martes, 26 de marzo de 2019

Porcupine Tree - Recordings (2001)



Recientemente hablamos aquí de esos discos que surgen a partir de descartes de otros trabajos, de canciones que quedaron fuera por unos u otros motivos de proyectos pasados  y que no terminan de encontrar acomodo hasta mucho después. En la carrera de Porcupine Tree, al igual que ocurre en la posterior en solitario de su líder Steven Wilson, hay decenas de temas de estas características. Alguno de ellos acaba formando parte de discos posteriores pero en el caso de la banda británica, la salida habitual terminaba por ser la de publicarlos como parte de recopilatorios.

Llama la atención que una formación de trayectoria tan extensa como Porcupine Tree no tenga ningún disco de grandes éxitos al uso. Se podría argumentar al respecto que nunca fueron realmente un grupo extremadamente popular a nivel global pero esa no es razón, en la mayoría de los casos, para no lanzar de vez en cuando algún recopilatorio que facilite el acercamiento a su música de aquellos demasiado perezosos para ponerse a bucear por los discos convencionales. Ahí radica parte de la originalidad de la banda de Wilson y es que a lo largo de los años publicaron un buen número de recopilaciones aunque todas ellas estaban integradas en su mayor parte por material inédito o publicado en tiradas muy bajas como complemento de los singles. Ese es el caso del disco que traemos hoy aquí, publicado en 2001 bajo el no demasiado original título de “Recordings”.

En este trabajo se iban a recoger canciones del periodo inmediatamente anterior. El que se correspondía con la grabación de “Stupid Dream” y “Lightbulb Sun” y en cierto modo sirvió para cerrar una etapa. Comenta Wilson que lo normal habría sido aprovechar parte de ese material para próximos trabajos pero que se descartó la idea ante el cambio de rumbo que estaban planeando y que les llevaría a un sonido más duro y cercano al metal progresivo en sus siguientes discos. “Recordings” iba a suponer, además, la despedida del batería Chris Maitland, reemplazado por Gavin Harrison poco después.

Imagen de la formación de la banda hasta "Recordings".


“Buying New Soul” - “Recordings” se abre con una maravillosa canción que la banda completó justo tras acabar las sesiones de grabación de “Lightbulb Sun”. Es un extenso tema que cuenta con una deliciosa introducción electrónica en la que podemos escuchar un agonizante violonchelo justo antes de la entrada de la guitarra acústica de Steven Wilson. Comienza ahí la canción propiamente dicha, que cuenta con un estribillo lento absolutamente imbatible. Superada la mitad del tema tenemos un clásico interludio instrumental que incluye una parte electrónica realmente evocadora que sirve de base para una nueva parte de guitarra previa a la revisión final del tema central. Es el único corte del disco firmado por todos los integrantes de la banda y una canción de la que todos afirmaban que, de haberse terminado a tiempo, habría formado parte del citado “Lightbulb Sun”.




“Access Denied” - En las mismas sesiones de grabación de aquel disco, presentó Wilson la demo de esta canción que no gustó a ninguno de los integrantes de la banda y quedó aparcada. Afortunadamente el cantante no cejó en su empeño y la banda accedió a grabarla para que formase parte de “Recordings”. Es una canción corta, en la linea de las que Porcupine Tree grabó en aquellos años. El comienzo es casi jovial, con el piano martilleando una serie de notas que Wilson acompaña con su voz modificada electrónicamente. En los primeros instantes hay hasta un cierto aire “beatle” en la canción pero enseguida se encamina por otros derroteros más experimentales y hasta jazzísticos con efectos electrónicos y un tono más oscuro aunque pronto retoma el espíritu inicial. Una rareza dentro de la discografía de Porcupine Tree que merece la pena revisar.

“Cure for Optimism” - El disco “Lightbulb Sun” contó con dos singles: “Four Chords That Made a Million” y “Shesmovedon”. Esta canción fue grabada entre las sesiones de “Stupid Dream” y “Lightbulb Sun” y se incluyó en forma de “cara b” en el segundo de los singles mencionados. Es una pieza muy interesante que cuenta con una larga introducción instrumental que desemboca en una canción lenta muy del estilo de Wilson. Los arreglos, como siempre, son de lo más destacado. Sonidos atmosféricos y efectos de todo tipo así como sonidos antiguos como el del Mellotron arropan al cantante que, al margen de eso, se acompaña de su guitarra acústica.

“Untitled” - Continuamos con una larga improvisación instrumental procedente de las mismas sesiones y que, como el tema anterior, apareció ya en la versión en CD del single de “Shesmovedon”. En su comienzo recuerda a la anterior “Buying New Soul”, quizá por el uso del violonchelo y por tener una atmósfera similar. Pronto toma un rumbo distinto con elementos de jazz y detalles que recuerdan a los experimentos de la banda en su disco “Metanoia”. Un tema más ambiental que el resto del disco y que nos da una buena medida de esa faceta de la banda.

“Disappear” - Seguimos en las sesiones de grabación de “Lightbulb Sun” y llegamos a esta sencilla canción que apareció como “cara b” del single “Four Chords that Made a Million”. Un tema quizá algo convencional para lo que representa una banda como Porcupine Tree, incluso teniendo en cuenta que pertenece a la etapa del grupo más orientada a este tipo de canciones.

“Ambulance Chasing” - Retrocedemos en el tiempo hasta las grabaciones de “Stupid Dream”, el trabajo anterior a “Lightbulb Sun” para encontrar este interesantísimo corte instrumental con un protagonismo coral por parte de todos los miembros de la banda, especialmente de la sección rítmica formada por Colin Edwin y Chris Maitland. Las guitarras tienen ese toque psicodélico que tan bien le sentaba al sonido del grupo en sus primeros discos. La pieza fue “cara b” en la versión en CD del single “Piano Lessons” y cuenta con la participación de Theo Travis como músico invitado.




“In Formaldehyde” - Igual que “Dissapear” y procedente de las mismas sesiones, este tema fue otra de las “caras b” de “Four Chords that Made a Million”. Es otra de esas canciones de la banda llenas de efectos psicodélicos, guitarras líquidas y voces procesadas a la que quizá le falte un poco de fuerza para ser recordada como un gran tema pero que merece la pena escuchar.

“Even Less” - Si tenemos que quedarnos con una sóla canción de todo el trabajo, sin duda sería con esta. “Even Less” es uno de los grandes clásicos de la banda pero en la versión que apareció publicada en “Stupid Dreams”, fué recortada casi en la mitad de su duración. Aquí escuchamos el tema original completo a lo largo de sus gloriosos catorce minutos. “Even Less” anticipa el giro hacia el “metal” de los próximos discos de la banda y también tiene muchos de los elementos alrededor de los que Wilson construiría su carrera en solitario más adelante. No es de extrañar que se convirtiera en una canción habitual en el repertorio de Porcupine Tree en vivo y que siga muy presente en el del propio Wilson hasta nuestros días.




“Oceans Have No Memory” - El disco termina con un instrumental más corto que se grabó inicialmente para “Stupid Dream” pero que fue descartado quedando como “cara b” del single “Piano Lessons” aunque sólo en su versión en vinilo. Es un tema intimista con la guitarra eléctrica como instrumento principal que no tiene demasiada trascendencia. Costaría identificarlo como de Porcupine Tree si no supiéramos que lo es.

Si hay un hecho destacable en la discografía de Porcupine Tree es, precisamente, la ausencia de trabajos irrelevantes. Incluso las recopilaciones tienen unas características que las hacen imprescindibles para todo seguidor de la banda. En esta linea, “Recordings” es un complemento perfecto para los dos discos de cuyas sesiones de grabación se nutre y un disco muy útil para documentar esa época del grupo, previa al cambio de estilo y de alineación que se daría inmediatamente después.

domingo, 17 de marzo de 2019

The London Steve Reich Ensemble - Different Trains (2011)




En diciembre de 2004 el jovencísimo director Kevin Griffiths (26 años en aquel momento) tuvo la extraña idea de crear la London Steve Reich Ensemble, un grupo consagrado a interpretar la música del compositor norteamericano Steve Reich. La extrañeza de la idea viene dada por el hecho de que, desde los inicios del movimiento, los compositores minimalistas se rodearon de su propio grupo de músicos para trabajar, componer, tocar en directo y grabar sus discos. El Philip Glass Ensemble, la Michael Nyman Band o los propios músicos de Reich eran, de este modo, mucho más que simples intérpretes. Se convertían en auténticos expertos en la obra de cada músico e incluso en parte de la misma ya que la forma de interpretar llegaba a influir en la de componer del artista correspondiente.

Por ello nos llama la atención la creación de un grupo así formado en otro continente y sin el contacto habitual con el compositor. Hicieron su debut discográfico para el sello CPO en 2007 con un CD que contó con las bendiciones del propio Reich y en el que a decir de los críticos, se apreciaban importantes diferencias entre las versiones “conocidas” ejecutadas por músicos acostumbrados a tocar una y otra vez aquellas piezas y las interpretaciones completamente vírgenes de los integrantes del grupo londinense. En todo caso, hoy nos vamos a centrar en su segundo trabajo con el que daban el salto a EMI para ofrecernos tres piezas muy interesantes por lo que tienen de diferente con respecto a las grabaciones “canónicas” que de cada una de ellas existe en el mercado.

La selección es muy interesante ya que nos ofrece dos obras para cuarteto de cuerda (con matices) y una para piano que hace de puente entre ambas. Enfrentarse a esos dos cuartetos de cuerda es hacerlo con la comparación inmediata entre tu versión y la del Kronos Quartet o lo que es lo mismo: meterse en una pelea de la que es prácticamente imposible salir airoso. Para ello, la London Steve Reich Ensemble utiliza un enfoque muy interesante que le da nueva vida al menos a una de las dos piezas.



El disco comienza con “Triple Quartet”, composición de 1998 de la que hablamos aquí tiempo atrás cuando comentamos otra grabación de Reich. La principal diferencia es que en aquel caso, al igual que ocurría en la concepción original de la obra, el “triple cuarteto” al que hace referencia el título no es real. Cuando se interpreta esta pieza solo tenemos un cuarteto de cuerda sobre el escenario que confronta su ejecución con dos grabaciones de las partes que corresponderían a los otros dos cuartetos. La grabación del London Steve Reich Ensemble se salta la parte de la grabación y lo que nos ofrece es una interpretación real a cargo de tres cuartetos de cuerda diferentes tocando de forma simultanea sus partes correspondientes. A la hora de la verdad, esta es una diferencia que para el oyente de la versión grabada puede pasar inadvertida siendo quizá más interesante apreciarla en una interpretación en directo pero lo cierto es que permite un margen de libertad a los intérpretes, que no tienen el corsé de la grabación sonando mientras ellos tocan. Pese a que el propio Steve Reich ofreció siempre la posibilidad de que su “Triple Quartet” fuera interpretado de esta manera, lo cierto es que no es lo más habitual y por ello este disco tiene un interés añadido.




La segunda obra del disco es “Piano Counterpoint”, arreglo de 2011 de Vincent Corver para esta grabación de la pieza seminal de Reich “Six Pianos” (1973). Aquella obra fue uno de los primeros ejemplos del uso de la “fase” por parte del compositor. En ella, los seis pianistas iban ejecutando una melodía repetitiva que poco a poco iba perdiendo la sincronía entre la interpretación de unos y otros. Lo que hace Corver aquí es el proceso inverso al de la versión de “Triple Quartet” que comentamos más arriba. Al ser un único intérprete el que debe ejecutar la pieza el pianista hace algunos cambios en los acentos y en el ritmo además de acudir al apoyo de grabaciones que le permitan hacer el juego del “desfase” entre las diferentes lineas melódicas.




Cierra el disco otro clásico de la obra de Reich: “Different Trains” del que ya hemos comentado en el blog diferentes versiones. Para resumir, se trata de una obra que parte de grabaciones de voz sacadas de entrevistas a diferentes personas antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Las inflexiones de la voz de esos entrevistados son traducidas a melodía por el músico que luego confronta esos fragmentos vocales con los ejecutados por el cuarteto de cuerda y también con grabaciones de trenes. El título hace referencia a los viajes en tren que el joven Reich tuvo que hacer en su infancia a través de los Estados Unidos para ver a sus padres separados que vivían en extremos opuestos del país. La escalofriante reflexión de Reich y que si sus antepasados no hubieran emigrado a los Estados Unidos y siendo él judío, los trenes en los que habría viajado en aquella época habrían sido unos muy diferentes.




Para el seguidor ocasional de Reich, este disco ofrece pocas novedades. Es aquel más interesado en profundizar en determinadas obras quien encontrará en esta grabación mayor motivo de satisfacción. Nosotros siempre hemos considerado a Reich uno de los mejores compositores de nuestro tiempo y por ello su obra nos interesa en todas sus versiones. Desde este punto de vista, este disco es una referencia casi imprescindible para disfrutar de una mirada algo distinta de las obras en él contenidas. En todo caso, mejor que nosotros lo dice el propio Reich en las notas de la grabación cuando afirma que “Este es un disco muy especial puesto que en él se presenta “Piano Counterpoint”, el excepcional arreglo que Vincent Corver hace para piano solo de mi antigua “Six Pianos”. Corver ha hecho muchos cambios para enfatizar el rol del solista y ha acelerado el tempo para crear una pieza llena de saltos, energía y expresividad. También contiene una gran versión de “Triple Quartet” con tres cuartetos de cuerda en directo así como una nueva interpretación de “Different Trains”. Recomiendo este disco encarecidamente.”

lunes, 11 de marzo de 2019

Laurie Anderson & Kronos Quartet - Landfall (2018)



Si algo nos han enseñado los cómics de Marvel es que Nueva York está a salvo de la mayoría de catástrofes naturales a las que se enfrentan muchas otras ciudades del mundo. Quizá por eso es el escenario predilecto para el desarrollo de los planes más disparatados de los supervillanos y los científicos locos, las invasiones extraterrestres y los ataques terroristas de todo tipo. Cuando la mente de un guionista diseña alguna de estas amenazas no falta el personaje que exclama algo así como: “La ciudad está construida sobre un lecho de roca sólida. No puede haber terremotos aquí”. Y, sin embargo, en octubre de 2012, la ciudad norteamericana fue azotada por el Huracán Sandy que causó inundaciones, apagones e importantes desperfectos por toda la ciudad.

A la perplejidad general por los efectos de la tormenta se sumó la artista Laurie Anderson cuando bajó al sótano de su apartamento en el Bajo Manhattan, la zona más afectada por las inundaciones, y se encontró gran parte de sus cosas flotando. Sintetizadores, libros, diversos escritos y material de todo tipo que había ido atesorando durante su carrera estaban perdidos para siempre. Ese sentimiento de pérdida recorre de principio a fin su último disco: “Landfall”.

Otra cosa que nunca falta en los cómics de Marvel son los cruces entre colecciones, las apariciones de un personaje en la serie de otro. En la música estas interacciones también son relativamente habituales pero había una que no se había llegado a dar nunca pese al deseo de David Harrington por conseguir que ese encuentro tuviera lugar. El líder del Kronos Quartet llevaba proponiendo a Laurie Anderson una colaboración desde que ambos se conocieron en 1989 pero la artista neoyorquina siempre se había negado. La razón era sencilla en apariencia: Laurie trabajaba construyendo entornos electrónicos para sus textos pero este trabajo siempre lo realizaba en estudio. No tenía ni idea de cómo orquestar una pieza con partituras y mucho menos aún de componer para un cuarteto de cuerda. Pese a ello, Harrington nunca dejó de insistir y cuando la artista publicó “Homeland” en 2010 creyó haber encontrado el argumento definitivo. Ese disco se cerraba con “Flow”, una composición para violín interpretada por la propia Laurie quien desdoblaba su instrumento en diferentes pistas para dar una sensación de conjunto. Nada más oírla, el violinista se puso en contacto con ella para decirle: “hey, Laurie, por fin lo has hecho. Has compuesto la pieza que siempre te estaba pidiendo para el Kronos Quartet”. Con su permiso, Harrington incorporó “Flow” al repertorio en directo del cuarteto llegando a ensayar con la propia artista en los prolegómenos de uno de los conciertos del grupo en la Universidad de Maryland. En palabras de David, aquel fue el germen de “Landfall”.

La primera versión de la colaboración entre Laurie Anderson y el Kronos Quartet se estrenó en 2013 con el título de “Scenes from my New Novel” y no estaba tan centrada en los efectos del Huracán Sandy como en la idea de pérdida en general. Incluía otros conceptos relacionados con la ésta como un recuento de especies animales extintas, sueños que apenas se recuerdan durante unos minutos tras despertar e incluso la sensación que queda tras subir a un karaoke y que se vaya la luz justo cuando empieza tu canción. En muchas reseñas del disco se habla de que el fallecimiento de Lou Reed (marido de Laurie, que murió en octubre de 2013) marcó también la creación de “Landfall” pero la propia artista desmiente esa posibilidad cuando afirma que Lou escuchó la obra en todas sus fases e incluso aportó muchas ideas que finalmente aparecen en el trabajo. El disco, de hecho, se grabó apenas unos meses después de la muerte del cantante aunque tuvieron que pasar cuatro años más para que fuera publicado, algo que sucedió a finales del pasado 2018.

Laurie Anderson hace las veces de narradora además de tocar el violín, los sintetizadores, percusiones y todo tipo de efectos electrónicos. El Kronos Quartet está integrado por David Harrington y John Sherba (violines), Hank Dutt (viola) y Sunny Yang (violonchelo).

El Kronos Quartet junto con Laurie Anderson en una actuación en directo.


“Landfall” consta de treinta pistas en su edición en CD. En ellas se alternan las partes interpretadas por el cuarteto (como el movimiento inicial cuyo inicio nos recuerda mucho al primero del “Cuarteto de Cuerda No.5” de Philip Glass) con otras piezas en las que es el violín eléctrico de la artista el principal protagonista como ocurre en la oscura “Wind Whistles Through the Dark City”. Magnífica nos parece “The Water Rises” en la que un ritmo electrónico sirve de soporte para una estremecedora partitura para cuarteto con el apoyo del piano de Laurie. Con “Our Street is a Black River comienzan las características narraciones de la artista acompañada apenas con unas notas de piano y algunas texturas electrónicas de fondo. El esquema del disco es más o menos ese con ligeras variaciones y a partir de ahí se suceden piezas llenas de dramatismo como “Darkness Falls”, curiosos textos narrativos por parte de Laurie Anderson (“Dreams”), experimentos electrónicos como “The Dark Side” y recreaciones de partes anteriores de la obra (“Built You a Mountain”). Entre nuestras partes favoritas, “The Electricity Goes Out and We Move to a Hotel”, esa especie de homenaje al “Purple Haze de Jimi Hendrix que es el final de “The Nineteen Stars of Heaven”, la breve pero contundente “Never What You Think it Will Be”, esa maravilla en la que es imposible no reconocer a la mejor Laurie que es “Riding Bicycles Through the Muddy Streets” o “We Head Out”, uno de los mejores momentos de todo el disco.




Muchos de los cortes del “Landfall” no tienen texto narrado pero sí lo tenían en forma de proyecciones en las representaciones en directo por lo que la experiencia de la escucha del CD queda algo coja en comparación. Precisamente gracias a los conciertos que ofrecieron para presentar el disco, Laurie Anderson y el Kronos Quartet, ganaron recientemente el Grammy a la mejor interpretación de cámara del año, reconocimiento más que merecido para ambos y que Laurie aún no había obtenido pese a sus dos nominaciones previas (el cuarteto acumulaba ya 11 nominaciones y un galardón). Es curioso que la colaboración entre estos artistas haya tardado tanto en producirse y más teniendo en cuenta que ambos por su cuenta han grabado con más de un artista en común e incluso han llegado a participar en una misma composición: “Forgetting” del disco “Songs from Liquid Days” de Philip Glass en el que Laurie era la letrista y el Kronos Quartet formaba parte de los intérpretes.




Creemos que “Landfall” fue uno de los mejores discos del pasado año 2018 y que también se encuentra entre los mejores de las respectivas discografías tanto de Laurie Anderson como del Kronos Quartet con lo que estamos hablando de uno de esos trabajos que hay que tener y que quizá no sea sino la primera de varias colaboraciones entre dos pilares fundamentales de la música norteamericana de las últimas décadas.


domingo, 3 de marzo de 2019

Neal Schon - Beyond the Thunder (1995)




No es raro que un artista se enfrente en el comienzo de su carrera a decisiones importantes que marcarán de forma inevitable el desarrollo de la misma. Menos habitual es que esas decisiones deban ser tomadas con apenas 15 años y más inusual aún es que ese tipo de decisiones comporten hacer elecciones del calado de la que tuvo que hacer el joven guitarrista norteamericano Neal Schon.

Neal nació en una base aérea en Oklahoma aunque pronto su familia se trasladó a California donde ha pasado prácticamente toda su vida. Ambos progenitores eran músicos por lo que no es extraño que desde niño probase con varios instrumentos como el oboe, el piano o la guitarra siendo este último el que más le atrajo. En su adolescencia tocaba en distintos locales californianos con diversos grupos de la zona y su fama fue aumentando hasta el punto que que en la misma semana recibió dos ofertas que, se mire como se mire, eran alucinantes para cualquier guitarrista y mucho más para uno tan joven. La primera era para formar parte de Derek and the Dominos, la banda de Eric Clapton. La segunda, para incorporarse a Santana. Hacemos aquí un inciso para un comentario personal: Entre las muchas fobias, probablemente irracionales, que tenemos, se encuentra una hacia Carlos Santana. Su sonido y su forma de tocar nunca nos han gustado y, reconociendo sus méritos artísticos, es uno de esos músicos a los que nunca hemos sido capaces de encontrarle la gracia. Desde ese punto de vista, el hecho de que Neal Schon se decidiera por él en lugar de por Eric Clapton debería parecernos un error imperdonable pero lo cierto es que fue un gran acierto: Derek and the Dominos nunca volvieron a grabar nada y se disolvieron poco después. Santana, en cambio, acababa de publicar el alabado “Abraxas” e iba a publicar en los dos años siguientes dos de sus trabajos más reconocidos: “Santana III” y “Caravanserai”, ambos ya con Neal Schon en sus filas.

Ya que hace un rato decidimos sincerarnos, vamos a continuar con otra de nuestras manías. Hay un género musical que, por lo general, nos produce un gran aburrimiento y es aquel que se englobaba bajo la etiqueta de “AOR”, acrónimo inglés de “rock orientado a adultos”. Era este un estilo en el que el rock de los setenta y décadas anteriores era desprovisto de todo lo que tenía de transgresión y agresividad en beneficio de un sonido mucho más depurado, melodías amables y textos inocuos. Sabemos que esta afirmación es tan injusta como cualquier generalización pero en lineas generales sirve para hacerse una idea de por dónde iban los tiros. Esto no quiere decir que no hubiera bandas y discos interesantes dentro del “AOR”, algo lógico y normal si tenemos en cuenta que muchos artistas del rock progresivo, el hard rock y otros géneros afines se refugiaron en él cuando la popularidad de aquellos estilos comenzó a declinar. Todo esto viene a colación porque en 1973, Neal Schon junto con el teclista Gregg Rolie deciden abandonar Santana para fundar su propia banda: Journey. El de Journey fue un proyecto de cocción lenta con constantes cambios de vocalista y varios discos en los que mezclaban el jazz-fusión con el rock progresivo sin demasiado éxito. No fue hasta la séptima entrega de la banda que lograron por fin una audiencia masiva convirtiéndose en una de las bandas de referencia del “AOR” junto con otros nombres de la talla de Foreigner, Toto, Boston o Asia.

Schon ha sido el único integrante de Journey presente en todas sus etapas pero eso no implica que ese haya sido su único proyecto. Muy al contrario, ha formado parte de multitud de bandas, especialmente durante los periodos de menor actividad del grupo. Entre ellas se encuentran Bad English o Hardline sin dejar de lado diferentes proyectos a dúo con Jan Hammer o Paul Rodgers entre otros. Lo curioso es que siendo Schon un artista tan precoz y con un bagaje tan impresionante no grabase su primer disco en solitario hasta los 35 años. En todo caso, no vamos a hablar ahora de ese trabajo sino del segundo que apareció con su nombre. Llevaba el título de “Beyond the Thunder” y fue publicado en 1995 por el sello californiano Higher Octave, una de tantas pequeñas discográficas que surgieron en la época para aprovechar el filón de la música “new age”. Schon llegó allí tras los pasos de Craig Chaquico, otro guitarrista de pasado rockero (Jefferson Starship y más tarde Starship) que había publicado un par de trabajos instrumentales muy exitosos en aquellos años en el sello. Schon parecía un buen candidato para replicar ese éxito.

Para la grabación de “Beyond the Thunder”, Schon se apoyó en Jonathan Cain, teclista y compañero de aventuras del guitarrista en Journey y Bad English. Junto a ellos, aparecen en el disco el batería Steve Smith (también integrante de Journey), los percusionistas José Areas y Michael Carabello (quienes coincidieron con Schon en Santana), el bajista Billy Peterson, un clásico músico de sesiones, Tony Saunders (también bajista), Tommy Bradford (batería) y John Hernández (percusión).

Neal Schon


“Big Moon” - Nada más comenzar el disco escuchamos esa forma de tocar la guitarra con ese sonido tan característico de Santana. La melodía tiene también un ligero toque latino que aumenta esa percepción. Al margen de ello, es un tema instrumental muy agradable que no termina de encajar en la denominación de “new age” y sí en una especie de mezcla de rock, blues y “easy listning” que, sorprendentemente, no suena tópica sino sólida y coherente.

“Bandalero” - En el segundo corte los teclados y las percusiones juegan un papel más importante y el uso de la guitarra acústica en el inicio aleja algo más el sonido de lo que oíamos en el corte anterior. Aquí Schon suena más próximo al citado Craig Chaquico. La melodía es realmente interesante y el uso de sonidos de flauta sintetizados hace mucho en favor del conjunto al ofrecer un apoyo melódico a la guitarra que se agradece mucho.




“Cool Breeze” - La versatilidad del guitarrista se demuestra una vez más con otro cambio de registro. Sonido de guitarra diferente y algunas ráfagas de virtuosismo instrumental siempre dentro de lo que la pieza requiere. En esta ocasión hay un acercamiento al jazz en la linea del Pat Metheny de los noventa, con un ojo puesto en los ritmos e influencias latinos. Sin ser una de nuestras piezas favoritas dentro del disco, cumple bastante bien.

“Zanzibar” - Desde el punto de vista melódico, pocos temas hay en el disco con el nivel de inspiración de este: una balada que con un vocalista podría haber sido uno de tantas canciones de esas que hoy pueblan las emisoras de programación nostálgica de los años ochenta. Schon demuestra las cualidades como intérprete que hicieron que dos monstruos de la guitarra se interesaran por él y nos regala una ejecución magnífica para una muy buena pieza.




“Send Me An Angel” - Algo más flojo es el siguiente corte, con unos teclados que se zambullen de lleno en el tópico y unas partes de guitarra en las que las florituras priman sobre la melodía. Apenas podemos rescatar la presencia del bajo que dibuja una serie de lineas verdaderamente bonitas y eficaces. El solo final de Schon parece sacado de un “baladón” heavy de mediados de los ochenta de los de mecheros encendidos en la grada y melenas al viento en el escenario. La pieza estaba dedicada a su esposa Dina.

“Boulevard of Dreams” - La herencia de Santana vuelve a aparecer en todo su esplendor en este tema, dominado por un poderoso estribillo que eclipsa todo lo demás. Una buena pieza que se difumina, eso sí, sin dejar un gran poso.

“Espanique” - Nuestro corte favorito del álbum, sin lugar a dudas. El comienzo con el juego de bajo y percusión parece sacado de una canción de The Police pero inmediatamente asistimos a un giro radical con la entrada de la melodía más interesante de todo el disco, que, apoyada en un ritmo contagioso se introduce por todos los poros del oyente. Uno de esos temas que se repiten una y otra vez en la cabeza del oyente durante todo el día sin saber por qué. El título tiene que ver con un solo pseudo-flamenco que suena en el tramo final pero que no cae en el ridículo en que suelen caer otros artistas americanos tratando de pasar por flamencos y sonando tan auténticos como una paella con ketchup. No hay que ir muy lejos para buscar ejemplos porque en su propio sello, Schon tenía al alemán Ottmar Liebert, abanderado de este tipo de “propuesta” en los Estados Unidos.




“Caribbean Blue” - Con el siguiente tema baja un poco el listón volviendo a propuestas cercanas a la categoría de “muzak”. Una pieza de fácil escucha y consumo rápido de la que es difícil sacar algo que merezca la pena recuperar con frecuencia. “AOR” instrumental sin mayores pretensiones.

“Someone's Watching Over Me / Iguassa Falls” - La primera parte es un tema lento en que la guitarra de Schon toma tintes “floydianos” en fraseos que recuerdan mucho al gran David Gilmour. La base de percusión no es demasiado afortunada y llega a distraernos de la melodía central. La segunda parte, dedicada a las Cataratas de Iguazú, sin abandonar la influencia de Gilmour, suena mucho más experimental e inspirada aunque su corta duración nos deja con las ganas de un desarrollo mayor.

“Deep Forest” - Cuando Schon empuña la guitarra acústica casi nos gusta más que con la eléctrica y este corte es un buen ejemplo. Los arreglos de cuerdas (aunque sean de sintetizador) son los mejores de todo el disco y la pieza una de nuestras favoritas. Si todo todo el trabajo hubiera ido en esta linea, estaríamos ante un disco muy grande. En las notas del disco, Schon cuenta que la pieza procedía en realidad de algunas de las improvisaciones que hacía en directo con su banda Hardline.

“Call of the Wild” - El tema se abre con unos preciosos aullidos de lobo creados por el propio Schon con su guitarra. A partir de ahí se desarrolla una pieza de música “new age” de libro. Los teclados son los protagonistas absolutos y Jonathan Cain no se deja ni un sonido tópico por utilizar. Afortunadamente la pieza remonta en la segunda mitad con la entrada de la guitarra eléctrica y la batería de Steve Smith que, aunque sólo sea por un rato, se sale de los corsés que la han sujetado en el resto del disco. Un buen final pese a todo.


En su momento, “Beyond the Thunder” fue un disco que tuvo una gran aceptación, no sólo en los Estados Unidos sino también en Europa y lo consiguió, como indicábamos antes, bajo el paraguas de la “new age”, esa etiqueta en la que cabía todo lo que no terminaba de encajar en ninguna otra. Pese a ello, no consiguió repetir éxito con sus siguientes trabajos, en parte por que tampoco repitió fórmula. Su siguiente disco fue más eléctrico y cercano al hard rock y los pasos que dió después fueron mucho más erráticos. Llegó a grabar un disco de versiones de artistas como Bryan Adams, Mariah Carey o Celine Dion que curiosamente funcionó bastante bien e incluso fue nominado a los Grammy aunque artísticamente era horroroso. En cualquier caso, y aunque nunca repitió algo así, este “Beyond the Thunder” es un trabajo digno de ser tenido en cuenta y que merece la pena escuchar.


Nos despedimos con una actuación televisiva de Schon donde interpreta el tema que abre el disco: