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viernes, 12 de abril de 2024

Olafur Arnalds - For Now I Am Winter (2013)



Muy pocos son los músicos que se resisten a incluir canciones en su repertorio por mucho que su carrera se haya cimentado siempre sobre piezas instrumentales. En el caso de Olafur Arnalds tampoco es que tuviéramos que esperar mucho ya que fue en su tercer LP cuando decidió incorporar un vocalista para cantar algunos textos, coincidiendo con el momento en que empezó a publicar también bandas sonoras, al margen de sus habituales discos por lo que podemos pensar que el músico islandés estaba en una época de exploración y cambios. Pese a lo dicho, no debería el lector esperar grandes diferencias entre sus trabajos anteriores y este “For Now I Am Winter” (2013) por más que a la presencia de canciones se una por primera vez una orquesta completa. En el apartado vocal tenemos que mencionar la particular voz del cantante islandés Arnor Dan, frágil, quebradiza por momentos pero enormemente expresiva en la línea de otros vocalistas contemporáneos como Anohni, especialmente en su época con Antony and the Johnsons.


Además de Dan, acompañan a Olafur en el disco, Petur Jonsson (guitarras) y los miembros de la Icelandic Symphony Orchestra. Los arreglos para la misma están realizados por otro viejo conocido nuestro como es Nico Muhly. Arnalds, por su parte, se encarga del piano y los sintetizadores.


“Sudden Throw” - Abre el disco un precioso tema de corte ambiental a base de capas de sintetizadores sobre los que escuchamos una serie de cadenciosos acordes de piano. Mediada la pieza aparecen las cuerdas que van in crescendo añadiendo matices y ritmo hasta el final.


“Brim” - El segundo corte es completamente diferente y está marcado por un ritmo vivo a cargo de un cuarteto de cuerda de clara inspiración minimalista de la rama de Michael Nyman o Wim Mertens. Se refuerza la sección rítmica con programaciones electrónicas que marcan un bonito contraste ahora y en el final de la pieza al que se llega después de un breve interludio atmosférico.


“For Now I Am Winter” - El tema central del trabajo regresa a los sonidos tranquilos del primero y sirven de soporte para la primera intervención de Arnor Dan en su estilo lleno de delicadeza. Con las sucesivas repeticiones del estribillo, en el que podemos disfrutar de bonitos juegos vocales, se añaden a la mezcla algunos suaves ritmos electrónicos, nada invasivos, que dan un toque interesante a la canción.




“A Stutter” - El piano reclama ahora su cuota de protagonismo en la introducción de la segunda canción de Arnor que tiene un esquema más convencional que la anterior. Es una balada extremadamente lenta y con los papeles muy repartidos entre los distintos participantes: piano al principio, voz después y violines unidos a ambos y a los sintetizadores en el final.


“Words of Amber” - Los esquemas minimalistas vuelven a aparecer, esta vez en forma de pieza para piano. Es una composición de gran sencillez llena de matices sonoros en toda la parte electrónica, sutil en todas sus capas y de una fragilidad conmovedora. Quizá sea la composición más inspirada de todo el trabajo y, desde luego, es una de nuestras favoritas.




“Reclaim” - Casi de forma inesperada nos introducimos en profundidades desconocidas con la orquesta entrando de repente con una introducción llena de gravedad. Entra entonces la voz de Arnor para cantar un par de estrofas y a continuación todo cambia con las cuerdas acelerando y construyendo un ritmo vivo y animado que nos recuerda al español Joan Valent. El cantante abandona por un momento sus registros más delicados para cantar de una forma más convencional y cercana al pop. Esa curiosa mezcla de estilos e instrumentación, a la que se unen de nuevo los ritmos electrónicos, tiene también muchas similitudes con determinados trabajos de Sufjan Stevens.


“Hands Be Still” - El tema comienza con un aire que nos hace pensar que estamos ante una sencilla transición electrónica hacia la siguiente composición pero conforme avanza nos damos cuenta de que hay más. A los sencillos acordes iniciales se van sumando los violines y algunos efectos electrónicos que van enriqueciendo la escucha. Casi sin darnos cuenta, el tema va disolviéndose hasta desaparecer como la niebla en el amanecer hasta acabar fundiéndose con la siguiente pieza.


“Only the Winds” - El piano va surgiendo de entre las últimas notas del tema anterior y va dejando notas salpicándonos aquí y allá mientras, de fondo, surgen los violines y una base electrónica que va ocupándolo todo sin prisa pero sin pausa. Un tema extraordinario que podía haber formado parte junto con el anterior de una única pieza.


“Old Skin” - Olafur nos muestra ahora su cara más juguetona y casi infantil en la introducción de piano de esta canción, un divertimento delicioso con aire de cajita de música y una atmósfera mágica. Arnor Dan explora al máximo los registros más agudos de su voz en una intervención que es la que más nos recuerda a la anteriormente citada Anohni. Sin duda alguna, estamos ante una de las mejores canciones de todo el trabajo en la que destaca también lo cuidado de la producción.




“We (Too) Shall Rest” - Llegamos a la pieza más corta del trabajo, apenas dos minutos, que es un sencillo cuarteto de cuerda sin mucha evolución. Notas largas y lentas que se suceden en una transición (ahora sí) que no parece tener más intención que la de llevarnos a los últimos temas del disco.


“This Place Was a Shelter” - El penúltimo de ellos nos recibe con un piano romántico, “chopiniano” (años más tarde Olafur hará su propio disco dedicado al compositor polaco), que enseguida se ve acompañado por la orquesta, los sintetizadores y las cajas de ritmo para cerrar con una curiosa intervención de la guitarra eléctrica de Petur Jonsson, sorprendente por inesperada al principio pero muy acertada tomada dentro del conjunto.


“Carry Me Anew” - Cerrando el disco tenemos otra composición ambient, esta vez en la acepción más clásica del término y es que bien podría haberla firmado el Brian Eno de “Apollo” por poner un ejemplo. Sonidos etéreos que progresan lentamente para desaparecer sin dejar rastro dejandonos un inmejorable sabor de boca.



Este “For Now I Am Winter” fue el primer trabajo que escuchamos de Olafur Arnalds hace ya unos cuantos años después de haber recibido muchas recomendaciones sobre su música. Quizá por eso le tenemos un cariño especial pero es que, además, es un gran disco. Hay algo que tienen en común muchos músicos de la misma cuerda que Arnalds y de los que hemos hablado aquí a menudo (los Richer, Frahm, Johannsson...) y es que por su estilo tan particular y, en cierto modo, rígido, no suelen plantear grandes desafíos ni asumir demasiados riesgos a la hora de componer una obra nueva. Eso da como resultado carreras muy homogéneas sin apenas altibajos y por ello es difícil escoger un trabajo favorito en medio de una discografía de un nivel muy similar. Si acaso, el hecho de que aquí haya cuatro canciones más o menos convencionales, puede ser un buen argumento para que aquellos que no lo conozcan se acerquen por primera vez a su música. Desde luego, nosotros lo recomendamos.

miércoles, 12 de enero de 2022

I / Still / Play (2020)



Normalmente, los directivos de las grandes discográficas son los malos de la película. Las personas encargadas de hacer dinero y de conseguir que los artistas hagan los discos que más vendan y no siempre los que ellos desearían hacer. ¿Cuántas veces hemos leído a músicos culpando de un mal disco a las presiones de la discográficas? Ese es un tópico que se ha repetido de una u otra forma  prácticamente desde que existe la música grabada.


Sin embargo no siempre es así y existen jefes que son muy apreciados por sus artistas hasta el punto que deciden grabar discos dedicados a ellos. Es el caso de Bob Hurwitz y del disco que comentamos hoy. Hurwitz, pianista de formación, llegó a Nonesuch en 1984 tras un breve periodo en la división norteamericana de ECM y fue presidente de la compañía hasta 2017. En ese tiempo amplió los tipos de música que iban a tener cabida en el sello “fichando” a varios artistas contemporáneos de distintos géneros para acabar convirtiendo un sello de orientación clásica en otro puntero en músicas vanguardistas incorporando también a músicos de jazz, electrónicos, de rock, etc. sin perder la esencia de la marca.


Cuando Hurwitz comunicó a sus allegados que iba a dejar el puesto de presidente, uno de sus mejores amigos, el compositor John Adams, pensó en rendirle homenaje mediante un disco en el que algunos de los artistas que Hurwitz contrató en su día aportarían una composición creada específicamente para el disco. Como Hurwitz era pianista, se decidió que serían piezas para este instrumento. Como anécdota, en el libreto del disco comenta Randy Newman que decidió firmar con él porque era el único directivo de una compañía discográfica que tenía un piano en su despacho ¡y que sabía tocarlo! La lista de participantes en el trabajo es impresionante y entre las piezas que componen el mismo se incluye alguna pieza que, por desgracia, fue una de las últimas composiciones de su autor. El intérprete de casi todas ellas es Timo Andres con algunas excepciones que comentaremos en su momento.

Imagen de Robert Hurwitz


“Move” - Abre el disco una composición de Nico Muhly, uno de los más interesantes músicos actuales, bien conocido ya por los lectores del blog. Su aportación es una pieza dinámica y juguetona en el inicio a base de pequeñas secuencias de notas separadas por un pulso continuo. Repetitiva en tanto que deudora del minimalismo pero con mucha personalidad.




“Wise Words” - Cuenta Timo Andres, autor de la pieza, que en una de sus visitas al despacho de Hurwitz, se dio cuenta de que éste tenía la partitura de la “Sonata para piano, Op.90” de Beethoven en el piano. Recordando ese momento, Andres decidió tomar esa obra como punto de partida para su composición de homenaje. Su composición, sin embargo, tiene poco de clásica y suena absolutamente actual con algún toque de jazz al estilo de Brad Mehldau por poner un ejemplo conocido.




“Rimsky or La Monte Young” - Louis Andriessen relaciona a dos músicos tan diferentes como Rimsky Korsakov y La Monte Young en esta breve pieza de piano que, a la postre, fue una de las últimas que firmó antes de morir a mediados del año pasado. El inicio recuerda, efectivamente, a “The Well Tuned Piano”, la colosal obra de Young para enlazar en la segunda parte con un ostinato en el que encontramos reminiscencias del autor de “El vuelo del moscardón”.


“I Still Play” - La aportación de John Adams a la colección sirve también para darle título al propio disco. Es una pieza interpretada por Jeremy Denk y está muy alejada del minimalismo habitual de Adams que opta por un sorprendente tono entre romántico e impresionista. A partir de la introducción escuchamos diferentes variaciones en estilos muy distintos que completan una composición con mucha profundidad.


“Evening Song No.2” - La primera “Evening Song” de Philip Glass formaba parte de la ópera “Satyagraha”, estrenada a principios de los ochenta. En cualquier caso no encontramos ninguna similitud entre ambas ya que esta segunda “canción” parece más cercana al ciclo de las “Metamorphosis” del compositor norteamericano que a la citada ópera. Como ocurre a veces con Glass, esta miniatura terminó evolucionando en otras composiciones como su “Quartet Satz”.




“Song for Bob” - Una de las mayores curiosidades del disco es esta pieza de Laurie Anderson, artista que no se prodiga demasiado con el piano. La artista opta por una construcción peculiar, con breves motivos melódicos separados por silencios. A cada repetición, la melodía cambia ligeramente, a veces alargándose, a veces insertando más notas entre las que había en la repetición anterior... en suma, una interesante composición, máxime viniendo de quien viene.


“L.A. Pastorale” - Brad Mehldau interpreta su propia composición y opta por un tono tranquilo con un esquema de tema y variaciones en evolución continua. No sorprende, dado el inmenso talento de su autor, pero estamos ante una de las dos o tres mejores piezas de la colección, en nuestra opinión.




“For Bob” - La aportación de Steve Reich al CD es realmente atractiva por cuanto tampoco el compositor es muy dado a escribir piezas para piano solo sin acompañamientos electrónicos o grabaciones que vayan interactuando con el propio intérprete. Pese a ello su estilo es reconocible de inmediato e incluso nos parece escuchar alguna cita de otras obras recientes del músico.


“42 Years” - Mehldau vuelve a ponerse frente a las teclas para interpretar esta pieza de su gran amigo Pat Metheny que nos regala el tema más melódico del disco, con ese toque de melancolía que tan bien le queda a determinadas obras del guitarrista. Una preciosidad llena de sensibilidad y delicadeza para ser escuchada una y otra vez.


“Her Wits (About Him)” - El único artista del disco del que no teníamos referencias previas es el compositor irlandés Donnacha Dennehy, una de las últimas incorporaciones de Hurwitz al sello. Éste opta por un intrigante comienzo en el que juguetea de forma obsesiva con las notas más agudas del piano para ir evolucionando hacia un tono más oscuro.


“Recessional” - Cierra el trabajo Randy Newman interpretando una pieza propia de estilo claramente cómico disfrazado de marcha solemne. Una miniatura agradable que pone el punto y final al disco dejándonos con una sonrisa en la boca.



Por lo general no somos muy amigos de este tipo de discos-homenaje que, en la mayor parte de los casos, tienen mucho de operación comercial y, además, los artistas suelen aportar alguna pieza de relleno a la que no han encontrado acomodo en alguno de sus trabajos “normales”. No parece ser el caso de este “I/Still/Play” dada la relación de amistad de todos los participantes con el homenajeado. El hecho de que todas las piezas sean inéditas y escritas para la ocasión aporta un valor extra al CD que, de esta forma, se hace casi imprescindible para el seguidor de cualquiera de los artistas participantes. Cuando, como es nuestro caso, somos admiradores de la práctica totalidad de ellos, recomendar este disco es casi una obligación. Nos despedimos con Timo Andres tocando en vivo la pieza que da título al disco:





martes, 4 de julio de 2017

Sufjan Stevens, Nico Muhly, Bryce Dessner, James McAlister - Planetarium (2017)



Probablemente Nico Muhly sea el paradigma de por dónde van a ir las cosas en los próximos años para los músicos de formación clásica porque el suyo es un ejemplo de trabajo en todo tipo de género sin preocuparse por el lugar de procedencia de la música o de sus autores. A día de hoy, y pese a su juventud (apenas cuenta con 35 años), ha compuesto óperas, música de cámara, música orquestal, coral, cancioneros, etc. De cualquier otro músico diríamos que, de forma paralela, ha trabajado con artistas de otros géneros pero en el caso de Muhly no sería del todo correcto ya que para él no existe esa “forma paralela”: toda la música forma parte de un mismo todo en el que no hace distinciones ni categorías. Así, considera que componer bandas sonoras, realizar adaptaciones de obras de Philip Glass, orquestar piezas corales de William Byrd, realizar arreglos para Anthony and the Johnsons, The National o Jónsi, de Sigur Ros o grabar canciones en colaboración con Bjork forman parte de un mismo trabajo.

En 2011 Muhly recibió el encargo de escribir una obra para el Muziekgebouw de Eindhoven, teatro del que era compositor residente. Lo más interesante no era el encargo en sí sino la frase que le acompañaba: “¿con quién te gustaría trabajar si tuvieras carta blanca para hacerlo?”. Inmediatamente Muhly pensó en dos viejos amigos a los que conoció a principios de la pasada década en Brooklyn: Sufjan Stevens y Bryce Dessner. El primero, una de las figuras más interesantes de la música norteamericana en los últimos tiempos. Además de ser un dotado multi-instrumentista, Stevens ha tocado palos muy diversos que van desde el folk a la música electrónica pasando por la creación de orquestaciones sinfónicas para sus canciones. Dessner, por su parte, compagina su ya notable producción clásica que incluye entre lo más destacado piezas orquestales y cuartetos de cuerda, con su labor como miembro de The National.

No hizo falta mucho esfuerzo para convencer a ambos y poco después, el trío se puso manos a la obra para crear una pieza de grandes proporciones. El trabajo, lejos de lo que ocurre en ocasiones similares en las que se juntan tres estrellas, era una verdadera colaboración entre músicos que se conocen bien y que están acostumbrados a trabajar juntos. Cada artista tiene su sitio y en ningún momento se adivina lucha alguna de egos. Al contrario, la música fluyó desde el principio mezclando las aportaciones de cada uno de los compositores con gran naturalidad. Cualquiera que haya seguido las trayectorias del trío reconocerá sin mucho esfuerzo a todos ellos pero también escuchará un trabajo que no es atribuible a ninguno porque termina por convertirse en una obra mayor. “Planetarium” además, era un “work in progress”, una obra que fue evolucionando a partir de las composiciones con las que se estrenó de modo que la versión grabada que podemos escuchar es mucho más rica y amplia que la original. En 2012, Muhly, Stevens y Dessner realizaron una gira por varios teatros presentando la obra y al terminar los conciertos se reunieron en el estudio de grabación para registrar toda aquella música que quedaría guardada en un cajón mientras los artistas maduraban qué hacer con ella.

“Planetarium” es un trabajo conceptual alrededor del Sistema Solar con referencias a la mitología grecorromana y al ser humano. La idea comenzá a construirse a partir de los esquemas musicales de Muhly que fueron modelados en un primer momento por Dessner. Stevens se encargaría de dar forma a las canciones aportando los textos y, con ellos, la orientación definitiva del trabajo (alguna de las canciones pertenecía a un viejo proyecto personal aplazado, de hecho). Además, sugirió la incorporación al proyecto del batería James McAlister quien se encargaría de dar forma a la parte rítmica de “Planetarium” resultando ser “el pegamento que terminó por dar sentido a la obra” en palabras de Sufjan Stevens.

En la segunda parte de 2016, tras varios años en los que cada uno de los artistas se centró en sus propios proyectos, decidieron reunirse para dar forma de disco a “Planetarium” y publicarlo, algo que ocurrió hace unas semanas a través del sello 4AD. En la grabación, exquisita desde el primer al último instante, intervienen: Bryce Dessner (guitarra), James McAlister (batería, percusión, sintetizadores y programaciones), Nico Muhly (piano y teclados) y Sufjan Stevens (voz, sintetizadores, piano, Mellotron, flautas y programaciones). Participan además, un cuarteto de cuerda integrado por Rob Moose y Ben Russell (violines), Nadia Sirota (viola) y Claire Bryant (violonchelo), un septeto de trombones y Thomas Bartlett (piano y Mellotron). La idea de “Planetarium” era la de dedicar una composición a cada uno de los cuerpos celestes que componen el Sistema Solar pero con el tiempo se añadieron nuevas piezas para complementarlas aunque siempre con títulos relacionados con el tema central.

Imagen del montaje de "Planetarium" para el directo.


“Neptune” - Un fondo de sintetizador abre el disco y sirve de introducción para el piano y la personalísima voz de Sufjan Stevens que desgrana una melodía verdaderamente magistral que desemboca en un breve fragmento cantado con gran delicadeza y que podría proceder de cualquier obra renacentista. Suenan los acordes de la guitarra de Dessner para enriquecer una pieza cuya melodía es más enrevesada conforme avanzan los compases. Es entonces cuando entran el cuarteto de cuerda los trombones para dar paso al siguiente corte.

“Jupiter” - Un ritmo casi marcial nos introduce en un largo corte en el que la electrónica reclama su lugar, tanto en forma de efectos sonoros que adornan la voz de Stevens como jugando alrededor de ella con secuencias de gran belleza. En estos primeros momentos la melodía es repetitiva hasta el momento en que escuchamos a Sufjan cantando a través de un vocoder, algo que se repetirá durante buena parte del disco como una seña de identidad. Cesa la percusión y entramos en un interludio de corte ambiental que marca el comienzo de la siguiente parte del tema. Una oración sintética comienza a escucharse sobre un fondo musical de aire barroco muy característico de la música de Muhly. Aparece entonces un brusco corte percusivo que nos acompaña durante el siguiente tramo mientras se repite el tema central de este segmento. Aparecen por un instante nuevas secuencias electrónicas que desembocan en una solemne fanfarria con los trombones a pleno rendimiento con la que se pone punto final a una pieza extraordinaria.

“Halley's Comet” - El cometa Halley tiene aquí un fugaz homenaje en forma de miniatura electrónica apenas distinguible del siguiente corte para el que hace de preludio.

“Venus” - Llegamos a Venus y, como corresponde a su papel en la mitología y en la cultura popular, al tema más sensual en cuanto a los textos. La melodía es sencilla y el acompañamiento electrónico, muy característico de algunos trabajos de Sufjan Stevens, funciona realmente bien. Suenan de nuevo los metales como interludio antes de la segunda parte de la canción en la que se incide en los mismos temas que sonaron en la primera con un tratamiento diferente en cuanto a los arreglos.




“Uranus” - El clásico sonido de flautas del Mellotron nos recibe en la obertura de una canción de cierto aire minimalista que tiene una producción exquisita. Entramos a continuación en una breve sección coral que precede a un nuevo pasaje ambiental en el que la guitarra de Dessner interviene con brillantez, a dúo con la voz pasada por el “auto tune” de Stevens primero, y ya en solitario algo después. Una preciosa sección vocal con un cierto aire a Julia Holter nos acompaña hasta un pasaje más oscuro en el que guitarra y sintetizadores dibujan un escenario muy diferente, como de transición hacia la siguiente etapa. Absolutamente brillante.

“Mars” - El Dios de la guerra llega revestido de un traje más industrial en el que las programaciones rítmicas juegan un papel muy importante. Mientras tanto se van desarrollando una serie de motivos electrónicos  muy interesantes hasta que aparece la voz de Stevens, distorsionada con un efecto vocoder muy pronunciado que desemboca en un magnífico tramo con trombones y sintetizadores aliados en una composición de inspiración contemporánea. Vuelve la guitarra a sonar con una serie de acordes hipnóticos y entramos así en el último tramo de la pieza, más rítmico que el resto que termina con un profundo sonido que enlaza directamente con el siguiente tema.

“Black Energy” - La energía oscura es la protagonista de un corte que comienza con un tono muy evocador, verdaderamente cósmico si entendemos como tal, por ejemplo, la música de Vangelis en su “Albedo 0.39” (el tema así llamado, no todo el disco). Es una composición puramente ambiental, muy intensa, que cumple sobradamente con su función de enlace dentro del disco pero que, además, tiene entidad suficiente para poder ser tomada de forma independiente al mismo.

“Sun” - La pieza dedicada al Sol comienza con espaciados destellos de sintetizador, quizá describiendo un amanecer en cualquier punto del Sistema Solar. Pese a compartir características con la pieza anterior (ambas son “ambient”) esta es muy diferente en espíritu. Más luminosa con perdón por la obviedad.

“Tides” - Uno de los efectos más notables del Sol y de la Luna sobre la Tierra son las mareas que aquí aparecen en forma de tema breve que sigue la linea de los precedentes.

“Moon” - Con la Luna llega un nuevo cambio en el disco. Volvemos a escuchar a Sufjan Stevens en una canción que tiene algo de tribal y en la que destaca el delicado acompañamiento instrumental con influencias de Steve Reich, músico con el que tanto Muhly como Dessner han trabajado en algún momento. En todo caso, el armazón electrónico diseñado por Stevens es lo que nos resulta más atractivo de toda la pieza.

“Pluto” - El “planeta enano” tiene el honor de ser el inspirador de una de las canciones más bellas de toda la obra. Introducida por una preciosa guitarra, heredera quizá del Reich de “Electric Counterpoint”, surge poco a poco una gran melodía que se va transformando de un modo muy cinematográfico en un himno acompañado por las cuerdas y los metales. El final, con la electrónica de nuevo en primer plano es extraordinario como todo el disco. “Pluto” es una evolución de una vieja canción de Sufjan Stevens que no encontró acomodo en sus trabajos personales.

“Kuiper Belt” - Una animada danza con cierto aire al Mike Oldfield más inocente de sus primeros años es la encargada de representar al Cinturón de Kuiper. Es un tema que se hace muy corto y que sirve para enlazar con otro aún más escueto.

“Black Hole” - Los agujeros negros apenas cuentan con medio minuto de presencia en el disco pero es esta una transición muy intensa que enlaza a la perfección con el que fue el tema de presentación del disco.

“Saturn” - La canción con la que comenzó a mostrarse el proyecto era un tema muy electrónico en su inicio, con Sufjan Stevens de nuevo cantando con “auto tune” una melodía verdaderamente inspirada y con cierto aire ochentero. En su segunda parte aparecen ritmos bailables por primera vez en el disco pero todo está hecho con una elegancia que en ningún momento desentona frente al resto del trabajo. Como “single” es perfecto para mostrar al posible oyente un proyecto muy diferente a cualquier otra cosa que suene actualmente en dondequiera que suenen hoy los singles.




“In the Beginning” - La última transición del disco tiene un aire solemne, probablemente conseguido gracias a las cuerdas del Mellotron y su inconfundible sonido.

“Earth” - Llegamos así a la pieza dedicada a nuestro planeta que también es la más extensa y compleja de todo el disco. A lo largo de sus más de 15 minutos de duración asistimos a todo tipo de escenarios. Desde la introducción ambiental al más puro estilo de Brian Eno hasta pasajes electrónicos que parecen salidos de la factoría Kling Klang. Tras ese inicio el Mellotron y su sonido de flauta acompañan a Stevens cantando con Vocoder un motivo que podría ser una moderna oración. A su conclusión entramos en una sección electrónica con reminiscencias del Terry Riley de “A Rainbow in Curved Air” a la que se suma Dessner con su guitarra. Aparece súbitamente un ritmo electrónico que va transformándose poco a poco hasta conformar una base de clara inspiración en Kraftwerk. Termina poco después esta pequeña “suite” con un nuevo tema atmosférico con el que perfectamente podría haber concluido el disco.

“Mercury” - Sin embargo faltaba un planeta por aparecer y lo hace en forma de canción casi “pop” que parte de un piano y una guitarra minimalistas protagonistas de un dúo en el que perfectamente podríamos ver reflejados a los mismísimos Glass y Reich. Mientras todo esto sucede, Sufjan Stevens canta de forma maravillosa una de las mejores melodías de todo el disco.




Tras el lanzamiento de “Planetarium”, sus autores han iniciado una nueva gira para mostrar el disco en directo. Un trabajo que desde que escuchamos los primeros adelantos meses atrás nos atrajo como pocos otros habían hecho antes. Las expectativas que teníamos ante esta grabación eran tan altas que lo que más nos ha sorprendido es que no han quedado defraudadas en ningún momento. Más bien al contrario: “Planetarium” es aún mejor disco que el que nos imaginabamos en nuestras previsiones más optimistas. Raro será que aparezca en los meses que faltan (y aún queda la mitad del año por delante) un trabajo que nos cause mejor impresión que este.

Así sonaba "Planetarium" en su primera versión en directo en Amsterdam:


 

domingo, 15 de febrero de 2015

Richard Reed Parry - Music for Heart and Breath (2014)



Cada vez encontramos más casos como el del músico que nos ocupa: artistas procedentes del mundo del pop-rock que se atreven a dar el salto a músicas más “serias” como la clásica. Lo cierto es que el panorama ha cambiado mucho respecto a décadas anteriores. Hace años, sólo algunas figuras consagradas de estos estilos decidían dar el paso y lo hacían, habitualmente, sin la formación necesaria y apoyándose en arreglistas y compositores más duchos en esos menesteres. La cosa, como decimos, es ahora diferente. Mientras que en sus comienzos el rock y los estilos de música populares eran la vía de expresión escogida por muchachos cuyas habilidades y ambiciones iban poco más allá de escribir bonitas canciones y tocar con cierta habilidad una guitarra, de un tiempo a esta parte son un medio más a disposición de artistas con una formación académica a la altura de cualquier intérprete de sala de conciertos. Evidentemente estamos simplificando una serie de situaciones pero no creemos alejarnos demasiado de la realidad en este planteamiento.

Así, resulta que, hoy en día, los integrantes de un buen número de bandas de rock de éxito son gente con una sólida base musical y esto hace que sus inquietudes vaya más allá y exporen caminos alternativos más cercanos a la música culta consiguiendo integrarse en algunos de los sellos más representativos de ese mundo cada vez menos hermético que es el de la clásica.

Vamos a Canadá, concretamente a Montreal y a los primeros años de la década pasada. Allí encontramos a Arcade Fire, una banda que casi antes de nacer, se enfrentaba a su primera crisis importante. En ese momento se incorpora a la formación Richard Reed Parry, multi-instrumentista como la mayoría de miembros del grupo. Aquellos fueron años turbulentos con entradas y salidas de personal, discusiones y la grabación de un prometedor EP titulado igual que el grupo que supuso la salida de la banda de varios de los músicos que lo habían grabado. A pesar de las controversias, Arcade Fire salió adelante publicando una serie de discos que les han granjeado los elogios de la crítica, el cariño de un amplio público y la admiración de muchos compañeros de profesión incluyendo a “vacas sagradas” como el mismísimo David Bowie, quien colabora en el último disco de la banda. El grupo mantiene una formación mucho más extensa de lo habitual en el rock y ésta se amplía aún más en directo. Su sonido es muy original, especialmente por la gran cantidad de instrumentos poco habituales en estos estilos musicales como el , banjo, el xilófono, el acordeón, la celesta, el glockenspielm, el sitar, clarinetes y demás hermanos de la familia de las maderas, etc. Otra de las características de la banda es su forma de trabajar coral en la que todos los miembros aportan su participación en la composición de músicas y textos aunque parece ser que el rol central lo juegan el matrimonio formado por Win Butler y Regine Chassagne junto con nuestro protagonista hoy: Richard Reed Parry.

Paralelamente a su carrera con Arcade Fire, Parry ha realizado una serie de colaboraciones con otros artistas y también se ha introducido en el mundo de la composición “clásica” junto con otros “compañeros de armas” de similar trayectoria como Jonny Greenwood de Radiohead y los hermanos Dessner de The National además del “enfant terrible” de la música contemporánea, Nico Muhly.

Así, en 2014 llegó a nuestros oídos el disco de debut de Parry, nada menos que con el sello Deutsche Grammophone. Algo así tenía que llamar nuestra curiosidad y el comprobar que entre los intérpretes se encontraban los miembros del Kronos Quartet o los de yMusic, terminó por decidirnos a darle una oportunidad al disco.

El trabajo reúne una serie de piezas con un concepto en común que es la exploración de los ritmos corporales de los propios intérpretes. De primeras, eso nos recordó a los experimentos de Reich en los que la capacidad pulmonar de los ejecutantes de los instrumentos de viento era la que determinaba la duración de sus intervenciones. Entonces, los resultados eran muy atractivos así que teníamos que comprobar si el efecto se conservaba en esta nueva investigación sonora.

Explica el propio autor el concepto que reside tras el disco:

“son una serie de composiciones que usan los movimientos involuntarios de algunos órganos del cuerpo (particularmente el corazón y los pulmones) como parámetros para la interpretación. No existen indicaciones de “tempo”: éste está marcado por los ritmos cardíacos o respiratorios de los ejecutantes. Cada uno debe tocar, por ejemplo, en sincronía con su respiración (o con la de otro de los músicos) acompasándose con el ritmo de inspiración, de espiración o con ambos. Para conseguir la sincronía con los ritmos cardíacos, cada músico está equipado con un estetoscopio. El hecho de que los latidos de cada intérprete tengan una cadencia diferente termina por crear una suerte de “puntillismo musical” en el que las melodías se alinean y se salen de fase constantemente”.

En esencia, estaríamos ante un proceso afín a la creación de “fases” de Steve Reich pero gobernado por los ritmos corporales y no por procesos matemáticos. Los efectos son igualmente fascinantes.

Richard Reed Parry


“Quartet fo Heart and Breath” - La primera composición, a pesar del nombre de “cuarteto”, es, en realidad un sexteto interpretado por los miembros de yMusic, Rob Moose (violín), Nadia Sirota (viola), Clarice Jensen (violonchelo), Alex Sopp (flauta), Bill Kalinkos (clarinete) y C.J.Camerieri (trompeta). Es una pieza en la que las cuerdas y los vientos alternan los papeles de modo que primero son aquellas las que se encargan de la parte rítmica en pizzicato con los segundos en las tareas melódicas y después justo al contrario. La música resultante tiene mucho en común con alguna de las composiciones más experimentales de Wim Mertens para grupo y es de una gran belleza y fragilidad.



“Heart and Breath Sextet” - Los miembros de yMusic reciben el refuerzo de Nico Muhly al piano para esta extensa pieza que se abre con una serie de lamentos encadenados de violín a los que se suman de forma progresiva el resto de instrumentos. La parte de piano actúa como una especie de argamasa que empasta a la perfección el conjunto. Por momentos se acerca al ambiente del “Concierto para Piano” de Gavin Bryars aunque las propias características conceptuales de la obra condicionan mucho un desarrollo coherente de todos los instrumentos que terminan funcionando como entidades individuales aunque no siempre. De hecho, el sector central de la composición es especialmente brillante en la linea del Michael Nyman romántico de alguna de sus bandas sonoras. En el último tramo se vuelve a crear esa tensión algo caótica del comienzo consiguiendo, en su conjunto, una obra muy interesante y atractiva.

“For Heart, Breath and Orchestra” - Un grupo de catorce músicos entre los que repite Muhly quien además del piano toca la celesta y dirige la orquesta se enfrenta a la partitura de la siguiente obra del disco. También es la primera pieza en la que el propio Parry aparece como intérprete de piano y contrabajo. La música parece surgir a borbotones y encontramos en ella grandes influencias de alguno de los nombres más celebrados del pasado siglo como Olivier Messiaen aunque también de Ligeti. Sin embargo, el resultado final es profundamente minimalista aunque sea este un minimalismo “orgánico”, por así decirlo, nada mecánico y dotado de un pulso propio.

“Interruptions I-VII” (Heart and Breath Nonet)” - La obra más extensa del disco se compone, en realidad, de siete pequeños movimientos ejecutados por los miembros de yMusic con el refuerzo de Parry al contrabajo y los hermanos Dessner a las guitarras. En la primera de las piezas el protagonismo es para la viola, algo que se repite en el comienzo de la segunda aunque doblado por el contrabajo y convenientemente acompañado por el resto de cuerdas en momentos puntuales. El tercer movimiento se centra en vientos y cuerdas alternandose. Particularmente interesante nos resulta el cuarto movimiento con un ritmo constante construído a partir de una amalgama indescifrable de instrumentos de entre los que se destaca el cello con una extraordinaria melodía. El mismo espíritu es compartido por las guitarras de los miembros de The National que lideran la siguiente parte de la obra en su comienzo siendo luego el principal soporte rítmico en apoyo de los vientos, una vez más, en la tradición de Wim Mertens. Similar coñaboración pero ahora entre guitaras y cuerdas es la que encontramos en el penútimo movimiento de la obra para cerrar con el corte más ambiental que, como indica su propio título, se basa en una serie de “drones” de cuerda.



“Duet for Heart and Breath” - La primera obra que Parry escribió pensando en el concepto de la sincronía de la ejecución con los ritmos corporales del intérprete fue este dueto que aquí enfrenta al autor con la viola de Nadia Sirota. La pieza consiste en una serie de repeticiones al piano sobre las que la solista esboza breves trazos melódicos. Podría formar parte por derecho propio de cualquier catálogo de música minimalista de los últimos años aunque tampoco suena demasiado lejano a algunas obras de cámara de Arvo Pärt.

“Quartet for Heart and Breath (for Kronos)” - Cerrando el disco, encontramos la versión para cuarteto de cuerda de la pieza que abría el trabajo. La interpretación, a cargo del Kronos Quartet, es impecable y cierra un trabajo muy recomendable.

Dentro de la lista de obras de músicos “pop” dentro de parámetros clásicos que hemos escuchado en los últimos años, el disco de Parry nos parece de lo más original y fresco. No se trata de un trabajo de imitación de otros artistas sino de un verdadero esfuerzo por experimentar en el que, pese a que las premisas puedan parecer similares a otras (ya hemos citado a Reich), los resultados no lo son. Podemos disfrutar así de un disco que a nuestro entender puede gustar mucho a lectores del blog afines a la música de Mertens y al minimalismo en general pero también a muchos otros. Si Parry continúa en el futuro con esta vertiente de su trabajo, estamos seguros de que volverá a aparecer por al blog aunque no es descartable que en algún momento nos fijemos también en Arcade Fire. Tiempo al tiempo. Por ahora, su “Music for Heart and Breath” está disponible en los siguientes enlaces:

deutschegrammophon.com

prestoclassical.co.uk