Todos los artistas están sujetos a influencias externas. Eso es algo inevitable y no debería ser un problema sino todo lo contrario. La cosa no está tan clara cuando esas influencias vienen de la mano del éxito comercial y encontramos músicos que buscan la inspiración en los “hits” del momento. Peor todavía es cuando la adopción de esas modas termina por eclipsar el estilo propio del artista que busca emular un éxito determinado en detrimento de lo que en un momento le hizo grande.
Una sensación parecida a esa es la que nos causó en su momento el disco del que hablamos hoy. En 1992, Mike Oldfield consumó su venganza contra Richard Branson, su antiguo jefe en Virgin Records, publicando con Warner el disco que Branson habría soñado con lanzar en su sello: la segunda parte del mítico “Tubular Bells”. La recepción de ese disco por parte de los seguidores del músico fue entusiasta y el trabajo alcanzó cifras de ventas que hacía mucho tiempo que no conseguía ningún disco de Oldfield pero en aquel caso todo jugaba a favor: nueva discográfica, con lo que eso supone en cuanto a promoción y la utilización de un título que ya formaba parte de la cultura popular. Ahora tocaba trabajar en algo nuevo con las expectativas en lo más alto.
Curiosamente, la idea central del disco no fue del propio músico sino que surgió a partir de una sugerencia de Rob Dickins, el director de Warner Music UK quien propuso a Oldfield hacer un disco basado en “The Songs of Distant Earth”, la novela de Arthur C. Clarke publicada en 1986. Al músico le pareció una buena idea posibilitando así un curioso paralelismo: la obra de Clarke fue la primera que publicó tras “2010: Odisea Dos”, la secuela de su obra más famosa. Oldfield iba a tomarla como inspiración del que también sería su primer disco tras la secuela del más famoso de los suyos. Tanto uno como otro publicaron una tercera y hasta una cuarta parte de su obra cumbre (cierto, la de Oldfield está aún en proceso) pero eso es ya cuestión para más adelante.
Oldfield respetaba mucho a Dickins, no sólo porque había apostado por él sino por ser éste un directivo poco común: muy implicado y conocedor en profundidad de la música de los artistas a los que “fichaba”. Algo que debería ser la norma en la industria era en realidad una excepción. Entre sus cualidades se encontraba una gran visión musical que le hizo apostar por la incorporación de artistas como Enya, Vangelis o el propio Oldfield a Warner participando además en el apartado artístico de los discos. Tiempo atrás hablamos de su implicación en “Watermark” de Enya pero hay muchos otros ejemplos de cómo su visión ayudó a modelar grandes éxitos como ocurrió con el encargo a William Orbit de la producción del “Ray of Light” de Madonna, el diseño milimétrico del “Believe” que convirtió a Cher en número uno mundial con un uso mil veces imitado del “auto tune” o su participación en el disco más popular de The Corrs. En otros estilos, Dickins se puede apuntar el tanto del éxito de la 3ª sinfonía de Henryk Gorecki o de los Tres Tenores, apuestas detrás de las cuales estaba de una u otra forma.
Finalmente Mike Oldfield aceptó la sugerencia de Dickins y se puso a preparar una obra basada en la novela de Clarke para lo cual llegó a desplazarse a Sri Lanka con el objeto de visitar al escritor e intercambiar puntos de vista. Resultó que éste conocía la obra del músico, de entre la cual le había impresionado profundamente la banda sonora de “Los Gritos del Silencio”.
Quizá por el tema espacial de la novela o por el deseo de dar un giro radical después de la apuesta por la nostalgia que fue “Tubular Bells II”, Oldfield llegó a pensar en hacer un disco sin guitarras en el que los sintetizadores y los ordenadores fueran los responsables de la práctica totalidad del sonido. No fue así finalmente aunque si nuestra memoria no nos falla, sí que se usó como frase promocional en algún momento: “el primer disco de Mike Oldfield sin guitarra española”. Como en los viejos tiempos, el músico fue el responsable de toda la composición así como de la ejecución de la práctica totalidad de los instrumentos aunque se ayudó de invitados como Pandit Dinesh a la tabla así como de varios vocalistas como el dúo formado por Cori Josias y Ella Harper, muy populares en aquella época porque su voz acompañaba a las imágenes de un famoso “spot” de champú de la marca Timotei emitido en 1992 y 1993 en todo el mundo. La fama alcanzada por la canción ayudó a lanzar la carrera de su autor, Phil Sawyer, quien grabaría varios discos bajo el sobrenombre de Beautiful World con Josias y Harper como voces principales. Cori Josias, en todo caso, había participado con anterioridad en alguna grabación de cierta relevancia como el disco “See You Later” de Vangelis.
A lo largo del disco, Oldfield iba a utilizar diferentes “samples” de muy variada procedencia, desde grabaciones de astronautas recitando pasajes del “Génesis” hasta cantos lapones extraídos de la banda sonora de “Ofelas” (película finalista en los Oscar de 1987 en la categoría de mejor film en lengua no inglesa), pasando por un coro de la isla de Tubuai, extractos de cintas de auto-hipnosis e incluso algún sample del cantante Tevin Campbell no acreditado en el disco. Tom Newman, colaborador de Oldfield prácticamente desde el comienzo de su carrera, se despediría de él en este trabajo.
Portada de una edición española de la novela que aprovecha la idea de la del disco. |
“In the Beginning” - El disco está dividido en multitud de temas de corta duración como es el caso de la introducción en la que escuchamos el fragmento del “Génesis” antes mencionado, sobre un fondo electrónico.
“Let There Be Light” - El primer gran tema del disco es una re-adaptación de una breve frase melódica que Oldfield había utilizado en “Amarok”. Aquí le da un papel principal y la rodea de cadenciosos ritmos sintéticos que desembocan en un emotivo coro con las voces de los miembros de Tallis Scholars en un recurso que recuerda demasiado a discos como el primero de Michel Cretu bajo la identidad de Enigma, referencia de moda que rechina un poco y que un músico de la talla de Oldfield podría muy bien haberse ahorrado a estas alturas por mucho que Cretu hubiera colaborado con el músico en algún disco anterior.
“Supernova” - El siguiente tema es una especie de transición que transcurre plácidamente entre “samples” de flauta, lánguidos rasgueos de guitarra y unas cuerdas que perfectamente podrían haber sido traídas por Rob Dickins de alguna sesión de grabación de Enya junto con las voces que aparecen poco después. Escuchamos aquí a Nils-Alsak Valkeapaa tal y como sonaba en la banda sonora de “Ofelas” a la que nos referíamos anteriormente.
“Magellan” - El primer momento épico del disco llega de la mano de las gaitas escocesas de esta pieza que siguen la linea abierta por “Tatoo” en “Tubular Bells II”. Tras la emoción llega el relax de la mano de un piano que huye de toda complicación mientras esboza un tema que escucharemos más veces en el disco. En la segunda parte de la pieza aparecen las distintas guitarras de Oldfield junto con algunas voces que evitan que el tema caiga en el tedio.
“First Landing” - Un ritmo descendente emulando el apagado de unos motores sirve para adornar esta transición en la que escuchamos un primer apunte de tema “tubular” que será desarrollado más adelante.
“Oceania” - Retoma aquí el músico el tema de guitarra de “Let There Be Light” en una variación ligeramente diferente acompañado de un bajo y una producción muy cercanos a los que escuchamos en el reciente “Tubular Bells II”. El piano le da una vuelta más a la melodía “tubular” que mencionamos en la transición anterior antes de cerrar con sonidos de aves acuáticas y rumor de olas un tema que enlaza con el siguiente mediante una nota pulsante que suena de modo obsesivo.
“Only Time Will Tell” - Aparece una voz que repite una y otra vez el título de la pieza sobre un ritmo continuo que se desliza entre capas de sintetizadores. Cuando parecía que el tema no daba más de sí escuchamos una serie de voces étnicas en la linea de los entonces recientes éxitos del dúo francés Deep Forest. De nuevo una referencia innecesaria que diluye en buena parte la mano de Oldfield.
“Prayer for the Earth” - El siguiente fragmento vuelve a estar basado en un canto de Valkeapaa sobre el que el músico toca su guitarra prácticamente replicando la melodía. Una pieza emotiva de corta duración que podría haber dado más.
“Lament for Atlantis” - El siguiente corte tiene un claro aire a Vangelis desde el principio con una melodía de piano sobre un ostinato de sintetizador. Por si quedaba alguna duda, los metales que suenan poco después (uno de los sonidos más clásicos del músico griego) y los propios timbales son referencias más que suficientes para pensar en la pieza como una especie de breve homenaje.
“The Chamber” - Continuamos con una de las melodías más inspiradas del disco, reducida aquí al papel de enlace entre dos cortes. Es un tema tarareado por una voz procesada de modo electrónico que se desarrolla en la siguiente pieza.
“Hibernaculum” - La melodía anterior constituye el tema central del que fue uno de los singles del disco. Volvemos a los ritmos mecánicos y los cantos de tipo gregoriano mezclados con voces étnicas. Un pastiche curioso que pudo funcionar en su momento pero que hoy en día nos parece un recurso oportunista y poco inspirado. Pese a todo lo dicho, es uno de los temas más apreciados por los seguidores del músico de todo este disco.
“Tubular World” - A la tercera va la vencida. El tema “tubular” al que hemos hecho referencia un par de veces se desarrolla aquí por completo sin ningún tipo de complejo ya desde el propio título de la pieza. Pese a lo evidente que parece hoy en día, pocos podíamos imaginar que esto sería el preludio de un “Tubular Bells” electrónico pocos años después. Oldfield juega con los samples de forma muy curiosa mezclando voces de procedencias muy diversas (aquí es donde se escucha a Tevin Campbell en un fragmento extraído de su gran éxito compuesto y producido por Prince “Round and Round”).
“The Shining Ones” - La electrónica es la protagonista total de la siguiente pieza en la que hay un gran trabajo de producción tanto para moldear sonidos como para integrarlos entre sí. Es una pieza que ha pasado muy desapercibida cuando lo cierto es que nos parece de lo más aprovechable del disco. No está exenta de tópicos como el uso de la tabla en su segunda mitad pero pese a todo es un tema a rescatar.
“Crystal Clear” - El siguiente tema es el eslabón que enlaza los últimos restos del Oldfield de “Amarok” con el que vendría a partir de este momento, especialmente en la nefasta década del 2000. Escuchamos aún ideas interesantes a la guitarra aunque la producción quizá sea demasiado acaramelada, heredera del aún reciente “Tubular Bells II” (Eric Cadieux, uno de los programadores de sonidos que aparecen en “The Songs of Distant Earts” había trabajado mucho tiempo con Trevor Horn y participó junto con éste en ese disco).
“The Sunken Forest” - Nos llama mucho la atención el hecho de que, de entre toda la discografía de Oldfield, Arthur C. Clarke citase como su obra de referencia la banda sonora de “The Killing Fields” (“Los gritos del silencio” en España). Es posible que el músico tomase nota a la hora de incluir esta composición en el disco puesto que es la única que podría guardar algún parecido con aquel trabajo suyo. El esquema y el tipo de sonidos empleados, al menos, nos transportan a la atmósfera de aquella obra siempre que la escuchamos.
“Ascension” - Como despedida del disco, Oldfield realiza aquí un recorrido por los principales momentos del mismo. Desde la melodía de “Let There Be Light” hasta los temas basados en los cantos lapones, todos los temas destacados del disco tienen aquí su pequeña referencia. Es por ello una gran forma de terminar un disco muy controvertido y acerca de cuya valía hay irreconciliables diferencias entre los seguidores del músico.
“A New Beginning” - Hablabamos del corte anterior como de un final perfecto para el disco pero éste no terminaba ahí. Quedaba esta curiosa coda a base de cantos africanos que contrasta de forma brutal con todo lo escuchado durante los 50 minutos anteriores pero que funciona a la perfección para cerrar el disco con una referencia al final de la novela que lo inspiraba.
Mike Oldfield es un artista cuya trayectoria abarca ya cinco décadas por lo que entre sus seguidores hay importantes diferencias generacionales. Entre los de la vieja escuela, aquellos que conocieron al músico con sus primeros trabajos, nos atrevemos a afirmar que “The Songs of Distant Earth” no es un disco demasiado apreciado. Para muchos fue una buena excusa para desengancharse del músico británico (si es que no lo habían hecho con “Tubular Bells II”). Hay un grupo también numeroso de fans cuyo descubrimiento de Oldfield tuvo lugar con el “boom” del citado “Tubular Bells II”. La opinión de estos suele ser mucho más favorable llegando incluso a situar este trabajo entre sus favoritos dentro de la trayectoria del viejo Mike. Generacionalmente nosotros nos encontraríamos a medio camino entre ambos (lo primero que escuchamos conscientemente de Oldfield fue “Discovery”) pero en este debate nos alineamos sin muchas reservas con el primero de los grupos. Pese a que nos dejamos llevar por el entusiasmo con la salida de “Tubular Bells II”, este siguiente trabajo nos dejó muy fríos. No encontrabamos por ningún lado al Oldfield que nos gustaba y sí, por el contrario, mucho de otros artistas por los que no profesabamos ninguna admiración (más bien al contrario) como es el caso de Michel Cretu.
Ha pasado mucho tiempo y nuestra opinión no ha variado demasiado. Puede que contemplemos “The Songs of Distant Earth” con algo más de benevolencia pero sigue representando el comienzo de una acusada decadencia en un músico al que admiramos como a muy pocos. Pese a todo, tenía que tener un hueco en el blog como lo tendrán otros discos, digamos, poco afortunados, de muchos de nuestros músicos favoritos.
Con “The Songs of Distant Earth”, Oldfield quiso dar un paso más allá incorporando en el CD una pista interactiva en la que se podía ver una animación protagonizada por las naves espaciales con forma de manta raya que aparecían en la portada del disco. En su momento fue una novedad aunque tenía dos inconvenientes: sólo era compatible con ordenadores Apple y estaba situada en la pista “0” del disco por lo que para reproducir el CD de audio había que saltarla antes de dar al “play” para evitar un molesto sonido agudo.