El motor que genera ese momento de inspiración decisivo en el que un artista crea la gran obra de su vida, aquella que jamás logrará igualar por mucho que lo intente es algo misterioso. En algunos casos este aparece por casualidad. En otros lo hace tras horas de trabajo intenso y consciente (como reza la frase atribuída a Picasso, “que la inspiración te encuentre trabajando”). En el caso de Astor Piazzolla, el destello genial llegó tras conocer la noticia de la muerte de su padre Vicente en plena gira de conciertos. Según cuenta la leyenda, a su regreso a Argentina, cogió su bandoneon, pidió que le dejaran sólo, se encerró en la cocina de su casa y horas después había nacido “Adios Nonino”, obra maestra de su autor y una de las músicas más bellas que ha conocido el pasado siglo XX sin exagerar ni un ápice.
La vida de Astor Piazzolla es una de esas que parecen sacadas de un guión de una película: de ascendencia italiana, aunque nació en Buenos Aires, su infancia trancurrió en Nueva York donde con sólo 6 años empezó a tocar el bandoneón, instrumento de origen aleman y descendiente de la concertina que es, probablemente, el elemento más característico de todo un género musical como es el tango. Su formación musical fue absolutamente ecléctica ya que combinaba la ortodoxia clásica del conservatorio, el jazz que oía a todas horas en las calles de Nueva York y las melodías de su Argentina natal. En sus años neoyorquinos conoció a la gran leyenda del tango, Carlos Gardel, quien le “adoptó” en cierta forma para desenvolverse por la ciudad aprovechando que el jovencito Astor hablaba con total naturalidad francés, inglés e italiano. Pocos músicos podrán decir que debutaron en directo junto a una figura de la talla de Gardel con apenas 13 años. Pero la gran suerte de Piazzolla no fue la de tocar con el mito a esa edad sino, paradójicamente, la de no poder acompañarle en su gira americana como era el deseo del cantante: en una de las etapas de la misma, en Medellín, el avión que ocupaba Gardel se estrellaba con otra aeronave durante la maniobra de despegue falleciendo la práctica totalidad de los ocupantes de ambos vehículos (sobrevivieron sólo tres personas).
Fotograma de la película "El día que me quieras, protagonizada por Gardel. El niño de la izquierda es Astor Piazzolla. |
De regreso a Argentina, Piazzolla estudiaba música, llamemosle clásica, de día (junto a figuras como Alberto Ginastera) y tocaba tango de noche como miembro de la orquesta de Anibal Troilo aunque como compositor empezaba a decantarse por la música culta, siempre inyectándole elementos folclóricos. Su desempeño en esa faceta le hizo acreedor de una beca para estudiar en París bajo la supervisión de Nadia Boulanger, figura de una importancia capital en la música contemporanea como demuestran los nombres de algunos de los alumnos que han pasado por sus clases en uno u otro momento (Daniel Barenboim, Elliott Carter, Aaron Copland, Philip Glass, Quincy Jones, Darius Milhaud…). Boulanger tuvo un papel capital en la carrera del músico y así lo reconocía éste. Quizá el consejo más importante que recibió Astor de su maestra fue el de que siguiera por el camino del tango, que no renunciara a sus raíces aunque continuase evolucionando en otros terrenos. La producción de Piazzolla no puede ser más variada en cuanto a instrumentaciones ya que lo mismo escribía para orquesta que para formaciones más cortas como quintetos, sextetos, octetos, bandas de corte más rockero con bajo y guitarra eléctrica o batería o combos jazzisticos. A partir de los años setenta, tomó contacto con figuras del jazz como Gerry Mulligan y más tarde grabó con Gary Burton convirtiendose en influencia capital para artistas como Pat Metheny, Keith Jarrett o Chic Corea.
Como suele ocurrir en estos casos, los guardianes de las esencias no le perdonaron su transgresión de géneros y en Argentina se le atacó indicando que lo que hacía no era tango en absoluto (curiosamente era más reconocido en Europa en aquel tiempo). En los años 50, su música no sonaba en las radios de su país natal y apenas se tocaba en los cabarets. Los sellos discográficos también eran reacios a grabarla. Su guerra particular tenía varios objetivos pero particularmente quería darle al bandoneón la categoría como instrumento que parecía negarsele y, por otra parte, quería sacar al tango del ghetto de las músicas para baile y darle carta de naturaleza como música para ser escuchara. Afortunadamente, el talento siempre termina por abrirse paso y la categoría de Astor Piazzolla se impuso sobre el inmovilismo de los más puristas siendo hoy su figura un referente universal, no sólo en el tango (que de la mano de Astor alcanza alguna de sus cotas más altas) sino en la música “culta”. Actualmente, las obras de Piazzolla comparten cartel en igualdad de condiciones con las de los más reputados músicos “académicos” y los más importantes sellos de música clásica incluyen al argentino en sus catálogos con la mayor naturalidad.
El disco del que hoy nos ocupamos fue grabado por el Quinteto de Astor Piazzolla en 1969. Durante los años anteriores, el músico había escrito una gran cantidad de piezas para esa formación de quinteto a la que bautizó como el Quinteto Nuevo Tango y es a ésta época a la que pertenecen muchas de sus composiciones más populares como las que podemos escuchar en el disco que hoy comentamos. Los músicos participantes en la grabación no eran ya los integrantes originales del Quinteto Nuevo Tango salvo el contrabajista. Intervienen Dante Amicarelli (piano), Kicho Díaz (contrabajo), Oscar López Ruiz (guitarra eléctrica), Antonio Agri (violín) y el propio compositor, ¿cómo no? al bandoneón. El disco es considerado de forma casi unánime como la mejor grabación que jamás realizó su autor. Sus intépretes, al margen de consideraciones técnicas, demuestran una pasión en cada acorde que hace imposible imaginarse de qué modo podrían estas piezas sonar mejor. Si sólo vais a tener un disco de Astor Piazzolla, no lo dudeis: la elección debería ser esta.
“Adiós Nonino” – Quizá la mejor de todas las versiones que grabó Piazzolla de su obra maestra. Compuesta diez años antes, como dijimos, tras conocer la noticia del fallecimiento de su padre (el Nonino del título, como se le conocía cariñosamente). Astor tomó como base otra composición suya titulada, simplemente “Nonino” para crear esta verdadera maravilla. Comienza la versión con una interpretación al piano sólo en clave de jazz (pero con un profundo sabor a tango) de una melodía muy melancólica que queda sólo apuntada y que será retomada más adelante. Entra a continuación el bandoneón de Piazzolla junto con el contrabajo en la parte más rítimica de la pieza como preludio de la segunda aparición de la melodía principal, esta vez al violín reforzado por la guitarra eléctrica. Hay algo de esa melancolía centroeuropea en la melodía del violín que, combinado con el intenso dolor y la rabia que hay detrás de cada nota, sitúa a este tango en un lugar intemporal y eterno en el que sobran las categorías y clasificaciones y sólo cabe hablar de obras maestras sin más añadidos.
“Otoño Porteño” – Seguimos con el tango (todo en el disco es tango, por otra parte) en otra composición magnífica en la que se respira Buenos Aires a cada segundo. Cuesta comprender hoy en día que, en su momento, esta música no fuera bien aceptada a la orilla del Río de la Plata cuando para el oído contemporaneo refleja tan bien nuestra idea de aquella ciudad como lo puede hacer Edith Piaf con su París o Jobim con su playa de Ipanema. La composición fue escrita a principio de los sesenta y formaba parte de las “Estaciones” de Piazzolla.
“Michelangelo 70” – Otra de nuestras piezas favoritas de la extensa producción de su autor. Se trata de una composición rítmica y de gran intensidad en la que violín, bandoneón y piano forman una coalición invencible con la particularidad de que el grueso de la música lo forman sólo tres notas combinadas de forma magistral.
“Coral – Tangata (Silfo y Ondina)” – Quizá la pieza más tranquila del disco y la única en la que el jazz se impone al tango en la mayor parte de la misma.
“Fugata” – El carácter experimentador de Piazzolla se pone de manifiesto en el disco en esta pieza en la que el músico toma a Johann Sebastian Bach y se lo lleva de paseo por los boliches y cabarets bonaerenses. Todos los instrumentistas hacen una labor incomparable en esta composición, una más de todas en las que Astor homenajea al viejo Bach.
“Soledad” – Un inicio de piano con forma de habanera abre esta preciosa pieza, de tono triste en el que nuevamente se combinan elementos de tango y jazz formando un estilo único.
“Final” – Para concluir la colección, el músico nos regala un pequeño manual de cómo componer una pieza a base del viejo formato de tema y variaciones. Emoción a flor de piel con la que se cierra uno de los mejores discos que han pasado por el blog sin exagerar ni un ápice.
Piazzolla pertenece ya a esa extraña categoría de artistas que forman parte del repertorio de la música clásica pese a proceder de estilos aparentemente ajenos al mundo académico más ortodoxo (Duke Ellington o George Gershwin podrían ser otros ejemplos a su modo). Por eso nunca está de más acercarse a su música más personal como es la que se recoge en este “Adios Nonino” con el plus de tratarse de una interpretación del propio autor, rodeado por los músicos que él escogió y grabada en un momento de inspiración único. Podeis comprar el disco en los siguientes enlaces:
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Os dejamos con una versión en directo de "Michelangelo 70" a cargo de una de las últimas versiones del Quinteto con Piazzolla al frente:
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