domingo, 30 de mayo de 2021

Toto - IV (1982)



Ah, los ochenta... la edad del plástico, que decían The Buggles en su premonitorio disco que abría esa década. Iban a ser los años del pop electrónico, del heavy metal pero también la época de mayor esplendor del A.O.R. o rock orientado a adultos. Las generaciones que disfrutaron con el rock en las décadas anteriores cumplían años y los propios músicos también. La rebeldía juvenil perdía su lugar y era reemplazada por gustos más tranquilos y “civilizados” y ahí apareció un nicho de mercado para un género que guardaba las formas del rock pero con un envoltorio de celofán y un buen coche en el garaje de la casa de la urbanización de las afueras.


Muchas de las bandas que marcaron la década anterior evolucionaron hacia este nuevo formato que se convirtió en el estándar dominante durante unos cuantos años. Los grandes grupos del rock progresivo como Génesis, Pink Floyd, Yes y hasta King Crimson se adaptaron a los nuevos tiempos con trabajos que poco tenían que ver con sus versiones anteriores pero tenía toda la lógica del mundo. Hablamos de un estilo en el que priman las buenas interpretaciones, las producciones impecables y las composiciones para todos los públicos. En ese contexto, todas aquellas bandas formadas por grandes músicos en su mayoría, lo tenían todo para facturar un producto excelente y, sobre todo, muy vendible. No todo fueron bandas clásicas, claro. También surgieron supergrupos formados por antiguos miembros de aquellas como fue el caso de Asia, quizá la banda por antonomasia del A.O.R. e integrada en su origen por ex-miembros de Yes, Emerson, Lake & Palmer o King Crimson.


Ante ese panorama, la aparición de una banda como Toto tenía todo el sentido del mundo. Si hablamos de que la premisa del nuevo estilo eran músicos competentes, versátiles, capaces de producir una música pulcra e intachable, había un colectivo que tenía que asomar la cabeza de alguna forma. Hablamos de los músicos de sesiones. Artistas a sueldo de las discográficas que siempre estaban ahí, lo mismo para un roto que para un descosido. Músicos cuyo currículum estaba plagado de participaciones en grandes trabajos de otros pero que siempre operaban detrás de los focos. En 1976, prácticamente todos los integrantes de lo que luego sería la primera formación de Toto coincidieron en la grabación de “Silk Degrees”, el disco más exitoso de la carrera de Boz Scaggs con más de cinco millones de copias vendidas en los Estados Unidos y quíntuple disco de platino en aquel país. También algunos de ellos habían participado en discos de Steely Dan por lo que la química y el buen “feeling” estaban más que demostrados.


El teclista David Paich, cuya participación en esos trabajos iba más allá del mero papel de instrumentista, figurando como co-autor de varios temas, sería el impulsor de la creación de Toto y le propuso al batería Jeff Porcaro, con quien venía trabajando desde el instituto, la formación de una banda propia para salir del circuito de los músicos de sesiones. Con Steve Porcaro a los teclados, David Hungate al bajo y el guitarrista Steve Lukather (también colaborador de Boz Scaggs) la banda estaba casi cerrada. Faltaba un vocalista y lo encontraron en la figura de Bobby Kimball.


El primer disco de Toto, llamado igual que la banda, fue un gran éxito gracias, especialmente, al sencillo “Hold the Line”. Carne de radiofórmulas entonces y canción imprescindible hoy en día de todas las emisoras de rock clásico que abundan en las ondas. La crítica no fue tan benévola pero acabaron plegándose ante las ventas del trabajo. Es muy graciosa la anécdota que cuenta Steve Lukather sobre esto cuando recuerda que la revista Rolling Stone  publico una reseña bastante negativa sobre el disco pero cuando apareció el segundo trabajo de la banda la misma publicación afirmaba sin sonrojo que “no tiene la magia de su primer disco”. Tras un tercer LP que pasó sin pena ni gloria y en el que buscaron un sonido más cercano al heavy metal en boga en aquel momento, parecía que la historia de Toto no iba a ir mucho más allá pero, como ocurre a veces, la cosa dio un giro espectacular. Lo cierto es que no descubrieron la pólvora sino que cedieron a las presiones de la discográfica, nada contenta con las ventas de sus dos últimos trabajos, y volvieron a la fórmula de su debut. La grabación llevó casi un año y en ella se puso todo el esfuerzo y el cuidado del mundo para entregar un producto impecable incluyendo colaboraciones como la de Jim Horn, James Newton-Howard o Roger Linn.



“Rosanna” - El disco empieza con el que fue el primer single y también el mayor éxito de la banda hasta entonces. Una joya en cuanto a producción con un ritmo contagioso que cambia en varias ocasiones llevándonos a escuchar varias canciones en una. Los teclados son perfectos, las voces y coros encajan como en un puzzle y los arreglos de vientos, los ritmos con el chasquido de dedos en alguna sección, recordando a “West Side Story” (el videoclip es un nada disimulado homenaje a la película) van apareciendo con una naturalidad pasmosa. Difícil encontrarle un “pero” a una canción que no ha dejado de sonar en la radio desde entonces pese a que han pasado casi 40 años desde entonces.




“Make Believe” - Después de un comienzo como ese es difícil mantener el nivel. Pese a ello, el intento es digno. Esta es una canción tremendamente convencional, de las que sonaban con regularidad en aquellos años, deliciosamente naïf pero inevitablemente tópica. Con ese inconfundible aire a sintonía de apertura de comedia televisiva que hoy en día nos hace esbozar una ligera sonrisa. Fue el segundo single del disco y recientemente ha vivido un ligero resurgimiento por su inclusión en una de las entregas del popular videojuego “Grand Theft Auto”.


“I Won't Hold You Back” - El cuarto single del disco era la inevitable balada ochentera que no faltaba en ningún disco de cualquier banda que se precie. Los arreglos orquestales y las segundas voces (a cargo de un miembro de los Eagles) resultan melosos hasta decir basta pero fue una canción que tuvo bastante recorrido en las listas, incluso fuera de los Estados Unidos pese a ser un producto típico del rock de aquel país.


“Good for You” - Con el siguiente tema volvemos a subir el tono con unas guitarras más enérgicas, respaldadas por los sintetizadores y los vientos. El sonido es muy similar al de la otra gran banda del género, Asia, que debutaba por las mismas fechas.


“It's a Feeling” - El piano es el instrumento que dirige toda la canción, tanto como elemento rítmico como en la parte melódica. No es un tema que tenga nada especial por lo que ser recordado pero funciona bien en el contexto del disco. Ideal para la radiofórmula pero no deja ningún poso.


“Afraid of Love” - Otra canción que podía haber sido single sin ningún problema. Un estribillo pegadizo, guitarras convincentes y una estructura que recuerda ligeramente al moribundo rock progresivo del momento con un toque de metal. Los teclados de la parte central no están demasiado lejos, por ejemplo, de los de los Yes de “Tormato” o los posteriores de “90125”. Uno de nuestros temas preferidos del disco.


“Lovers in the Night” - Prácticamente sin solución de continuidad llega el siguiente corte que bien podría ser una continuación del anterior en todos los sentidos: coqueteos con el heavy, sonido afilado, voces y coros muy cuidados. Si nos dicen que es una canción de uno de los discos del Alan Parsons Project nos lo creeríamos sin titubeos, especialmente por los arreglos de teclado de determinadas partes que juegan con elementos clásicos como le gustaba hacer al bueno de Alan.




“We Made It” - Volvemos a temas menos arriesgados, sin salirnos de la línea de lo que más se escuchaba en aquellos años. Con una pulcritud indiscutible pero también con una absoluta falta de riesgo. Un corte impersonal que podrían haber firmado decenas de bandas.


“Waiting for Your Love” - El último single del disco denotaba ya una pérdida de fuelle (no tantos LP daban para lanzar hasta cinco extractos) pero no sonaba del todo mal. Es una canción con un cierto aire discotequero que seguro que debió funcionar bien en determinadas fiestas de la época pero que hoy no nos dice demasiado.


“Africa” - Todo lo contrario ocurre con el corte que cierra el disco. En alguna ocasión, pensando en cómo sería la canción pop/rock perfecta, lo más cercano que se nos ocurría era ésta. Y es que “Africa” lo tiene todo, un ritmo cadencioso muy atractivo reforzado por unos teclados que lo llenan todo. Luego el trabajo de los dos vocalistas (Paich en la estrofa y Kimball en el estribillo) es sencillamente perfecto como lo son esas dos partes. El solo de teclado, emulando el timbre de una marimba es inolvidable pero es que toda la canción lo es. Una obra maestra de esas que justifican por sí solas toda una carrera. Curiosamente estuvo a punto de no aparecer en el disco ya que los miembros de la banda pensaban que no encajaba en el mismo e incluso que era una canción más bien tonta. Sólo la insistencia de un directivo de Columbia consiguió que reconsiderasen su postura y el resto, como se suele decir, es historia.




Con “IV”, Toto llegó a las cotas más altas de su popularidad pero también a una pequeña desbandada ya que tanto David Hungate como el cantante Bobby Kimball abandonaron la formación. El resto de los miembros de la banda participaron en la grabación de “Thriller” de Michael Jackson apenas una semana después del lanzamiento de “IV” (Lukather ha llegado a decir en alguna entrevista que “Human Nature” es básicamente una canción de Toto cantada por Jackson). En el momento en que se formó la banda, llegaron a tener la ambición de convertirse en el nuevo grupo capaz de llenar estadios pero justo en el momento en que parecía que podían hacerlo con el éxito masivo de su cuarto disco, la banda decidió no salir de gira inmediatamente. En parte por en trabajo que seguían haciendo como músicos de sesiones como hemos visto en el caso de “Thriller” o en “16” de Chicago pero también por los problemas con las drogas de Kimball que acabó por dejar la formación como decíamos antes. Se probaron distintos vocalistas y parecía que ese no iba a ser un problema insalvable (de hecho, Kimball ni siquiera era el único vocalista de la banda mientras formó parte de ella). Incluso la banda realizó un magnífico soundtrack para la película “Dune” de David Lynch, enteramente instrumental, que se vio lastrado por el relativo fracaso comercial del film. Sea como fuere, Toto nunca repitió el éxito de “IV” en todos estos años, ni siquiera con el regreso de los miembros que dejaron la banda. Pese a ello, este trabajo permanece como uno de los más importantes de su época con un par de canciones que ya son inmortales.

jueves, 20 de mayo de 2021

Wim Mertens - Jeremiades (1995)



Una gran parte de los discos de Wim Mertens obtienen su inspiración de fuentes que revelan el alto nivel cultural del músico belga. Desde la compleja obra de Ezra Pound hasta la del poeta Calímaco pasando por la primera Guerra del Golfo o el cine mudo de principios del S.XX han servido en uno u otro momento como punto de partida de distintas obras de Mertens. Hoy hablaremos de uno de los pocos discos de la etapa más importante del compositor que aún faltaban en el blog: “Jeremiades”, inspirado en las lamentaciones del profeta Jeremías, autor de uno de los libros que componen el antiguo testamento.


Mertens afronta el disco justo después de su ciclo más hermético, “Gave Van Niets”, retomando las grabaciones para piano y voz que tenía un tanto aparcadas desde “Strategie de la Rupture”. El enfoque es bastante distinto del de trabajos anteriores, incluyendo piezas de duraciones muy variadas y con un componente repetitivo en muchos casos nada habitual en la música del pianista flamenco. Cada una de las seis composiciones que integran la obra se corresponde con una letra del alfabeto hebreo pero desconocemos si todas juntas (sería algo así como: יגאמקכ) forman alguna palabra con significado. El disco apareció en 1995 y contaba con una preciosa portada en la que aparece un fragmento del cuadro de Rembrandt, “Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén” en forma de puzzle a medio montar.

El cuadro de Rembrandt que inspira la portada del disco.


“Kaf” - El primer corte es el más extenso y también el más peculiar. Se basa en cuatro compases de piano que se repiten a lo largo de los más de veinte minutos de la pieza sin apenas cambios. Sobre ellos, Mertens improvisa, por un lado, distintas variaciones con el propio piano pero también con su peculiar canto quejumbroso que en esta ocasión viene que ni pintado dado el motivo central del disco. A priori es muy desconcertante ya que la base es siempre igual, sin la evolución típica de las composiciones minimalistas que podemos ver especialmente en Simeon Ten Holt (le citamos por ser el formato de piezas de larga duración para piano su favorito). Incluso hay largos tramos en los que la parte vocal se repite una y otra vez centrada en un mismo motivo pero a pesar de todo ello, la composición no se resiente y tampoco se hace larga.



“Kof” - El segundo corte tiene un esquema con algunos puntos en común con el anterior desde el punto de vista de que ambos parten de una base repetitiva pero en este caso es mucho más alegre y evoluciona de diferente forma. Es un ritmo sincopado, vivaz, casi juguetón que nos acompaña durante unos minutos hasta que aparece la voz de Mertens en su registro habitual. Es una pieza muy interesante aunque termina por parecernos algo obsesiva.


“Mem” - La siguiente composición nos devuelve al estilo más melódico de trabajos como “Strategie de la Rupture” o de las composiciones nuevas del directo “Epic that Never Was” con esas cascadas de notas que surgen como a borbotones pero que juntas terminan por desarrollar una melodía realmente bella, resaltada por la voz de Mertens en una de sus intervenciones más líricas de todo el trabajo. Una preciosidad que consigue transmitir emociones como solo el belga, de entre todos los minimalistas, consigue hacer cuando está inspirado. El cierre lo pone una delicada coda instrumental casi perfecta.


“Alef” - Llegamos a nuestra pieza favorita de todo el trabajo y una de nuestras preferidas de toda la producción para piano de Wim Mertens. Una melodía sencilla y cambiante, melancólica, sutil y llena de matices (hay unas notas que aparecen de vez en cuando que parecen un bajo tocado con una suavidad imposible). No llega a los cinco minutos de duración pero no necesita nada más porque es difícil mejorar lo que escuchamos en ese tiempo.



“Gimel” - Aquí el músico abandona los esquemas repetitivos para ofrecernos una larga composición de estructura progresiva que va creciendo a partir de una exposición inicial algo difusa hasta conformar una verdadera joya en la linea de trabajos como “After Virtue”, sin melodías concretas o, mejor dicho, con muchas melodías que vienen y van sin desarrollarse del todo. Una composición madura al mismo nivel altísimo de todo el trabajo.



“Jod” - El cierre es muy peculiar porque un disco en el que la mayoría de las piezas supera los siete minutos de duración (algunas con mucho) termina con una miniatura de apenas minuto y medio. Es una composición casi anecdótica, del estilo de las que aparecían en el single de 1991 “Hufhuf” acompañanado al tema central del mismo. Una curiosidad de esas a las que Mertens es muy dado de cuando en cuando.


Tenemos la impresión de que “Jeremiades” ha quedado un poco olvidado. Cuando pensamos en obras para piano y voz de Mertens enseguida nos vienen a la cabeza discos como “A Man of No Fortune And With a Name to Come” o el anteriormente citado “After Virtue” pero es raro acordarse en primera instancia de este trabajo que quizá quedó algo ensombrecido por la aparición en los años posteriores de dos de los discos más destacados del músico para el formato de grupo. Pese a todo creemos que aquí se encuentran varias de las mejores piezas para piano de la carrera de Mertens y que, en conjunto, es un disco soberbio que merece la pena conocer.

domingo, 9 de mayo de 2021

Nicolas Horvath - Glassworlds · 6: America



Cuando Nicolas Horvath presentó el primer disco de su serie “Glassworlds” anunció que formaba parte de una colección de cinco volúmenes en los que repasaría la música para piano de Philip Glass organizada de forma temática. Por ello, la dimos por cerrada con la aparición de la compilación titulada “Enlightment” que hacía el número cinco de los lanzamientos pero un tiempo después, el pianista nos sorprendía con un sexto volumen que nos hace dudar acerca de la extensión final de las grabaciones “glassianas” que abarcará finalmente el artista.


Abre las notas del disco el propio pianista recordando una frase que Nadia Boulanger le espetó a Glass durante la etapa formativa de este en París: “el problema que tenéis los americanos es que no tenéis historia”. Parece que ese comentario de la legendaria educadora motivó a Glass para construir una obra en la que la historia de los Estados Unidos estuviera presente de una u otra forma, ya sea en óperas centradas en momentos claves del país o en otro tipo de trabajos cuya inspiración procediera igualmente de alguno de esos hitos. Horvath toma unas cuantas de esas composiciones y las reúne en el sexto CD de la serie “Glassworlds” bajo el título de “América”.

Nadia Boulanger


“Piano Concerto No.2 (after Lewis and Clark)” - La primera obra escogida por Horvath es el segundo concierto para piano de Glass, para el cual el compositor se inspiró en el viaje de Meriwether Lewis y William Clark, los primeros norteamericanos en atravesar el país de este a oeste a principios del S.XIX. Horvath interpreta el arreglo de la obra escrito por Paul Barnes para piano solo, que resulta en una pieza de gran dificultad técnica, en palabras del propio Horvath. La obra original, al margen de la orquesta, cuenta con la importante presencia de la flauta interpretada por el indio navajo R. Carlos Nakai, que es el elemento que más se echa en falta aquí, especialmente en el segundo movimiento, en el que tenía un mayor peso. Pese a todo, no es una adaptación fallida y tiene muchos momentos muy inspirados aunque no termine de funcionar tan bien como lo hace el concierto en su concepción original. Destacamos especialmente el inicio de ese segundo movimiento, con un aire romántico muy marcado que lo sitúa entre las piezas más clasicistas de Glass.




“Three Pieces from Appomattox” - Appomattox fue la localidad en la que el General Lee fimó la rendición de sus tropas ante las de Ulysses S. Grant poniendo fin a la Guerra de Secesión norteamericana en 1865. Glass compuso una ópera en 2007 sobre un libretto de Christopher Hampton. Los tres extractos que aquí aparecen con transcripciones hechas por el propio compositor de sendos fragmentos orquestales de la obra que, a día de hoy, no ha sido publicada en disco. El primero, procedente de la escena cuarta, tiene un comienzo oscuro de desarrollo lento con un ostinato continuo del que surgen puntuales chispazos melódicos. El segundo nace del primer interludio de la ópera y contrasta con el anterior por su ritmo rápido y obsesivo centrado en unas pocas figuras musicales repetidas una y otra vez. El cierre, adaptado del epílogo de la obra, es quizá el más lírico de los tres fragmentos, presidido por un tono melancólico.


“Wichita Vortex Sutra” - Allen Ginsberg fue una de las principales figuras de la Generación Beat, clave en el movimiento antimilitarista norteamericano de los años 50 y 60. Glass le conoció en 1988 en una librería y a partir de entonces realizaron varias colaboraciones como este “Wichita Vortex Sutra”, poema para el que Glass compuso una pieza de piano sobre la que el escritor recitaba el texto. En esta ocasión escuchamos la versión para piano solo que ha sido habitual en el repertorio de concierto del músico de Baltimore en todos estos años.


“Music in Contrary Motion” - Habitualmente interpretada al órgano o por parte de un grupo, la versión para piano solo es rara pero en opinión de Horvath refuerza la expresividad del conjunto. Es una de las obras clave de la primera etapa de Glass, la única puramente minimalista, en sus propias palabras. La versión que escuchamos aquí es algo más rápida que la original y notablemente más corta de lo habitual (apenas 10 minutos cuando las hay superiores a los 25).



“A Secret Solo 2” - Esta es una pieza con historia de la que ni siquiera estamos seguros de que el que aparece aquí sea su verdadero título. En 1978, Glass ofreció un concierto en San José, California, con varias de sus composiciones de la época incluyendo algunos fragmentos de “Einstein on the Beach”. Sin embargo había una larga pieza que muchos pensaron que era improvisada y con la que se abría el concierto. Horvath recupera esa obra, originalmente para sintetizador y otros instrumentos como el violín y la graba aquí por primera vez bajo el título de “A Secret Solo 2” por su similitud temática y estilística con otra de 1977 titulada simplemente “A Secret Solo”.


“Wichita Vortex Sutra (version with narration)” - Florient Azoulay es el narrador del poema en esta versión que rememora la original en la que la voz acompañaba a la música. Esa es la única novedad en una pieza cuya versión imborrable para nosotros es la que contaba con el inconfundible recitado del propio Ginsberg.


El sexto volumen de la serie “Glassworlds” tiene muchos atractivos, como lo tenían los anteriores que, reunidos, nos brindan una excelente colección de lo mejor de la obra para piano del que quizá sea el compositor vivo más popular, con una producción que cada vez se antoja más inabarcable y cuya obra seguiremos revisando por aquí como de costumbre.