miércoles, 30 de marzo de 2022

The Philip Glass Ensemble: A Retrospective (2010)



Una característica particular de muchos compositores minimalistas, que les acerca al mundo del rock o del jazz mucho más que a los músicos de otras corrientes contemporáneas es la creación de una banda más o menos estable con la que desarrollar un repertorio y ofrecer conciertos. Quizá sea la peculiaridad de sus propuestas, que hace difícil a otros intérpretes que no tengan una dedicación casi exclusiva a este tipo de músicas, la que creó la necesidad de formar un grupo a la manera de otros estilos más populares pero lo cierto es que nombres como Steve Reich, Michael Nyman, Wim Mertens o Philip Glass han dispuesto a lo largo de sus carreras de una banda muy reconocible para interpretar su música.


La Philip Glass Ensemble (¿o deberíamos decir él?) ha acompañado al músico casi desde el inicio de su trayectoria artística y ha sido fundamental para desarrollar muchas de sus obras, especialmente en su primera etapa más minimalista. Además, esa compenetración desarrollada con los años les permitió afrontar con éxito trabajos de precisión como ocurría con las giras en las que la música, ejecutada en directo, tenía que ir perfectamente sincronizada son las imágenes de películas como “Koyaanisqatsi”, “Powaqqatsi” o, en el caso más extremo, porque incluía a los cantantes que debían coincidir con los movimientos de la boca de los actores en pantalla, en las representaciones de “La Belle et la Bete” con el fondo de la película de Cocteau.


Durante una larga etapa tras el cambio de siglo, las actuaciones de la Philip Glass Ensemble se centraron en ese tipo de repertorio con soporte visual y por eso, como bien dice Michael Riesman en las notas del disco que comentamos hoy, la posibilidad de dar un concierto como el de Monterrey, sin la exigencia de adaptarse a las imágenes que se proyectaban a la vez era algo refrescante, una vuelta a los orígenes que resultó en una actuación memorable. En sus primeros años de vida, la Philip Glass Ensemble contó con un repertorio específico creado para su configuración instrumental que, básicamente, estaba conformada por teclados eléctricos, instrumentos de viento (preferentemente metales) y voces. Como para el concierto mexicano se incluyeron piezas escritas para orquesta, el propio Michael Riesman tuvo que adaptarlas al formato de la Ensemble, dando como resultado unas versiones nuevas y a la vez, sorprendentemente fieles. En el concierto, la formación estaba integrada por Lisa Bielawa (voces), Jon Gibson (saxo soprano y flauta), Richard Peck (saxos alto y tenor), Mick Rossi (teclados), Andrew Sterman (flautas y saxo soprano) además del propio Riesman y Philip Glass, ambos a los teclados.


La primera sección del concierto hizo un recorrido por la etapa minimalista del compositor comenzando por su “Dance 9” para seguir con los dos primeros segmentos de “Music in Twelve Parts” y culminar con “The Building”, de “Einstein on the Beach” en la que destaca especialmente la interpretación de Richard Peck al saxo tenor. A partir de ahí comienza un recorrido por los clásicos de los ochenta como la excepcional “Façades” del disco “Glassworks”, “The Grid”, de la banda sonora de “Koyaanisqatsi”, el segundo acto de “The Photographer” y “Mosque/Temple” del “score” de “Powaqqatsi”. La parte final se adentra en los terrenos más clasicistas con el tercer movimiento de la “Low Symphony”, que estrenó en su día el ciclo sinfónico de Glass que, a día de hoy, ha llegado ya a la decimocuarta entrega. Tras él llega “Funeral” de la ópera “Akhnaten” para cerrar, ya de vuelta a “Einstein on the Beach” y su “Spaceship”.


Si nuestra memoria no nos falla, la primera vez que asistimos a un concierto de la Philip Glass Ensemble fue poco antes del concierto que se recoge en esta retrospectiva y con un repertorio similar (en aquella ocasión sonaron también partes de su entonces inédita ópera “Monsters of Grace”). Aquella fue una experiencia memorable que nos demostró, además, que las partes más áridas del repertorio del músico norteamericano no lo eran tanto y que, tomadas en píldoras breves como aquí ocurre, un público generalista puede disfrutarlas tanto como el resto del repertorio “glassiano”. Es por ello que creemos que este “The Philip Glass Ensemble: A Retrospective”, cuyo título habíamos olvidado mencionar antes, es una puerta de entrada muy completa hacia la obra de Glass que facilita una imagen muy fiel de buena parte de su obra. Aunque el doble CD apareció en 2010, es importante señalar que el concierto tuvo lugar varios años antes, en 2004 y que antes de aparecer en formato físico estuvo disponible bajo otro título y solo en versión digital para descarga en iTunes.



miércoles, 23 de marzo de 2022

David Lanz - Nightfall (1985)



Regresamos hoy a los años dorados de la música “new age” norteamericana para hablar de un clásico del género. Uno de los discos más importantes a cargo de uno de los artistas más representativos y grabado en uno de los sellos más grandes del estilo. Hablamos, en orden inverso, de Narada, de David Lanz y de su segundo disco: “Nightfall”. No a aparecido demasiado por aquí el sello Narada y nos sorprende porque en su momento llegó a juntar una nómina de artistas impresionante en la que figuraban muchas de las figuras de la música denominada “New Age” como David Arkenstone, Friedemann, Peter Buffett o el propio Lanz. Incluso el gran Hans Zimmer publicó su banda sonora para la serie “Millenium” en la división Cinema de Narada cuando aún no era la superestrella que es hoy.


Sin duda, David Lanz fue uno de los músicos más importantes de aquella etapa  y también uno de los más versátiles ya que combinaba trabajos para piano solo con otros acompañado de sintetizadores y guitarras eléctrica e, incluso, piezas orquestales. Su estilo, muy melódico, hacía de su música algo muy fácil de asimilar pero, al contrario de lo que ocurrió con muchos de sus contemporáneos, la mayor parte de su obra ha aguantado muy bien el paso del tiempo. Su primer disco, “Heartsounds” fue un gran éxito, siempre para los parámetros de su género y su época y eso animó mucho a Lanz, quien en 1985 publicó hasta tres discos: dos en colaboración con otros artistas (con Paul Speer uno y con Michael Jones el otro) y otro más en solitario que es el que nos ocupa hoy. Comenta el autor que la composición de “Nightfall” coincidió con los meses en los que empezaba su relación con la que poco después sería su esposa y eso influyó en el toque romántico del álbum. Alicia (la futura señora Lanz) fue, de hecho, la que puso el título a muchas de las piezas del disco, grabado exclusivamente al piano.


David Lanz en una imagen de la época del disco.


“Leaves on the Seine” - Abre el disco una pieza lenta que comienza como si fuera una canción de cuna, con una melodía lenta y pegadiza que se repite un par de veces con ligeras variaciones hasta llegar al interludio, más animado con un precioso uso de la nota pedal. La segunda parte de la pieza calca el esquema de la primera para completar una de las mejores composiciones de Lanz.




“Nighfall” - El tema que da título al trabajo tiene un ligero aire impresionista, probablemente buscado por el músico en todo el disco. No en vano, varios de los títulos tienen referencias francesas. Por lo demás, es el clásico tema de piano tan habitual en la “new age” de los ochenta, una época en la gente como George Winston, Michael Jones o el propio Lanz gozaron de una gran popularidad con este tipo de propuestas.


“Faces of the Forest” - Quizá estemos ante nuestra composición favorita del disco y también una de las mejores de su autor. Es un tema de largo desarrollo (prácticamente son 10 minutos de duración). El comienzo es rápido con una melodía que va creciendo lentamente sobre un prolongado ostinato. Este esquema se va a repetir varias veces en la pieza separado por interludios en los que Lanz cambia de ritmo para ofrecernos una motivo precioso que en cada repetición añade nuevos elementos que lo dotan de mayor complejidad. Una composición, en suma, poco convencional y que no se queda en el típico tema amable de tres minutos y medio de duración y consumo rápido.




“Courage of the Wind” - El siguiente corte es decididamente romántico y, además, en su melodía encontramos breves retazos que nos hacen verla como el germen de “Christofori's Dream”, quizá la composición más conocida de Lanz que vería la luz años más tarde en el disco homónimo. No es la mejor pieza del disco pero siempre la hemos visto con simpatía al considerarla una especie de boceto de la obra maestra del músico.


“Water from the Moon” - Otro claro ejemplo de música para piano en la onda “new age”. Similar, por ejemplo, a lo que Suzanne Ciani haría en esta época, cuando se alejó de la electrónica más vanguardista y se acercó al público más mayoritario con sus discos en Private Music.


“Song for Monet” - Para el cierre regresamos a los largos desarrollos con un tema que va creciendo poco a poco a partir de un comienzo muy sencillo. Vuelve Lanz al esquema de tema y variaciones que tan bien le funciona para ofrecernos un corte agradable, reflexivo en algún momento aunque sin demasiadas complejidades, como era la música de los grandes sellos americanos del género en aquellos años.




Hay una cosa curiosa con David Lanz que él mismo se encargaba de destacar cada vez que tenía la ocasión y es que, aunque había artistas que vendían más discos que él, sus libros de partituras no tenían rival en los de otros músicos. Por así decirlo, es un compositor al que no solo gustaba escuchar sino también emular interpretando sus piezas y eso habla, en su caso, de un creador sencillo pero que supo llegar a la gente hasta el punto de querer ejecutar ellos mismos su música, cosa que es tan habitual, ni siquiera dentro de un estilo como el suyo, alejado del virtuosismo y la floritura. Dejamos aquí nuestra recomendación de hoy para introducirse en la música de Lanz, que volveremos a tener en el blog más adelante.

domingo, 13 de marzo de 2022

Leonard Cohen - Various Positions (1984)



Hay muchos artistas que han sido mencionados en el blog en algún momento pero a los que aún no hemos dedicado una entrada en todos estos años. Hoy tachamos de esa lista a uno de ellos: Leonard Cohen. La suya es una carrera fascinante que comenzó al margen de la música ya que el canadiense era, fundamentalmente, un escritor que, de hecho, había publicado ya cinco poemarios antes de grabar su primer disco. De hecho, en su faceta musical encontramos largos descansos que aprovechaba para continuar escribiendo poemas y novelas.


A mediados de los sesenta fue cuando Cohen probó fortuna como cantautor ante la poca repercusión de sus poemas y fue precisamente uno de ellos, que ni siquiera estaba pensado como canción, el que llamó la atención del mundo. Hablamos de “Suzanne”, que ya acompañado de música se convirtió en un relativo éxito cuando Judy Collins incluyó una versión en su disco “In My Life”. Meses después, Cohen la grabaría para su disco de debut, uno de esos trabajos que ganan con los años un reconocimiento mucho mayor que el que tuvieron en el momento de su publicación. Nosotros vamos a dar un salto y a dejar atrás una primera etapa de su carrera que situamos en el periodo 1967-1979 y tras la cual, el cantante hizo un parón de varios años, roto en 1984 con la publicación de “Various Positions”.


En ese tiempo, Cohen se dedicó a escribir y a visitar a sus hijos, que en aquel entonces vivían en Francia. Entre unas cosas y otras fue naciendo su poemario “The Book of Mercy” y el disco que acabamos de mencionar, en el que se aprecian varios cambios importantes. Por una parte, la presencia de Jennifer Warnes (la cantante del tema central de “Oficial y Caballero” junto con Joe Cocker o más tarde del de “Dirty Dancing” con Bill Medley). Parecía una vocalista que se estaba especializando en duetos con cantantes masculinos y ese iba a ser prácticamente su rol aquí. Jennifer, en todo caso, ya había formado parte de los coros del disco anterior de Cohen. Por otra, el sonido del disco se expande con arreglos de cuerdas y, sobre todo, la aparición de instrumentos electrónicos que a partir de entonces serían ya habituales en los discos del artista. Junto a Cohen y Warnes participan en el disco, John Lissauer como arreglista y teclista, Sid McGinnis (guitarra), John Crowder (bajo) y Richard Crooks (batería).


Leonard Cohen con Jennifer Warnes


“Dance Me To the End of Love” - La primera canción del disco pasó inmediatamente al repertorio de Cohen en directo y se quedó ahí prácticamente durante el resto de su carrera. Es una canción extraña con un ritmo que recuerda al sirtaki griego y con unos arreglos electrónicos que hoy suenan tremendamente anticuados pero que, pese a todo, funcionan bien. La aportación de Jennifer Warnes como segunda voz es fantástica y se revela enseguida como el gran hallazgo del trabajo. Los coros, que parecen sacados de cualquier canción francesa de los sesenta tampoco han envejecido de la mejor forma pero su efecto no pasa de sacarnos una sonrisa condescendiente.




“Coming Back To You” - Tras el inicio escuchamos una balada con un cierto toque country que aparecería más claramente en muchos otros momentos del disco. Lo más interesante son los arreglos de piano y guitarra que mezclan muy bien con la profunda voz de Cohen pero no es una canción especialmente memorable.


“The Law” - Ocurre lo contrario con el siguiente corte, mucho más moderno en su enfoque, con un gran uso de los coros y unos arreglos de sintetizador absolutamente innovadores en la carrera de Cohen que hasta este momento era el clásico cantautor de voz, guitarra y pocos elementos más. De no ser porque aún falta por venir uno de los grandes himnos del canadiense, bien podría ser nuestra canción favorita del disco.


“Night Comes On” - Con esta canción volvemos a los conceptos de la anterior “Coming Back to You” pero mucho más trabajados. De nuevo el dúo con Warnes es fantástico y melódicamente estamos ante una pieza que está varios escalones por encima de aquella. Un delicioso vals que no nos cansamos de escuchar una y otra vez.


“Hallelujah” - Es difícil decir algo que no se haya dicho ya de esta joya que es, quizá con “Suzanne”, la canción insignia de todo el repertorio de Cohen aunque, curiosamente, alcanzó mayor difusión en grabaciones ajenas, especialmente en la versión que grabó John Cale en 1991 y en la de Jeff Buckley de unos años más tarde. La versión original de Leonard Cohen peca quizá de recargada con demasiados elementos que pueden distraer como el coro que la acerca al gospel cuando versiones mucho más descargadas de instrumentación han demostrado funcionar mejor. Con todo, es una canción imprescindible que no falta en los listados de los mejores temas de la historia, no solo de Cohen sino del pop/rock en general.




“The Captain” - Se nos ocurren pocas canciones más anticlimáticas que esta, ubicada en este preciso momento del disco. Tras “Hallelujah” podríamos esperarnos cualquier cosa menos un tema “country” de aire paródico (“I risked my life but not to hear some country-western song” reza uno de sus versos). En cualquier otro momento, este tema nos podría haber parecido hasta simpático pero aquí no pasa de una broma sin demasiada gracia.


“Hunter's Lullaby” - Afortunadamente el disco vuelve a subir el nivel con esta balada disfrazada de canción de cuna y mucho más inspirada en todos los sentidos. A nuestro juicio, una de las mejores canciones del disco.


“Heart With No Companion” - Cohen se muestra extrañamente contumaz y vuelve al country con este tiempo medio que, siendo más interesante que la anterior “The Captain” no termina de gustarnos demasiado.


“If It Be Your Will” - Sin embargo, Cohen tuvo el buen gusto de dejar para el final otra joya cantada a dúo con Jennifer Warnes. Una verdadera preciosidad en forma de balada de esas que nos dejan con la sensibilidad a flor de piel. Por momentos tiene un cierto aire a vieja canción irlandesa, lo que no dejaría de tener relación con el country que ya hemos escuchado en el disco pero aquí no le podemos poner ni un solo pero.




En realidad, y pese a contener dos de las canciones más recordadas de Cohen, “Various Positions” fue solo la antesala de su gran éxito mundial que llegaría con el siguiente trabajo varios años después. Lo interesante de este trabajo es que aquí se ven los primeros pasos en esa nueva dirección en forma de arreglos de sintetizador (que en el próximo disco serían ya fundamentales) y el apoyo vocal en una voz femenina o en un coro, opciones ambas que adornan y complementan muy bien la profunda y particular voz de Leonard Cohen. Solo por la presencia de “Hallelujah”, este disco es imprescindible entre los del artista canadiense pero no estará de más en ninguna discoteca que pretenda presumir de completa. Os dejamos con la que quizá sea la mejor versión de la canción a cargo de Jeff Buckley: