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miércoles, 21 de agosto de 2024

Sufjan Stevens - Javelin (2023)



Las primeras apariciones en el blog de Sufjan Stevens fueron con trabajos, o bien electrónicos (y colaborativos) o de piano solo y lo cierto es que, aunque el músico norteamericano destaca en muchas facetas, el formato que le llevó a la fama en su día con discos como “Illinois” o “Carrie and Lowell” tiene más que ver con el trabajo tradicional de cantautor pese a la sofisticación de Stevens en todo lo que hace. Con “Javelin”, el músico regresa a esa versión suya y lo hace con gran acierto recogiendo críticas extraordinariamente favorables.


En lo personal, el disco nace en las circunstancias más difíciles ya que se creó en un periodo en el que Stevens tuvo que afrontar la muerte de su pareja, Evans Richardson, fallecido con apenas 43 años y, además de eso, el síndrome de Guillain-Barré, una extraña enfermedad autoinmune que afecta al movimiento de las extremidades y que requiere de una larga recuperación y re-aprendizaje para volver a andar y realizar las tareas habituales. Desconocemos cómo influyeron estas circunstancias en el propio proceso de grabación del disco ya que Stevens aparece en los créditos, como es habitual en él, interpretando todos los instrumentos (guitarras, piano, batería, sintetizadores...) además de cantando así que suponemos que la mayor parte del mismo se grabó antes de la enfermedad. Sólo su amigo Bryce Dessner aparece acreditado a la guitarra en uno de los cortes del trabajo además de las vocalistas invitadas (Hanna Cohen, Megan Lui, Nedelle Torrisi, Adrienne Maree Brown y Pauline de Lassus) que colaboran en diferentes canciones.


“Goodbye Evergreen” - El comienzo del disco recuerda al Stevens más íntimo de discos como “Seven Swans”, con el artista cantando en su versión más vulnerable acompañado únicamente del piano y algunos coros pero esa tranquilidad se rompe enseguida con la entrada de las percusiones y la aparición de fantásticas armonías vocales y una subida de intensidad que nos recuerda los momentos más épicos de “Planetarium”, especialmente en el pasaje instrumental que llega después y con el que prácticamente concluye la pieza con delicados sonidos de flauta que se dirían procedentes de un Mellotron.




“A Running Start” - Repetimos esquema con la guitarra en lugar del piano en la introducción con una canción más rápida que la anterior pero igualmente inspirada. Los coros femeninos de dan una apariencia mágica, como de cuento, resaltada por algunas percusiones y la propia flauta. Un sueño del que no queremos despertar, especialmente cuando Sufjan nos introduce en esos complejos juegos vocales que sólo él domina con esta maestría.


“Will Anybody Ever Love Me?” - Insiste Stevens en buscar comienzos desnudos, con escaso acompañamiento instrumental para su voz y en ir complicándolos gradualmente según avanza el tema. En este caso los arreglos se acercan más al minimalismo pero el punto fuerte siguen siendo las melodías, sencillas pero igualmente arrebatadoras.


“Everything that Rises” - Nos maravilla la pasión por el detalle de Stevens, que no tiene ningún problema en meter una parte de orquesta o un sonido concreto durante apenas un par de segundos si considera que con eso mejora la canción. Su producción es exquisita en general incluso en canciones como esta en la que el tema no progresa demasiado desde el comienzo al final. Sin ser precisamente la mejor pieza del disco, tiene unos coros en los que merece la pena perderse durante un largo rato aunque quizá nos sobren las percusiones de la parte final.


“Genuflecting Ghost” - La veloz guitarra del comienzo nos envuelve de optimismo en un precioso tema “folkie” con esa particular mezcla de tono infantil e inocente con toques incluso progresivos. Sonará a locura pero hay detalles aquí que nos recuerdan al Oldfield de “Ommadawn” en algunos momentos.


“My Little Red Fox” - Quizá una de nuestras canciones favoritas del disco, en la que se pone de manifiesto en todo su esplendor la forma de construir melodías de Sufjan, con progresiones interminables combinadas con interrupciones que no son sino invitaciones al diálogo entre las diferentes voces. Una joya de principio a fin, con unos arreglos electrónicos y corales llenos de sutilezas y un final absolutamente maravilloso digno de la mejor Julia Holter.


“So You Are Tired” - Unos teclados de aire jazzístico nos reciben en los primeros instantes de otra canción exquisita. Un tiempo medio en el que luego aparecen las guitarras y los coros para llevarnos de nuevo a un viaje por el universo de Stevens en el que encontramos todo aquello que nos encanta de él.


“Javelin (To Have and to Hold)” - La canción que da título al disco es casi una miniatura (no llega a los dos minutos de duración) pero el músico tiene tiempo de sobra para ofrecemos ahí su habitual guitarra, unos preciosos arreglos de cuerda y sus coros habituales consiguiendo esa complicada mezcla entre calidad y brevedad.




“Shit Talk” - Como para llevarnos la contraria, llegamos ahora al corte más largo de todo el trabajo, que cuenta con la participación de Dessner a la guitarra aunque su aportación no supone una gran diferencia con el resto de temas del disco. La ventaja que nos da el duración, en este caso, es que podemos disfrutar de absolutas maravillas corales, casi barrocas, con un desarrollo fantástico. La coda final, con guitarras etéreas, voces y sintetizadores desarrollando un pasaje claramente ambiental es una verdadera joya.




“There's a World” - Para cerrar el disco, Stevens realiza una curiosa elección haciendo una versión de una canción de Neil Young que apareció en su disco “Harvest” (1972). Tampoco es que sea un riesgo excesivo ya que el estilo folk de Young se adapta perfectamente al de Stevens hasta el punto de que pasaría perfectamente por una canción propia.



Antes de escuchar el disco habíamos leído algunas reseñas que incidían en el regreso de Stevens a su versión más folclórica y nosotros mismos hemos reiterado esa idea al comienzo de la entrada pero lo cierto es que, no siendo del todo equivocada esta afirmación, “Javelin” es un trabajo que va más allá. Es cierto que la mayoría de las canciones comienzan de ese modo pero la evolución de todas ellas está más en la línea de discos más recientes, con un sonido mucho más complejo y arreglos más potentes (casi épicos en algunos casos). No conocemos en detalle la extensa discografía de Stevens pero su último disco nos parece que podría contarse sin problemas entre los tres o cuatro mejores de su autor, lo cual es una gran noticia para el futuro. Hablando de eso, esperamos que las cosas evolucionen bien y el músico pueda recuperarse cuanto antes para continuar con su carrera, ya que es una de las voces más originales que han surgido en los últimos años. Cualquier novedad al respecto aparecerá por aquí en su momento.

lunes, 25 de julio de 2022

Steve Reich - Double Sextet / 2x5 (2010)




Segunda de las tres entradas consecutivas que vamos a dedicar a Steve Reich. Damos un salto hasta llegar a dos trabajos estrenados ya en este siglo: “Double Sextet” (2007) y “2x5” (2008). Se trata de dos encargos muy diferentes que tienen en común lo improbable de las formaciones instrumentales que los ejecutan que no encajan, en principio, con la música de Reich. Fue una amiga del músico, Jenny Bilfield, en aquel momento la encargada de artes escénicas de la Universidad de Stanford, quien le sugirió que compusiera una obra para Eighth Blackbird, una de las formaciones punteras en la música contemporánea americana. Reich tenía buenas referencias de ellos como intérpretes pero ni siquiera sabía cuál era la distribución instrumental del grupo. Cuando Jenny le dijo que era: flauta, clarinete, piano, percusión, violín y violonchelo, Reich contestó que no podía escribir para esa formación porque hace mucho que no escribe para instrumentos individuales sino para pares de instrumentos. La insistencia de Jenny hizo que el compositor le diera un par de vueltas a la idea hasta llegar a una solución conocida: el sexteto grabaría una parte de la música y tocaría después junto a su propia grabación repitiendo esquemas que ya utilizó en obras como “Different Trains” en las que el Kronos Quartet tocaba junto a su propia grabación de la partitura. Así llegamos a lo que describe el título de forma impecable: un doble sexteto.


La segunda obra del programa tiene mucho que ver también con el grupo que la iba a interpretar: Bang on a Can All Stars. Bang on a Can es otra de esas formaciones fundamentales en la música contemporánea y, muy especialmente, en la minimalista con grabaciones de obras de Philip Glass. Louis Andriessen o  Terry Riley, entre otros, pero también de músicos como Brian Eno. El “All Stars” es una especie de subgrupo más pequeño surgido de la matriz para tener una mayor movilidad y centrándose en instrumentos amplificados. De hecho, la alineación utilizada para “2x5” es un quinteto rock formado por dos guitarras eléctricas, piano, bajo eléctrico y batería. Reich le da especial importancia al bajo, casi, casi, la estrella de la composición por su particular sonido, mucho más adecuado para la música de Reich que el tradicional contrabajo acústico.


El disco, como la mayor parte de la producción de Reich, se publicó en el sello Nonesuch. La formación de Eighth Blackbird era: Tim Munro (flauta), Michael J. Maccaferri (clarinete), Matt Albert (violín), Nicholas Photinos (violonchelo), Matthew Duvall (vibráfono) y Lisa Kaplan (piano). La de Bang on a Can All Stars: Bryce Dessner y Mark Stewart (guitarras), Robert Black (bajo), Evan Zyporyn (piano) y David Cossin (batería).


Reich en la entrega del Pulitzer



DOUBLE SEXTET


“Fast” - La obra se organiza según el clásico esquema de Reich de movimiento rápido – movimiento lento – movimiento rápido. El primero de ellos transcurre con ritmo ferroviario, con el piano marcando la pauta apoyado puntualmente por el vibráfono. Cuerdas y vientos quedan para la parte más melódica con notas largas sostenidas en el tiempo que contrastan con la velocidad del aparato rítmico. Por momentos nos recuerda a las partes más brillantes de “Different Trains” aunque sin la frescura de aquella obra.


“Slow” - El movimiento lento nos distrae un poco de la escucha por la excesiva pausa que supone y porque, por momentos, parece que no ocurre nada. Nos quedamos con sus sonoridades lejanamente jazzísticas y poco más.


“Fast” - Con el tercer movimiento los pianos realizan una transfusión de energía y recuperan el pulso inicial de la obra extraordinariamente apoyados por el resto del grupo, particularmente violín y flauta, que se hacen notar a un muy buen nivel. Nos gusta especialmente la segunda parte de la pieza en la que los distintos grupos instrumentales se relevan en cada sección creando un bonito efecto, sobre todo en el segmento final a cargo de los vientos.





2x5


“Fast” - Habla Reich de cómo la música popular siempre ha terminado por filtrarse en la académica y afirma que la música popular de nuestro tiempo es el rock. Funciona a modo de justificación para explicar la particular formación de músicos que ejecuta la obra pero esa influencia tampoco termina de plasmarse claramente en la obra. La batería está presente pero, desde luego, de un modo muy alejado del que lo hace en el rock. El piano sigue siendo importante en un papel no muy distinto del que ocupa en “Double Sextet” y el bajo ejerce de apoyo subrayando cada frase de éste. La sonoridad de las guitarras es una de las cosas que más nos gusta de la pieza aunque es inevitable acordarse de “Electric Counterpoint”, obra anterior de Reich en la que la guitarra era protagonista.


“Slow” - Extraña atmósfera la que se consigue aquí ya que no parece que estemos escuchando un movimiento lento como tal sino uno rápido ralentizado, por la forma en que se organizan las notas y los espacios entre ellas. Su corta duración hace que lo veamos más como una transición que como un movimiento en sí.


“Fast” - Ahora las guitarras sí que ocupan un lugar central, incluso con carácter melódico. Volvemos a pensar en “Electric Counterpoint”, tanto en la versión tradicional de Pat Metheny como en la más moderna de Jonny Greenwood. Quizá sea nuestro movimiento favorito y aquel en el que mejor mezclan bajo, piano y guitarras.





Steve Reich ganó el premio Pulizter por “Double Sextet” en la edición de 2009 aunque, como ocurre en muchas ocasiones, el propio artista pensaba que alguna de sus obras anteriores lo habían merecido más que esta. Sin embargo, y quizá por el simple hecho de que el premio la va a situar ya para siempre como una de las que más se mencionarán en las biografías del futuro, Reich considera que es una de sus obras más importantes. No terminamos de estar seguros de que esa afirmación sea correcta pero probablemente así termine ocurriendo. Está claro que Reich, al igual que otros compositores de su generación, hace ya tiempo que compusieron sus mejores obras pero es de agradecer que se mantengan activos y regalándonos de cuando en cuando composiciones como estas. Ya sin el riesgo y el vértigo de sus piezas iniciales pero conservando aún cierto filo.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Bryce Dessner - El Chan (2019)




Uno de los artistas a los que llevamos tiempo queriendo traer al blog es el guitarrista y compositor estadounidense Bryce Dessner. Ya hablamos de él de forma tangencial cuando reseñamos el proyecto “Planetarium” firmado por el propio Dessner en compañía de Nico Muhly o Sufjan Stevens pero teníamos ganas de centrarnos en un disco formado por piezas exclusivamente suyas y qué mejor ocasión que la publicación reciente de un disco con tres estrenos del músico en el sello Deutsche Grammophon.

Dessner comenzó a ser conocido como miembro de la banda The National con quienes ha grabado un buen número de discos que han alcanzado un gran reconocimiento incluso en forma de premio Grammy pero la faceta que más nos interesa de Bryce es la de compositor, digamos, clásico. Entre 1999 y 2010, aproximadamente, el guitarrista estuvo centrado en The National pero a partir de esas fechas comenzó a trabajar por su cuenta en direcciones alternativas sin abandonar la banda con quienes, de hecho, ha lanzado un nuevo disco no hace mucho tiempo. Ya en la época anterior, Dessner formaba parte de una formación instrumental que oscilaba entre el rock y el jazz por el carácter improvisado de sus obras. Se llamaban Clogs y estaban integrados por compañeros de estudios de Dessner en Yale y su estilo podía ser una buena anticipación de lo que después haría nuestro hombre en solitario. En su carrera como compositor, Dessner se ha centrado en formaciones pequeñas y en obras para solistas pero también ha escrito piezas para orquesta. El disco que comentamos hoy tiene un poco de todo ello ya que nos ofrece un concierto, una obra de cámara y una tercera para dos pianos. Como curiosidad, todo el trabajo está dedicado al director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu con quien Dessner colaboró componiendo algunas piezas para la película “The Revenant” y firmando otras junto a los titulares de la banda sonora: Ryuichi Sakamoto y Alva Noto. De hecho, el título del disco, “El Chan”, es una referencia al espíritu protector de El Charco del Ingenio, una laguna cercana a la ciudad de San Miguel de Allende en la que reside Iñárritu junto con su esposa Maria Eladia Hagerman, también receptora de la dedicatoria del trabajo de Dessner. En correspondencia a la atención del músico con él, Iñárritu es el diseñador de la portada del disco.

En la grabación participan las otras protagonistas del disco: las hermanas Katia y Marielle Labèque (que ya aparecieron en el blog en su día). Junto a ellas intervienen los miembros de la Orchestre de Paris dirigida por Matthias Pintscher, el MDH Quartet, el guitarrista David Chalmin y el propio Bryce Dessner interpretando también la guitarra.

Bryce Dessner junto a las hermanas Labèque.



CONCERTO FOR TWO PIANOS” - El primer movimiento comienza de forma fulgurante con el piano lanzado a una carrera desenfrenada que nos recuerda a veces a alguna pieza de John Adams. Llega entonces un parón en el que la orquesta dibuja sus primeras intervenciones pero que enseguida vuelve a transformarse en una montaña rusa en constante diálogo entre las pianistas y el resto de instrumentistas. Todo el movimiento tiene un aire cinematográfico muy interesante y fresco que lo hace francamente atractivo. El segundo movimiento, por su parte, es bastante más calmado aunque no exento de intensidad cuando es necesario. Los pianos copan la atención en el inicio siendo arropados por la orquesta en determinadas partes. Dentro de ella, las distintas secciones gozan de una cierta libertad de modo que podemos escuchar a las cuerdas en diálogo con las hermanas Labèque para dejar poco después esa tarea en manos de la percusión o los vientos. La influencia de Adams nos parece cada vez más evidente. El movimiento final es heredero directo del primero y está lleno de una energía desbordante desde los primeros compases. Los pianos se reparten la parte rítmica, al estilo de Michael Nyman y la melódica alternativamente convirtiéndose en una locomotora imparable a la que la orquesta apenas puede seguir el ritmo a duras penas. A mitad de la pieza se hace el silencio y escuchamos una intervención de corte melancólico del piano, de nuevo en la linea de Nyman, tras la que afrontamos el segmento final de la obra.

HAVEN” - Si a lo largo del concierto anterior encontrábamos varias influencias más o menos claras de otros artistas, en esta pieza es más evidente el peso de la música de Steve Reich en Dessner. Es una composición para guitarras, en el más puro estilo de “Electric Counterpoint”, con el apoyo puntual de los pianos en determinados instantes. “Haven” es una exquisitez pero no consigue quitarse de encima el enorme peso de Reich que invade toda la primera mitad de la obra. Es entonces cuando entramos en un delicado interludio en el que los pianos pasan al primer plano y que es nuestro momento favorito de toda la pieza que concluye volviendo al tapiz de guitarras del principio.



EL CHAN” - Dividida en siete movimientos breves, esta suite es la que da título al disco y hace acreedor a Iñárritu de la dedicatoria del mismo. “El Charco del Ingenio” nos introduce en la acción con un firme duo de pianos que bien podría simular la tensión en la superficie de la laguna del mismo nombre. “Points of Light” tiene tintes más ambientales y no se encuentra demasiado lejos del John Cage de “In a Landscape” o “A Room”, por poner dos ejemplos. Con “Four Winds” llega un cambio notable al ser una pieza tremendamente dinámica en la que las dos pianistas dan buena muestra de su virtuosismo. El movimiento se diluye poco a poco hasta casi mezclarse con “Ballade d'Alende” en la que volvemos a encontrar el rastro de Cage. Igualmente breve es “Coyote” aunque contrasta con la anterior al pasar de una atmósfera tranquila a otra tremendamente exaltada. “Pool of El Chan” recoge la parte de la música de Cage que anticipaba a su manera el minimalismo. Por último, “Mountain” nos ofrece un delicado cierre ambiental con el que concluye el disco.




Dessner se ha convertido en otro de esos músicos a seguir que han ido surgiendo en los últimos años. Artistas que se saltan todas las clasificaciones y que hacen música de muy diversos géneros sin complejos y que compaginan exitosas carreras en el mundo del rock, el pop o la electrónica con interesantísimas inmersiones en otros campos mal llamados cultos. Junto a nombres como los de Jonny Greenwood (Radiohead), Richard Reed Parry (Arcade Fire) o el propio Johann Johannsson (que tocó en bandas de metal), Max Richter (colaborador en varios discos de Future Sound of London), Olafur Arnalds (batería en una hardcore) o Dustin O'Halloran (con varios proyectos entre el rock independiente y el ambient electrónico), Bryce Dessner nos está ofreciendo una música muy interesante. Tanto es así que podríamos hablar del surgimiento de una corriente “neoclásica” en años recientes formada por músicos de características comunes como los que hemos citado y algunos más que podríamos añadir. Los múltiples contactos y relaciones entre muchos de ellos, además, nos permitirían hablar casi de una escuela que, de consolidarse, puede ocupar un lugar importante en los libros de texto del futuro. En ese contexto conviene no perder mucho de vista a Dessner por lo que pueda llegar a ofrecernos.

Nos despedimos con un fragmento del "concierto para dos pianos y orquesta" interpretado en vivo:


 

martes, 4 de julio de 2017

Sufjan Stevens, Nico Muhly, Bryce Dessner, James McAlister - Planetarium (2017)



Probablemente Nico Muhly sea el paradigma de por dónde van a ir las cosas en los próximos años para los músicos de formación clásica porque el suyo es un ejemplo de trabajo en todo tipo de género sin preocuparse por el lugar de procedencia de la música o de sus autores. A día de hoy, y pese a su juventud (apenas cuenta con 35 años), ha compuesto óperas, música de cámara, música orquestal, coral, cancioneros, etc. De cualquier otro músico diríamos que, de forma paralela, ha trabajado con artistas de otros géneros pero en el caso de Muhly no sería del todo correcto ya que para él no existe esa “forma paralela”: toda la música forma parte de un mismo todo en el que no hace distinciones ni categorías. Así, considera que componer bandas sonoras, realizar adaptaciones de obras de Philip Glass, orquestar piezas corales de William Byrd, realizar arreglos para Anthony and the Johnsons, The National o Jónsi, de Sigur Ros o grabar canciones en colaboración con Bjork forman parte de un mismo trabajo.

En 2011 Muhly recibió el encargo de escribir una obra para el Muziekgebouw de Eindhoven, teatro del que era compositor residente. Lo más interesante no era el encargo en sí sino la frase que le acompañaba: “¿con quién te gustaría trabajar si tuvieras carta blanca para hacerlo?”. Inmediatamente Muhly pensó en dos viejos amigos a los que conoció a principios de la pasada década en Brooklyn: Sufjan Stevens y Bryce Dessner. El primero, una de las figuras más interesantes de la música norteamericana en los últimos tiempos. Además de ser un dotado multi-instrumentista, Stevens ha tocado palos muy diversos que van desde el folk a la música electrónica pasando por la creación de orquestaciones sinfónicas para sus canciones. Dessner, por su parte, compagina su ya notable producción clásica que incluye entre lo más destacado piezas orquestales y cuartetos de cuerda, con su labor como miembro de The National.

No hizo falta mucho esfuerzo para convencer a ambos y poco después, el trío se puso manos a la obra para crear una pieza de grandes proporciones. El trabajo, lejos de lo que ocurre en ocasiones similares en las que se juntan tres estrellas, era una verdadera colaboración entre músicos que se conocen bien y que están acostumbrados a trabajar juntos. Cada artista tiene su sitio y en ningún momento se adivina lucha alguna de egos. Al contrario, la música fluyó desde el principio mezclando las aportaciones de cada uno de los compositores con gran naturalidad. Cualquiera que haya seguido las trayectorias del trío reconocerá sin mucho esfuerzo a todos ellos pero también escuchará un trabajo que no es atribuible a ninguno porque termina por convertirse en una obra mayor. “Planetarium” además, era un “work in progress”, una obra que fue evolucionando a partir de las composiciones con las que se estrenó de modo que la versión grabada que podemos escuchar es mucho más rica y amplia que la original. En 2012, Muhly, Stevens y Dessner realizaron una gira por varios teatros presentando la obra y al terminar los conciertos se reunieron en el estudio de grabación para registrar toda aquella música que quedaría guardada en un cajón mientras los artistas maduraban qué hacer con ella.

“Planetarium” es un trabajo conceptual alrededor del Sistema Solar con referencias a la mitología grecorromana y al ser humano. La idea comenzá a construirse a partir de los esquemas musicales de Muhly que fueron modelados en un primer momento por Dessner. Stevens se encargaría de dar forma a las canciones aportando los textos y, con ellos, la orientación definitiva del trabajo (alguna de las canciones pertenecía a un viejo proyecto personal aplazado, de hecho). Además, sugirió la incorporación al proyecto del batería James McAlister quien se encargaría de dar forma a la parte rítmica de “Planetarium” resultando ser “el pegamento que terminó por dar sentido a la obra” en palabras de Sufjan Stevens.

En la segunda parte de 2016, tras varios años en los que cada uno de los artistas se centró en sus propios proyectos, decidieron reunirse para dar forma de disco a “Planetarium” y publicarlo, algo que ocurrió hace unas semanas a través del sello 4AD. En la grabación, exquisita desde el primer al último instante, intervienen: Bryce Dessner (guitarra), James McAlister (batería, percusión, sintetizadores y programaciones), Nico Muhly (piano y teclados) y Sufjan Stevens (voz, sintetizadores, piano, Mellotron, flautas y programaciones). Participan además, un cuarteto de cuerda integrado por Rob Moose y Ben Russell (violines), Nadia Sirota (viola) y Claire Bryant (violonchelo), un septeto de trombones y Thomas Bartlett (piano y Mellotron). La idea de “Planetarium” era la de dedicar una composición a cada uno de los cuerpos celestes que componen el Sistema Solar pero con el tiempo se añadieron nuevas piezas para complementarlas aunque siempre con títulos relacionados con el tema central.

Imagen del montaje de "Planetarium" para el directo.


“Neptune” - Un fondo de sintetizador abre el disco y sirve de introducción para el piano y la personalísima voz de Sufjan Stevens que desgrana una melodía verdaderamente magistral que desemboca en un breve fragmento cantado con gran delicadeza y que podría proceder de cualquier obra renacentista. Suenan los acordes de la guitarra de Dessner para enriquecer una pieza cuya melodía es más enrevesada conforme avanzan los compases. Es entonces cuando entran el cuarteto de cuerda los trombones para dar paso al siguiente corte.

“Jupiter” - Un ritmo casi marcial nos introduce en un largo corte en el que la electrónica reclama su lugar, tanto en forma de efectos sonoros que adornan la voz de Stevens como jugando alrededor de ella con secuencias de gran belleza. En estos primeros momentos la melodía es repetitiva hasta el momento en que escuchamos a Sufjan cantando a través de un vocoder, algo que se repetirá durante buena parte del disco como una seña de identidad. Cesa la percusión y entramos en un interludio de corte ambiental que marca el comienzo de la siguiente parte del tema. Una oración sintética comienza a escucharse sobre un fondo musical de aire barroco muy característico de la música de Muhly. Aparece entonces un brusco corte percusivo que nos acompaña durante el siguiente tramo mientras se repite el tema central de este segmento. Aparecen por un instante nuevas secuencias electrónicas que desembocan en una solemne fanfarria con los trombones a pleno rendimiento con la que se pone punto final a una pieza extraordinaria.

“Halley's Comet” - El cometa Halley tiene aquí un fugaz homenaje en forma de miniatura electrónica apenas distinguible del siguiente corte para el que hace de preludio.

“Venus” - Llegamos a Venus y, como corresponde a su papel en la mitología y en la cultura popular, al tema más sensual en cuanto a los textos. La melodía es sencilla y el acompañamiento electrónico, muy característico de algunos trabajos de Sufjan Stevens, funciona realmente bien. Suenan de nuevo los metales como interludio antes de la segunda parte de la canción en la que se incide en los mismos temas que sonaron en la primera con un tratamiento diferente en cuanto a los arreglos.




“Uranus” - El clásico sonido de flautas del Mellotron nos recibe en la obertura de una canción de cierto aire minimalista que tiene una producción exquisita. Entramos a continuación en una breve sección coral que precede a un nuevo pasaje ambiental en el que la guitarra de Dessner interviene con brillantez, a dúo con la voz pasada por el “auto tune” de Stevens primero, y ya en solitario algo después. Una preciosa sección vocal con un cierto aire a Julia Holter nos acompaña hasta un pasaje más oscuro en el que guitarra y sintetizadores dibujan un escenario muy diferente, como de transición hacia la siguiente etapa. Absolutamente brillante.

“Mars” - El Dios de la guerra llega revestido de un traje más industrial en el que las programaciones rítmicas juegan un papel muy importante. Mientras tanto se van desarrollando una serie de motivos electrónicos  muy interesantes hasta que aparece la voz de Stevens, distorsionada con un efecto vocoder muy pronunciado que desemboca en un magnífico tramo con trombones y sintetizadores aliados en una composición de inspiración contemporánea. Vuelve la guitarra a sonar con una serie de acordes hipnóticos y entramos así en el último tramo de la pieza, más rítmico que el resto que termina con un profundo sonido que enlaza directamente con el siguiente tema.

“Black Energy” - La energía oscura es la protagonista de un corte que comienza con un tono muy evocador, verdaderamente cósmico si entendemos como tal, por ejemplo, la música de Vangelis en su “Albedo 0.39” (el tema así llamado, no todo el disco). Es una composición puramente ambiental, muy intensa, que cumple sobradamente con su función de enlace dentro del disco pero que, además, tiene entidad suficiente para poder ser tomada de forma independiente al mismo.

“Sun” - La pieza dedicada al Sol comienza con espaciados destellos de sintetizador, quizá describiendo un amanecer en cualquier punto del Sistema Solar. Pese a compartir características con la pieza anterior (ambas son “ambient”) esta es muy diferente en espíritu. Más luminosa con perdón por la obviedad.

“Tides” - Uno de los efectos más notables del Sol y de la Luna sobre la Tierra son las mareas que aquí aparecen en forma de tema breve que sigue la linea de los precedentes.

“Moon” - Con la Luna llega un nuevo cambio en el disco. Volvemos a escuchar a Sufjan Stevens en una canción que tiene algo de tribal y en la que destaca el delicado acompañamiento instrumental con influencias de Steve Reich, músico con el que tanto Muhly como Dessner han trabajado en algún momento. En todo caso, el armazón electrónico diseñado por Stevens es lo que nos resulta más atractivo de toda la pieza.

“Pluto” - El “planeta enano” tiene el honor de ser el inspirador de una de las canciones más bellas de toda la obra. Introducida por una preciosa guitarra, heredera quizá del Reich de “Electric Counterpoint”, surge poco a poco una gran melodía que se va transformando de un modo muy cinematográfico en un himno acompañado por las cuerdas y los metales. El final, con la electrónica de nuevo en primer plano es extraordinario como todo el disco. “Pluto” es una evolución de una vieja canción de Sufjan Stevens que no encontró acomodo en sus trabajos personales.

“Kuiper Belt” - Una animada danza con cierto aire al Mike Oldfield más inocente de sus primeros años es la encargada de representar al Cinturón de Kuiper. Es un tema que se hace muy corto y que sirve para enlazar con otro aún más escueto.

“Black Hole” - Los agujeros negros apenas cuentan con medio minuto de presencia en el disco pero es esta una transición muy intensa que enlaza a la perfección con el que fue el tema de presentación del disco.

“Saturn” - La canción con la que comenzó a mostrarse el proyecto era un tema muy electrónico en su inicio, con Sufjan Stevens de nuevo cantando con “auto tune” una melodía verdaderamente inspirada y con cierto aire ochentero. En su segunda parte aparecen ritmos bailables por primera vez en el disco pero todo está hecho con una elegancia que en ningún momento desentona frente al resto del trabajo. Como “single” es perfecto para mostrar al posible oyente un proyecto muy diferente a cualquier otra cosa que suene actualmente en dondequiera que suenen hoy los singles.




“In the Beginning” - La última transición del disco tiene un aire solemne, probablemente conseguido gracias a las cuerdas del Mellotron y su inconfundible sonido.

“Earth” - Llegamos así a la pieza dedicada a nuestro planeta que también es la más extensa y compleja de todo el disco. A lo largo de sus más de 15 minutos de duración asistimos a todo tipo de escenarios. Desde la introducción ambiental al más puro estilo de Brian Eno hasta pasajes electrónicos que parecen salidos de la factoría Kling Klang. Tras ese inicio el Mellotron y su sonido de flauta acompañan a Stevens cantando con Vocoder un motivo que podría ser una moderna oración. A su conclusión entramos en una sección electrónica con reminiscencias del Terry Riley de “A Rainbow in Curved Air” a la que se suma Dessner con su guitarra. Aparece súbitamente un ritmo electrónico que va transformándose poco a poco hasta conformar una base de clara inspiración en Kraftwerk. Termina poco después esta pequeña “suite” con un nuevo tema atmosférico con el que perfectamente podría haber concluido el disco.

“Mercury” - Sin embargo faltaba un planeta por aparecer y lo hace en forma de canción casi “pop” que parte de un piano y una guitarra minimalistas protagonistas de un dúo en el que perfectamente podríamos ver reflejados a los mismísimos Glass y Reich. Mientras todo esto sucede, Sufjan Stevens canta de forma maravillosa una de las mejores melodías de todo el disco.




Tras el lanzamiento de “Planetarium”, sus autores han iniciado una nueva gira para mostrar el disco en directo. Un trabajo que desde que escuchamos los primeros adelantos meses atrás nos atrajo como pocos otros habían hecho antes. Las expectativas que teníamos ante esta grabación eran tan altas que lo que más nos ha sorprendido es que no han quedado defraudadas en ningún momento. Más bien al contrario: “Planetarium” es aún mejor disco que el que nos imaginabamos en nuestras previsiones más optimistas. Raro será que aparezca en los meses que faltan (y aún queda la mitad del año por delante) un trabajo que nos cause mejor impresión que este.

Así sonaba "Planetarium" en su primera versión en directo en Amsterdam:


 

domingo, 15 de febrero de 2015

Richard Reed Parry - Music for Heart and Breath (2014)



Cada vez encontramos más casos como el del músico que nos ocupa: artistas procedentes del mundo del pop-rock que se atreven a dar el salto a músicas más “serias” como la clásica. Lo cierto es que el panorama ha cambiado mucho respecto a décadas anteriores. Hace años, sólo algunas figuras consagradas de estos estilos decidían dar el paso y lo hacían, habitualmente, sin la formación necesaria y apoyándose en arreglistas y compositores más duchos en esos menesteres. La cosa, como decimos, es ahora diferente. Mientras que en sus comienzos el rock y los estilos de música populares eran la vía de expresión escogida por muchachos cuyas habilidades y ambiciones iban poco más allá de escribir bonitas canciones y tocar con cierta habilidad una guitarra, de un tiempo a esta parte son un medio más a disposición de artistas con una formación académica a la altura de cualquier intérprete de sala de conciertos. Evidentemente estamos simplificando una serie de situaciones pero no creemos alejarnos demasiado de la realidad en este planteamiento.

Así, resulta que, hoy en día, los integrantes de un buen número de bandas de rock de éxito son gente con una sólida base musical y esto hace que sus inquietudes vaya más allá y exporen caminos alternativos más cercanos a la música culta consiguiendo integrarse en algunos de los sellos más representativos de ese mundo cada vez menos hermético que es el de la clásica.

Vamos a Canadá, concretamente a Montreal y a los primeros años de la década pasada. Allí encontramos a Arcade Fire, una banda que casi antes de nacer, se enfrentaba a su primera crisis importante. En ese momento se incorpora a la formación Richard Reed Parry, multi-instrumentista como la mayoría de miembros del grupo. Aquellos fueron años turbulentos con entradas y salidas de personal, discusiones y la grabación de un prometedor EP titulado igual que el grupo que supuso la salida de la banda de varios de los músicos que lo habían grabado. A pesar de las controversias, Arcade Fire salió adelante publicando una serie de discos que les han granjeado los elogios de la crítica, el cariño de un amplio público y la admiración de muchos compañeros de profesión incluyendo a “vacas sagradas” como el mismísimo David Bowie, quien colabora en el último disco de la banda. El grupo mantiene una formación mucho más extensa de lo habitual en el rock y ésta se amplía aún más en directo. Su sonido es muy original, especialmente por la gran cantidad de instrumentos poco habituales en estos estilos musicales como el , banjo, el xilófono, el acordeón, la celesta, el glockenspielm, el sitar, clarinetes y demás hermanos de la familia de las maderas, etc. Otra de las características de la banda es su forma de trabajar coral en la que todos los miembros aportan su participación en la composición de músicas y textos aunque parece ser que el rol central lo juegan el matrimonio formado por Win Butler y Regine Chassagne junto con nuestro protagonista hoy: Richard Reed Parry.

Paralelamente a su carrera con Arcade Fire, Parry ha realizado una serie de colaboraciones con otros artistas y también se ha introducido en el mundo de la composición “clásica” junto con otros “compañeros de armas” de similar trayectoria como Jonny Greenwood de Radiohead y los hermanos Dessner de The National además del “enfant terrible” de la música contemporánea, Nico Muhly.

Así, en 2014 llegó a nuestros oídos el disco de debut de Parry, nada menos que con el sello Deutsche Grammophone. Algo así tenía que llamar nuestra curiosidad y el comprobar que entre los intérpretes se encontraban los miembros del Kronos Quartet o los de yMusic, terminó por decidirnos a darle una oportunidad al disco.

El trabajo reúne una serie de piezas con un concepto en común que es la exploración de los ritmos corporales de los propios intérpretes. De primeras, eso nos recordó a los experimentos de Reich en los que la capacidad pulmonar de los ejecutantes de los instrumentos de viento era la que determinaba la duración de sus intervenciones. Entonces, los resultados eran muy atractivos así que teníamos que comprobar si el efecto se conservaba en esta nueva investigación sonora.

Explica el propio autor el concepto que reside tras el disco:

“son una serie de composiciones que usan los movimientos involuntarios de algunos órganos del cuerpo (particularmente el corazón y los pulmones) como parámetros para la interpretación. No existen indicaciones de “tempo”: éste está marcado por los ritmos cardíacos o respiratorios de los ejecutantes. Cada uno debe tocar, por ejemplo, en sincronía con su respiración (o con la de otro de los músicos) acompasándose con el ritmo de inspiración, de espiración o con ambos. Para conseguir la sincronía con los ritmos cardíacos, cada músico está equipado con un estetoscopio. El hecho de que los latidos de cada intérprete tengan una cadencia diferente termina por crear una suerte de “puntillismo musical” en el que las melodías se alinean y se salen de fase constantemente”.

En esencia, estaríamos ante un proceso afín a la creación de “fases” de Steve Reich pero gobernado por los ritmos corporales y no por procesos matemáticos. Los efectos son igualmente fascinantes.

Richard Reed Parry


“Quartet fo Heart and Breath” - La primera composición, a pesar del nombre de “cuarteto”, es, en realidad un sexteto interpretado por los miembros de yMusic, Rob Moose (violín), Nadia Sirota (viola), Clarice Jensen (violonchelo), Alex Sopp (flauta), Bill Kalinkos (clarinete) y C.J.Camerieri (trompeta). Es una pieza en la que las cuerdas y los vientos alternan los papeles de modo que primero son aquellas las que se encargan de la parte rítmica en pizzicato con los segundos en las tareas melódicas y después justo al contrario. La música resultante tiene mucho en común con alguna de las composiciones más experimentales de Wim Mertens para grupo y es de una gran belleza y fragilidad.



“Heart and Breath Sextet” - Los miembros de yMusic reciben el refuerzo de Nico Muhly al piano para esta extensa pieza que se abre con una serie de lamentos encadenados de violín a los que se suman de forma progresiva el resto de instrumentos. La parte de piano actúa como una especie de argamasa que empasta a la perfección el conjunto. Por momentos se acerca al ambiente del “Concierto para Piano” de Gavin Bryars aunque las propias características conceptuales de la obra condicionan mucho un desarrollo coherente de todos los instrumentos que terminan funcionando como entidades individuales aunque no siempre. De hecho, el sector central de la composición es especialmente brillante en la linea del Michael Nyman romántico de alguna de sus bandas sonoras. En el último tramo se vuelve a crear esa tensión algo caótica del comienzo consiguiendo, en su conjunto, una obra muy interesante y atractiva.

“For Heart, Breath and Orchestra” - Un grupo de catorce músicos entre los que repite Muhly quien además del piano toca la celesta y dirige la orquesta se enfrenta a la partitura de la siguiente obra del disco. También es la primera pieza en la que el propio Parry aparece como intérprete de piano y contrabajo. La música parece surgir a borbotones y encontramos en ella grandes influencias de alguno de los nombres más celebrados del pasado siglo como Olivier Messiaen aunque también de Ligeti. Sin embargo, el resultado final es profundamente minimalista aunque sea este un minimalismo “orgánico”, por así decirlo, nada mecánico y dotado de un pulso propio.

“Interruptions I-VII” (Heart and Breath Nonet)” - La obra más extensa del disco se compone, en realidad, de siete pequeños movimientos ejecutados por los miembros de yMusic con el refuerzo de Parry al contrabajo y los hermanos Dessner a las guitarras. En la primera de las piezas el protagonismo es para la viola, algo que se repite en el comienzo de la segunda aunque doblado por el contrabajo y convenientemente acompañado por el resto de cuerdas en momentos puntuales. El tercer movimiento se centra en vientos y cuerdas alternandose. Particularmente interesante nos resulta el cuarto movimiento con un ritmo constante construído a partir de una amalgama indescifrable de instrumentos de entre los que se destaca el cello con una extraordinaria melodía. El mismo espíritu es compartido por las guitarras de los miembros de The National que lideran la siguiente parte de la obra en su comienzo siendo luego el principal soporte rítmico en apoyo de los vientos, una vez más, en la tradición de Wim Mertens. Similar coñaboración pero ahora entre guitaras y cuerdas es la que encontramos en el penútimo movimiento de la obra para cerrar con el corte más ambiental que, como indica su propio título, se basa en una serie de “drones” de cuerda.



“Duet for Heart and Breath” - La primera obra que Parry escribió pensando en el concepto de la sincronía de la ejecución con los ritmos corporales del intérprete fue este dueto que aquí enfrenta al autor con la viola de Nadia Sirota. La pieza consiste en una serie de repeticiones al piano sobre las que la solista esboza breves trazos melódicos. Podría formar parte por derecho propio de cualquier catálogo de música minimalista de los últimos años aunque tampoco suena demasiado lejano a algunas obras de cámara de Arvo Pärt.

“Quartet for Heart and Breath (for Kronos)” - Cerrando el disco, encontramos la versión para cuarteto de cuerda de la pieza que abría el trabajo. La interpretación, a cargo del Kronos Quartet, es impecable y cierra un trabajo muy recomendable.

Dentro de la lista de obras de músicos “pop” dentro de parámetros clásicos que hemos escuchado en los últimos años, el disco de Parry nos parece de lo más original y fresco. No se trata de un trabajo de imitación de otros artistas sino de un verdadero esfuerzo por experimentar en el que, pese a que las premisas puedan parecer similares a otras (ya hemos citado a Reich), los resultados no lo son. Podemos disfrutar así de un disco que a nuestro entender puede gustar mucho a lectores del blog afines a la música de Mertens y al minimalismo en general pero también a muchos otros. Si Parry continúa en el futuro con esta vertiente de su trabajo, estamos seguros de que volverá a aparecer por al blog aunque no es descartable que en algún momento nos fijemos también en Arcade Fire. Tiempo al tiempo. Por ahora, su “Music for Heart and Breath” está disponible en los siguientes enlaces:

deutschegrammophon.com

prestoclassical.co.uk