Un lugar donde hablar de música y compartir opiniones con el único ánimo de ampliar gustos musicales y, acaso, descubrir nuevos artistas al eventual lector.
La música
de Arvo Pärt se encuentra entre las más populares y también entre
las más interesantes de nuestro tiempo y buena parte del mérito se
la debemos al empeño de Manfred Eicher, fundador del sello ECM y una
de las personas que mayor interés se tomó en la difusión de la
obra del compositor estonio. En 1984, Eicher inauguraba la división
“ECM New Series” de su sello en la que iba a lanzar trabajos
relacionados con lo que podríamos llamar música culta, para
diferenciarse de la rama principal de la compañía, más centrada en
el “jazz” contemporáneo. El primer disco publicado en el nuevo
sub-sello fue “Tabula Rasa” de Arvo Pärt tras el cual Eicher y
el compositor asentaron una relación que llevó a que la mayor parte
de los estrenos de Pärt verían la luz en ECM, algo que se ha venido
manteniendo hasta nuestros días.
En 1996
apareció “Litany”, un disco que recogía tres obras recientes en
aquel momento (siendo estrictos, dos obras recientes y un arreglo de
otra pieza antigua). Participan en él la Hilliard Ensemble integrada
por David James (contratenor), Rogers Covey-Crump (tenor), John
Potter (tenor) y Gordon Jones (bajo), la Tallin Chamber Orchestra y
el Estonian Philharmonic Chamber Choir dirigidos ambos por Tönu
Kaljuste, interviniendo todos en la pieza central que dá título al
disco. Las dos obras e complemento son ejecutadas por la Lithuanian
Chamber Orchestra con Saulius Sondeckis a la batuta.
Arvo Pärt junto a Paul Hillier
“Litany”
- Encargo del Oregon Bach Festival, esta pieza para coro, orquesta de
cámara y solistas se estrenó en 1994 y ocupa la parte principal del
disco. Las voces comienzan a sonar surgiendo de lo más profundo y
nos remiten a Perotin o Tomás Luis de Victoria, referencias,
especialmente la primera, muy presentes en la música coral de Pärt.
Cuerdas y coro emergen también poco a poco y todo sucede de un modo
extremadamente pausado, algo que requiere del oyente toda la atención
posible para disfrutar de los matices de la partitura en su justa
medida. Sólo las campanas tubulares y los metales se salen en algún
instante de la línea de extrema pausa pero sólo para volver a
quedar ocultas poco después hasta que, con una breve fanfarria
asistimos al primer cambio importante de la obra que pasa a estar
dominada por la orquesta en pleno y los coros, mucho más potentes
ahora que en los minutos iniciales. El ecuador de la obra lo marcan
los timbales que presentan de nuevo al coro, ahora junto con las
cuerdas en un discurso muy contemporáneo que nos reconcilia con el
mejor Pärt. El resto de la obra es un precioso “in crescendo”
que nos recuerda la intensidad de su “Cantus” en recuerdo de
Benjamin Britten, una de las composiciones más emocionantes del
repertorio del compositor estonio.
“Psalom”
- Revisión de 1995 de la composición de 1984. Siempre nos ha
encantado la música del Pärt estrictamente instrumental y esta
breve composición sigue la tradición de piezas como “Summa” (en
su versión para cuerdas). Con un material muy escueto, el compositor
construye una obra de gran belleza en la que demuestra que muchas
veces, en música, menos es más.
“Trisagion”
- Cierra la colección esta pieza orquestal de 1992 revisada en 1995
de cara a esta grabación. Se trata de una obra con muchos puntos en
común con la anterior aunque su duración sea más o menos el doble.
Pärt maneja las cuerdas con templanza en la primera parte de la
composición para redoblar su intensidad en la segunda en la que
reconocemos al autor del “Collage über B-A-C-H”. Un magnífico
ejemplo de la obra de Pärt que, no en vano, ha sido incluido en la
reciente recopilación de lo mejor de su obra, aparecida en ECM bajo
el título de “Musica Selecta”.
No es fácil
para un compositor contemporáneo superar las barreras del círculo
de la música “culta” y hacer que su obra sea conocida por parte
de un público más general. Más complicado, si cabe, se nos antoja
cuando hablamos de un músico profundamente religioso y cuya obra
está muy relacionada con su fe. Sin embargo, Arvo Pärt lo ha
conseguido de forma notable y su música llega hasta nosotros en las
formas más diversas, incluida su presencia en multitud de bandas
sonoras de películas de todo tipo, desde “Las Invasiones Bárbaras”
hasta “Pozos de Ambición” pasando por auténticos “blockbusters”
como la última entrega de “Los Vengadores”. En el blog siempre
le guardaremos un lugar muy destacado entre nuestros compositores
predilectos y no dejaremos de recomendar su obra.
En el año
1993, Vangelis se encontraba a medio camino entre dos de sus
proyectos más reconocidos a nivel popular y también por parte de la
crítica musical. Aún saboreaba las mieles del éxito de una de sus
bandas sonoras más aclamadas, la de la película de Ridley Scott
“1492, Conquest of Paradise” y preparaba ya el lanzamiento más
esperado de su larga carrera: la edición, por fín tras tantos años,
de la música de “Blade Runner”.
Cualquiera
pensaría que todo el tiempo del compositor estaría dedicado a ese
esfuerzo pero no era así. Es conocido el desdén de Vangelis por
todo lo relacionado con el mundo discográfico así como su escaso
interés por publicar su música. El griego, sin embargo, vive
dedicado a ella al 100% y la cantidad de obras grabadas de las que
dispone en sus archivos supera con creces a las que han sido
publicadas en algún momento. No obstante, de vez en cuando acepta
algún proyecto que supone cierta exposición pública a pesar de ser
bastante reacio, por norma, a ese tipo de situaciones. Eso fue lo que
ocurrió en 1993 cuando recibió la propuesta de realizar un
concierto benéfico en el Odeon de Herodes Atticus, en plena
Acrópolis ateniense. Desde que en 1988 concibió el sistema “direct”
mediante el cual, Vangelis podía grabar de forma inmediata cualquier
idea que le pasara por la cabeza, su forma de concebir la composición
musical cambió hasta el punto de que prácticamente toda su obra
desde entonces está basada en la improvisación. No es de extrañar
entonces que, como él mismo indica, compusiera “Mythodea” en
apenas una hora. La obra, cuyo título juego con los conceptos de
“mito” y “oda” sería interpretada por el propio Vangelis
acompañado de dos arpistas, dos cantantes, un coro y una sección de
percusión el 13 de julio de 1993.
La obra
quedó como una más de una larga serie de composiciones del autor
que han sido interpretadas en alguna ocasión sin llegar a ser
publicadas nunca en forma de disco como la música de “Frankenstein”
para ballet o el oratorio “Antígona” y ahí seguiría de no ser
por el interés mostrado en ella por Peter Gelb. El actual director
de la Metropolitan Opera de Nueva York era por aquel entonces el
presidente de Sony Classical Records, sello al que quiso dar un giro
a partir de su nombramiento en 1995 mediante la publicación de una
serie de obras ajenas al repertorio estrictamente clásico además de
estimular el lanzamiento de trabajos en los que estrellas de la
clásica y el pop compartían repertorios de ambos mundos. En el año
2000, Sony Classical añadió a su nómina de artistas a Vangelis y,
para su debut, el músico griego le envió una serie de grabaciones
entre las que se encontraba el concierto de presentación de
“Mythodea” de 1993. Gelb decidió que esa sería la obra escogida
y preparó con el compositor una nueva versión en la que
participaría una gran orquesta además de algunas voces de renombre
del catálogo de Sony.
Como parte
de la campaña promocional del disco, Gelb alcanzó un acuerdo con la
NASA mediante el cual “Mythodea” sería la música oficial de la
misión de la Mars Odyssey en 2001. Todo ello culminaría con un
nuevo concierto de presentación de la obra en su nueva versión
expandida con algunos pasajes musicales nuevos además de la
participación de la orquesta. Los arreglos fueron realizados por
Blake Neely, quien ha realizado tareas similares para otros
compositores como Hans Zimmer o James Newton Howard. Además de la
London Metropolitan Orchestra, el Coro de la Ópera Nacional de
Grecia y de dos grupos de percusión griegos, en el disco
participarían dos de las estrellas del sello Sony Classical en aquel
entonces: las sopranos Kathleen Battle y Jessye Norman. El disco fue
terminado y poco después tuvo lugar el concierto de estreno en el
Templo de Zeus Olímpico, cercano a la Plaza Syntagma y estuvo
rodeado de cierta polémica por el dinero invertido y el uso de
monumentos históricos para fines particulares.
Imagen del concierto de 2001.
“Introduction”
- Comienza el trabajo con un prólogo atmosférico de lento
desarrollo en el que se suceden sonidos electrónicos sin llegar a
tomar forma. Llega a hacerse demasiado largo y nos parece del todo
prescindible.
“Movement
1” - No hemos escuchado nunca la versión original de 1993 de la
obra pero sabiendo que hubo añadidos de cara a su publicación en
este disco, queremos pensar que el primer movimiento de la obra de
2001 fue uno de ellos. ¿La razón? el trabajo original no tenía
ninguna relación con el espacio y mucho menos aún con el planeta
Marte. Sin embargo, el ritmo de esta pieza nos parece un guiño nada
casual al “Mars” de Gustav Holst, perteneciente a su célebre
obra “The Planets”. Sobre ese fondo bélico escuchamos los
inconfundibles sintetizadores del compositor griego dibujando un
paisaje épico a más no poder con un magnífico duelo entre las
secciones masculina y femenina del coro, en la linea de los mejores
momentos de obras como “Heaven and Hell”, “Mask” o la más
reciente “1492, Conquest of Paradise”. Las cuerdas, por su parte,
apuntan más hacia el citado “Mask” que a cualquiera de los otros
ejemplos. Un comienzo sensacional que recupera al mejor Vangelis y
que está muy por encima, en nuestra opinión, de cualquier otra cosa
publicada por el músico en todos aquellos años en discos como
“Voices” u “Oceanic”.
“Movement
2” - La solemnidad de las percusiones abre el siguiente tema,
repentinamente reflexivo y con una imponente presencia del coro
masculino que interpreta una melodía de influencia bizantina.
Escuchando el disco en 2001, cualquier oyente se remitiría a “El
Greco”, publicado en 1998 pero escrito más tarde que Mythodea (las
primeras versiones de ambas obras son de 1995 y 1993
respectivamente). La pieza se vuelve contemplativa por momentos pero
siempre hay sitio para esos espectaculares “in crescendo” del
compositor griego que terminan erizando el vello al más pintado.
“Movement
3” - La mirada hacia la música tradicional griega se completa con
este tercer movimiento en el que la electrónica de Vangelis se
disfraza de psalterios y cítaras para interpretar una melodía de
gran belleza y sabor antiguo. Intervienen por primera vez las dos
sopranos invitadas junto con las arpistas para crear un momento
maravilloso y lleno de sensibilidad.
“Movement
4” - Una flauta sintética marca el comienzo de la siguiente
sección que es también la más extensa de todo el trabajo. De nuevo
las voces de Kathleen Battle y Jessye Norman se baten en un duetto
muy inspirado con el coro y los sintetizadores (ahora sí) como
testigos privilegiados. La orquesta conduce la acción de un modo
casi inapreciable hasta la segunda aparición de la flauta, esta vez
como transición hacia un fragmento muy diferente, menos brillante al
que pone fin ¿quién si no? la flauta de nuevo que nos hace
transitar hacia otra sección coral con las arpas siempre presentes y
unas cuerdas que son reflejo del Vangelis más popular, el de
“Chariots of Fire”. Evoluciona muy rápido entonces la pieza
hacia un momento de mayor intensidad y brillantez sinfónica; uno de
los instantes más logrados del disco que culmina en un largo pasaje
de percusiones que hacen temblar toda la escena.
“Movement
5” - La orquesta toma el relevo de los sintetizadores para
proporcionar a Jessye Norman la oportunidad de ejecutar lo que
podríamos llamar un “aria” muy contenida y con momentos de gran
delicadeza antes de verse “sepultada” por el coro de camino a un
fragmento tremendamente poderoso con los timbales marcando un ritmo
constante y el coro retando a la cantante a darlo todo en rotundas
notas agudas ejecutadas a la perfección. Un lamento emotivo que, a
nuestro juicio, deja pequeños intentos anteriores del músico por
hacer algo similar (pensamos en “Glorianna” del disco “Direct”,
por ejemplo).
“Movement
6” - El sexto movimiento de la obra comienza con sonidos familiares
al oído del seguidor de Vangelis, son timbres y atmósferas propias
de bandas sonoras como “Antarctica” o “The Bounty” que
desembocan en una nueva canción que vuelve a traer a nuestra memoria
el tema anteriormente citado de “Direct”. El coro entona una
melodía que se encuentra entre las mejores del disco aunque su corta
duración hace que no se la aprecie convenientemente hasta que no se
le han dado unas cuantas escuchas al trabajo.
“Movement
7” - Tras el momento más intimista, Vangelis vuelve a terrenos
grandilocuentes en los que se alterna la emoción y la contención
cuando esperamos un desenlace poderoso que no termina de llegar. Se
diría que estamos en una serie de movimientos cuyo único fin es el
de llevarnos hacia un final glorioso. Escuchamos aquí claramente lo
mejor del Vangelis sinfónico de “Heaven and Hell” y la larga
“suite” de la “cara b” de “Chariots of Fire” pero siempre
encaminado a lo que vendrá después: al gran momento de la obra.
“Movement
8” - Flautas, percusiones y alguna voz abren esta nueva transición
que bien podría formar parte del corte anterior, dadas sus
similitudes formales. Un pequeño receso nos regala algún apunte de
melodía que no tardaremos mucho en escuchar desarrollada y
convertida en la joya de la corona, la culminación de “Mythodea”
que llega en el penúltimo movimiento.
“Movement
9” - No puedes tener a dos divas como Kathleen Battle y Jessye
Norman a tu disposición sin aprovecharlas para que interpreten un
pasaje a su altura y Vangelis, acostumbrado a tratar con otras
grandes de la ópera como Montserrat Caballé, no decepciona y
escribe (es un decir, siendo el griego un músico que ignora los
rudimentos del solfeo) un duetto memorable, una melodía gloriosa que
justifica sobradamente todo lo demás.
“Movement
10” - Después de la belleza incomparable del movimiento anterior,
no se nos ocurre una forma adecuada de poner fin a “Mythodea”.
Por ello, el recurso de retomar el rotundo tema del primer movimiento
parece acertado. Con su nada velada referencia a Holst, además,
cierra el trabajo recordando la misión a Marte de la NASA que sirvió
como excusa para el espectáculo.
Somos
conscientes de que muchos aficionados a la música de Vangelis se
muestran desconcertados cuando no directamente descontentos con la
faceta, llamemosle clásica, que el compositor comienza a explorar a
mediados de los noventa con trabajos en los que los sintetizadores
son un instrumento más y no los protagonistas absolutos de la
música. Ese Vangelis alejado de secuenciadores y cajas de ritmos y,
a decir de muchos, pretencioso, que trata de ocupar un lugar del que
no es digno, nos parece, sin embargo, fascinante. Diríamos más aún:
creemos que es el camino más acertado para un músico que se ha
situado voluntariamente al margen del mercado y del que sospechamos
que guarda muchas obras de estas características en sus estudios de
las que nunca sabremos nada. A sabiendas de que no es una opinión
general, proclamamos nuestra admiración por el Vangelis de “El
Greco” y “Mythodea” por encima de cualquier otra obra que
hayamos escuchado del músico en los últimos 25 años. En todo caso,
nunca está de más revisar esta obra de vez en cuando.
Nos despedimos con un fragmento del cuarto movimiento de la obra extraído del concierto de 2001:
La historia
de la música es abundante en sagas familiares, en apellidos que
aparecen una y otra vez procedentes de árboles genealógicos
comunes. Hoy traemos al blog a un miembro de una de esas dinastías:
el holandés Hendrik Andriessen. Su padre, Nicolaas, fue organista y
su hermano Willem, pianista. Lejos de terminar con él la vinculación
musical de su apellido, sus hijos Jurriaan y Louis son también
compositores y su hija Heleen, flautista.
Nuestro
primer interés por un miembro de la familia recayó en Louis,
compositor de corte minimalista cuya obra aparecerá por aquí en
algún momento. Fue buscando algunas cosas suyas que dimos con el
disco que hoy tenemos aquí, publicado recientemente por Brilliant
Classics, en el que se recogen varias composiciones para órgano de
Hendrik. Profundamente religioso, Hendrik tardó en entrar en el
conservatorio (lo hizo a los 22 años) pero antes de eso ya había
aprendido a tocar el piano y el órgano asistiendo a clases privadas
con el organista titular de la ciudad de Haarlem en su etapa como
redactor de un periódico católico local.
La
conjunción de su fé y de su devoción por el órgano, ayudadas
quizá por el tardío acercamiento a la educación musical “formal”
hicieron que Hendrik desarrollase una gran capacidad de improvisación
que le granjeó cierta fama en la época (comenta su hijo Louis en
las notas del disco que incluso los fieles protestantes de las
congregaciones locales asistían a los oficios de la catedral sólo
para escucharle tocar). Su obra, sin embargo, no se circunscribe al
órgano ni mucho menos y abarca un gran número de piezas
orquestales, incluyendo cinco sinfonías, música de cámara y coral
e incluso dos óperas. Su catolicismo hizo también que se interesase
mucho más por la música francesa que por la alemana (solía
criticar amargamente el romanticismo alemán) y llegó a trabar
amistad con Marcel Dupré o Milhaud. También escribió un extenso
ensayo sobre la obra de Cesar Frank. Durante la ocupación nazi, su
rechazo hacia el régimen le valió ser vetado y la exclusión de sus
obras de cualquier programa de conciertos aunque tras el final de la
Segunda Guerra Mundial se convirtió en una figura importante en la
cultura holandesa llegando a dirigir el Real Conservatorio de La
Haya.
En el disco
escuchamos la interpretación de Benjamin Saunders en el órgano de
la Catedral de Leeds de varias piezas, entre ellas las “Cuatro
Corales”, que, aunque escritas en diferentes épocas, conforman,
quizá, la obra más relevante del repertorio de Hendrik, fallecido
en 1981 a los 89 años de edad. El instrumento, restaurado en 2009,
ofrece un sonido impresionante y es protagonista ya de varias
grabaciones en los sellos Brilliant, Herald o Harmonia Mundi (con
Saunders siempre al frente).
El compositor Hendrik Andriessen
“Premier
Choral” - Escrita en 1913, a decir de los expertos debe mucho a la
influencia de Cesar Frank. El sonido es siempre majestuoso, alejado
de cualquier virtuosismo superfluo y muy acorde con la idea de su
compositor de utilizar una gran órgano ubicado en un lugar dotado de
una acústica igualmente amplia.
“Sonata
da Chiesa” - La siguiente pieza está fechada en 1927 y se
estructura bajo la forma clásica de tema y variaciones explotando en
cada una de las seis la espectacular gama cromática del órgano de
la Catedral de Leeds. El motivo central tiene alguna reminiscencia de
“La Folia”, melodía recurrente en compositores de todas las épocas.
“Deuxième
Choral” - La segunda coral data de 1916 aunque el propio autor hizo
una revisión en 1965. De nuevo la influencia de Frank es notable en
esta obra que, vista casi cien años más tarde de su creación, nos
suena muy contemporánea, muy “cinematográfica” a falta de
mejores palabras para describirla. La marcha con la que se cierra la
coral es verdaderamente emocionante.
“A Quiet
Introduction” - Según las notas que acompañan al disco, se trata
de la última obra para órgano escrita por Andriessen. Se publicó
en 1970 y encierra una melodía realmente bella dentro de un
entramado lleno de sutileza en el que se explora el potencial
introspectivo del que quizá sea el instrumento más grandilocuente
del repertorio clásico.
“Troisième
Choral” - La tercera coral, completada en 1920 refleja ya un estilo
más personal abandonando las influencias de las dos primeras.
Contrasta especialmente con la pieza que la precede en el programa
por su tremendo despliegue de energía, capaz de dejar al oyente
petrificado desde el comienzo hasta el final de la misma.
“Offertorium”
- Una de las pocas composiciones de Andriessen especialmente escritas
para acompañar la liturgia católica. Escrita en 1962, huye de toda
espectacularidad para dotar de solemnidad al ofertorio, parte central
en la misa previa a la eucaristía.
“Quatriéme
Choral” - Apenas un año después de la anterior, completó
Andriessen el ciclo de cuatro corales aunque ésta cuarta también
fue revisada tres décadas después, en 1951. Formalmente la tercera
y la cuarta de las corales tienen una gran similitud entre sí lo que
las hace especialmente aptas para su interpretación conjunta.
“Theme
and Variations” - Cierra el disco una obra de 1949 que es una de
las más interpretadas de su autor junto con las corales. Está
dedicada a la organista Susi Jeans quien invitó en aquel entonces a
Andriessen a Inglaterra para presentar su música.
No solemos
mirar tan atrás en el tiempo a la hora de hablar de compositores en
el blog, salvo para aquellos cuya influencia ha sido capital en el
devenir de la música en las décadas más recientes. La excepción
de hoy viene motivada por el parentesco de Hendrik con Louis
Andriessen además de por el valor de la obra en sí, de gran
belleza. El hecho de que la grabación pertenezca al sello Brilliant
Classics, lo que supone un precio accesible a cualquier persona, es
una razón más para recomendar a un compositor poco conocido fuera
de su país pero con mucho que ofrecer.
Sally
Patricia O. es una artista irlandesa nacida en el seno de una familia
católica con la que pronto se trasladó a la localidad inglesa de
Reading estableciéndose allí junto con sus hermanos Michael Gordon y
Terence. En principio sus intereses se centraron en la danza en la
que destacó hasta el punto de ganar varios premios. Estudió también
piano y canto lo que iba a servirle de mucho en su carrera posterior.
Su formación se completa con estudios de literatura inglesa y
filosofía, algo que parecía que iba a dirigir sus pasos en los
próximos años pero durante su etapa escolar hizo amistad con
Marianne Faithful, lo cual iba a ser de gran importancia. Marianne,
perteneciente a una influyente familia inglesa, fue conocida por su
faceta de cantautora en los años sesenta y setenta pero, quizá más
aún, lo fue por sus relaciones con distintas estrellas del rock,
especialmente con Mick Jagger.
Gracias a
esa relación, Sally pudo asistir a distintas sesiones de grabación
de los más importantes artistas de la época estableciendo contactos
que le permitieron grabar algunas maquetas hasta llegar al disco que
comentamos hoy: un dúo con su hermano Michael, de apenas 15 años
entonces, en el que contaron con la ayuda de músicos de Pentangle,
la banda de folk liderada por John Renbourn.
A pesar de
las ilustres compañías que frecuentaba Sally, el disco de
Sallyangie, que es el nombre que adoptó el dúo, estaba compuesto en
su integridad por los dos hermanos. Se trataba de una colección de
canciones de aire “folkie”, con tintes “hippies” que se
reflejaban también en la forma de vestir de ambos artistas,
especialmente de la hermana mayor. El trabajo llevó el título de
“Children of the Sun” y pasó desapercibido en su momento, algo
comprensible porque su interés, tomado por sí solo, es bastante
limitado. Con el tiempo, el disco fue reeditado con una importante
novedad que consistía en varias “demos” grabadas por el joven
Michael a la guitarra acompañadas por algunos singles del propio
disco. Junto a los hermanos, que cantan y tocan la guitarra,
intervienen en “Children of the Sun” el miembro de Pentangle,
Terry Cox (percusión) y el músico de sesiones del sello
Transatlantic, Ray Warleigh (flauta). David Palmer, quien años más
tarde sería miembro de Jethro Tull, se encarga de los arreglos de
cuerda que suenan en algunas piezas.
The Sallyangie. ¿Reconocéis a alguien?
El disco
comienza con la inocencia extrema de “Strangers” en la que la voz
de Sally, aún temblorosa es la protagonista de una pieza brevísima
sin mucha trascendencia. En “Lady Mary”, el pequeño Michael
tiene más presencia cantando tanto como su hermana y no limitándose
a los coros como en la pieza anterior. Llega inmediatamente el corte
que da título al álbum, “Childen of the Sun”, más interesante
que los dos anteriores por la interprtación de Michael a la guitarra
y por una Sally que añade a su voz algunos matices que no aparecían
en los cortes precedentes. El dúo vocal entre ambos hermanos es
bastante inspirado y curiosamente, aunque la que hizo carrera
posterior como vocalista fue ella, creemos que Michael muestra una
técnica mucho más afinada en toda la pieza. “A Lover for All
Seasons” es la siguiente pieza del disco. Comienza de forma muy
enérgica antes de volver a las armonías vocales que siguen sonando
bien en algunos momentos y tremendamente primerizas en otros. La
forma de tocar la guitarra de Michael deja entrever una rabia que
afloraría también más tarde en su carrera en solitario. Seguimos
con “River Song”, una de las mejores melodías del disco en la
que se despliega una fuerza que no está muy presente en el resto del
trabajo.
“Banquet on the Water” vuelve a los aires bucólicos y
pastoriles. Un tema de corte claramente infantil es lo siguiente que
suena en el disco bajo el título de “Balloons”. Una canción con
aire de cajita de música, recurso que unos años más tarde
recuperaría Michael en uno de sus trabajos más recordados. En los
instantes finales, al herencia celta de los hermanos se deja entrever
en un pasaje a base de cantos onomatopéyicos que precede a una
improvisación del joven Michael a la guitarra sobre un tema de
Johann Sebastian Bach. Algo más atrás, hacia el medievo, retroceden
nuestros artistas en “Midsummer Night's Happening” tema en el que
juegan con temas de aire renacentista y juegos contrapuntísticos de
gran belleza. “Love on Ice Crystals” vuelve a las baladas
“folkies”, tan abundantes en el disco. Algunos efectos de estudio
sobre la voz de Sally son de lo poco destacable de una pieza correcta
pero sin demasiada profundidad. Michael toma algunos riesgos en el
boceto de apenas unos segundos que es “Changing Colours” antes de
pasar a “Chameleon”, otra bonita canción en la que lo más
interesante es el dúo vocal de ambos hermanos. “Milk Bottle” es
otra anécdota en clave de “blues” que no sobrepasa los 30
segundos de duración y nos lleva a “The Murder of the Children of
San Francisco”, una de las mejores canciones del trabajo, con
reminiscencias de The Animals o, más remotamente, de Cream. Aparecen
ahora en la reedición en CD dos cortes que no formaban parte del LP
original: “Twilight Song” y “The Song of the Healer” antes de
cerrar el trabajo como lo hacía el disco de 1969, con un “reprise”
de “Strangers”.
Comentábamos
anteriormente que lo más interesante del disco aparecía en las
reediciones modernas del mismo en forma de CD doble. Como extras
podemos encontrar en ellas una serie de temas de los que hablaremos a
continuación. Hasta ahora, no parece que se trate de un disco de
especial relevancia pero podemos entender mejor su aparición en el
blog centrándonos en la figura del pequeño Michael, la mitad
masculina del dúo. Para la mayoría de los lectores, no existirá
ninguna sorpresa con respecto a su identidad pero puede que quede
algún despistado que no relacione los nombres de Sally Patricia,
Michael Gordon y Terence, el tercer hermano que citábamos al
principio aunque no participase en el disco, con ningún apellido
conocido. De haberlo hecho, muchos habrían reparado en la
coincidencia con los “nom-de-guerre” de los miembros de una
célebre familia musical de apellido Oldfield.
En el CD
adicional que acompaña a las reediciones modernas de “The Children
of the Sun” encontramos versiones alternativas a las del disco como
“Children of the Sun (minus intro)”, un par de singles de aire
pop aparecidos tiempo después (“Colours of the World” / “Two
Ships” en 1970 y “Child of Allah” / “Lady Go Lightly” en
1973) y tres demos interpretadas por Mike Oldfield a la guitarra.
Tres improvisaciones grabadas por un músico de 15 años en las que
podemos escuchar ideas y conceptos que años más tarde aparecerían
en algunos de los discos más innovadores que hemos escuchado nunca.
Y ya estaban aquí, en 1968, interpretadas por un adolescente:
“Mrs.Moon
and the Thatched Shop” - La primera pieza, interpretada como todas
las que aquí aparecen a la guitarra acústica, nos muestra a un
músico muy diestro ya en el uso del instrumento y capaz de crear
texturas y pasajes sonoros muy similares a los que escucharíamos
unos añitos después en “Tubular Bells” o “Ommadawn”. A lo
largo de los seis minutos que dura el tema asistimos a la exposición
de diferentes motivos melódicos, cambios bruscos de ritmo y una
complejidad en cuanto a la estructura poco habitual en una joven de
esa edad que, además, está improvisando.
“Branches”
- De las tres “demos” que aquí aparecen, esta es sin duda la que
más puede impresionar al seguidor habitual de Mike Oldfield por
cuanto hay en ella pasajes enteros que serían rescatados por el
artista en algunos discos clásicos muchos años después. Por
ejemplo, tras unos primeros instantes reconocemos al instante un par
de momentos fundamentales de esa obra maestra que se llamó “Amarok”
(1991). Poco después, tras unos minutos de frenético desempeño
volvemos a escuchar otro fragmento rescatado en el mismo trabajo. El
final transcurre entre retazos de “blues” y motivos
tradicionales.
“A Sad
Song for Rosie” - La tercera y última “demo” comienza con una
de las más recordadas melodías de “Ommadawn” (1975) demostrando
que el nivel de inspiración del Oldfield quinceañaero iba muy por
delante de sus posibilidades de plasmarlo convenientemente en
aquellos momentos. Existen otras grabaciones de la época en las que
Oldfiels anticipa momentos de otros trabajos como “Platinum”
(1979) pero no se incluyen aquí.
Si sois
seguidores de Mike Oldfield, este disco no debería faltar en vuestra
discoteca, aunque sólo fuera por un interés “arqueológico”. De
otro modo, quizá estemos hablando de un trabajo menor y sin
demasiado interés. Nosotros estamos en el primer grupo por lo que no
podemos dejar de recomendar este “Children of the Sun”.
Con “In
Sides”, los miembros de Orbital crearon una obra maestra que aún
hoy, muchos años después, sigue siendo considerada la cumbre del
dúo. En el momento de su publicación no era posible saber aún si
ese sería o no su techo pero el hecho de que para lanzar su
siguiente disco se tomasen casi dos años de trabajo en el estudio y
seis meses más, ya con el disco terminado, antes de decidirse a
ponerlo en el mercado, habla de la aparición de dudas, de la
constatación de que lo alcanzado con el disco anterior no iba a ser
nada fácil de repetir.
La cuestión
es que la fórmula escogida iba a ser similar, con la participación
de Alison Goldfrapp como vocalista invitada igual que ocurría en los
dos discos anteriores y un estilo muy coherente en el que todas las
pistas fluyen como un todo, quizá más que nunca en un disco de
Orbital.
Orbital
“Way Out”
- El comienzo es extraño, con una serie de sonidos metálicos,
algunas campanas y diversos efectos se unen en una serie de acordes
repetitivos formando un raro ritmo. Aparecen entonces capas y capas
de cuerdas y timbres sintéticos precediendo a una percusión
contundente. Una melodía de aire retro repetida después por la voz
de Barbara Cohen completa el cuadro al que se une la trompeta de
Simon Poole. En el tema participa también Paul Robb de Information
Society. La producción está cuidada hasta el extremo lo que denota
un esfuerzo especial por estar a la altura del disco anterior.
“Spare
Parts Express” - El tema anterior concluía con una serie de notas
repetidas sobre un ritmo constante. Ese final enlaza directamente con
el comienzo de este corte en el que la percusión es reemplazada por
el clásico sonido electrónico de la banda que siempre ha recordado
en ese tipo de cosas a Kraftwerk. Los alemanes son una referencia
clarísima en esta pieza construída a partir de modulaciones de las
notas que mencionabamos al comienzo, manipuladas, probablemente en
tiempo real, como si de una sesión tradicional del dúo en su faceta
de DJ's se tratase. En cualquier caso, este corte es uno de los más
complejos del disco, con cambios constantes de ritmos, secciones muy
diferenciadas y distintos guiños a diferentes estilos electrónicos.
La sección final es particularmente notable, en nuestra opinión, y
en ella se despliegan algunas de las melodías más interesantes de
la banda rodeadas de ritmos verdaderamente infecciosos.
“Know
Where to Run” - Con un caos de interferencias y ruido eléctrico
comienza la siguiente pieza, quizá la más próxima en términos de
estilo al anterior trabajo del dúo británico: “In Sides”. El
tema, como casi todos los del discos tiene un desarrollo lento y
progresivo en el que diversos instrumentos van incorporándose a la
mezcla. En este caso marca la pausa una sucia linea de bajo
electrónica que desemboca en un enérgico ritmo con una base muy
típica de aquellos años y que hoy suena algo desfasada. La segunda
mitad del corte nos presenta una melodía extraña pero tremendamente
atractiva que se repite una y otra vez introduciéndose en la cabeza
del oyente y permaneciendo ahí durante mucho tiempo, incluso después
de haber guardado ya el disco en su caja.
“I Don't
Know You People” - Posiblemente sea esta la pieza más prescindible
del disco. El uso intensivo de “samples” vocales que acercan el
tema a un formato canción al uso es meritorio pero no termina de
conseguir un resultado coherente. Con la perspectiva del tiempo, es
uno de los momentos que peor ha soportado el paso del tiempo.
“Otoño”
- El tema más breve del disco (superando, eso sí, los cinco minutos
de duración) cuenta con la participación en las voces del dúo de
inspiración folk Pooka. Es una pieza que recuerda mucho a los
primeros éxitos de Orbital en todos los sentidos: timbres y efectos
similares, ritmos complejos y una melodía central muy definida a lo
que ayuda mucho la interpretación de Pooka. Quizá no sea la mejor
pieza del disco pero raya a buen nivel.
“Nothing
Left 1” - En “In Sides” había hasta dos temas que se dividían
a su vez en dos partes cada uno. La fórmula vuelve a aparecer en
“The Middle of Nowhere” con “Nothing Left” en la que
escuchamos de nuevo a Alison Goldfrapp como invitada en un disco de
los hermanos Hartnoll. Lo hace en un tema impresionante en el que se
reúne lo mejor de la electrónica de baile de los años noventa y de
algo más atrás puesto que también tiene guiños ochenteros y
sententeros (ese vocoder es muy indicativo). Ritmos house, secuencias
melódicas frenéticas y una melodía de cierto tono árabe (algo que
también ocurre en otros cortes del disco) terminan por conformar la
que es una de nuestras partes favoritas del disco sin lugar a dudas.
“Nothing
Left 2” - Aunque básicamente se repiten la mayor parte de los
esquemas de la primera parte hay algo más burdo en el uso de algunos
sonidos que nos hace valorar este segundo tramo de “Nothing Left”
de un modo bastante menos favorable que el primero. Cuando saben
renunciar a determinados tópicos el corte remonta el vuelo pero sin
llegar al nivel de la primera parte en ningún momento.
“Style”
- Muchas fuentes indican que el intervalo de tiempo que pasó entre
“In Sides” y “The Middle of Nowhere” obedecía a un auténtico
bloqueo creativo por parte de los hermanos Hartnoll que no sabían
cómo enfocar un nuevo disco. En aquellos complicados meses se dijo
que ambos pasaban horas “jugando” con un “stylophone”, un
popular juguete musical creado en 1968 que, para mucha gente fue la
primera toma de contacto con un instrumento electrónico. El título
del corte y los primeros minutos del mismo en los que todos los
sonidos que se escuchan parecen proceder de aquel arcáico
sintetizador, confirmarían esa curiosa anécdota. El sonido tan
primitivo del tema sería también un homenaje a la principal
influencia de la banda: los alemanes de Kraftwerk. Ciertamente,
“Style” podría pasar por una actualización de cualquiera de las
piezas de los primeros discos del cuarteto de Düsseldorf.
Habitualmente
se suele hablar de “The Middle of Nowhere” como el principio del
bajón creativo de Orbital (nosotros mismos en alguna entrada
anterior opinábamos de forma similar) pero este es un trabajo que ha
ganado bastante con los años y muchas voces hoy en día lo
reivindican situándolo a la misma altura de su predecesor, el tantas
veces citado hoy aquí “In Sides”. No nos atrevemos a afirmar
tanto pero sí que reconocemos que poco a poco vamos valorando más
este disco que, curiosamente, fue el primero de la banda inglesa que
compramos cuando apareció, movidos por las buenas críticas del
trabajo anterior.
Nos despedimos con una muestra de lo que hace la banda en directo:
Una de las
grandes ventajas de ser un artista de éxito dentro de una
discográfica pequeña es que te permiten hacer prácticamente lo que
quieras. Si a eso le sumamos una personalidad, digamos, peculiar, y
una absoluta falta de complejos que te permite grabar obras de
músicos completamente diferentes entre sí además de unas notables
dosis de talento el resultado pueden ser discos tan raros como este.
George
Winston se convirtió en un superventas en su género en los años
ochenta gracias a una serie de discos para piano solo que tenían
como tema central alguna época del año. No era algo del todo
caprichoso. Mientras otros músicos se han caracterizado por ser
sinestésicos, es decir, por relacionar las notas musicales con otro
tipo de información sensorial como colores en el caso más típico,
Winston afirma que cada canción que ha escuchado en su vida y ha
pasado a su memoria lo ha hecho siempre asociada con una estación
del año concreta. Eso podría explicar la rara selección de obras
de otros autores que aparece en este “Summer” salpicada con
composiciones del propio pianista, todas ellas sin demasiada relación
temática con el verano al que alude el título.
Con todo,
el experimento es muy revelador, no tanto en el sentido musical, ya
que no se cuenta este trabajo entre los mejores de su autor sino para
ayudarnos a conocer una personalidad única: la de un músico de
difícil trato que se transforma por completo cuando se coloca frente
a las teclas de un piano.
“Living
in the Country” - Comienza el disco con una mezcla de dos melodías,
la primera, un tema tradicional irlandés arreglado por Tríona Ní
Dhomhnaill en su momento cuando pertenecía a la Bothy Band. Winston
respeta la melodía central y la lleva a su terreno con su
inconfundible estilo hasta hacerla propia. Enlaza el tema con un
alegre tema que Pete Seeger compuso como instrumental de guitarra en
los años 50. El arreglo del pianista resalta la parte más
folclórica de la pieza que podría pasar por una canción
tradicional, casi por un tema sacado de un juego infantil.
“Loreta
and Desireé's Bouquet – Part 1” - Continúa el trabajo con una
composición propia dividida en dos partes. La primera es muy
pausada, con amplio uso del “rubato” por parte de Winston,
recurso muy habitual en su ejecución. La pieza recuerda en algún
momento a trabajos anteriores como “Autumn” pero se encuentra
lejos de la inspiración de aquel disco.
“Loreta
and Desireé's Bouquet – Part 2” - Mucho más interesante nos
parece la segunda parte de la pieza. Mantiene el tono meditativo pero
la melodía nos parece mucho más conseguida. Es, probablemente uno
de los mejores momentos de todo el trabajo y en él reconocemos la
mejor versión de su autor.
“Fragrant
Fields” - La “cara a” del disco está trufada de versiones
mientras que el otro lado se centra casi por completo en piezas
propias. Aquí Winston rinde homenaje a Art Lande con esta
interpretación de una pieza de éste escrita para una banda sonora
de un cuento infantil. No hemos tenido la ocasión de escuchar la
pieza original pero intuímos en ella un enfoque más jazzístico del
que Winston le da aquí. El tema central que aparece mediada la pieza
tiene todas las características de la música de George por lo que
no nos extrañaría que se tratase de un añadido de nuestro músico.
“The
Garden” - Uno de los músicos favoritos de Winston ha sido siempre
Dominic Frontiere, famoso por sus bandas sonoras de series
televisivas, en especial por la de “The Outer Limits”, popular
serial de ciencia ficción al que pertenece esta pieza. Mientras que
la música de Frontiere se caracteriza por los efectos sonoros y la
hábil mezcla de estos con la orquesta y otros instrumentos solistas,
Winston ejecuta aquí su piano desnudo con un notable resultado.
“Spring
Creek” - La siguiente versión es de un compañero de discográfica
de Winston: el también pianista Philip Aaberg. La pieza pertenecía
al que fue su disco de debut, “High Plains”, en el que asistíamos
a una serie de paisajes sonoros que retrataban los duros escenarios
naturales de Montana, su estado natal. La relación de uno de los
estados que hacen frontera con Canadá, gran parte de cuya superficie
se haya sobre un glaciar, y el verano es algo que sólo la peculiar
mente de winston podría intuír. La pieza, con todo, es notable.
“Lullaby”
- Nuestro pianista recupera su espíritu más folclórico (recordemos
que suele denominar a su propia música “piano folk” o “rural
piano”) para este cadencioso tema. En la parte final incorpora un
nuevo homenaje, en esta ocasión al cantautor y también pianista
Steve Ferguson y su pieza “Gypsy Hollow”.
“Black
Stallion” - Todo el mundo conoce a Francis Ford Coppola pero menos
son los que están familiarizados con la obra de su padre, Carmine,
autor de muchas piezas musicales que acompañaron a algunas de las
más conocidas películas de su hijo, incluso a obras maestras como
“El Padrino” en las que su música quedaba eclipsada por la de
Nino Rota. Winston recupera aquí el tema central de “El Corcel
Negro”, película de corte infantil dirigida por Carol Ballard con
producción de Francis. George Winston, sin la aportación de la
orquesta de la pieza original, hace una versión preciosa y llena de
sensibilidad que merece ser disfrutada con tranquilidad.
“Hummingbird”
- Comienza aquí la que era la “cara b” del disco en la que sólo
una de las piezas no es obra de Winston. Los primeros instantes
invitan a pensar en la clásica pieza tranquila de su autor pero de
repente escuchamos un peculiar sonido que procede de la pulsación
directa de las cuerdas del piano por parte del músico, recurso
sonoro que explotaría a fondo en su siguiente disco con resultados
muy brillantes. Aquí, sirve para comenzar una progresión rítmica
que sirve de base a una gran pieza que, en muchos sentidos, sería un
precedente de “Tamarak Pines” el homenaje que Winston brindaría
a Steve Reich en “Forest”, trabajo comentado en el blog tiempo
atrás.
“Early
Morning Range” - Breve pieza sin demasiada historia, lo cual no
quiere decir nada más allá de que es una composición que cualquier
seguidor del músico reconocería de inmediato como suya.
Probablemente no sea lo mejor que ha escrito pero es de escucha
agradable.
“Living
Without You” - La última (o penúltima) versión que encontramos
en el disco es esta canción que aparecía en el disco de debut de
Randy Newman tiulado con el propio nombre del cantante. Winston le
añade muchos elementos de su propia cosecha además de ralentizar la
melodía original hasta hacerla casi irreconocible. Un gran trabajo,
sin embargo, en el que se demuestra que, a la hora de hacer
versiones, suele ser buena idea extraer los elementos principales del
original y llevarlos a otro terreno sin ceñirse siempre al patrón
que marca el autor.
“Goodbye
Montana – part 1” - Winston no nació en Montana como Philip
Aaberg pero sí pasó allí buena parte de su infancia a la que
homenajea aquí con esta despedida en dos partes. La primera es una
alegre melodía de breve duración introducida por unos trinos que no
presagian lo que viene después. El músico se encuentra muy cómodo
en este tipo de registros sencillos y elegantes en los que puede dar
rienda suelta a alguna de sus grandes influencias como es la de Vince
Guaraldi.
“Corrina,
Corrina” - Winston se enfrenta aquí a un blues clásico de
paternidad no del todo clara y que se ha convertido ya en un
estándar. Es este un estilo que no tiene ningún secreto para el
pianista que se desenvuelve con una maestría que admite pocas
comparaciones.
“Goodbye
Montana – part 2” - Tras ese interludio, cierra el pianista su
homenaje a Montana con una revisión de la parte uno en clave más
ambiental y reflexiva, con una música en la que el silencio es tan
importante como las notas, si no más.
“Where
Are You Now” - El broche final lo pone otra pieza clásica del
músico, tranquila, sin sobresaltos de ningún tipo y de escucha muy
placentera. Como despedida, una composición muy adecuada.
Incluso en
discos como este “Summer”, el más flojo de su etapa “clásica”,
George Winston es un músico muy interesante desde todos los puntos
de vista. Su estilo personalísimo no tiene comparación con ningún
otro pianista y lo variado de sus influencias hace que sea difícil
que un oyente no encuentre algún tema de su agrado en cualquiera de
sus discos. En nuestra opinión, Winston es un músico al que siempre
merece la pena regresar.