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lunes, 12 de diciembre de 2022

Brad Mehldau - Jacob's Ladder (2022)




No queremos terminar el año sin reseñar uno de los discos más interesantes que han aparecido en este 2022. Su autor es un viejo conocido ya en el blog y en esta ocasión hemos querido traerlo en una de sus facetas que más nos gusta: la del artista que bucea en composiciones ajenas y las hace suyas integrandolas en temas propios en un proceso tan meritorio como desafiante para el oyente. Por edad, podríamos pensar que Brad Mehldau llegó un poco tarde al desarrollo del rock progresivo como género e incluso también a sus años de mayor esplendor (recordemos que el pianista nació en 1970). Sin embargo, él mismo afirma que lo descubrió antes que el jazz y que, incluso, llegó a éste por influencia de los viejos dinosaurios del progresivo y su búsqueda constante de nuevos límites. Hemos escuchado en trabajos anteriores alguna versión de Pink Floyd, por poner un ejemplo pero nunca un acercamiento al rock progresivo como el que se produce en “Jacob's Ladder”. Al margen de este enfoque estilístico, Mehldau repite de alguna forma temática bíblica tras su “Finding Gabriel” de unos años atrás. Aquí se centra en la visión que tuvo Jacob en un sueño de una escalera por la que los ángeles ascendían y descendían del cielo y la desarrolla en una curiosa obra conceptual que incorpora adaptaciones de cuatro bandas clásicas (unas más que otras) del progresivo.


Para la grabación, Mehldau reúne un amplio grupo de músicos aunque los que tienen una mayor presencia son el batería Mark Guiliana y la cantante Becca Stevens, quedando el resto para participaciones puntuales en alguna de las piezas. La nómina la completan Luca Van Den Bossche, Tobías Bader, Safia McKinney-Askeur, Damien Mehldau, Fleurine Verloop y Cecile McLorint Salvent (voces), John Davis (programaciones), Joel Frahm (saxos), Lavinia Meijer (arpa), Motomi Igrashi-de Jong (lira da gamba), Chris Thile (mandolina y voz), Pedro Martins (guitarra y voz), Timothy Hill (bajo), Joris Roelofs (clarinete) y Paul Pouwer (bombo)


“Maybe As His Skies Are Wide” - El disco se abre con un tema que alude en su título a un verso de “Tom Sawyer” de la banda canadiense Rush. Mehldau parte de elementos de esa canción para desarrollar una pieza algo diferente en la que destaca la particular forma de entender la batería de Marc Guiliana así como la infantil voz de Luca Van Den Bossche.


“Herr Und Knecht” - El segundo corte es un verdadero homenaje al rock progresivo con Mehldau tocando todo tipo de sintetizadores mientras Tobias Bader lee fragmentos de la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, todo ello aderezado con un enfermizo solo de saxo a cargo de Joel Frahm. Una pieza que combina rock progresivo, free jazz y hasta ramalazos de hard rock y que encuentra sus antecedentes más cercanos en el magnífico “Taming the Dragon” de Mehldau y Guiliana de años atrás.


“(Entr'acte) Glam Perfume” - De repente nos encontramos una exquisita pieza de piano de aire impresionista a cargo de Mehldau. Una joya que según avanza incorpora algún toque de sintetizador, voces (maravillosa Becca Stevens) y un giro hacia una suerte de jazz afrancesado al que se incorporan en el tramo final el arpa de Lavinia Meijer y unos nostálgicos chasquidos emulando un viejo gramófono.




“Cogs in Cogs” - Entramos en la primera suite del disco, basada en la canción “Cogs in Cogs” de Gentle Giant. El primer movimiento, “Dance”, es una creación de Mehldau que toma algún elemento de la pieza original y nos ofrece una clase magistral de cómo se tocan todo tipo de teclados clásicos, desde el Fender Rhodes hasta el órgano Hammond pasando por el piano y varios sintetizadores analógicos. El segundo movimiento, “Song”, es una versión más o menos fiel de la canción original con Becca Stevens como cantante. Cierra la suite “Double Fugue” que es justamente eso: una fuga creada por Mehldau a partir de una de las melodías de la pieza de la banda británica. La interpretación, ejecutada en un Moog modular acompañado de un Oberheim OB-6 recuerda, por fuerza, a las grabaciones de Wendy Carlos de la obra de Bach aunque aquí Mehldau está mucho más contenido.




“Tom Sawyer” - Sin solución de continuidad enlazamos con la versión del pianista del clásico de Rush apuntado en la obertura del disco. La voz principal la lleva ahora Chris Thile con Luca Van Den Bossche cantando el verso de la misma. De todo el tema nos quedamos con el magnífico desarrollo instrumental de la parte central que es una verdadera locura. 




“Vou Correndo te Encontrar / Racecar” - La siguiente pieza es una extraña fusión entre dos composiciones diferentes que se integran de una forma que no parecía posible a priori. El intérprete es el cantante y guitarrista brasileño Pedro Martins que nos lleva por esos caminos que tanto hemos transitado de la mano de Pat Metheny e incorpora a ellos una canción de la banda norteamericana de metal progresivo, Periphery. Una mezcla que pasa inadvertida y en la que un oyente no avisado, probablemente no encontrará la diferencia entre las dos composiciones.


“Jacob's Ladder” - La segunda “suite” del CD está basada en la canción homónima de Rush. La introducción, “Liturgy”, es muy breve y apenas consta de una serie de lecturas de un fragmento del Génesis. Enseguida entramos en “Song”, la muy particular versión de Mehldau y compañía del tema de los canadienses en la que el pianista convierte un tema eminentemente épico en una rara pieza electrónica cuajada de toques de jazz al piano. Un muy raro enfoque que, extrañamente, funciona. El cierre, “Ladder”, es una pieza propia de Mehldau que empieza en un tono muy minimalista (en cualquier momento alguien podría empezar a cantar “Koyaanisqatsi”, si se nos permite la broma) y continúa en ese aire misterioso mezclando pasajes bíblicos con improvisaciones de saxo.


“Heaven” - La última gran suite del disco consta de cuatro partes enlazadas. La primera, “All Once” con una gran intervención en plan diva del jazz de Cecile McLorin Salvant. La segunda y la tercera, “Life Seeker” y “Würm” son sendas versiones de dos partes de “Starship Trooper”, de Yes. En la primera, Mehldau opta por un toque electrónico/espacial similar al empleado en la anterior versión de “Tom Sawyer” con un muy acertado arreglo de arpa que acompaña a la perfección a la pieza. En la segunda versión, fiel en lo que se refiere a la parte de guitarra, el músico no tarda en llevar la pieza a un terreno de fusión cercano a sus experimentos con Guiliana. La última parte, “Epilogue: It Was a Dream But I Carry It Still” es un tranquilo tema de piano que va evolucionando a partir de los últimos compases de la pieza de Yes en un lento discurrir acompañado de la batería.




Poco podemos decir del Brad Mehldau pianista de jazz. Es uno de los más grandes y así se le viene reconociendo desde hace muchos años. Por eso mismo queremos destacar esta otra faceta: la del artista que homenajea a aquellos que le han hecho llegar a donde está, y no hablamos necesariamente de músicos de su mismo estilo sino de campos diferentes. En ese terreno, Mehldau es ejemplar y nos ha regalado ya un puñado de discos en los que se mete en estilos ajenos, en principio. Desde el homenaje a los minimalistas que fue “Modern Music” hasta este reconocimiento a los grandes del rock progresivo pasando por sus juegos con el barroco en “After Bach”, el pianista no ha tenido reparos a la hora de salirse de lo que se espera de él y eso es un valor muy importante en un artista. En cualquier caso, los seguidores de su faceta clásica jazzística no tienen por qué preocuparse porque sigue publicando discos en esa línea (alguno recién salido del horno). De momento, os recomendamos este divertimento en forma de tributo al rock progresivo que nos parece uno de los mejores discos aparecidos en este 2022, como decíamos al comienzo.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Brad Mehldau - Finding Gabriel (2019)



Deberíamos estar ya acostumbrados a la frecuencia cada vez menor con la que Brad Mehldau nos sorprende con un disco nuevo. El ritmo que lleva en los últimos años es tal que sus lanzamientos se mezclan de forma que comienza a grabar un disco pero durante la grabación compone graba y publica otro diferente apareciendo el inicial algunos meses después del otro. Exactamente eso ocurrió con el disco que comentamos hoy, que comenzó a grabarse en 2017, casi simultáneamente a “After Bach” (ya reseñado aquí) y que se terminó ya en 2018. En el ínterin, Mehdau grabó y publicó otro trabajo en formato de trío titulado “Seymour Reads the Constitution” y la verdad es que el disco que hoy nos ocupa bien podría haberse titulado “Brad Reads the Bible” puesto que de ahí llegó su inspiración: de la lectura que el músico hizo del Antiguo Testamento en esas fechas y de las reflexiones que ello le suscitó en relación con el mundo de nuestros días en la época de las “fake news” y en la que nadie escucha a nadie. Mehldau relaciona esto con la figura del Arcangel San Gabriel que anunciaba la verdad sin que nadie lo escuchara realmente.

El trabajo es de lo más ecléctico y en cierto modo podría considerarse una segunda parte de “Taming the Dragon”, el disco publicado hace unos pocos años en compañía de Mark Guiliana. La mezcla de estilos e instrumentaciones así como la aparición de músicos invitados en varios cortes junto con otros en los que el propio Mehldau toca todos los instrumentos hacen de este “Finding Gabriel” un disco fascinante que seguramente estará entre los más destacados de este año en muchas de las listas que suelen aparecer allá por diciembre. La extensa nómina de músicos incluye a Becca Stevens (voz), Gabriel Kahane (voz), Kurt Elling (voz), “Snorts” Malibu (voz), Aaron Nevezie (samplers), Ambrose Akinmusire (trompeta), Michael Thomas (flauta, saxo alto), Charles Pillow (saxos soprano y alto y clarinete bajo), Joel Frahm (saxo tenor), Chris Cheek (saxos tenor y barítono), Mark Guiliana (batería acústica y electrónica), Sara Caswell (violín), Lois Martin (viola), Noah Hoffeld (violonchelo). Mehldau toca sintetizadores, pianos, Therevox, Mellotron, órgano Hammond, Musser Ampli-Celeste (antíguo órgano eléctrico que imita el sonido de la celesta), Gamelan Strips, Fender Rhodes, xilófono, batería, percusiones y canta en algunos cortes.



“The Garden” - El disco comienza con una mezcla de piano y sintetizador con la pronta adición de la batería de Guiliana. Es una melodía muy típica de Mehldau que evoluciona poco a poco sustentándose en el uso de voces en el más puro estilo de Pat Metheny, algo que será habitual en todo el disco. Es entonces cuando el tema rompe, en medio de un clímax vocal y un maravilloso despliegue rítmico, con la violenta entrada de la trompeta. El resto de los metales toman el mando de la mano de una maravillosa linea electrónica de bajo a cargo del propio Mehldau y de súbito, la pieza se desvanece para resurgir con una peculiar coda de voces y vientos, realmente bella.




“Born to Trouble” - “Porque la aflicción no sale del polvo, ni la molestia brota de la tierra. Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción.” Job 5. 6-7. Varias de las piezas tienen asociado un texto del Antiguo Testamento en las anotaciones del libreto, que incorporaremos al comienzo de cada comentario. Ésta es la primera del trabajo interpretada en su totalidad por Mehldau, primero al piano y luego a los sintetizadores y la batería. El sonido es nostálgico como lo es toda la pieza sobre la que flota una cierta “saudade”, acentuada por el uso de las voces tan característico, como decíamos antes, de la etapa “brasileña” de Metheny.

“Striving After Wind” - “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.” Eclesiastés 1.14. Un comienzo electrónico que podría firmar el mismísimo Steve Reich da paso a un tema de sintetizador al que se une la batería electrónica de Mark Guiliana en una pieza que continúa con el espíritu de “Taming the Dragon”, el disco firmado a dúo por pianista y batería hace unos pocos años. De lo más interesante del disco.

“O Ephraim” - “El Señor dice: «Efraín y Judá, ¿qué haré con ustedes? Pues su amor hacia mí es tan inconstante, se desvanece tan pronto, como lo hacen las nubes de la mañana y como desaparece como el rocío.” Oseas 6.4. Lo más sorprendente de las piezas en solitario de Mehldau es su absoluta solvencia, no sólo con el piano o los sintetizadores, cosas que ya sabíamos o, al menos, podríamos suponer, sino también con la batería y las percusiones con las que, sin llegar al nivel de un Guiliana, se muestra más que correcto. De este corte nos encanta tanto el uso de la electrónica y las voces como el mágico sonido del Fender Rhodes, teclado clásico donde los haya que aquí suena verdaderamente luminoso.




“St.Mark is Howling in the City of Night” - Una de las joyas del disco es esta combinación de electrónica y cuerdas que resulta apabullante desde su comienzo. Una maravilla de aire retro que el uso de la batería convierte en moderna. El tratamiento del trío de cuerda es magistral durante toda la pieza reservandoles incluso una coda que es el cierre perfecto para una gran pieza.

“The Prophet is a Fool” - “El profeta es un necio. El hombre inspirado es un loco. Pero lo decís porque estáis llenos de maldad, porque vuestro odio es grande.” Oseas 9.7. Nueva composición que sigue la linea de “Taming the Dragon” y que justifica que haya quienes vean (veamos) en el disco una especie de secuela de aquel, del que recupera el uso de “samples” vocales a lo largo de toda la pieza. A destacar aquí el cuarteto de saxofones que le confiere a toda la pieza una personalidad marcadísima.




“Make It All Go Away” - Angelical. No se nos ocurre otra palabra para describir el comienzo de esta pieza en la que las voces y los sintetizadores nos dibujan una melodía que no deja de recordarnos los primeros discos de la banda francesa AIR. Es una composición con un delicioso aire “naïf” en la que podemos disfrutar de una de las dos intervenciones del cantante Kurt Elling del disco.

“Deep Water” - “Salvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; He venido a un abismo de aguas, y la corriente me ha anegado.” Salmos 69.1-3. Mehldau nos propone ahora un lento viaje atmosférico lleno de clase y saber hacer. El piano y una cadenciosa batería nos acompañan en un recorrido en el que son las cuerdas las que llevan todo el peso. Es un tema que podría parecer intrascendente pero que va ganando en profundidad según avanza cerrándose con un precioso solo de violín que vale su peso en oro.

“Proverb of Ashes” - “Vuestras máximas son refranes de ceniza, Y vuestros baluartes son baluartes de lodo.” Job 13.12. Probablemente sea nuestra pieza favorita del disco. Una combinación de música electrónica con aires setenteros y una batería audaz en la que se cuela el mencionado Kurt Elling haciendo “scat”, una de sus especialidades. Una maravilla que podríamos escuchar en bucle durante horas.

“Finding Gabriel” - “Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión.” Daniel 9.23. Mehldau pone el punto final al disco con un tema interpretado en solitario y repleto de sonidos “vintage” como los del órgano Hammond, el Yamaha C-60 o el Mellotron. Unos cuantos “samples” vocales más leyendo la cita de Daniel completan una pieza tremenda.


Es muy difícil aventurar hacia dónde puede orientarse la carrera de Mehldau que ahora mismo progresa en varias direcciones diferentes entre las que podemos encontrar discos de jazz más o menos clásico, tanto de piano en solitario, como bajo el formato de trío, discos colaborativos en los que hallamos desde el jazz hasta la música clásica contemporánea o trabajos como éste, mucho más eclécticos y con un sonido muy electrónico que, personalmente, nos parecen fascinantes. Lo cierto es que todos estos caminos que está recorriendo nos resultan muy interesantes pero tenemos la impresión de que la “vía electrónica” es la que tiene más espacio por explorar y ahora mismo es la que más nos interesa, sin dejar de lado el resto de la producción del pianista sobre la que tendremos siempre puesto un ojo.

Nos despedimos con una versión para piano solo del corte que cierra el disco que nos ofrecen desde el canal de youtube del sello de Mehldau: Nonesuch.


 

jueves, 10 de marzo de 2016

David Bowie - Blackstar (2016)



No existe la forma. No hay ninguna posibilidad de hablar de este disco como si fuera uno más. No hay modo de sustraerse al “shock” que provocó la muerte de David Bowie apenas tres días después del lanzamiento de “Blackstar” en el día de su sexagésimo noveno cumpleaños. Su fallecimiento cambió por completo la visión que todos, absolutamente todos, teníamos de un trabajo para el que la palabra “fascinante” apenas alcanza a describir una pequeña porción de su contenido y es que con Bowie nada es sencillo. Siempre hay segundas y terceras lecturas para cualquiera de sus obras, desde la más inocente a la más provocadora. A finales del siglo XIX, el escritor Edwin Abbott Abbott publicó una extraña novela titulada “Flatland” en la que hablaba de un mundo bidimensional a través de un protagonista: el señor Cuadrado. En un momento determinado, ese mundo recibe la visita de una esfera pero dadas las limitadas percepciones de los habitantes de Flatland, todos la percibían como un círculo que cambiaba de tamaño conforme se alejaba o se acercaba. A la hora de enfrentarnos a un disco como “Blackstar” nos vemos ante un reto similar al del señor Cuadrado para intentar explicar la esfera a los habitantes de su peculiar mundo: carecemos de elementos suficientes para abarcar toda su complejidad. La gran cantidad de simbolismos encerrados en cada canción (especialmente en la que da título al disco) y en los videoclips extraídos del mismo hace imposible un relato coherente que pueda abarcarlos en su totalidad.

Cuando escuchamos “Blackstar” en su integridad por primera vez, al día siguiente de su publicación, nos pareció un disco extraordinario, una obra musical asombrosa digna de situarse entre lo mejor de la producción de su autor. La salud de Bowie, precaria desde hacía unos años, no parecía un elemento a tener en cuenta entonces. Craso error por nuestra parte y más cuando había señales que indicaban que algo estaba pasando (qué facil es leer las señales a toro pasado). Creímos irrelevante el detalle, por poner un ejemplo, de que la portada de “Blackstar” era la primera de toda la carrera de David Bowie en la que él no aparecía representado cuando (ahora parece evidente) era un augurio de lo diferente que era este trabajo.

En el aspecto estrictamente musical, Bowie se rodeó de músicos con los que no había colaborado antes, la mayoría de ellos procedentes del jazz en su vertiente más vanguardista y todos ellos extraordinarios instrumentistas. Intervienen en “Blackstar”: Donny McCaslin (flauta, saxo e instrumentos de viento en general), Ben Monder (guitarra), Jason Lindner (piano, órgano y teclados), Tim Lefevre (bajo) y Mark Guiliana (batería, percusión). James Murphy, de LCD Soundsystem toca las percusiones en dos cortes. El propio Bowie toca la guitarra y la armónica además de cantar.

Portada del disco en el formato de vinilo.



“Blackstar” - El texto del réquiem clásico comienza indicado que “en Sion cantan tus alabanzas. En Jerusalén te ofrecen sacrificios”. Bowie, por su parte, nos sitúa en el misterioso pueblo de Ormen en donde permanece encendida una llama solitaria mientras se prepara un sacrificio. La canción es estremecedora de principio a fin. Comienza con unas temblorosas notas de guitarra que preceden a una percusión nerviosa, de una presencia extraordinaria que es de lo más sorprendente de la composición. La voz de Bowie, más vulnerable que nunca, comienza a desgranar una angustiosa melodía que termina en un profundo lamento que se repite a lo largo de toda la pieza. El saxofón aparece para intepretar algo que bien podría ser una saeta entre ritmos frenéticos y efectos electrónicos. No encontramos parangón posible con este comienzo en toda la carrera de Bowie y sólo es un anticipo. De repente todo se detiene y sólo las percusiones acompañan a lo que parecen los últimos estertores del protagonista. Aparece entonces una preciosa balada con una guitarra casi celestial interpretando unos delicados acordes. Sin embargo, una segunda voz repitiendo como una letanía “I'm a Blackstar” parece no estar satisfecha con el ambiente tranquilo en el que se ha sumergido la canción y nos empuja hacia afuera. La instrumentación se oscurece poco a poco y comenzamos a escuchar retazos del tema inicial, especialmente a cargo de la flauta. Los minutos finales son la recreación del comienzo con un ritmo más tranquilo y menos tenso aunque la densidad de la pieza termina por rodearnos y sumirnos en la más absoluta oscuridad, algo a lo que ayudan los arreglos de cuerdas, muy cercanos en algún momento a los instantes más tenebrosos de la música de Dead Can Dance.

“Tis a Pity She Was a Whore” - La segunda canción del disco es una nueva grabación de una pieza que Bowie publicó, primero como lanzamiento digital y más tarde como “cara b” de un single en 2014. La versión que suena aquí es una intensa recreación de remoto aire jazzístico, especialmente en lo que se refiere a los arreglos de los metales. Con todo, es una pieza en la que reconocemos inmediatamente al Bowie más clásico.

“Lazarus” - El segundo single del disco, especialmente si se une al videoclip que lo acompañó, es otra canción conmovedora por el simbolismo que encierra y lo revelador (a toro pasado) de sus imágenes. La canción comienza con una introducción de guitarra deudora del Vini Reilly de the Durruti Column y se construye a partir de ella sobre un ritmo constante de batería y una extraordinaria línea de bajo. Los metales suenan fúnebres dibujando una atmósfera espesa y opresiva. Ya en la segunda mitad del tema, Guiliana despliega parte de sus habilidades a la batería con un sonido cortante, muy particular y que marca muy profundamente toda la pieza. Una obra maestra que no llega a la complejidad de “Blackstar” pero que sigue siendo una magnífica composición.

“Sue (Or in a Season of Crime)” - Canción que apareció como single de presentación del disco recopilatorio “Nothing Has Changed” de 2014 con la citada “Tis a Pity She Was a Whore” como “cara b”. Al igual que en ese caso, la que aquí aparece es una nueva grabación. La canción es una magnífica muestra de lo mejor de su autor. Con un ritmo extraordinario cercano al trip-hop (la presencia de Guiliana una vez más es imprescindible), tiene un mayor componente rockero que las anteriores piezas del disco, en especial por la omnipresente guitarra que aparece aquí casi como un elemento rítmico más.

“Girl Loves Me” - El comienzo es extraño. Bowie canta una serie de versos que siempre acaban en una nota aguda que se desvanece en el aire. Un ritmo de marcha (que nos recuerda al de “Lucky and Unhappy” del dúo francés “Air”) aparece entonces para servir de base a toda la pieza. En ella Bowie llega a cantar en lenguajes inventados como el Nadsat creado por Anthony Burgess para su novela “A Clockwork Orange”.

“Dollar Days” - Un remanso de paz en medio de un disco altamente perturbador. Escuchamos aquí una pieza lenta con un punto cinematográfico, especialmente en su parte central. Recorre toda la canción un aire de melancolía que le sienta muy bien y cuenta, además, con un punto fuerte en el gran solo de saxo que suena en la segunda mitad de la misma con el piano convertido en el acompañante perfecto.

“I Can't Give Everything Away” - Una base electrónica que comenzaba a sonar en el final del corte anterior nos recibe en la que es la canción final del disco. Bowie se atreve con la armónica  antes de cantar en lo que, a la postre, iba a ser su despedida. Una despedida luminosa con versos que, una vez más, no significan lo mismo antes que después del fallecimiento del artista: “decir mucho pero poco en realidad, decir no queriendo decir sí, esto es todo lo que siempre he sido, este es el mensaje  que dejo”.

Es asombroso cómo puede cambiar la percepción de un disco sencillamente con el conocimiento de que fue escrito, concebido y grabado por una persona que, con toda seguridad, sabía que estaba trabajando en su última obra. Bowie fue consciente en todo momento de que estaba ante su testamento artístico y eso tuvo que influir, sin duda alguna, en el resultado final. Como decíamos al principio, la cantidad de simbolismos encerrados en los textos de “Blackstar” o en los videoclips de esa canción y de “Lazarus” es inmensa y habría que ser un experto en muchos campos para poder extraerlos todos y dotar a la narración de un sentido completo. No hemos querido entrar en ese terreno porque ya hay cientos de artículos en la red que, con mayor o menor fortuna, se sumergen en esa tarea. No nos cabe duda de que Bowie, en algún sitio, estará disfrutando con esas interpretaciones. “Blackstar” marca el final de la trayectoria musical de un genio pero ya sabemos que no será lo último que oigamos procedente de David Bowie ya que durante los últimos años estuvo organizando meticulosamente su catálogo de grabaciones inéditas de modo que durante unos años seguirán apareciendo diferentes trabajos supervisados por el propio autor. Su legado es extraordinario pero estamos seguros de que crecerá mucho más con la publicación de ese material. A la hora de la despedida no nos queda más que expresar el mayor de los agradecimientos a un artista único e incomparable. Es un tópico que se utiliza en muchas ocasiones pero en ninguna con tanta justificación como en esta.

Gracias por todo, David.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Brad Mehldau & Mark Guiliana - Mehliana: Taming the Dragon (2014)



Los músicos diferentes, aquellos que llegan a ser grandes, suelen caracterizarse por una absoluta falta de complejos y una visión abierta que les sitúa por encima de géneros y clasificaciones. Son artistas libres de prejuicios que, evidentemente, tienen unos gustos y preferencias que les sirven de guía pero están tan libres de dogmatismos que no rechazan ninguna música a priori encontrando a menudo fuentes de inspiración en estilos en los que el común de los mortales a duras penas encontraría puntos en común. Uno de esos artistas es, sin duda, el pianista Brad Mehldau.

La primera vez que apareció en el blog lo hizo con un disco en el que había jazz, su punto de partida, la música con la que se dio a conocer y que le ha convertido en una estrella, pero también música contemporánea con versiones de Steve Reich o Philip Glass entre otros. En aquel trabajo, como en “Largo”, otro disco en el que encontramos a Mehldau haciendo versiones de artistas como Jobim, Radiohead o los Beatles, el teclista tocaba su instrumento por excelencia: el piano. El salto que se produce en el disco que hoy nos ocupa tiene que ver con el giro eléctrico que nos atreveríamos a calificar de radical que experimenta el artista, apartando un tanto su piano y poniéndose detrás de aparatos como el clásico Fender Rhodes y un buen surtido de sintetizadores analógicos. Pero Mehldau no está solo en el disco sino que lo comparte con otro artista sensacional aunque mucho menos popular que él (también diez años más joven): el batería Mark Guiliana. Cuando alguien como Bill Bruford dice del disco de debut de otro batería que es “lo más exhuberante, dramático, bello, atrevido e iconoclasta que he escuchado desde no recuerdo cuándo” poco más podemos añadir nosotros. Guiliana y Mehldau llevaban varios años tocando juntos en directo con este mismo formato eléctrico por lo que o más natural es que esta colaboración tomase forma de disco en algún momento. El acontecimiento se produjo a principios de este año. Siguiendo la moda surgida, quizá, de la prensa del corazón de hablar de una pareja como un sólo nombre compuesto por los de sus integrantes (Brangelina para referirse a Brad Pitt y Angelina Jolie es, posiblemente, el caso más conocido), los músicos fusionan sus respectivos apellidos para formar: Mehliana.

El disco es una fascinante aventura conceptual que surge de un supuesto sueño de Mehldau en el que se encuentra en un coche conducido por un cruce entre Dennis Hopper y Joe Walsh. A lo largo del mismo, el coche se transforma, primero en una clásica Volkswagen Type 2, la furgoneta por excelencia del sueño hippie, y más tarde en un platillo espacial. A lo largo del lisérgico viaje se cruzan con un deportivo conducido por un gato que les reta y está a punto de provocar un accidente. Todo esto se convierte en una extraña reflexión sobre la propia personalidad del soñador, que descubre que tanto él como su compañero en el coche como el gato son distintas facetas de sí mismo. El último párrafo del texto del libreto del disco pretende explicarlo todo de alguna forma: “¿sabes? Pienso en esto como si estuviera amaestrando un dragón. El dragón es el tipo zumbado que te reta desde el otro coche y si no le vigilas, terminará fastidiándote. Así que necesitas a Joe para que te conduzca por el camino recto (Joe es como llama al conductor de su propio vehículo). Pero Joe conoce al dragón porque, en realidad, tanto él como el dragón son parte de ti así que no intentas matar al dragón porque él es quien te suministra toda tu energía. No quieres destriparlo sino amaestrarlo, hacerte su amigo y compartir su fuerza para así poder utilizarla en tu provecho”.

Nosotros tampoco estamos muy seguros de haber entendido nada pero, afortunadamente, queda la música y ahí, amigos, Mehldau y Guiliana se expresan con una claridad cristalina. Su virtuosismo es tal, que todos los vídeos que acompañan a la entrada, están interpretados en directo.

Mark Giuliana y Brad Mehldau


“Taming the Dragon” – Suenan un par de acordes de órgano repetitivos mientras Mehldau realiza una breve introducción de la historia. Inmediatamente suena la primera ráfaga de sintetizador y batería, un breve riff que se interrumpe para dar paso al siguiente tramo de texto. El mismo esquema se repite varias veces a lo largo del corte en el que asistimos a un cruce extravagante entre el Herbie Hancock de los setenta y los más modernos ritmos actuales interpretados por Guiliana. La parte final del tema es una exhibición a cargo del batería que nos transporta definitivamente a mundos en los que no habíamos estado antes. El disco comienza de forma prometedora el listón va a seguir igual de alto en el resto del mismo.

“Luxe” – Comienza Mehldau a trastear con el Fender Rhodes en rápidas secuencias electrónicas muy repetitivas que nos hacen pensar en los experimentos minimalistas del primer Terry Riley transportados a un presente en el que se fusionan con ritmos hip-hop continuamente cambiantes. En la parte final, el teclista se pone a los mandos de lo que podría ser un MiniMoog y se marca un solo que habría firmado cualquier estrella del teclado de la edad dorada del rock progresivo, desde Rick Wakeman a Keith Emerson para terminar con un impresionante ejercicio de virtuosismo de Guiliana a la batería.

“You Can’t Go Back Now” – Mehldau se sienta por un momento al piano para ensayar una serie de acordes que pronto son arrinconados por los gruesos sonidos del sintetizador que se combinan con una percusión extraordinariamente cambiante. El piano eléctrico lucha por hacerse un hueco en un ambiente tan impredecible y lo consigue con brillantez. Apenas han transcurrido tres cortes y ya nos sentimos incapacitados para proponer un género, un estilo, algo a lo que poder comparar lo que estamos oyendo. La pieza concluye con el piano y un raro “loop” vocal que no conseguimos identificar.

“The Dreamer” – Nuevo giro argumental. Pasamos ahora a un cadencioso ritmo salpicado de efectos electrónicos en el que nos parece reconocer al Mehldau más romántico cuando toca el piano, impresión que se mantiene incluso cuando el MiniMoog hace su aparición con una serie de sensuales danzas en las que se transforma en la flauta del encantador de serpientes que nos mantiene en vilo, sin poder liberar nuestra atención para dirigirla a cualquier otro sitio.

“Elegy for Amelia E.” – Llegamos al peculiar tributo que Mehldau brinda a la pionera de la aviación Amelia Earhart en un corte en el que, incluso, utilizan “samples” de un discurso de la piloto norteamericana. El tema consta de una base electrónica “planeadora” muy ambiental sobre la que el teclista esboza una serie de solos con el piano eléctrico. La pieza tiene todo el sabor de la electrónica alemana de los años setenta (Schulze, Tangerine Dream...) y es una de las grandes composiciones del disco.

“Sleeping Giant” – Enlazando con el ambiente del corte anterior, comienza éste con etéreos acordes de sintetizador que se suceden lentamente. La aparición de la batería y el piano eléctrico van desplazando la pieza hacia territorios más próximos al jazz eléctrico a la vez que esbozan los trazos de lo que podría ser un incipiente blues.



“Hungry Ghost” – Nuestro teclista abandona por un momento la electrónica más vaporosa y se hace con los mandos del Fender Rhodes para ejecutar una serie de melodías a dúo con la percusión de Mark en una preciosa combinación de sonidos añejos y ritmos actuales que no deja de recordarnos a trabajos como el “Moon Safari” de Air pero elevados a la máxima potencia en cuanto a virtuosismo instrumental.



“Gainsbourg” – Es conocida la habilidad de Mehldau para ejecutar versiones de otros artistas con una maestría poco común llevando a su terreno composiciones completamente ajenas, en principio, a su estilo. No es una versión lo que escuchamos aquí pero sí el aprovechamiento de una serie de compases de “Manon”, el clásico de Serge Gainsbourg, para construir a partir de ellos un tema nuevo. Hay también “samples” de esa canción del artista francés así como otros más abundantes de las cuerdas y de otros elementos como la percusión y el piano del comienzo de “Ford Mustang”, otra popular canción del repertorio del cantante. Un homenaje extraño pero bien construido que termina con un melancólico piano.

“Just Call Me Nige” – Quizá el tema más cercano al rock progresivo de todo el disco, tomando esta afirmación con todos los matices que merece un trabajo como éste. Mehldau construye una línea de bajo infecciosa a base de sintetizadores analógicos y toca el Rhodes sobre ella acompañado de los clásicos sonidos evanescentes del MiniMoog. A todo eso hay que sumarle un trabajo sobresaliente de Guiliana a la batería lo que hace de ésta una pieza memorable dentro de un disco fuera de lo común.



“Sassyassed Sassafrass” – El teclista abandona por un momento los experimentos más arriesgados y vuelve a sus raíces jazzisticas (siempre electrificadas en este disco) con aditamentos funkies en una de las piezas más desenfadadas y optimistas del disco que entra así en la recta final.

“Swimming” – Escuchamos al Mehldau más amable en esta preciosa pieza que gira alrededor de una melodía que nos recuerda a algunos trabajos de rock progresivo como los grabados por Pekka Pohjola, quien aparecerá pronto por el blog, o a los primeros discos de Mannheim Steamroller. Una delicia, de nuevo, escuchar el sonido del Fender Rhodes combinado con viejos sintetizadores y ritmos frenéticos, de esos que es raro escuchar interpretados por un batería real en este mundo de programaciones y cajas de ritmo.

“London Gloaming” – El título parece una referencia al tema “Gloaming” del disco “Hail to the Thief” de Radiohead, de quienes Mehldau ha hecho varias versiones ya anteriormente aunque en lo musical, la relación entre ambas piezas parece inexistente. Sí que hay cercanía entre los acordes iniciales del tema y el clásico “West End Girls” de Pet Shop Boys aunque la cosa no va más allá.


Muy bueno tendría que ser este 2014 en lo musical para que “Mehliana, Taming the Dragon” no estuviera entre los diez mejores trabajos del año ya que lo tiene todo: interpretaciones rozando la perfección, una mezcla de ideas y conceptos brillante y una selección de sonidos inmejorable. A Brad Mehldau ya lo conocíamos y es un grande por derecho propio. Mark Guiliana, en cambio, ha sido todo un descubrimiento al que habrá que seguir la pista muy atentamente. El disco, como siempre, está disponible en los enlaces habituales.


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Como despedida: