre el disco un breve tema instrumental en el que la guitarra de Gilmour da la réplica al piano de Roger Eno y los sintetizadores de Rob Gentry. Muy en la línea del sonido de los Pink Floyd de The Division Bell.
“Luck and Strange” - Ya comentamos en otra entrada los pocos problemas que tiene Gilmour a la hora de aprovechar material de archivo de Richard Wright. Lo hizo cuando publicó bajo el nombre de Pink Floyd el disco “The Endless River” y ahora lo hace para un disco propio. Lo cierto, pese a todo, es que la canción funciona y los teclados del bueno de Rick están muy bien aprovechados lo que nos sitúa ante un muy buen tema.
“The Piper's Call” - Una de las piezas más raras del trabajo, con un inesperado protagonismo del ukelele. Es un tiempo medio bastante ajeno al estilo de Gilmour hasta que llega el estribillo que eleva el nivel con un cierto punto de épica. Quizá no lo suficiente para reflotar la canción pero sí para reconciliarnos con el viejo David, especialmente con el largo solo final de guitarra y los arreglos de órgano Farfisa.
“A Single Spark” - Seguimos con una balada en la que quizá la percusión ocupa un plano demasiado prominente en la mezcla y que nos sorprende con unos coros angelicales en la parte central en los que nos parece reconocer cierta influencia de Leonard Cohen, lo que tendría sentido habida cuenta de la cantidad de versiones del canadiense que Gilmour hizo en sus directos online durante el confinamiento.
“Vita Brevis” - Segundo instrumental del disco, aún más corto que el anterior, y con protagonismo de Romany Gilmour tocando el arpa. Una bonita miniatura sin mayor trascendencia.
“Between Two Points” - Romany se convierte aquí en la vocalista principal de una canción lenta que nos parece uno de los grandes descubrimientos del disco y que confirma todo lo buena que nos pareció como intérprete la hija de David en el ya comentado “Yes, I Have Ghosts”. Una de nuestras canciones favoritas del trabajo que es la única versión del mismo, ya que fue compuesta por la banda The Montgolfier Brothers para su disco de debut en 1999.
“Dark and Velvet Nights” - Cambio radical en el sonido que se endurece, con unas guitarras muy potentes y agresivas y un tono bluesero muy logrado. Al igual que nos pasa en varios momentos del disco, las partes de batería y las percusiones son lo que menos nos convence, llegando a distraernos en ciertos momentos. Con todo, es una canción que no nos desagrada en absoluto.
“Sings” - Parece encontrarse más cómodo Gilmour a estas alturas en los temas lentos en los que le resulta más fácil encontrar ese punto de inspiración y esas melodías que tanto aprovechó en su etapa al frente de Pink Floyd. Aquí escuchamos una de las mejores del disco en un estribillo que bien podría haber formado parte de “A Momentary Lapse of Reason”. Una gran pieza que nos acerca al final del disco.
“Scattered” - El cierre lo pone otro tema que empieza de forma suave con muchas capas de teclados y una batería muy delicada que nos gusta mucho. La parte central, en lugar del clásico solo de guitarra, nos muestra un magnífico duelo de pianos entre Rob Gentry y Roger Eno que, ahora sí, nos deja ante un magnífico solo de guitarra (acústica esta vez) por parte de Gilmour que desemboca en otro final con su inconfundible eléctrica.
Normalmente solemos comentar los discos en su versión “normal” sin hacer mucho caso a los extras que pueden aparece en las ediciones de lujo. Aquí hemos hecho lo mismo pero tenemos que recomendar que, si tenéis la oportunidad de haceros con la versión “expandida” del “Luck and Strange”, lo hagáis. Tanto la posibilidad de tener la maravillosa “Yes, I Have Ghosts” como por la de disfrutar de la jam session completa que dio origen al tema “Luck and Strange”, siquiera por el punto nostálgico de volver a escuchar a Richard Wright.
Pese a lo que pueda desprenderse de alguno de nuestros comentarios, creemos que Gilmour ha facturado un disco estupendo. Quizá el mejor de los suyos en solitario. La acogida, en general parece darnos la razón ya que ha llegado al número uno en las listas de varios países europeos (incluyendo el Reino Unido). Una buena noticia, sobre todo si tenemos en cuenta que, con el ritmo de publicación de Gilmour, cualquier disco puede ser el último.
No podemos evitar despedirnos con "Yes, I Have Ghosts" pese a que no forme parte de todas las ediciones del disco porque nos parece una verdadera joya.
Sólo dos discos duró Syd Barrett como
líder de Pink Floyd. Uno si somos estrictos, ya que su participación
en el segundo fue muy reducida. A pesar de que hoy en día la banda
ocupa un lugar de honor en el olimpo de los grandes del rock, pasó
por un momento de gran indefinición en esta especie de refundación
en la que los siguientes trabajos fueron bandas sonoras para
películas experimentales, con elevadas aspiraciones artísticas y
que, vistas con la perspectiva que dan cuatro décadas de cine, se
quedaron en curiosos y hasta simpáticos desvaríos psicodélicos.
Con todo, quizá era ese el entorno más adecuado para que Pink Floyd
encontrase su identidad como grupo y definiese un estilo que estaba
llamado a crear escuela pocos años más tarde.
La película era el debut del director
nacido en Irán (de padre alemán y madre suiza) Barbet Schroeder y
narraba una historia autodestructiva de un joven que decide
embarcarse en una especie de viaje iniciático partiendo de París en
auto-stop y termina en Ibiza con una joven heroinómana que le
arrastra al final tras introducirse ambos en el LSD como método para
desengancharse de la heroína. La carrera del director es curiosa
porque tras algún otro experimento psicodélico, también junto a
Pink Floyd, hizo carrera posteriormente en Hollywood (incluso como
actor en Beverly Hills Cop con Eddie Murphy o en Mars Attacks).
Recientemente dirigió algún episodio de la serie Mad Men.
Lo que atrajo más del proyecto a Roger
Waters fue la idea que tenía Schroeder de lo que quería de Pink
Floyd: no se trataba de hacer música que acompañase la narración
visual como suele hacerse sino que las canciones debían formar parte
de la acción. “Si alguien encendía la radio del coche quería
música que saliera de la radio. Si alguien pasaba junto a un
televisor encendido, ahí habría otra canción de Pink Floyd”.
Todos los cortes vocales del disco iban
a ser cantados por David Gilmour, algo que nunca más ocurriría en
un disco de Pink Floyd hasta que Waters disolvió la banda en 1981.
De los 13 cortes que conforman el trabajo, cinco son obra de Waters
(todos cantados), uno de Gilmour, otro de de Mason y Wright (ambos
instrumentales) y los seis restantes (cinco instrumentales y uno más
cantado) aparecen firmados por el grupo al completo. Roger Waters
toca el bajo, percusión y se encarga de los efectos con las cintas
magnetofónicas, Nick Mason toca la batería y las percusiones, Rick
Wright todos los teclados además de hacer algunos coros y David
Gilmour toca las guitarras además de cantar.
“Cirrus Minor” - Sonidos
procedentes de distintas aves nos reciben en los primeros instantes
del disco. Escuchamos entonces los primeros acordes de guitarra
acústica y la voz de Gilmour entonando una melodía, aún con muchas
reminiscencias de las que solía escribir Barrett. De fondo, los
teclados de Rick Wright aportan una base en la que reposa en un
principio el tema hasta hacerse por completo con el protagonismo en
una preciosa sección final que abarca más de la mitad de la pieza.
“The Nile Song” - Waters libera
toda su rabia en un riff realmente agresivo con ciertas similitudes
con el clásico “The Court of the Crimson King” editado por la
banda de Robert Fripp un par de años antes. Gilmour, aparte de ser
el ejecutante de dicho riff a la guitarra elétrica, canta con una
energía sorprendente teniendo en cuenta que su estilo vocal
posterior fue siempre mucho más relajado. No hubo muchas más
inclusiones en el “hard rock” de la banda y, quizá por ello,
esta canción sigue sonando como una rareza hoy en día en la
discografía de Pink Floyd.
“Crying Song” - Nada que ver el
tema anterior con esta suave balada en la que podemos encontrar un
precedente del clásico “Us and Them” del disco “The Dark Side
of the Moon”. El ritmo, la forma de cantar de Gilmour y la cadencia
general de ambos temas son muy similares e incluso la guitarra de
David esboza alguno de esos lánguidos sonidos tan característicos
de su estilo posterior.
“Up the Khyber” - El primer corte
enteramente instrumental del disco lo firman Nick Mason y Rick Wright
y no deja de ser una improvisación entre piano y batería a la que
se incorpora el órgano hammond en la segunda mitad. Uno más de
tantos momentos psicodélicos ejecutados por la banda en aquellos
años.
“Green is the Colour” - Continuamos
con las baladas de Waters, de espíritu acústico a pesar de la
presencia de algún órgano eléctrico y con elementos casi
folclóricos como alguna flauta que no aparece acreditada en el disco
y que ejecuta varias melodías a lo largo de la canción. La
intérprete era la mujer de Nick Mason en aquel tiempo, Lindy.
Salvando las distancias, podríamos encontrar detalles que más tarde
formaron parte de canciones como “Wish You Were Here”.
“Cymbaline” - Ni esta banda sonora
ni estos Pink Floyd eran los más indicados para producir un
“single”, una canción que pudiera sonar en las radios de la
época como enganche para el público potencial. De haber necesitado
alguna, esta sería la mejor candidata de todo el trabajo pese a lo
cual, no lo fue (se escogió “The Nile Song” primero y un tema
instrumental de la “cara b” del disco más tarde). Con ella
terminan también las canciones escritas por Waters para el disco.
“Party Sequence” - Cerrando la
“cara a” del LP encontramos este breve instrumental que firma
todo el grupo. Se trata de una sucesión de percusiones de aire
tribal (y algo hippie, no olvidemos que la mayor parte de la acción
transcurre en la Ibiza de finales de los años sesenta) con alguna
parte de teclado sin mayor relevancia.
“Main Theme” - La segunda parte del
disco comienza con un instrumental verdaderamente interesante. Se
abre con el sonido reiterado de unos platillos al que paulatinamente
se suman el resto de percusiones y los teclados de Rick Wright que
comienzan a dibujar melodías psicodélicas. Estamos ante uno de los
claros precedentes del “krautrock”, estilo que surgía en
aquellos momentos en Alemania y para el que Pink Floyd (entre muchos
otros) fue una gran inspiración.
“Ibiza Bar” - La última canción
con texto del disco aparece firmada por la banda al completo y
endurece de nuevo su sonido. No llega a los extremos de “The Nile
Song” pero está mucho más cercana a esa pieza que a cualquiera
del resto de baladas fundamentalmente acústicas del disco. Quizá
sea aquí donde se puede intuir más claramente por dónde iba a
transcurrir la evolución del grupo en los años posteriores.
“More Blues” - Desde aquí hasta el
final, el disco nos ofrece una sucesión de instrumentales que
comienza con este “blues”, recordatorio muy conveniente del lugar
(estilísticamente hablando) del que procede la banda. Es habitual
recordar que Pink y Floyd son los nombres de pila de dos “bluesmen”
americanos que Syd Barrett tomó prestados de los créditos de un
disco de Blind Boy Fuller para formar el nombre de la banda.
“Quicksilver” - El corte más
extenso del disco continuaba con la linea psicodélica que la banda
comenzó a explorar en profundidad con “A Saucerful of Secrets”.
Un experimento en el que los miembros de Pink Floyd hacen uso de
técnicas de vanguardia que hasta entonces pertenecían más a los
laboratorios de electroacústica de las grandes radios europeas que
al ámbito del rock. Sin duda, uno de los momentos más interesantes
de todo el disco.
“A Spanish Piece” - Por algún
motivo, cada vez que alguna estrella internacional se acerca en sus
trabajos a España, acaba haciendo alguna referencia al flamenco (sin
importar que la acción transcurra en Ibiza). Este breve instrumental
aflamencado de Gilmour tendría hasta gracia de no ser por la voz de
Waters pidiendo “más tequila” a un tal Manuel.
“Dramatic Theme” - Lo que comienza
como una versión ralentizada de “Let there Be More Light” del
disco anterior de Pink Floyd (“A Saucerful of Secrets”) va
acercándose más conforme avanza a la melodía del “Main Theme”
de la banda sonora. Lo mejor, sin duda, es la guitarra de Gilmour que
empieza a parecerse definitivamente a la que pronto entraría en la
leyenda del rock.
La etapa que va desde la salida de Syd
Barrett de la banda hasta la publicación de “Meddle” (algunos
dirían que hasta “The Dark Side of the Moon”) no es la más
recordada de Pink Floyd aunque si alcanzaron durante la misma un
cierto estatus de grupo de culto y extendieron su influencia hacia
muchas otras bandas de distintos territorios. “More” es
probablemente la obra más importante de ese periodo de transición y
deja entrever un potencial inmenso. Sólo por eso, merece la pena
darle una escucha.
Hay
situaciones que no tienen fácil justificación, ni siquiera con la excusa del
negocio; nombres cuya mención evoca directamente el mito y que no deberían
mancharse de determinadas maneras. Hay muchas formas de hacer las cosas que
pueden parecerse y tener puntos en común pero que se diferencian en una
palabra: respeto. Respeto al legado que recogen pero también respeto a los
oyentes a los que va dirigido el lanzamiento.
Antes de entrar en profundidades, debemos dejar claro que
somos los primeros entusiastas ante la posibilidad de hacernos con material
inédito, ya sea perdido, descartado o nuevo de prácticamente todos los músicos
a los que seguimos con cierta regularidad. No hay nada de malo en ello y
podemos asumir, incluso, que composiciones que en un momento dado no fueron
consideradas por sus autores como dignas de figurar en un disco aparezcan
publicadas tiempo después como “relleno” de discos recopilatorios o como parte
de alguna retrospectiva de inspiración completista.
El problema surge cuando el artista o la banda en cuestión
son tan grandes que su mito eclipsa todo lo demás. Llegados a ese punto hay que
cuidar de forma muy meticulosa qué se publica y, sobre todo, cómo se publica.
Seguramente tendrá sus partes oscuras pero la forma en que se ha publicado la
discografía de The Beatles nos parece ejemplar en este sentido. Los discos
están disponibles en sus formatos originales, sin añadidos (salvo alguna pista
de vídeo en la última remasterización) y sin demasiados retoques. Los singles
que no formaron parte de ningún LP están disponibles en dos volúmenes
independientes bajo el título de “Past Masters” y las rarezas, tomas falsas,
descartes, etc. en varias cajas tituladas “Anthology”. Evidentemente es un
punto de vista muy particular pero creemos que esa es la mejor manera de rendir
homenaje al legado de una banda que ha trascendido el estatus de grupo musical.
A ninguno de sus miembros se le ha ocurrido volver a grabar bajo el nombre del
mito ni siquiera rescatar viejo material, darle algo de forma y publicarlo como
un nuevo trabajo, un disco perdido ni nada por el estilo.
Existe otra vía muy interesante que también nos parece
loable: la de reeditar los discos clásicos de una formación en formatos lujosos
con todo tipo de añadidos procedentes de las sesiones de grabación, de
conciertos de la época, etc. Este tipo de lanzamientos no suele ser nada
económico pero sí muy satisfactorio para el oyente, partiendo del supuesto de
que quien adquiere algo así, muy probablemente ya posee el disco original y lo
que quiere es una pieza de colección que, además, le ofrezca alguna composición
en forma de música desconocida. Los seguidores de King Crimson o Mike Oldfield,
por ejemplo, están disfrutando de lanzamientos en esta línea de gran calidad.
También los de Pink Floyd y aquí es donde vemos el mayor problema.
La discografía de Pink Floyd es de esas que cada cierto
tiempo se reedita al completo dada la fuerte demanda que tiene la banda aún
hoy, varias décadas después de su disolución, aceptemos la fecha que aceptemos
como aquella en la que tuvo lugar ese hecho. La última vez en que ocurrió algo
así es muy reciente y en esa tanda de lanzamientos hubo varios títulos que
fueron publicados en una edición a la altura de las expectativas de los
coleccionistas más ambiciosos, concretamente los discos más populares de la
banda: “The Dark Side of the Moon”, “Wish You Were Here” y “The Wall”. Podría
haber discusiones al respecto de si “Animals” merecía o no un tratamiento
similar pero lo que si pareció fuera de lugar fue que un tiempo después,
demasiado como para considerarlo dentro de la misma serie de lanzamientos
“deluxe” pero no tanto como para dejar de relacionarlo con aquellos, apareció
una caja de las mismas características que las otras tres dedicada al disco
“The Division Bell”.
Hagamos un poco de historia: obviando la magnífica pero
efímera (discográficamente hablando) etapa con Syd Barrett como líder, Pink
Floyd construyó su leyenda alrededor de la formación integrada por Roger
Waters, David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason. Con sus mas y sus menos, la
banda realizó el grueso de su carrera con ese formato en el que el creciente
liderazgo de Waters terminó por hacer estallar todo por los aires tras
convertir a la banda en su grupo de acompañamiento. En algún momento hablaremos
de esos años porque, a pesar de todo, nos parecen muy interesantes pero lo que
nos interesa más ahora es lo que ocurrió después: Waters disuelve Pink Floyd y
cada uno de sus miembros se busca la vida por su cuenta. En 1984 Gilmour y
Waters coinciden lanzando disco al mercado con poco más de un mes de diferencia
“compitiendo” en cierto modo entre ambos en un combate que no tuvo un ganador
claro. El combate tendría segunda parte un tiempo después: Waters lanzaba
“Radio K.A.O.S.” y apenas dos meses más tarde, Gilmour hacía lo propio con “A
Momentary Lapse of Reason”, en traducción libre, “Enajenación mental
transitoria” ¿a qué se refería el guitarrista? Sin duda a desaprovechar la
marca Pink Floyd. La jugada maestra de Gilmour consistió en volver a juntar a
lo que quedaba de la banda a excepción de Waters y lanzar su trabajo bajo el
nombre de la leyenda. No hubo color y las ventas del regreso de Pink Floyd
fueron mucho mayores, no sólo que las del disco de Waters sino también que las
del último disco de la banda con el bajista como líder.
A partir de ahí, pleitos y disputas (con momentos
surrealistas alrededor de los genitales de un cerdo hinchable) que terminaron con
Gilmour y Mason como legítimos usuarios de la “marca Pink Floyd” y con Rick
Wright como músico de estudio antes de pasar al siguiente capítulo.
No es momento ahora de hablar en profundidad de “The
Division Bell”, el disco de Pink Floyd de 1994 pero es necesario apuntar que
para su grabación, Rick Wright volvió al grupo como miembro creativo y también
Mason se implicó mucho más. De las largas y distendidas sesiones salieron más
de medio centenar de piezas y ahí aparece la coartada que más de veinte años
después aprovecha Gilmour para hacer caja. Tiramos un poco de nostalgia, otro
poco de la mitología del nombre de Pink Floyd, hacemos referencia al bueno de
Rick Wright (fallecido en 2008) y a lo bien que tocó entonces, incluyendo un
puñado de improvisaciones maravillosas que no fueron consideradas
suficientemente buenas para formar parte de un disco que, seamos sinceros, no
está entre lo mejor de la banda ni mucho menos y nos sacamos de la manga
(redoble de tambores, por favor) UN NUEVO DISCO DE PINK FLOYD. Es evidente que
Gilmour no es tonto y para dar forma a este material se rodeó de colaboradores
del más alto nivel con lo que los créditos del disco son muy resultones ya que
a los nombres de Mason, Wright y el propio guitarrista hay que unir los de Bob
Ezrin (teclados), Damon Iddins, (teclados), Andy Jackson (bajo, efectos
sonoros), Youth (efectos sonoros), Gilad Atzmon (saxo, clarinete), Guy Pratt
(bajo), Jon Carin (teclados), Durga McBroom (voces) o Anthony Moore (teclados)
y todo ello con la producción de Phil Manzanera.
Si estas “demos” se hubieran incluido como parte de la
edición “deluxe” de “The Division Bell” publicada pocos meses antes no habría
nada que objetar. Lo que no parece fácilmente justificable es que se presente
una colección de cortes descartados de un disco muy flojo como un nuevo disco
de Pink Floyd con su artwork independiente, su campaña publicitaria, etc.
Pero somos contradictorios hasta lo incomprensible y, claro
está, como tantos otros aficionados, caímos en la trampa de Gilmour y nos
hicimos con “The Endless River”, título del invento. Por ello, y al margen de
las consideraciones anteriores que creíamos necesarias para poner en su
contexto justo el disco, pasamos a comentar una música que, pese a todo, tiene
mucho que analizar.
La campaña de publicidad, como vemos, fue muy en serio.
“Things Left Unsaid” – El primer corte del disco es una
pieza ambiental en la que aparecen acreditados Wright y Gilmour como autores
(algo que ocurre en la mayor parte del trabajo). Es una introducción que no
aporta demasiado salvo, acaso, un cierto regusto a los últimos años de Pink
Floyd, ya sin Waters, en especial en las guitarras de Gilmour, leves y etéreas pero
inconfundibles.
“It’s What We Do” – Sin solución de continuidad llega el
primer baño de nostalgia para el seguidor de la banda: una intervención de Rick
Wright a los teclados que recuerda en exceso a ese inmortal “Shine on You Crazy
Diamond”. Algunos apuntes de guitarra parecen refrendar lo dicho y cuando hace
su aparición la batería de Nick Mason estamos ya sumergidos en plena recreación
de la vieja canción del album “Wish You Were Here”. Es lógico que, si esta
música procede realmente de las sesiones de “The Division Bell”, fuera
descartada entonces porque se zambulle directamente en el auto-homenaje más
indulgente. No tendría sentido un corte así en aquel disco y tampoco lo tiene
en este salvo por una intención de tocar la fibra sensible del viejo
aficionado. Sólo falta que alguien cante “remember when you were young...”
pero, afortunadamente, no es así y es que, en esta ocasión, y por si no lo
habíamos indicado antes, estamos ante un disco casi instrumental salvo por el
tema que lo cierra.
Primer adelanto promocional que apareció en la red
“Ebb and Flow” – No hay demasiado músculo en un disco que
abusa de las transiciones ligeras para enlazar algunos momentos más potentes
como el anterior. Este breve corte es un ejemplo de ello: Gilmour improvisando
algunas notas de guitarra sobre un sólo de piano eléctrico en clave lejanamente
jazzística a cargo de Wright.
“Sum” – El primer corte del disco firmado por los tres
integrantes de la banda parte de una serie de filigranas de teclado de pálido
tono minimalista para preparar el terreno a la guitarra más ácida de Gilmour
que anticipa un cambio hacia sonidos más épicos en los que brilla Nick Mason.
Se parece al Pink Floyd clásico tanto como una buena falsificación a un Cartier
pero en el fondo sabes que no es lo mismo. Con todo, ofrece otra buena excusa
para que la nada corta legión de fans de la banda disfrute (disfrutemos) de
otro momento de nostalgia.
“Skins” – Cambio en las percusiones que ahora cobra mayor
fuerza acompañando a una guitarra mucho más psicodélica para embarcarse en un
viaje lisérgico más acorde con otros tiempos de la banda que con el año 1993
del que, en teoría, procede la pieza.
“Unsung” – Llegamos a la primera pieza en la que el único
acreditado como autor es Rick Wright. Es un interesante y breve instrumental de
teclados salpicado de guitarras cuyo único sentido parece ser el de llevarnos
hacia el siguiente hito de este viaje al recuerdo.
“Anisina” – Llamado a ser otro de los puntos fuertes del
disco, este pastiche firmado por Gilmour es una mezcla de los teclados de “Us
And Them” con algunas cuerdas que recuerdan a “Comfortably Numb”. Le sumamos a
la mezcla unos toques de piano, un saxo meloso y unos coros y obtenemos una de
las más glamurosas sintonías de telediario que podemos imaginar.
Segundo clip de "The Endless River"
“The Lost Art of Conversation” – El tercer sector del disco,
división que viene dada por la separación en cuatro “caras” que aparece en el
“tracklist”, como si de un doble vinilo se tratase, se abre con otro tranquilo
tena de Wright, elegante como siempre, que se funde en el siguiente corte.
“On Noddle Street” – Es esta una de las piezas que mejor
encaja con la época del “Division Bell” y podría estar emparentada con el tema
“What Do You Want from Me?” del citado álbum. Desgraciadamente, y como una
“demo” que es, por más que nos la quieran vestir de otro modo, no llega a
desarrollarse lo suficiente.
“Night Light” – Nueva transición atmosférica con base de
teclados sobre la que Gilmour traza lineas juguetonas de guitarra cuya única
misión es la de transportarnos hasta el siguiente punto fuerte.
“Allons-Y (1)” – Empuña Gilmour sus guitarras más combativas
y aires de “The Wall” para satisfacer al oyente ávido de viejos sonidos en una
enérgica transición evocadora de días más felices que desemboca en uno de los
mejores momentos del disco.
Último fragmento revelado antes de que apareciera el disco.
“Autumn” – Rick Wright se pone a las teclas del solemne órgano
de tubos del Royal Albert Hall para interpretar una solemne pieza del estilo de
las que otros grandes teclistas del progresivo como Wakeman o Keith Emerson
intentaron en su momento. El corte es demasiado breve pero funciona bien
incrustado entre las dos partes de la pieza de Gilmour que reaparece poco
después.
“Allons-Y (2)” – Como indicamos, volvemos a los ritmos
inconfundibles de la guitarra de Gilmour cerrando esta especie de suite con una
revisión del tema que la abría. Quizá, la mejor sección del disco pese a todo.
“Talkin’ Hawkin” – En “The Division Bell” aparecían
“samples” con la voz de Stephen Hawking y aquí vuelven a hacerlo en una pieza
que reúne muchas de las características del “Pink Floyd 3.0” que dirigió David
Gilmour tras la marcha de Waters.
“Calling” – Llegamos así al sector final del disco que se
abre con un instrumental a base de teclados, muy cercano a las atmósferas de
“The Division Bell” y que es uno de los pocos cortes del disco en los que no
interviene Rick Wright. Notable como introducción, intuímos que funcionaría a
las mil maravillas como calentamiento del público antes de un concierto de la
banda. De lo mejor del disco en cualquier caso, a pesar del toque “new age” de
la parte final.
“Eyes to Pearls” – Continuamos con un corte en el que
Gilmour utiliza, por fin, la guitarra para algo más que arabescos y efectos de
acompañamiento construyendo una inquietante secuencia de acordes que consigue
fijar, siquiera por un momento, nuestra atención en la música.
“Surfacing” – Como una prolongación del corte anterior,
llegamos a otra interesante secuencia de sonidos “floydianos” a más no poder en
los que Gilmour tira de oficio para satisfacer las expectativas del respetable.
Un buen cierre antes de la canción que pone el punto final a un trabajo que no
podía sino ser muy controvertido.
“Louder than Words” – Sería extraño un disco de Pink Floyd
completamente instrumental aunque este podría tomarse como tal si entendemos la
canción final como un añadido extra. Sin llegar al nivel de los grandes
clásicos del grupo, el tema de Gilmour es un digno cierre aunque se queda corto
en el papel que le ha tocado jugar: el de la canción que pone punto final a la
historia de una banda como Pink Floyd... porque ¿es el punto final, verdad? ¿o no?
Leímos en algún sitio que lo mejor que le podría haber
pasado a Pink Floyd habría sido que a David Gilmour le hubiera tocado la
lotería en 1985 evitando así cualquier tentación de seguir explotando el nombre
de la banda. Quizá sea algo exagerado pero lo cierto es que ninguno de los
discos de esa etapa final ha aportado a la discografía del grupo nada que
mejorase lo anterior. Asumiendo esto, y el hecho de que esos discos fueron
publicados al igual que lo ha sido “The Endless River”, nuestra postura es que,
aunque hubiéramos preferido que el legado de Pink Floyd se hubiese cerrado en
su momento, dado que tenemos este nuevo trabajo, habrá que disfrutar de los
mejores momentos del mismo (alguno hay). No es este el único caso de artista de
los setenta que vive de las rentas replicándose una y otra vez y, dentro de esa
categoría, ni siquiera el de “Pink Floyd 3.0” estaría entre los más graves.
Tras varias escuchas del mismo en estos últimos meses, tenemos la impresión de
que no todo el material, ni mucho menos, procede realmente de las sesiones de “The
Division Bell” de 1993. Más bien nos inclinamos por que Gilmour (y Manzanera)
escogieron algunas de las “demos” más aprovechables para estructurar las
transiciones y, alrededor de ellas, el guitarrista escribió cuatro o cinco
temas poderosos, que recordasen a lo mejor de la banda como medio para
contentar al “fandom”. Que lo haya logrado o no es otra cosa. En nuestra opinión,
sólo a medias.
No tiene mucho sentido recomendar o no un disco como este
sobre el que cualquier lector se habrá formado ya una opinión bastante
fundamentada, lo haya escuchado o no. Sin embargo, para no perder las buenas
costumbres, os dejamos los enlaces habituales en donde adquirirlo. Sólo enlazamos la versión normal aunque, como es habitual, hay varios formatos del disco con distintos contenidos extra que nos interesan menos:
Con la perspectiva del tiempo tenemos la tentación de catalogar el disco “Animals” de Pink Floyd como de absoluta rareza. Sin duda, esto es algo que pondría a muchos seguidores del grupo en guardia ya que no son pocos los que opinan que éste es el mejor trabajo nunca publicado por la banda británica lo que nos obliga a matizar convenientemente la afirmación anterior.
Hay un cierto consenso acerca de cuál es la etapa más brillante del grupo que suele señalar sin muchas dudas los años comprendidos entre 1973 (“The Dark Side of the Moon”) y 1979 (“The Wall”). Entre los dos extremos se sitúan “Wish You Were Here”, publicado en 1974, y “Animals”, en 1977. No es casualidad que cuando hace poco tiempo se reeditó una vez más toda la discografía de Pink Floyd, los tres únicos discos que conocieron una versión lujosa en grandes cajas llenas de extras y de la memorabilia más “friki” (con canicas y bufandas incluidas) perteneciesen a este periodo. ¿Tres discos? Pero nosotros habíamos citado cuatro. Efectivamente, el único “excluido” del tratamiento privilegiado de sus compañeros fue “Animals”. ¿Qué fue lo que le condenó a esta marginación? Posiblemente no fueron criterios cualitativos sino comerciales y es que el disco que hoy nos ocupa carecía del gancho de los anteriores por adolecer de canciones estrella, de esas que nunca faltaban en los conciertos de la banda en los años posteriores.
Los meses anteriores a la publicación del disco fueron algo movidos en el seno de Pink Floyd, con distintos asuntos personales que “distrajeron” a varios de sus miembros quienes, cuando quisieron reaccionar, se dieron cuenta de que Roger Waters se había instalado en el trono del cuarteto y no pensaba ceder ni un ápice en su nuevo rol. Sabemos que, en el fondo, el bueno de Waters siempre se ha atribuido casi todo el mérito del éxito de Pink Floyd por lo que, desde su punto de vista, la situación previa a “Animals” era ni más ni menos que la evolución natural de las cosas. Sucedió que Rick Wright no estuvo muy implicado durante la grabación y, de hecho, fue el primer disco en el que no aparece acreditado como autor de ningún tema. Gilmour, por su parte, acababa de ser padre por lo que tampoco Pink Floyd estaban en el número uno de su lista de preocupaciones. Esta afirmación se puso de manifiesto con una especie de conspiración entre Waters y Nick Mason que llegaron a hacer una mezcla de uno de los cortes del disco en el que eliminaban un sólo de Gilmour, reemplazándolo por otro interpretado por Snowy White, guitarrista que luego participaría en la gira de “The Wall” así como en discos en solitario de los miembros de la banda. Finalmente se respetó el trabajo de Gilmour pero existe la grabación alternativa.. Al margen de eso, se dio otra circunstancia de no poca importancia. Con “Wish You Were Here”, vencía un contrato del grupo con su discográfica en función del cual, tenían libre acceso y disposición de los estudios de grabación por el tiempo que considerasen necesario. A partir de entonces, las horas de estudio serían de pago con lo que había dos opciones: o renunciar al viejo modo de hacer las cosas, es decir, juntarse en el lugar de grabación y experimentar allí durante días para ver qué surge, dado el excesivo coste del alquiler de las instalaciones o bien, montarse un estudio propio. La alternativa escogida fue la segunda y durante todo el año 1975 y parte de 1976, el grupo construyó su propio estudio en Britannia Row y fue ahí donde tuvo lugar la grabación del nuevo trabajo.
El tema del disco tenía un fuerte componente social, algo casi obligado en la convulsa Inglaterra de finales de los setenta con una situación económica y política que había llevado a un gran descontento, especialmente entre los jóvenes. La guerra fría estaba de plena actualidad y muchos vieron en la situación tintes orwellianos (¿qué habrían dicho hoy en día? Nos permitimos comentar...). A su modo, Waters adapta la novela “Animal Farm” del escritor británico para hacer un retrato metafórico de la sociedad británica dividiéndola entre los cerdos (representando a la clase dominante, autoritaria e idiota a partes iguales), los perros (el brazo armado de los anteriores, obedientes y disciplinados) y las ovejas (el resto de la gente, sumisos y adocenados). Donde Orwell criticaba el régimen comunista de Stalin como una traición a sus ideales, Waters retuerce el argumento y lo transforma en un ataque al capitalismo.
Imagen de uno de los conciertos de la gira que siguió a "Animals".
“Pigs on the Wing 1” – El comienzo del disco no tiene mucho que ver con lo que viene después ya que se trata de una balada muy breve con guitarra acústica que recuerda algo a la música del grupo de años anteriores, como la que formó parte de las bandas sonoras de “Zabriskie Point” o “More”.
“Dogs” – El tema más largo del disco, y el único firmado por Waters y Gilmour (aunque el guitarrista afirma que es en un 90% de su autoría) es, además, la pieza central de toda la obra. Comienza con unos rasgueos de guitarra que hacen las veces de sección rítmica (homenajeada años después por Steven Wilson en el último disco de Porcupine Tree). No tardan en aparecer los primeros teclados de Wright que se alejan de los sintetizadores de pasados discos para volver a los clásicos órganos eléctricos recuperando un sonido más añejo. Tras la introducción entramos en una sección algo más reposada en la que la combinación de guitarra y teclados recuerda vagamente al clásico “Shine on You Crazy Diamond” pero también a los King Crimson de sus primeros años en algún guiño melódico. Aparecen también algunas estructuras rítmicas con guiños a la música disco que luego se harían más evidentes en “The Wall”. Hacia la mitad del tema aparece un largo pasaje electrónico con varios efectos de sonido (especialmente ladridos de perros, como corresponde al título) que nos hace revivir los mejores momentos de los años psicodélicos de la banda mezclados con los experimentos más recientes del disco “Wish You Were Here”. Si bien es cierto que la aportación creativa de Rick Wright en “Animals” es muy inferior a la habitual, no lo es menos que su interpretación en estos pasajes está a la altura de las mejores que hizo con la banda. Cerrando la pieza, se recupera el tema inicial de la misma con una energía redoblada al aparecer ya la banda en pleno, con un monumental solo de Gilmour, el trepidante bajo de Waters y la batería de Mason más presente que en los minutos anteriores. La coda final del disco es un anticipo del estilo que adoptará la música de Waters en años posteriores, especialmente en su último disco con Pink Floyd: “The Final Cut”. “Dogs”, sin embargo, fue una revisión de un tema compuesto un tiempo antes y que parecía destinado a formar parte de “Wish You Were Here” bajo el título de “You’ve Got to Be Crazy” y como tal fue interpretado en varios conciertos aunque, evidentemente, en una versión algo distinta a la aparecida en “Animals”.
“Pigs (Three Different Ones)” – Un juego de efectos vocales imitando sonidos de un cerdo con los teclados de Wright y distintas guitarras sirve como presentación de la siguiente canción, muy similar en ritmo y sonidos a “Have a Cigar” del anterior trabajo de la banda. De nuevo, la aportación como intérprete de Wright a los teclados le da un valor añadido insustituible a una pieza magnífica que contiene en sus algo más de diez minutos de duración toda la esencia de Pink Floyd en sus años más populares. No se sabe de forma fehaciente a qué tres “cerdos” se alude en el título, con excepción de Mary Whitehouse, activista muy popular en aquellos años, de ideas ultraconservadoras e iniciadora de varias campañas de “limpieza” moral en la corrupta sociedad británica, invadida (siempre desde su punto de vista) por la pornografía, la homosexualidad y la blasfemia. Según algunas versiones, los otros dos “cerdos” serían: la entonces líder (lideresa, dirían algunas seguidoras del personaje) de la oposición conservadora en el Reino Unido, Margaret Thatcher y los presidentes de las grandes corporaciones, sin personalizar en ninguno en concreto.
“Sheep” – La última pieza larga del disco se inicia con un sonido que tiene mucho de jazzistico pero también importantes reminiscencias de los discos del Alan Parsons Project, lo que no es de extrañar puesto que la canción procede de unos años antes, al igual que “Dogs” y se interpretó en los conciertos del año 74 bajo el título de “Raving and Drooling”. Recordemos que el grupo trabajó junto a Alan Parsons en 1972 y 1973 durante la grabación de “The Dark Side of the Moon” y es más que posible que algo de la forma de trabajar del ingeniero entrase a formar parte del “modus operandi” de la banda en aquellos tiempos. Como curiosidad, el bajo en “Sheep” (también en “Pigs”) no fue interpretado por Waters como era habitual sino por David Gilmour. La última parte de la canción nos muestra una serie de agresivos “riffs” de guitarra a cargo del propio Gilmour no demasiado habituales en la música de Pink Floyd pero que sirven para poner un poderoso cierre al tema y, prácticamente, al disco.
“Pigs on the Wing 2” – Y decimos esto porque el punto final lo pone de nuevo Roger Waters con la guitarra acústica con la segunda parte de la canción con la que empezaba el trabajo, un tema de amor dedicado a su pareja en aquellos años y que supone un importante contraste con el resto del disco cuya historia queda enmarcada de este modo entre dos baladas ajenas en cierto modo al meollo de la cuestión.
A pesar de su indudable valor artístico, por algún motivo “Animals” no ha sido nunca uno de los discos más populares de Pink Floyd si pensamos en el gran público. Sin embargo, siempre ha gozado de un puesto de privilegio en las preferencias de los seguidores más fieles de la banda. Resulta curioso comprobar cómo, a pesar de ser una de las formaciones a las que siempre se alude cuando se habla del rock progresivo como corriente, la mayoría de los discos de Pink Floyd no parecen ajustarse a los tópicos del género (especialmente en la etapa 1972-1980), como son: larguísimas suites que ocupan en muchos casos caras enteras de los discos, extensos desarrollos instrumentales con abundantes momentos para el lucimiento personal de los intérpretes, etc. Desde este punto de vista, podríamos considerar “Animals” como el disco más progresivo de Pink Floyd sin miedo a equivocarnos demasiado. Contrasta este hecho con el otro que comentábamos al abrir la reseña: que sea éste el único no publicado en formato de lujo en las recientes reediciones de los cuatro que integrarían esa hipotética edad de oro del grupo.
No vamos a descubrir a Pink Floyd en 2013 para ningún lector pero es posible que muchos no le hayan prestado suficiente atención a “Animals” y quieran acercarse a este trabajo. Si ese es el caso, el disco puede comprarse en cualquiera de los enlaces adjuntos: amazon.es
Es bien sabido que muchas de las obras más importantes en la historia del arte en cualquiera de sus disciplinas fueron creadas en momentos de importantes crisis personales de sus autores. Algo de eso hay detrás de un disco como “The Wall” cuya gestación y grabación supuso en buena medida el final de Pink Floyd como banda aunque seguirían publicando discos un tiempo más. Todas las cronologías del grupo sitúan como punto de origen del disco un concierto en Montreal perteneciente a la gira del disco “Animals”. Durante el mismo, Roger Waters llegó al límite de su paciencia y, harto de observar las payasadas de un joven que junto al escenario no prestaba atención a la música y sólo gritaba y hacía gestos ridículos, le escupió alcanzándole en pleno rostro. Instantes después, el propio Waters se mostró tremendamente afectado por ese hecho que no hacía sino corroborar sus ideas sobre los grandes conciertos en estadios que cada vez odiaba más y decidió poner fin a ese tipo de espectáculos, separándose en adelante de la audiencia tras un hipotético muro que terminó por ser real.
Tras el fin de la gira, los componentes de la banda se tomaron un respiro invirtiendo su tiempo en escribir algunas canciones para sus próximos trabajos en solitario. Particularmente, David Gilmour compuso su primer disco en como solista que aparecería a lo largo de 1978 y Rick Wright hizo lo propio con su trabajo “Wet Dreams”. Roger Waters no perdió el tiempo y se dedicó a componer, casi obsesivamente, material para dos nuevos discos conceptuales. La diferencia con sus compañeros era que Waters escribía para Pink Floyd y no con la idea de publicar por su cuenta. Cuando la banda volvió a juntarse, escucharon el material compuesto por el bajista para los dos proyectos descartando de inmediato uno de ellos (que pasaría años más tarde a formar parte de “The Pros and Cons of Hitchiking”, disco de Waters, ahora sí en solitario) para quedarse con la idea más voluminosa. “Bricks in the Wall”, que era el titulo provisional del proyecto, consistía en un extenso trabajo conceptual que contaba la vida de Pink, un personaje que tomaba elementos de la vida del propio Waters combinados con otros que recuerdan el drama del primer líder de la banda: Syd Barrett. Pink debió superar una infancia marcada por el fallecimiento de su padre en la Segunda Guerra Mundial (como le sucedió al propio Waters), una juventud que transcurre entre los abusos por parte de sus profesores y la sobreprotección de su madre y un fallido matrimonio que llevan al protagonista a un aislamiento total de la sociedad.
Las circunstancias por las que atravesaba la banda no eran las mejores. En aquellos años habían cedido el control de sus finanzas a una gestoría externa lo que desembocó en grandes pérdidas económicas debidas a inversiones poco afortunadas. No hubo problemas para que EMI les diera un anticipo sobre el siguiente disco (al fin y al cabo, hablamos de Pink Floyd) pero esto hizo que la presión de la compañía para el lanzamiento del nuevo trabajo fuese mayor. La enorme cantidad de material sobre el que Waters quería trabajar hizo que tuvieran que recurrir a un productor externo en la figura de Bob Ezrin para manejar convenientemente toda esa música y darle forma de disco en un tiempo prudencial. La versión de Waters señala que fue por iniciativa suya mientras que otras entrevistas a los demás miembros parecen indicar que la necesidad de un productor diferente había sido sugerida por ellos mucho tiempo atrás. Comenta al respecto David Gilmour que: “Otra figura crucial fue la de James Guthrie. El disco suena maravillosamente claro y potente con un estilo muy moderno (...) En “Animals” los cuatro seguíamos pretendiendo ser productores cuando no lo éramos. Al grabar “The Wall”, Roger no quería compartir ese rol, al menos en los créditos pero le convencí con la ayuda del propio Ezrin como mediador. Creíamos que necesitábamos al mejor ingeniero posible y fue cuando alguien sugirió a James (Guthrie) y nos decidimos”. Gilmour no lo menciona pero quien recomendó al joven productor fue, ni mas ni menos que Alan Parsons.
El trabajo de Ezrin, como él mismo ha señalado en varias ocasiones fue más importante que el de un simple productor, encargándose de mantener a la banda unida en la medida de lo posible y trabajando mano a mano con Waters para pulir las canciones (aunque, como recuerda el bueno de Ezrin, Waters le dejó claro desde el principio que podría aportar o escribir lo que quisiera pero que no esperase ser acreditado por ello ni por asomo). Tras varias sesiones intensivas de trabajo mano a mano de productor y compositor, ambos reunieron a la banda con un guión de la historia y procedieron a hacer una lectura con todos ellos alrededor como si de un ensayo teatral se tratase.
Para la grabación se incorporó un segundo productor, el anteriormente mencionado James Guthrie, quien chocó desde el principio con Ezrin (“ambos pensábamos que se nos había contratado para el mismo trabajo”) pero finalmente supieron tolerarse. Durante las sesiones, surgieron los problemas más graves dentro de la banda. Rick Wright estaba en pleno proceso de separación de su mujer y no acudía a sus citas con la puntualidad exigida por Waters (el régimen dictatorial al que sometía a la banda en aquellos tiempos ha sido reconocido por él mismo) llegando a ausentarse sin previo aviso de muchas de las sesiones. Existen muchas discrepancias al respecto pero lo cierto es que Wright fue expulsado de la banda aunque algunas de sus partes ya grabadas fueron respetadas en el disco final y se le contrató como músico para la gira posterior aunque nunca más sería miembro de pleno derecho de Pink Floyd. Llegados a este punto, tenemos que entrar en uno de los puntos más polémicos alrededor de “The Wall” y es el que hace referencia a los músicos que realmente participan en la grabación. Atendiendo a los créditos del disco, deberíamos pensar que sólo participan los cuatro integrantes de la banda, es decir, Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Rick Wright, además de una serie de vocalistas invitados. Sin embargo, esta relación no es del todo completa. En ausencia de Wright, tanto Bob Ezrin como James Guthrie tocaron los teclados pero no fueron los únicos: Fred Mandel interpretó el órgano Hammond en algunos momentos. Nick Mason toca la batería en varios temas pero en “Mother” es Jeff Porcaro (fundador de Toto) el encargado de hacerlo. Tampoco todas las guitarras son de David Gilmour siendo Lee Ritenour el intérprete en varios momentos (supuestamente, sólo en “Run Like Hell” y “One of My Turns” aunque el propio Gilmour le señala como el intérprete de muchos otros fragmentos: “Hubo músicos de sesión en “The Wall”. Había un tipo tocando la guitarra española en “Is there anybody out there? (...) hubo un guitarrista rítmico en “One of my turns” porque no había ninguna parte en la que me apeteciera tocar (risas)). Lee Ritenour, además, toca en la segunda parte del disco y Freddie Mandel toca el Hammond en “In the flesh”. Waters amplía estos datos en una entrevista en la que le preguntaban por el entonces recientemente fallecido Jeff Porcaro: “tocó en “The Wall”, concretamente en “Mother” donde también participaba un teclista y Lee Ritenour”.
La razón de no acreditar a ninguno de estos músicos de sesión la explica a su manera Roger Waters en otra entrevista: “No puedo responder a eso. Hubo gran controversia acerca de los créditos de “The Wall” y recuerdo que tuvimos tantas luchas internas en la época que no tuvimos tiempo para encargarnos de los sentimientos personales de cada uno. Se decidió acreditar sólo a los miembros clásicos de la banda y a los cantantes invitados”.
Así pues, tenemos un disco compuesto en su práctica totalidad por Roger Waters, producido por él y Gilmour junto a dos personas ajenas a la banda y una buena cantidad de canciones en las que no participan los propios miembros de Pink Floyd sino músicos de estudio. Esta situación, junto con la propia estructura del trabajo (con temas cortos alejados de las largas suites de discos anteriores) hizo y aún hace hoy en día que muchos seguidores consideren la obra como un disco de Waters más que de Pink Floyd. Pese a ello, junto con “The Dark Side of the Moon” quizá sea el trabajo que primero se le viene a la cabeza al aficionado medio cuando se le habla de la banda británica. Nick Mason comenta que “The Wall estaba prácticamente completo cuando Roger nos presentó las demos y lo que faltaba por pulir lo hizo durante las sesiones con Bob (Ezrin)” a lo que añade que “Creo que Roger merece la parte del león en los créditos, especialmente porque la idea y los textos fueron esencialmente suyos pero no se ha sido justo con David (Gilmour) y también Bob Ezrin merece más crédito del que se le dio aunque todos acabamos bastante hartos de él”.
Gilmour profundiza un poco más en las discrepancias sobre este punto: “Yo aparezco acreditado fundamentalmente como productor y hay quien piensa que no todo el mundo ha sido acreditado como le correspondía. Roger dedicó mucho tiempo a minimizar mis esfuerzos y los del propio Ezrin así como los de alguna persona más. Rick (Wright) fue contratado como músico de sesiones para la gira, es cierto, pero durante la grabación del disco era miembro de pleno derecho de Pink Floyd. Bob Ezrin tocó algunos teclados cuando Rick no estaba ahí y Freddy Mandell toca el Hammond en “In the flesh”. Jeff Porcaro toca la batería en “Mother” en ausencia de Nick (Mason). Lee Ritenour tocaba algunos rasgueos en “Comfortably Numb” y alguna parte rítmica en “Is There Anybody Out There? Yo intenté tocar esos temas con diferentes púas pero no era capaz de sacar un sonido tan suave y cálido. A veces mi corazón me dicta algunas partes que mis jodidos dedos no pueden interpretar como quiero.”
Una de las imágenes más reconocibles de la versión cinematográfica de "The Wall"
“In the Flesh?” – Se abre el disco con una especie de presentación del propio protagonista que nos pone en situación ante lo que vamos a escuchar que no es sino la historia de qué hay detrás de su fría mirada o, lo que es lo mismo, qué acontecimientos de su vida le convirtieron en lo que ahora es. En lo musical asistimos a una introducción rock de carácter épico que da paso a una breve introducción con coros gospel de fondo
“The Thin Ice” – Los llantos de un bebé sirven para iniciar la siguiente parte en la que el protagonista, aún en su infancia, vive un mundo sin preocupaciones. Los últimos segundos del corte anterior muestran el sonido de un bombardero, lo que simboliza la muerte del padre de Pink en la guerra. De ahí los versos admonitorios: “si vas a patinar sobre el fino hielo de la vida, no te sorprendas cuando bajo tus pies se abra una grieta”. La canción se divide en dos partes, una primera, como un suave vals y cantada por David Gilmour con un acompañamiento de piano y sintetizadores y una segunda en la que es el propio Waters el que pronuncia la frase anteriormente resaltada con el piano marcando un ritmo de rock lento muy de los años 50 hasta llegar al segmento final más rockero con el sello clásico de la banda.
“Another Brick in the Wall (part I)” – Aparecen por fin los clásicos sonidos de guitarra rítmica tan característicos del disco y que han sido imitados por multitud de artistas en los años posteriores. La instrumentación se limita a varias guitarras superpuestas y el bajo de Waters. Escuchamos los primeros lamentos de Pink por la muerte de su padre “papi atravesó el océano dejando sólo recuerdos, una simple foto en el album de familia”.
“The Happiest Days of Our Lives” – Tras el primer ladrillo del muro llegamos al segundo en el que Pink habla de los abusos sufridos en el colegio por parte de profesores frustrados “todos en el pueblo saben que cuando regresan a casa, sus gordas esposas les arrojan a la basura”. Musicalmente se podía considerar como la parte central de una canción más larga integrada por las dos partes de “Another Brick in the Wall” que la flanquean. De hecho, el primer segmento es una continuación de la primera y la segunda mitad del tema introduce el particular ritmo “disco” que domina la que probablemente sea la canción más famosa de Pink Floyd.
“Another Brick in the Wall (part II)” – Durante la pieza escuchamos la denuncia de Waters sobre la estricta educación británica y la falta de libertad de los alumnos. Hay poco que añadir sobre una canción tan extremadamente conocida como esta, que sorprende por su simplicidad: un ritmo cercano a la música disco en la batería, una linea de bajo muy sencilla y ácidas guitarras acompañan a un coro infantil que canta el archiconocido estribillo. Al final de la pieza escuchamos uno de los grandes solos de Gilmour antes de que se extinga con un fundido.
“Mother” – Cerrando la primera cara del doble LP tenemos la primera canción más o menos convencional en cuanto a su estructura de todo el trabajo. Pink, inseguro, indefenso y desorientado pide consejo a su madre sobre qué debe hacer con su vida “madre, ¿debo aspirar a ser presidente?, ¿debo confiar en el gobierno?”. La respuesta de la madre es de lo más inquietante: con forma de canción infantil, la madre le responde que no llore, que ella se encargará de que se hagan realidad todas sus pesadillas, le llenará de miedos y le mantendrá siempre bajo su custodia. Es la madre de Pink la que le ayuda a poner el siguiente ladrillo en una de las canciones más estremecedoras del trabajo.
“Goodbye Blue Sky” – Abre la segunda cara del disco una inquietante canción en la que madre e hijo contemplan la llegada de los bombarderos nazis durante la guerra. Un nuevo paso hacia la pérdida de la inocencia de Pink. El efecto conseguido al superponer los sintetizadores a la guitarra acústica en el comienzo del tema es magnífico y, como ocurre con casi todas las canciones del disco, existe un gran contraste entre la forma musical empleada (tiempos lentos, agradables, casi bucólicos) y el contenido de los textos, oscuro y opresivo. Esta dualidad es uno de los grandes méritos de Waters en la que podemos considerar su obra más ambiciosa.
“Empty Spaces” – Entramos en uno de los temas más inquietantes, construido sobre un fondo mecánico, casi industrial que recuerda a canciones anteriores de la banda como “Welcome to the Machine”. Pink es ya una estrella del rock y llega a los EE.UU. para dar una serie de conciertos (se escucha el sonido de la megafonía del aeropuerto). Ignoramos el motivo pero Roger Waters se permitió dejar un curioso mensaje secreto para los aficionados escondido en la pieza. Justo antes de empezar la letra de la canción, en uno de los canales se escucha una voz musitando algo ininteligible. Reproduciendo ese fragmento al revés se escucha algo así como “Enhorabuena buscadores, habéis encontrado el mensaje secreto. Enviad vuestra respuesta al viejo Pink a la granja de la diversión en Chalfont...” momento en el que el mensaje se interrumpe por una voz que dice: “Roger, Carolyne al teléfono”. Carolyne era la esposa de Roger Waters en aquel momento y la granja de la diversión (the funny farm), un habitual eufemismo para referirse a los psiquiátricos. La sombra de Syd Barrett planeaba sobre la grabación y sobre el personaje de Pink, sin duda.
“Young Lust” – Una de las pocas canciones del disco en las que aparece acreditado Gilmour como autor y no sólo Waters. Pink está en plena gira y busca la compañía de una “grupie” para pasar la noche. Al finalizar la canción, el protagonista llama a su esposa a casa al otro lado del océano pero es un hombre el que responde al teléfono lo que hunde un poco más al protagonista. La canción es un enérgico blues con toques de rock duro que podría pertenecer perfectamente al repertorio del personaje de Pink.
“One of My Turns” – Pink acaba de descubrir la traición de su mujer y se encuentra en una habitación de hotel junto a una “grupie” que no consigue nada de él: “no te asustes, este es sólo uno de mis malos días, ¿te apetece ver la tele?”. La chica abandona la habitación y Pink se queda sólo. Escuchamos a un Waters sarcástico en el comienzo, con un simple acompañamiento de sintetizadores antes de que la canción de un giro hacia un rock vigoroso con cierto sabor americano, casi como una precursora del llamado “AOR”, corriente en la que muchos dinosaurios del rock se refugiaron en los ochenta para sobrevivir.
“Don’t Leave Me Now” – Pink comienza a ser consciente de que su relación con su esposa ha terminado y se lamenta en uno de los cortes más tensos del discos con Waters sonando realmente desesperado. El acompañamiento musical es tremendamente simple: sintetizadores de fondo, la guitarra sonando con mucho eco y el piano, cadencioso, marcando un ritmo que encajaría en cualquier película de David Lynch. La segunda parte de la canción se viene arriba y se transforma en un clásico blues rockero marca de la casa.
“Another Brick in the Wall (part III)” – Se retoma en este punto el motivo principal del disco con Pink afrontando la situación y renunciando a cualquier ayuda externa, ya sea de personas o de sustancias (“no necesito nadie que me abrace, no necesito drogas para calmarme: he entendido el mensaje que está escrito en el muro”). El aislamiento de la realidad es ya total.
“Goodbye Cruel World” – Lo que podría parecer una carta de despedida de un suicida es, en realidad, la declaración de intenciones de Pink reafirmandose en lo dicho en el anterior fragmento (“Adiós a todos. Nada de lo que podais decir me hará cambiar de opinión. Adiós”). Se trata de una de las piezas más breves del disco (no llega al minuto de duración) y pone fin a la segunda cara del mismo.
“Hey You” – Una de las mejores canciones del disco es esta en la que vemos el hundimiento final de Pink. En un momento de lucidez se da cuenta del error en el que ha caído al aislarse del mundo y pide ayuda “eh tu, no les dejes que te entierren por completo, no te rindas sin luchar” o “eh tu, ayúdame a llevar esta carga, abre tu corazón: estoy de vuelta”. Sin embargo, ya es tarde y la segunda parte de la canción nos muestra cómo el muro que Pink ha construido a su alrededor no puede superarse desde el exterior “pero es todo una ilusión, el muro es demasiado alto como puedes ver”. La parte final nos deja con el aterrador grito desesperado del protagonista: “Eh, vosotros, los que estáis ahí afuera haciendo aquello que os han dicho que hagáis... ¿podeis ayudarme?” hasta llegar al llanto final “Eh, vosotros, ¡no me digáis que ya no hay esperanza! Juntos resistiremos, divididos sólo podemos caer”. Musicalmente, como decimos, es una gran canción que se abre con una preciosa guitarra acústica cuya melodía sobrevuela toda la pieza. Más tarde hay referencias al tema central del disco, un pulso electrónico que nos suena a homenaje a “Echoes” y, sobre todo, una canción espléndida en todos los sentidos.
“Is There Anybody Out There?” – Un abatido Pink grita repetidamente “¿hay alguien ahí fuera?” sin recibir respuesta alguna. El resto de la pieza es un bonito instrumental ejecutado principalmente por un guitarrista clásico que no conocemos (Gilmour cree recordar que fue algún miembro de la orquesta que participó en las sesiones).
“Nobody Home” – La canción no estaba en el repertorio original que Waters había escrito para el disco y fue compuesta por el bajista a sugerencia de Waters y Ezrin durante la grabación del mismo. La expresión del título “nadie en casa” es un eufemismo para la locura y todo parece indicar que la canción está escrita con Syd Barrett en mente aunque también hay quien indica que hace referencia a la adicción a la cocaina que en aquellos momentos estaba tratando de superar Rick Wright. A pesar de ser una de las favoritas de David Gilmour, no nos parece particularmente destacada dentro del disco. Los arreglos orquestales de la misma suenan extraños en el contexto de “The Wall” pero anticipa claramente el estilo que Waters le iba a dar al siguiente disco de la banda, el último con el bajista como lider.
“Vera” – Vera Lynn fue una cantante británica famosa por cantar para las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus grandes éxitos fue “We Would Meet Again” (nos volveremos a ver). En la canción, Waters se refiere a ella irónicamente, recordando cómo su padre (igual que el de Pink) no regresó de la Guerra: “¿alguien se acuerda de Vera Lynn? ¿Recordais cuando cantaba aquello de “nos volveremos a ver cualquier día soleado? ¿Qué fue de aquello, Vera?” El arreglo orquestal, parece seguir la misma línea del corte anterior marcando una diferencia con el primero de los dos LPs que componen el disco.
“Bring the Boys Back Home” – La que para Waters es la canción clave del disco por cuanto enlaza todas las partes y consigue unificar el trabajo en cierto sentido es un breve corte en el que un coro acompañado de tambores de aire marcial y de una orquesta canta repetidamente “¡traed a los chicos de vuelta!, ¡no les abandoneis a su suerte!” en una nueva proclama antibelicista pero que, en palabras de su autor, se pueda aplicar a muchas otras cosas.
“Comfortably Numb” – Cerrando la tercera cara del disco encontramos la que para muchos críticos es la mejor canción que nunca grabaron los miembros de Pink Floyd. Con las debidas reservas que toda afirmación de esa categoría nos merece, tenemos que reconocer que no nos encontramos muy lejos de esa opinión. La melodía está escrita en su práctica totalidad por David Gilmour y es una de las canciones más bellas que nunca compuso. La letra nos muestra a Pink ante el doctor que le está tratando en un diálogo verdaderamente emocionante entre él (en la voz de Waters) y el protagonista del disco (en la voz de Gilmour).
“- ¿hola, hay alguien ahí? Vamos, he oído que te has venido abajo pero puedo mitigar tu dolor y ayudarte a ser de nuevo tú mismo. Sólo necesito algo de información, algunos hechos básicos... ¿puedes decirme dónde te duele? - No hay ningún dolor concreto, sólo un lejano humo en el horizonte, le escucho como de lejos, sus labios se mueven pero no escucho lo que me dice. Una vez, de pequeño, tuve fiebre. Mis manos se hincharon como globos y ahora me siento de un modo parecido pero no sé explicarlo... no lo va a entender... me siento como colocado, confortablemente colocado”.
Probablemente el fantasma de Barrett vuelve a sobrevolar el disco en esta magnífica pieza. Los múltiples solos de guitarra de Gilmour durante la canción han aparecido regularmente en los puestos más altos de las listas entre los más apreciados por los aficionados y, ciertamente, lo merecen.
“The Show Must Go On” – Llegamos así a otra breve canción que Waters quería que tuviera un cierto aroma a los Beach Boys quienes supuestamente interpretarían los coros de la misma. Al final no fue todo el grupo sino sólo Bruce Johnston el que participó en un nuevo lamento de Pink quien llama a su padre y a su madre obsesivamente “papá, llévame a casa, mamá, déjame ir”.
“In the Flesh” – Entramos así en la parte final de la historia de nuestro protagonista y lo hacemos volviendo al principio de la misma, cuando Pink nos hablaba de lo que nos iba a contar en forma de “flashbacks”. Retomamos ahora al chico de ojos vacíos, en plena alucinación provocada por las drogas en la que se ve a sí mismo como un dictador fascista que reemplaza a su propio personaje ante el público de sus conciertos: “tengo malas noticias para vosotros: Pink no se encontraba bien y se ha quedado en el hotel. Nos ha enviado a nosotros como sustitutos y vamos a averiguar de qué estáis hechos... ¿hay algún marica entre el público? Ponedlo junto al muro. ¿Alguien que no me guste? Al muro. ¿algún judío? ¿algún negrata? ¿Quién ha dejado pasar toda esta basura? Si de mi dependiera, os fusilaría a todos”.
“Run Like Hell” – Como continuación de la anterior canción, un enajenado Pink comienza a amenazar a su audiencia con todo tipo de exabruptos. Es la última de las canciones cuya música escribe Gilmour y como ocurre con “Comfortably Numb”, una de las favoritas del público, así como parte fundamental de los conciertos posteriores, tanto de la banda como de Waters o Gilmour en solitario.
“Waiting for the Worms” – Recuperamos la melodía de “The Show Must Go On” para ilustrar la llegada de Pink al punto de no retorno de su caída a los infiernos “ya no puedes alcanzarme, no importa cuánto lo intentes. Adiós mundo cruel, se acabó”. La canción es una compleja mezcla de ritmos y estilos en la que no sólo se retoma la melodía antes mencionada sino muchas otras del disco incluyendo la principal.
“Stop” – El tema más corto de todo el trabajo es un breve interludio en el que Pink parece darse cuenta de sus errores e intenta volver a su vida anterior “basta. Quiero volver a casa, quitarme este uniforme y dejar este espectáculo”. Sin embargo, es tarde y es apresado para ser conducido a continuación al juicio.
“The Trial” – Durante el juicio, varios de los personajes que han aparecido en el disco van haciendo acto de presencia para testificar contra Pink. “El prisionero que tienen ante ustedes ha sido encontrado mostrando sentimientos casi humanos... ¡que la vergüenza caiga sobre él!”. El profesor declara que sabía que nada bueno se podía esperar de él, la esposa expresa su deseo de que lo encierren y arrojen la llave lejos... sólo la madre se ofrece a llevarle de nuevo con ella. El juez no necesita oír más y ni siquiera espera a la decisión del jurado “las evidencias son tan incontrovertibles que no merece la pena deliberación alguna. En todos mis años como juez, nunca vi a nadie que mereciese más el castigo. Durante el juicio se ha revelado tu mayor temor y es a él al que te condeno: ¡derriba el muro! Quedarás expuesto para siempre ante los demás.”
“Outside the Wall” – La historia de Pink, realmente termina con el corte anterior y este tema final no nos dice nada acerca del protagonista. Es un brevísimo tema en el que Waters se despide con el acompañamiento de un clarinete en segundo plano.
Otro ejemplo de la poderosa iconografía de la película.
La historia de Pink no es original. Mezcla las obsesiones particulares de Waters con elementos de novelas como “1984” o “La Naranja Mecánica” (no es casual que en un reciente disco tributo a “The Wall”, el personaje de Pink en el juicio lo interprete Malcolm McDowell, Alex en la película de Kubrick) pero funciona bien. La posterior versión cinematográfica del disco, dirigida por Alan Parker, contribuyó a crear una potentísima iconografía alrededor del disco que ayudó a convertirlo en un hito indiscutible de la historia del rock por encima de clasificaciones y géneros pero eso merecería otra entrada exclusivamente dedicada a la película.
Al margen de lo apuntado anteriormente parece claro que “The Wall”, si no puede decirse que sea un disco de Waters en solitario, tampoco responde a las características habituales de los trabajos anteriores de Pink Floyd, ni en cuanto al formato ni en cuanto a la producción. La forma de trabajar cambia radicalmente y eso tiene mucho que ver con los nuevos productores. Antes, los músicos entraban en el estudio y allí desarrollaban todas sus ideas, para bien o para mal. Si había un problema, paraban y continuaban al día siguiente. El “modus operandi” en “The Wall” es completamente distinto. Hay partes de guitarra que son grabadas por Gilmour en solitario en un estudio acompañado de músicos de sesión mientras Wright tocaba los teclados en otro lugar. También Mason grabó buena parte de sus intervenciones al margen del grupo. Por ello quizá se hace muy difícil discernir la participación concreta de cada uno de los músicos. Con todo, el trabajo de mezcla de Ezrin y Guthrie fue magnífico y consiguió que todo ese material “empastase” perfectamente. Esto, que muchos vemos como una virtud, es algo que muchos críticos ponen el en debe del grupo al entender que el disco es artificial, un ejercicio de copia y pega que suena muy bonito pero que no tiene la pasión y la complicidad de una banda sonando conjuntada y con todos sus integrantes interactuando en tiempo real. Nos guste o no, lo cierto es que esa no deja de ser una concepción de la música grabada que pertenece al pasado y que muy pocos grupos, por no decir ninguno, utilizan ya. Nuestra valoración de “The Wall” es positiva. Muy positiva si nos apuráis, aunque no soporta la comparación con otros clásicos de la banda como “The Dark Side of the Moon” o “Wish You Were Here” (nuestro corazoncito nostálgico pondría por delante también los dos primeros discos aunque quizá nos pueda más la nostalgia por Barrett que motivos puramente musicales). Hay quien opina que la duración del disco (no olvidemos que es un doble LP) baja el nivel medio de un trabajo que reduciendo su duración a la mitad sería magnífico. Aunque haya partes más prescindibles que otras, no creemos que sobre nada en un disco imprescindible, con sus pros y sus contras, para cualquier aficionado a la música.
“The Wall” es uno de los tres discos de Pink Floyd (los otros son “The Dark Side of the Moon” y “Wish You Were Here” que han sido reeditados recientemente en una edición espacialísima con las demos originales de Waters, tomas descartadas y un buen montón de memorabilia. Podeis haceros con esa preciosa caja o con ediciones más modestas a continuación: