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sábado, 5 de diciembre de 2020

Max Richter - Ad Astra (2019)



Empezábamos hace unos días a preparar esta entrada para el blog y justo en ese momento leíamos la noticia de la nominación del disco entre las cinco candidaturas a los premios Grammy de este año en la categoría de mejor partitura para cine. Como la competencia va a ser dura y probablemente no termine ganando, no vemos mejor momento que este para tratar aquí este magnífico trabajo firmado en su mayor parte por Max Richter aunque no toda la música sea suya.


Hablamos, claro está, de la banda sonora de “Ad Astra”, la alabada cinta de ciencia ficción dirigida por James Gray y con Brad Pitt como protagonista principal. La música fue encargada a Max Richter que desde el primer momento se mostró entusiasmado con la idea y más cuando pudo ver el tipo de narración que iba a aparecer en la película con dos historias paralelas en una: la epopeya espacial por un lado y la relación padre-hijo de los protagonistas por otro. Eso le permitió desarrollar dos formas diferentes de componer para ajustarse a ambas lineas narrativas, una más tradicional para la parte humana de la película, por así decirlo, y otra más particular para la parte del viaje: en ésta, fundamentalmente electrónica, Richter iba a partir de datos recopilados por las sondas Voyager I y II  convenientemente tratados por determinados algoritmos para convertirlos en música de modo que ese material sería la base para componer determinados fragmentos. Así, cuando el viaje alcanza la órbita de Júpiter, la música que suena procede de datos enviados por las sondas cuando pasaron por aquella zona. En cualquier caso, y como es habitual en la música de Richter, son muchos los fragmentos en los que orquesta y electronica conviven en perfecta armonía. Varios de los instrumentos clásicos son modificados con el empleo de pedales como si fueran guitarras eléctricas de toda la vida y, aparte de eso, está el Moog System 55, uno de los sintetizadores favoritos de Richter y que, a modo de guiño, apareció en 1969, año de la misión del Apolo XI.




Una curiosidad acerca de este lanzamiento discográfico es que su duración excede la de la película lo cual no deja de ser una curiosa rareza que los melómanos agradecemos. Además de la partitura de Richter, en la película suenan varias piezas de Lorne Balfe, compositor de la factoría de Hans Zimmer muy acostumbrado a que su presencia sea requerida para componer piezas complementarias en bandas sonoras de otros autores o, en muchos casos, para reemplazar por completo la partitura del músico titular cuando ésta no encaja con lo que el director quería. No habíamos tenido contacto con su música anteriormente (al menos de forma consciente porque lo cierto es que hemos visto muchas de las películas en las que ha participado) y lo cierto es que la primera impresión ha sido muy buena.


Fragmento de la película.


La banda sonora de “Ad Astra” está publicada por Deutsche Grammophon en una edición de dos cedés. El primer disco está compuesto íntegramente por música escrita por Richter y combina perfectamente los sonidos orquestales con las sutilezas electrónicas. “To the Stars” podría considerarse el tema central y le debe mucho a algún trabajo anterior del músico, especialmente a la monumental “Sleep”, con un motivo muy sencillo de piano y unas cuerdas lentas que evolucionan llenándolo todo. La cosa se endurece un poco con “Encounter” y sus sonidos electrónicos con un punto estridente que enseguida nos recuerdan al Ligeti que Kubrick utilizó para su versión del espacio en “2001”. Lo más interesante de las partes sintéticas de la banda sonora es que en ellas Richter se despega de los sonidos neoclásicos con aire minimalistas en los que se estaba acomodando desde hace un tiempo para aventurarse en terrenos más agresivos y no exentos de tensión. La misma fórmula se repite en “Terra Incognita”. Hay cortes más ambientales como “Cosmic Drone Gateway”, “Musurgia Universalis” o “Ex Luna Scientia – Requiem” en su primera parte (la segunda cambia radicalmente hacia sonidos inquietantes entes de sumergirse en hipnóticas secuencias electrónicas) y otros más melódicos como “I Put All That Away” (uno de nuestros favoritos) que combina maravillosamente bien la electrónica y la orquesta. “A Trip to the Moon” tiene guiños a la electrónica clásica de los setenta antes de retomar el motivo principal de “To the Stars” que volvemos a escuchar más adelante en “The Wanderer”. En “Journey Sequence” aparecen las flautas para darle un aire diferente a un tema antmosférico y minimalista a partes iguales. En “The Rings of Saturn” volvemos a acordarnos de “2001” gracias a la presencia del coro. Un momento especial es la versión de “Erbarme Dich”, fragmento de “La Pasión según San Mateo” de Bach con un toque electrónico setentero que parece sacado de “La Aventura de las Plantas” de Joel Fajerman. Vuelve la tensión con “Forced Entry” y sus cuerdas agresivas, casi violentas, antes de llegar al beethoveniano “Preludium”. Con “Resonantia” atravesamos un corte de transición con el vibráfono como mayor novedad que nos lleva a la marcha lenta de “Let There Be Light” que enseguida sigue la linea de “Encounter” y otros temas similares. “Ursa Minor – Visions” tiene una primera parte ambiental, casi estática y una segunda con la aparición de un coro, sintético al principio y real después, verdaderamente inspiradora. Casi terminando llega “Event Horizon” con una melodía de piano de esas que te enganchan con su repetitiva sencillez y que no puedes sacarte de la cabeza. Toda la pieza es un precioso “in crescendo” que está, sin duda, entre lo mejor de toda la banda sonora. Cierra el disco “You Have To Let Me Go”, medatitativa composición que se desliza lentamente hasta el “leitmotiv” del film que se deja escuchar, sereno, en los instantes finales.




El segundo disco es bastante extraño porque combina música de tres compositores diferentes comenzando por el propio Max Richter y su extenso “Tuesday” que ya comentamos en su día y es que, efectivamente, es la misma pieza que aparecía en su “Three Worlds” dedicado a la obra de Virgina Woolf. En esta ocasión aparece sin las voces que sonaban en aquel trabajo. A partir de ahí entramos en las piezas escritas por Lorne Balfe para “Ad Astra”, todas ellas de corta duración pero con mucho jugo. “Opening” es la primera y consiste en una oscura sucesión de sonidos orquestales de los que surge un magnífico tema central que consigue ponernos en vilo. Le sigue “Briefing” con un lento desarrollo de cuerdas entre el que se filtran largas notas, quizá electrónicas, provocando una intensa sensación de angustia. En algún momento recuerda a los pasajes más estáticos de “Koyaanisqatsi” de Philip Glass. “Space Journey” nos lleva a la electrónica cósmica de los setenta con alguna reminiscencia del Jean Michel Jarre del aún reciente “Equinoxe Infinity” aderezada con toques orquestales muy adecuados. Con sonidos casi imperceptibles arranca “Rover Ride” que conforme avanza nos muestra un rumor creciente que se transforma en una secuencia electrónica titubeante, perfecta para la ocasión y que nos lleva a “Pirate Attack” con una especie de pulso repetitivo en el inicio del que nace muy en segundo plano una leve melodía que se transforma en golpes de percusión que mantienen la tensión en niveles muy altos. Llegamos así a “Orbs”, quizá nuestra preferida de todo el disco, al menos en lo que se refiere a las piezas de Balfe: una composición sencilla pero que consigue transportarnos inmediatamente a un ambiente muy determinado como lo hacía la música de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch en “Blade Runner 2049” con la que le encontramos ciertas similitudes. “Underground Lake” funciona como una transición hacia “Trip to Neptune”, el tema más complejo de los de Balfe en el que pasamos de un inicio electrónico más o menos tranquilo a un desarrollo con un punto experimental en el que volvemos a ver alguna conexión con el Jarre de los últimos tiempos. Cerrando el disco encontramos la aportación de Nils Frahm a la banda sonora que no es otra que su tema “Says” publicado originalmente en “Stars”, su disco de 2013. Una mezcla entre el Klaus Schulze de los setenta y el Vangelis melódico de “Aquatic Dance” (del disco “Oceanic”). Al menos en una primera impresión. Luego, la reiteración de la secuencia central y su evolución siempre ganando en fuerza a cada repetición acaban por convertir la pieza en una verdadera maravilla y en el colofón perfecto para el doble disco en el que se nos presenta la banda sonora de “Ad Astra”.




Gracias a este doble disco, no solo hemos podido disfrutar de uno de los mejores trabajos del Max Richter más reciente sino que también hemos descubiero a Lorne Balfe, uno de esos músicos que han realizado buena parte de su carrera en segundo plano pero que, como vemos aquí, tiene muchas cosas que aportar. Por estos dos aspectos, creemos que este es un trabajo que merece mucho la pena con el añadido final de la pieza de Nils Frahm que, aunque haya sido publicada con anterioridad, no solo no desentona sino que, por el contrario, nos deja con un excelente sabor de boca final.





lunes, 25 de febrero de 2019

Brad Mehldau - After Bach (2018)




Periódicamente van apareciendo por aquí grabaciones con un rasgo común. Se trata de discos en los que artistas actuales reconocen su admiración por Johann Sebastian Bach y no se limitan a realizar versiones de la música del compositor alemán sino que van un poco más allá y a la interpretación, más o menos fiel, le suman piezas propias directamente influidas por el autor alemán.

Brad Mehldau es uno de los pianistas de jazz más reconocidos en la actualidad pero el mundo de la música clásica no le es desconocido. De hecho, su formación tuvo una importante base en la música académica y en ese terreno, y más siendo pianista, es imposible no verse atraído por la música de Johann Sebastian Bach. Hay un aspecto de la música del alemán en el que no se incide habitualmente y que le acerca mucho al propio Mehldau y es que Bach era un gran improvisador. En su tiempo, el mayor reconocimiento lo obtuvo como intérprete y no como compositor y en ese prestigio tenía mucho que ver esa capacidad para crear sobre la marcha. Aprovechando esa circunstancia, que emparenta a Bach con el jazz y con el propio Mehldau, Brad decide organizar su disco intercalando composiciones propias, preludios y fugas bachianos y piezas improvisadas inspiradas por el tema de Bach interpretado anteriormente. A pesar de la admiración de Mehldau hacia el compositor, lo cierto es que el disco surge como un encargo de 2015 del Carnegie Hall junto con un puñado de instituciones más de Estados Unidos, Canada y Europa. En aquella ocasión, Mehldau estrenó sus tituladas “Three Pieces After Bach”, que fueron un anticipo de este trabajo. El concepto fue el mismo aunque el material interpretado no. De hecho, sólo dos de aquellas tres piezas (y los temas en los que se inspiran) aparecen hoy en el disco al que, por contra, se añaden dos temas diferentes y sus correspondientes derivados creados por el pianista. Todas las piezas de Bach escogidas por Mehldau para el disco pertenecen a “El Clave Bien Temperado”.

Una de las características que siempre nos ha atraído de Mehldau es, precisamente, su falta de prejuicios a la hora de enfrentarse a piezas ajenas. No hablamos de tocar música de otros músicos de jazz, algo habitual, sino de atreverse con piezas pertenecientes a mundos completamente ajenos como los de Brahms, Pink Floyd, Philip Glass, Radiohead, Jeff Buckley, Nirvana, The Beatles, Steve Reich, The Verve o Massive Attack. Ahora va un paso más allá añadiendo a las versiones una suerte de reinterpretaciones personales y lo hace enfrentándose a la música de uno de los mayores genios de la historia. El resultado es, como no podía ser de otro modo, fascinante.

Brad Mehldau


El disco es Mehldau pero también es Bach. “Benediction” tiene todas las características de la música del pianista pero adopta formas barrocas gracias al uso del contrapunto mediante el cual se van revelando nuevas melodías. No sorprendería nada su presencia en cualquier disco “normal” del músico. El “Prelude No. 3 in C# Major BWV 848” evoluciona en “After Bach: Rondo”. En el comienzo del tema, el pianista toma literalmente el motivo central del preludio anterior pero lo revitaliza modificando por completo el ritmo, que recuerda al del “Blue Rondo à la Turk” de Dave Brubeck. Tras esa presentación, entramos en un desarrollo típico del pianista a lo largo de varios minutos que se cierra como corresponde: con una vuelta al tema principal. Más complejo es el “Prelude No. 1 in C Major, BWV 870” y su extensión en “After Bach: Pastorale” nos muestra a un Mehldau más directo y conciso. Tras el “Prelude No. 10 in E Minor, BWV 855”, en cambio, llega “After Bach: Flux” en donde escuchamos una versión muy familiar del pianista con esa firmeza a la hora de tocar, esa mano izquierda casi metronómica que permite cualquier tipo de construcción melódica a su alrededor. Llega después el evocador “Prelude and Fugue No. 12 in F Minor, BWV 857” a partir del que Mehldau crea “After Bach: Dream”. La extensión de la pieza de Bach hace que, en esta ocasión, la creación equivalente de Mehldau sea muy diferente. Aquí el pianista nos soprende por completo con una composición de tono fúnebre que no parece tener mucha relación con la de Bach si no es en el terreno armónico. El último dúo lo forman la “Fugue No. 16 in G Minor, BWV 885” y “After Bach: Ostinato”. De la pieza de Bach toma Mehldau la idea de repetición que el compositor alemán emplea con determinadas notas que se repiten una y otra vez en determinados segmentos y construye a partir de ahí una pieza meditativa de profundo calado. Quizá nuestra favorita de todo el disco. Para el cierre, Mehldau deja una composición propia: “Prayer for Healing” con un aire procesional muy marcado. Por algún motivo, nos recuerda, y mucho, al “Hymn to a Great City” de Arvo Pärt.




Lejos de ser una apuesta segura, este tipo de discos comportan un riesgo considerable puesto que las opciones de patinar cuando uno se enfrenta a una obra tan universal como la de Bach son muy grandes. No son muchos los casos en los que el músico que se atreve con el reto sale airoso. Incluso algunos de los que han superado la prueba de la crítica (pensamos en Max Richter y su revisión de las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi) no terminan de convencernos por uno u otro motivo. No ocurre lo mismo con este “After Bach”. Tanto en la pura interpretación de las piezas del compositor alemán como en las diferentes evoluciones creadas por Mehldau, el resultado nos satisface plenamente. Estamos, a nuestro juicio, ante uno de los mejores discos del pasado año 2018, razón más que suficiente para recomendarlo desde aquí.

Y qué mejor forma de disfrutar a Bach y a Mehldau que ver el concierto que ofreció la cadena Arte en el que el pianista interpretaba sus "Three Pieces After Bach" en París. El contenido no coincide exactamente con el del disco pero es igualmente memorable.


domingo, 25 de noviembre de 2018

Simone Dinnerstein - Circles, Piano Concertos by Bach + Glass (2018)



“Tanto Bach como Philip Glass repiten material. A menudo he visto que es en esta repetición cuando la música se expresa de una forma más clara. Unas veces esa claridad la encuentra el oyente, obligado a prestar más atención a cada ciclo de repeticiones. Otras veces procede del intérprete que adopta diferentes enfoques a la hora de ejecutar de nuevo un material que ha tocado poco antes. A menudo, viene del más leve matiz introducido por el compositor en forma de cambios en la armonía o en la orquestación.”

Así presenta la pianista Simone Dinnerstein la grabación que hoy presentamos: un programa en el que combina un concierto de J.S.Bach con el estreno del Concierto para piano nº3 de Philip Glass, escrito específicamente para ella por el músico estadounidense. El compositor conoció a la pianista en 2016 tras oírla tocar en la entrega del Premio Glenn Gould de 2015 que recayó en el propio Glass. Inmediatamente pensó en ella como la intérprete perfecta para estrenar su nuevo concierto. Pero Dinnerstein no era una desconocida precisamente, aunque su reconocimiento no llegó por la vía habitual. Simone fue una destacada intérprete desde su juventud y con apenas 15 años llegó a hacer una audición para Maria Curcio, una de las profesoras más solicitadas del mundo. Poco después ingresó en la Juilliard School pero la abandonó en cuanto tuvo la posibilidad de estudiar con la italiana (hay que tener en cuenta que Curcio ya pasaba de los setenta años por aquel entonces). Dinnerstein fue su pupila durante seis años y tras finalizar su formación irrumpió en la industria discográfica de un modo un tanto particular para lo habitual en el mundillo de la música clásica. Dinnerstein se pagó su propia grabación de las “Variaciones Goldberg” de Bach y la fue ofreciendo a diferentes discográficas en la más pura tradición del rock y otros tipos de música populares. Fue el sello Telarc el que le dio la oportunidad de publicar el que sería su disco de debut. El lanzamiento fue número uno de ventas en Amazon, número uno en la lista de música clásica de Billboard y las mejores publicaciones lo incluyeron sin dudar en las listas de lo mejor del año.

La pianista Simone Dinnerstein


En el programa del concierto de estreno del concierto de Glass, Dinnerstein incluyó el Concierto No.7 en sol menor BWV1058 de J.S.Bach y esa misma pieza es la que abre el disco que recientemente publicó el compositor en su sello Orange Mountain Music para acompañar a su propio concierto. El arreglo de la pieza de Bach es algo diferente del original ya que donde aquel acompañaba al teclado con dos violines y dos violas, tenemos aquí a los miembros de A Far Cry, una orquesta de cuerda de 18 integrantes (9 violines, 4 violas, 3 violonchelos y 2 contrabajos) pero la interpretación es igualmente brillante. El concierto de Glass es lo que más nos interesa del disco por ser un estreno y también por se una de las obras más recientes del compositor (se estrenó en septiembre de 2017).

El concierto está dividido en tres movimientos y es una magnífica muestra del Glass romántico de los últimos años, reforzado, quizá, por la propia interpretación de Simone Dinnerstein en la que muchos críticos han visto un toque “schubertiano”. El primer movimiento es poderoso con una gran presencia de la orquesta que compite de igual a igual con el piano. El segundo, en cambio, tiene un enfoque más intimista y en muchos momentos la intérprete sólo se enfrenta a una parte reducida de la orquesta. El tercer movimiento es, quizá, el más interesante. Comienza con una larga introducción de piano que recuerda a una de las “Metamorphosis” de su autor por el cadencioso ritmo de la mano izquierda que sostiene todo el tema. Más tarde se incorporan ya las cuerdas y el movimiento toma un aire más familiar. Esta tercera parte del concierto tiene una dedicatoria especial a Arvo Pärt y leemos en algunas reseñas que la cadencia que citamos antes es una especie de emulación del sonido de campanas que daría forma al conocido “tintinnabuli” del compositor estonio pero no terminamos de encontrar la diferencia con otras piezas de Glass que utilizan el mismo recurso y no tienen dedicatoria alguna.


Ensayo del concierto de estreno por parte de los mismos intérpretes del disco


Como ocurre con buena parte de la producción más reciente de Glass, su tercer concierto para piano ha pasado inmediatamente al repertorio de varias orquestas de modo que sólo en los primeros meses de 2018 ya ha sido interpretado en decenas de ocasiones sobre los escenarios de norteamérica y esta misma semana será estrenado en el Reino Unido por lo que no será extraño que pronto podamos disfrutarlo en muchos más lugares. Mientras tanto, tenemos este magnífico disco para comprobar el buen momento del compositor norteamericano que ya cuenta con 81 años.



 

domingo, 13 de septiembre de 2015

Mahan Esfahani - Time Present and Time Past (2015)



Hemos hablado en alguna ocasión de la “resurrección” que está experimentando el clavicémbalo en las últimas décadas en las que cada vez más compositores recurren a este instrumento a la hora de componer nuevas obras. Este resurgimiento no se refiere sólo a las composiciones sin también a los intérpretes. Así, en los últimos años nos encontramos con que instituciones del calibre de la Royal Philharmonic Society o la prestigiosa revista Gramophone han otorgado sus premios al mejor instrumentista del año a un intérprete de clavicémbalo por primera vez en su historia.

Algo más singular es, si cabe, que ese reconocimiento haya recaído en ambos casos sobre la misma persona: el intérprete de origen iraní Mahan Esfahani. Apenas sobrepasada la treintena, su carrera es ya más que notable. Comenzó a estudiar piano pero pronto se inclinó por el particular sonido del clave formandose en las mejores instituciones, incluyendo la Universidad de Stanford. En los últimos años ha elevado su instrumento a cotas inalcanzadas llegando incluso a ofrecer en 2011 el primer recital de clave en la historia de los populares “Proms” desde su primera edición en 1895.

El último hito de su carrera tiene que ver con el disco que hoy comentamos, el primer recital para clave que publica el sello Deutsche Grammophon (a través del sub-sello Archiv) en tres décadas. En su afán por revitalizar su instrumento, Esfahani ya combinó en su primera grabación publicada músicas separadas por varios siglos como eran las de William Byrd y Ligeti. Ahora profundiza en esa dualidad con “Time Present and Time Past”, su trabajo más reciente que junta música del barroco y contemporánea en un disco de gran atractivo. Aunque buena parte del disco son piezas para clave en solitario, hay otras en las que Esfahani se acompaña de los miembros del Concerto Köln.

Mahan Esfahani.


ALESSANDRO SCARLATTI
“Variations on “La Follia” - Comienza el disco con las variaciones escritas por Scarlatti sobre uno de los temas más antiguos que se conservan en la tradición europea, melodía que será recurrente en el disco y utilizada por Esfahani, en sus propias palabras, como “una constante alrededor de la cual organizar todo el programa del disco de forma que cualquier oyente aprecie las relaciones entre los mundos musicales que en el él se recogen. La interpretación del teclista iraní es irreprochable.



HENRYK GORECKI
“Harpsichord Concerto” - Hace un tiempo hablamos aquí de esta obra en su adaptación para piano. Le llega, por tanto, el turno a su versión original para clave. En aquella ocasión nos decantamos a favor del piano en el hipotético duelo entre instrumentos pero tenemos que admitir que hay algo de sombrío, de tenebroso incluso, en el sonido del clave que el piano no es capaz de reproducir como lo hace aquí Esfahani con la ayuda del Concerto Köln, especialmente presentes en el segundo movimiento del concierto. La obra es una de nuestras favoritas de Gorecki a pesar (o quizá por ello) de que se aleja mucho de sus trabajos más conocidos como su “Sinfonia No.3”.

CARL PHILIPP EMANUEL BACH
“12 Variations on Les Folies d'Espagne” - Volviendo a “La Follia”, escuchamos aquí las variaciones escritas por uno de los hijos de Johann Sebastian Bach, considerado uno de los más grandes maestros del clave de su época. Las variaciones, para clave solo, son de una gran belleza y ofrecen una oportunidad perfecta a Esfahani para explotar sus cualidades.



FRANCESCO GEMINIANI
“Concerto Grosso in D minor” - Corelli también se aproximó a la melodía que actúa de eje en todo el disco en su “Opus 5”, raiz del “Concerto Grosso en re menor” de Geminiani que llega a continuación. La versión del Concerto Köln es absolutamente fantástica y sigue la linea más reciente de las interpretaciones del barroco con una aspiración historicista que huye de las más edulcoradas que abundaron en las décadas anteriores.

STEVE REICH
“Piano Phase” - La idea del disco le llegó a Esfahani mientras estudiaba ciertas piezas de música minimalista, género en el que no se había interesado demasiado y que tenía conceptualizado como “fácil”. En cuanto empezó a profundizar en él fue reparando en las complejidades que encerraba y en la cercanía de muchos de su códigos a los de la música barroca. El enfoque de su adaptación al clave de “Piano Phase” de Reich no difiere del original de la obra, es decir, el intérprete grabó las dos lineas musicales que luego se irán separando repetición tras repetición creando el clásico efecto en el oyente de las “fases” de Reich, magnificado, si cabe, por la claridad y limpieza del sonido del clave. El propio Reich afirma que “Mahan Esfahani ha realizado una grbación brillante. Su atención al detalle convierte la música en algo luminoso. Estoy extremadamente impresionado y emocionado por su interpretación”.



JOHANN SEBASTIAN BACH
“Harpsichord Concerto in D minor BWV 1052” - Como cierre, el intérprete escoge un concierto para clave de J.S.Bach, este sin relación con “la follia”. Forma parte de una serie de obras de su autor de las que sólo se ha conservado la versión para clave, existiendo indicios de que, realmente, eran adaptaciones de conciertos hoy perdidos escritos originalmente para otros instrumentos.


No es la primera vez que traemos al blog discos en los que intérpretes clásicos combinan obras de periodos antiguos (barrocas en su mayor parte) con composiciones de músicos contemporáneos en un intento de mostrar que las similitudes entre ambos universos son mayores de lo que habitualmente se piensa. En esta ocasión, el resultado nos parece fantástico y puede contribuir, además, a vencer un cierto reparo que instrumentos como el clave, en desuso durante mucho tiempo, pueden suscitar en determinados oyentes.

sábado, 28 de mayo de 2011

Maria Bachmann - Glass Heart (2010)


La Sonata No.1 para violín y piano de Philip Glass nace como un encargo al compositor por parte del arquitecto Martin Murray para el 70º aniversario de su esposa, la crítica musical Lucy Miller Murray, promotora de conciertos y de todo lo relacionado con la música de cámara en la costa este norteamericana. La composición se terminó en 2008 cuando fue estrenada por la violinista Maria Bachmann acompañada de Jon Klibonoff al piano.

Comenta Glass que durante su infancia, en el tiempo en que trabajó en la pequeña tienda de discos de su padre Benjamin, pasó horas y horas escuchando música de cámara del XIX, especialmente de Brahms, Faure y Cesar Frank. Ante el encargo de esta sonata estos recuerdos estuvieron muy presentes en todo el proceso y en las conversaciones con María Bachmann a la hora de determinar el estilo y el tono de toda la obra.

Es precisamente el duo Bachmann / Klibonoff el que ejecuta aquí la primera grabación de esta obra. El resto del programa, lo escoge la propia intérprete buscando piezas que encajen con el tono general de la sonata. Completan así el disco el "Ave María, Meditacion sobre el preludio No.1 en Do mayor", arreglo de Charles Gounod sobre la obra de Johann Sebastian Bach. La pieza la escoge María Bachmann y la relación con la pieza de Glass es que ambas tienen una característica común: son series de arpegios cordales con una melodía por encima.

Tras esta corta pieza, llega  la "Sonata en La mayor para violín y piano, Op.62" de Franz Schubert, compuesta cuando el músico contaba con sólo 20 años. En palabras de la intérprete "donde más se nota la influencia de Schubert en Glass es en el uso de los repetidos tresillos y en los cambios cromáticos en la armonía". Comparten también un cierto sentido trágico, de modo que, aunque ambas piezas están escritas en modo mayor, hay un punto de tristeza presente en ambas sonatas.

Cerrando el disco escuchamos la "Sonata Póstuma" de Maurice Ravel para violín y piano, compuesta en 1897 pero nunca publicada, supuestamente por deseo del propio compositor, hasta que lo hizo en 1975 el profesor Arbie Orenstein. Para la Bachmann, la relación entre Ravel y Glass es evidente en tanto que ambos basan su música en la repetición pero no como un fin en sí sino como un medio para alcanzar estados de ánimo concretos.

Sea como fuere, la escucha del disco es tremendamente placentera y muestra como Glass, del mismo modo que otros contemporaneos, comienza a aparecer con regularidad en recitales y conciertos con naturalidad. Dejamos un par de enlaces para adquirir el disco:

amazon.com

Presto Classical

Podemos ver aquí el segundo movimiento de la sonata de Glass: