lunes, 28 de enero de 2019

Vangelis - Spiral (1977)




Es interesante ver cómo clasificamos a los músicos en distintas categorías y lo difícil que es después “sacarlos” de ellas. En 1989 se publicó la primera entrega de una popular serie de discos titulada “Synthesizer Greatest” en las que el músico Ed Starink hacía sus propias versiones electrónicas de temas clásicos de la música instrumental reciente con especial acento en grandes éxitos grabados con sintetizadores. En aquella colección, que tuvo varios volúmenes en los años siguientes, había dos autores cuyo nombre aparecía con profusión hasta ocupar entre los dos un alto porcentaje de los temas que incluía cada nueva entrega: Jean Michel Jarre y Vangelis.

Y es que Vangelis ha pasado al imaginario colectivo como uno de los dos o tres músicos electrónicos más populares cuando lo cierto es que no son tantos los discos publicados por el griego que podrían ser calificados como tales, especialmente si los comparamos con los del propio Jarre, los de Kraftwerk o los de Tangerine Dream. Aunque el componente electrónico está presente en un buen número de ellos, en la música de Vangelis hay muchos más elementos (pianos, guitarras, percusiones, coros...). De hecho, pocos de sus discos encajarían realmente en la misma categoría de “música electrónica” en la que metemos al resto de músicos anteriormente mencionados. Entre ellos, uno de los más destacados sería el que tenemos aquí hoy: “Spiral”.

Con “Spiral”, Vangelis continuaba la linea de “Albedo 0.39” en el sentido en que se repetía el esquema de piezas más o menos cortas con melodías directas y fáciles de recordar pero con un enfoque mucho más electrónico, dejando atrás los elementos de jazz y rock de discos anteriores o las largas “suites” que ocupaban sendas caras del LP. Siendo estrictos, este sería el primer disco del griego al que se podría calificar como verdaderamente electrónico sin “contaminación” de otros estilos. Dentro de la carrera de Vangelis, además, es fundamental porque es el primero en el que aparece el sintetizador que iba a convertirse en la seña de identidad más reconocible de la música del compositor griego: el Yamaha CS80. Se trata de uno de los mejores sintetizadores polifónicos de su época. Una máquina maravillosa que, a su espectacular sonido añadía un teclado excepcional que permitía al intérprete una expresividad inédita hasta entonces en un sintetizador: teclas lastradas que imitaban el tacto del piano, sensibilidad a la rapidez, sensibilidad a la presión... una joyita en manos del intérprete adecuado y Vangelis lo era hasta el punto de que su nombre ha terminado por evocar al del sintetizador y viceversa. Al margen de los aspectos puramente musicales, “Spiral” tenía cierta carga conceptual procedente de las enseñanzas del Tao Te Ching, uno de los dos textos fundamentales del taoísmo, y de la corriente mística sufí.

El mítico Yamaha CS80


“Spiral” - Probablemente nuestro corte favorito del disco por su complejidad y su variedad melódica y rítmica. Se abre con una serie de arpegios electrónicos que van evolucioando y jugando con el oyente saltando de uno a otro canal del estudio. Poco a poco se filtra entre ellos una solemne melodía de órgano reforzada por el CS80 y por unas contundentes campanas para culminar la introducción. Inmediatamente después aparece una veloz secuencia electrónica adornada con percusiones de todo tipo sobre la que se desarrolla la melodía principal: un motivo repetitivo que recuerda en su parte final a un tema de Igor Stravinsky. “Spiral” es una verdadera joya en todos los sentidos que reune en sus casi 7 minutos lo mejor de su autor.




“Ballad” - El disco cambia ahora de estilo de forma radical. De las secuencias y los ritmos vertiginosos pasamos a un tema más lento en el que escuchamos la voz del propio músico (conveniente modificada por medios electrónicos) tarareando el tema central. Es una pieza muy extraña pero que anticipa muchos conceptos que Vangelis desarrollaría en los años posteriores, especialmente en discos como “China”. También tiene cosas que nos recuerdan al japonés Isao Tomita. Pese a tener un enfoque algo más escueto en cuanto a los medios empleados, no faltan los momentos grandiocuentes que formaban parte de la obra del músico en muchos de los discos anteriores.

“Dervish D” - Regresamos a los temas secuenciales con esta pieza inspirada en las danzas de los derviches. La melodía principal es muy sencilla y todo el juego se desarrolla por detrás, con los efectos electrónicos y las percusiones arropando a los secuenciadores. Transcurridos un par de minutos, Vangelis ejecuta una especie de improvisación realmente brillante a los teclados. La influencia del músico con este disco fue tal que podemos decir que todo el sonido de artistas como Joel Fajerman, estaba ya contenido en esta pieza.

“To the Unknown Man” - Llegamos a la que es, con toda probabilidad, la composición más conocida del disco, utilizada hasta la saciedad en sintonías de radio y televisión de aquellos años. El esquema es sencillo y nada nuevo para el seguidor de Vangelis pero aquí está llevado a su máxima expresión por un músico en estado de gracia. Toda la pieza se sustenta en unas pocas notas que se repiten continuamente a modo de pulso con muy pocas variaciones. Partiendo de esa base, el compositor griego desarrolla una melodía emocionante, sensible, plena de inspiración, que evoluciona de manera magistral, sumando en cada repetición nuevos elementos como cuerdas sintéticas, percusiones, etc. hasta la parte final con un obstinado tambor y sus redobles continuos a ritmo de marcha que ponen la piel de gallina. Sólo hay un pero que podamos ponerle a esta maravilla y es que nos sobra la coda final, con un aire “pop” que no encaja en absoluto con el resto de la pieza.




“3+3” - Como cierre, Vangelis nos deja una especie de vals acelerado que tiene como base otra melodía secuencial. En la segunda parte incorpora elementos que lo acercan de un modo extraño al blues para volver al comienzo con sonoridades, de nuevo, cercanas a lo que hacía Tomita en aquellos años. En cualquier otro disco, este tema sería uno de los puntos fuertes pero aquí queda algo relegado ante la calidad de las piezas que lo acompañan.


Si preguntamos hoy a un seguidor veterano de Vangelis por sus cinco discos favoritos del músico griego, es muy probable que “Spiral” se encuentre entre sus elegidos. Junto con “Albedo 0.39” es quizá el trabajo que contiene los ejemplos más claros de música electrónica popular de su autor. Sin ir más lejos, más de la mitad del disco aparece en los dos primeros volúmenes de la antes mencionada serie “Synthesizer Greatest” lo que da una idea de la repercusión que tuvieron en su momento estas piezas y de su trascendencia pasados los años. La música de “Spiral” entra ya en esa categoría de composiciones clásicas que todo el mundo conoce aunque no siempre sean capaces de identificar a su autor y eso la convierte en parte de la vida de toda una generación. Los pocos elegidos que han alcanzado algo así, y Vangelis es uno de ellos, son ya inmortales.

Como despedida, os dejamos con un tema que fue "cara B" del single de "To The Unknown Man" pero que no formó parte del disco (aunque sí se incluyó en alguna reedición posterior).


 

lunes, 21 de enero de 2019

Yes - Drama (1980)



Hay veces al que los momentos de crisis son muy interesantes. Nos muestran la capacidad de reacción de un grupo, su cohesión, e incluso la coherencia de sus miembros. Nos gustan las bandas que se levantan tras un golpe y que afrontan el futuro con una mirada nueva aunque manteniendo las referencias al pasado, especialmente cuando esas referencias tienen un mensaje para aquellos que se bajaron del carro en un momento determinado. ¿Cómo no esbozar una sonrisa cuando, tras su disolución más o menos pactada, aparece un nuevo disco de Pink Floyd (ya sin Roger Waters) titulado “A Momentary Lapse of Reason”?. Tampoco es fácil permanecer impasible cuando Genesis publica el primer disco sin Steve Hackett y lo titula “And Then There Were Three” en referencia a los tres miembros que permanecían en la banda. La experiencia sirve también para artistas en solitario porque no podemos pasar por alto el catálogo de mensajes ocultos (y no tan ocultos) que Mike Oldfield (entonces Michael) le dedicó a Richard Branson en los títulos y en las letras de “Heaven's Open”, su disco de despedida de Virgin.

En esa misma categoría entraría el disco que comentamos hoy. Tras varias sesiones de grabación caóticas en las que nada funcionaba y de las que no era posible sacar nada medianamente satisfactorio, en los últimos meses de 1979, Jon Anderson y Rick Wakeman deciden abandonar Yes. En el caso de Wakeman no era la primera vez, pese a lo cual, siempre se le considera como uno de los miembros más icónicos de la banda. Lo de Jon Anderson era más grave. Se trataba de la voz del grupo y de una de sus grandes señas de identidad. El resto de integrantes decidieron seguir adelante y titular el siguiente disco, “Drama”, haciendo gala de un gran sentido del humor.

La banda venía tocada ya desde las sesiones de “Tormato” y la convivencia se había hecho complicada. La principal discrepancia venía de Jon Anderson, enfrentado al trío Squire, Howe y White, partidarios de un trabajo colectivo en la composición de los temas frente al enfoque más personal del cantante (prefería que cada cual aportase canciones individualmente). Cuando el vocalista decidió abandonar la banda (y centrarse en sus proyectos en solitario y junto con Vangelis), Wakeman le siguió. No lo hizo porque compartiera especialmente sus planteamientos, que probablemente también, sino porque no concebía una formación de Yes sin su cantante y fundador. La situación era crítica. Yes se veían reducidos a un trío cuando en pocos meses tenían comprometida una gira por Estados Unidos e Inglaterra que ocuparía buena parte de la segunda mitad del año y, además, llevaban ya un tiempo sin grabar con lo que la presión para publicar un nuevo disco era muy fuerte. Las sesiones en París, aún con Anderson y Wakeman y bajo la supervisión de Roy Thomas Baker, no habían producido demasiado material aprovechable. Además, un incidente con Alan White obligó a suspenderlas justo antes de la desbandada de Jon y Rick: al parecer, el batería se rompió un tobillo mientras patinaba en un club nocturno acompañado de Richard Branson. Tal cual.

Marzo de 1980. Yes, reducidos a trío, ensayan en un estudio londinense con vistas al nuevo disco. En un estudio contiguo se encuentran los miembros de la última gran sensación del pop británico, The Buggles, que acababan de publicar su disco de debut promocionado por el single “Video Killed the Radio Star”, número uno en las listas de medio mundo. En un momento determinado, los integrantes del dúo, Trevor Horn y Geoff Downes, se acercaron a ver uno de los ensayos de Yes ya que eran grandes admiradores del grupo. Se daba la circunstancia de que ambas bandas compartían manager: Brian Lane. Siendo Downes teclista y Horn vocalista, alguien debió sumar 2 y 2 y sugerir que quizá ellos podrían cubrir el hueco de Anderson y Wakeman. La idea de que dos músicos que acababan de debutar con un disco de “new wave”, “synth-pop” o como se quiera denominar lo que hacían The Buggles, podrían entrar a formar parte de una de las bandas más legendarias del rock progresivo, sonaba disparatada pero, o bien en un alarde de audacia, o bien por pura desesperación ante los compromisos que se avecinaban, se decidió probar suerte.

Sorprendentemente, en el estudio hubo mucha química entre los cinco músicos lo que unido a la aportación de Downes y Horn en forma de composiciones propias, provocó que en apenas tres meses, el nuevo disco de Yes estuviera completado con parte del material de las sesiones de París, algún tema de The Buggles y varias canciones escritas ya por el nuevo quinteto. En “Drama”, Trevor Horn canta y toca el bajo en uno de los cortes, Steve Howe toca guitarras y hace coros, Chris Squire se encarga del bajo, el piano y los coros, Geoff Downes toca los teclados y es el encargado del vocoder y Alan White hace lo propio con la batería y las percusiones.

La sorprendente alineación de Yes en 1980.



“Machine Messiah” - Un riff potente, cercano al “heavy metal” nos da la bienvenida al disco. Es la introducción del tema más largo del mismo en el que la guitarra de Howe, imperial, nos guía hacia la primera intervención vocal, escoltada por unos teclados brillantes. Escuchamos a Horn rodeado de los clásicos coros de Yes por lo que no hay espacio aún para añorar a Jon Anderson. La continua variación de ritmos y motivos melódicos (entre los que encontramos una variación de una tocata de Charles Maríe Widor), nos remite a la etapa clásica de la banda que parece mantener intacto el espíritu del rock progresivo pese a las nuevas incorporaciones. El interludio que aparece a mitad de la pieza, con guitarras acústicas y las voces entonando el título del tema es una joya que nos lleva a un rápido final en el que Horn se mete en los pantalones de Anderson con un resultado más que digno.




“White Car” - El segundo corte es apenas un interludio dedicado indirectamente a Gary Numan. Al parecer, una foto del autor de “Cars” en su coche inspiró a Geoff Downes para crear esta corta pieza, principalmente electrónica.

“Does it Really Happen?” - Continúa el disco con un vigoroso tema que apunta ya claramente hacia lo que se dio en llamar “AOR” en aquellos años. Aún había muchos elementos progresivos pero los teclados y una cierta simplificación en ritmos y armonías empezaban a acusar una búsqueda de una fórmula más acorde con los gustos de la época. El bajo de Chris Squire tiene un papel muy importante en todo el tema siendo uno de los grandes puntos de enganche con los Yes anteriores, junto con los coros “a cappella” de la segunda parte del tema y la brillante coda instrumental.

“Into the Lens” - La “cara b” del disco comenzaba con una pieza que Horn y Downes había escrito para el segundo disco de The Buggles pero que aparecería antes en “Drama”. Probablemente sea nuestra canción favorita del disco por muchas cosas, entre las que se encuentra el gran trabajo a la batería de Alan White y el atrevimiento a la hora de incorporar elementos como el vocoder a la música de una banda como Yes, algo que en grupos de estos estilos no era fácil de ver. Ese detalle y algún otro nos remiten a otras formaciones con raíz progresiva y orientación más pop de la época como The Alan Parsons Project.




“Run Through the Light” - Un oyente despistado podría atribuir el comienzo del tema a The Police, especialmente por la similitud en la forma de cantar entre Sting y Trevor Horn. Como curiosidad, Horn es quien toca el bajo en la pieza en lugar de Squire que se pasa al piano en esta ocasión. Todo en el tema es brillante, desde los teclados de Downes hasta las guitarras y la mandolina de Steve Howe. Un ejercicio coral de virtusismo a un gran nivel que mantiene el pabellón de la banda en lo más alto.




“Tempus Fugit” - Squire retoma el bajo y lo hace a lo grande dominando por completo una pieza que combina un gran dinamismo con guitarras próximas al “ska”, lo que vuelve a acercar a la banda a los mencionados The Police que triunfaban ampliamente por todo el mundo en la época (muchas veces hemos pensado que “Synchronicity”, el tema de Police de 1983 es un guiño a este “Tempus Fugit”. Un magnífico cierre en todo caso para un disco que fue muy difícil de llevar a cabo.


La acogida del trabajo fue moderadamente buena. De hecho, buena parte de las críticas recibidas por parte de los seguidores, tuvieron más que ver con la gira posterior que con el disco en sí. El motivo: que ni Horn ni Downes daban la talla en directo, en especial el cantante, incapaz de afrontar un repertorio como el de Yes, creado para un registro vocal tan peculiar como es el de Jon Anderson. En todo caso, ninguno de los miembros de The Buggles estaba acostumbrado a las exigencias de un grupo como Yes en directo y una vez finalizada la gira posterior, la banda se disolvió por completo siguiendo cada uno de sus integrantes con su carrera por su cuenta. Horn y Downes publicaron un segundo disco como The Buggles, el propio Downes junto con Steve Howe, John Wetton y Carl Palmer formarían el “supergrupo” Asia y, por su parte, Squire y White se unieron a Jimmy Page para formar XYZ antes de formar Cinema, una nueva banda que terminaría por convertirse en una nueva encarnación de Yes tiempo después.

Con todo, y obviando la influencia que la ausencia de Jon Anderson puede ejercer sobre un seguidor de Yes a la hora de evaluar el disco, tenemos que decir que “Drama” es un buen disco, tirando a muy bueno. No llega al nivel de excelencia de un “Close to the Edge” o un “Relayer” pero tampoco anda muy lejos de “Going for the One” por poner un par de ejemplos. Un trabajo que no suele mencionarse entre los grandes de la banda pero que merece la pena recuperar de cuando en cuando.

domingo, 13 de enero de 2019

Peter Buffett - The Waiting (1987)



Todos conocemos historias de superación en el mundo de la música. Artistas que se labran una carrera luchando contra viento y marea, sobreponiéndose a la escasez de medios, a la falta de oportunidades, a la dificultad para darse a conocer... un panorama poco alentador, en fín, que era todo lo contrario a lo que se encontró nuestro protagonista de hoy porque cuando tu padre es uno de los hombres más ricos del planeta las cosas suelen ser algo más fáciles.

Hablamos de Peter Buffett, hijo, claro está, del genio de las finanzas Warren Buffett. Cuando la forma de llegar a fin de mes no es una preocupación, la búsqueda de algo que hacer en la vida parece más sencilla y el joven Peter tenía muy claro que lo que le gustaba de verdad era la música. Cuenta en su web cómo desde niño pasaba el tiempo imaginando melodías que luego reproducía fácilmente en el piano familiar por lo que el teclado le pareció el medio más adecuado para expresarse y, a partir del piano, el salto a los sintetizadores fue el paso natural. Lo más curioso es que su gran influencia, el músico que le hizo dar el paso, fue el guitarrista William Ackerman. Cuando escuchó su música, esa naturalidad y sencillez, le recordó a lo que él venía haciendo desde niño. Buffett abandonó los estudios y se trasladó a San Francisco para comenzar su carrera musical. Lo primero que hizo fue construir un estudio en el que se encargaba de producir discos para bandas locales. Una forma tan buena como otra cualquiera de aprender los rudimentos del oficio y, en especial, de las tecnologías de grabación que, a mediados de los años ochenta habían dado ya un gran salto en relación a décadas anteriores. Comenzaban los años de lo que el periodista Ramón Trecet llamaba, con gran acierto, “el estudio como instrumento”.

Bufett aprovechó la oportunidad de disponer de lo último en tecnología y aprovechó la aparición en aquella época de dos de las cadenas de televisión que iban a tener más relevancia en el futuro (MTV y CNN) para trabajar con ellos realizando las músicas de buena parte de sus “jingles” y “cortinillas” de continuidad. De ahí dio el salto a uno de los grandes sellos americanos de música “new age”, Narada, aprovechando además la época dorada del género para convertirse en una de sus mayores figuras. Es curioso que siendo un admirador de William Ackerman terminase fichando por la que quizá era la competencia más directa de Windham Hill. Es posible que el enfoque más acústico del sello de Ackerman frente al más electrónico de Narada le hiciera encaminarse hacia estos últimos. Su disco de debut se tituló “The Waiting” y en él, Buffett hacía uso de los sintetizadores más populares de la época como el Roland MKS-80, el Kurzweill K250, el Yamaha DX7, el Synclavier o el Roland D-50, el aparato que todas las grandes estrellas acabaron utilizando. Todo estaba tocado y producido por él lo que le daba un valor añadido al trabajo.

Peter Buffett en su estudio a mediados de los 80.


“Empire Builder” - El comienzo del disco no deja de ser algo tópico. Etéreos “pads” electrónicos que hoy en día suenan viejos y una sucesión de sonidos de librería comunes a un gran número de discos de la época. Con todo, hay algunas ideas interesantes que a lo largo del disco irán desarrollándose de un modo más convincente.

“The Waiting” - Estamos en 1987 y Mike Oldfield no se había planteado aún hacer una secuela de Tubular Bells pero se diría que Peter Buffett se le adelantó con este tema. El comienzo de piano tiene el clásico esquema “tubular” de las tres partes de la obra de Oldfield y el desarrollo instrumental posterior no es demasiado distinto del de “Tubular Bells II” que aparecería unos años después. Curiosidades aparte, “The Waiting” es, quizá, la mejor pieza del disco y un gran ejemplo de lo que se podía hacer en aquel momento con un buen estudio de grabación y el talento para saber utilizarlo.

“Why” - Sonidos cristalinos, ritmos sutiles y un bajo que habría sonado mejor de haber sido un instrumento real y no una emulación electrónica son los componentes principales de un tema que, en realidad, hace las veces de transición.

“Aberdeen” - El corte más largo de todo el trabajo deja entrever algunas novedades como el uso de percusiones del comienzo pero luego se encamina por terrenos ambientales de desarrollo lento. La parte central pasa a ser mucho más melodiosa entrando de lleno en los parámetros habituales de la “new age” de los ochenta. Un tema de agradable escucha pero que no deja demasiado poso tras escucharlo unas cuantas veces. La coda de guitarra del final es, quizá lo mejor de toda la pieza.




“Generation Prelude” - Coros “sampleados”, percusiones y un punzante bajo son los protagonistas de este preludio que abría la cara B del LP. No faltan los característicos sonidos de naturaleza (truenos, lluvia, etc.) antes del segmento final lleno de ritmo que enlaza con el siguiente corte.

“Generation” - Llegamos a uno de los grandes momentos del disco con esta pieza en la que encontramos más empuje e intensidad que en cualquier otro momento del trabajo. Un gran tema con mucha personalidad que enlaza con un interludio de piano en el que cogemos fuerza para volver a la melodía central. En conjunto es esta una composición que sigue la linea de tantas otras de los años ochenta (tiene elementos de los Tangerine Dream de entonces) y que eleva la nota general del disco.




“New West” - Toda la pieza se construye alrededor de una nota pulsante alrededor de la cual aparecen juegos de percusiones y un tema de piano muy inspirado. Todo el aire de “new age” blandita que ocupaba la mayor parte del inicio del disco se diluye en este tramo que, sin llegar a ser agresivo, sí que introduce un punto de tensión que le viene muy bien al trabajo.

“One More Time” - Vuelta a la melodía con un toque de romanticismo. Aunque los arreglos, con esos sonidos sintéticos de arpa, nos hacen esbozar una sonrisa socarrona a estas alturas, lo cierto es que el tema de piano que los acompaña merece la pena y nos hace perdonar todo lo demás.




“Big Sky” - El cierre del trabajo recuerda mucho al comienzo. Largas notas electrónicas, flautas sintéticas y cero elementos discordantes. Nada que llame especialmente la atención, en suma.

Con “The Waiting” ocurre lo mismo que con tantas obras de su tiempo. Es, lo que los críticos angloparlantes suelen calificar como “dated recording”, expresión que se traduce como “anticuada” aunque con un matiz algo diferente que se refiere a la facilidad que tendríamos para situarlo en un momento muy concreto de la historia. La gran mayoría de sonidos y efectos empleados en el trabajo son comunes a decenas de discos publicados en los mismos años y desaparecieron poco después casi con la misma rapidez que se incorporaron a las paletas sonoras de los músicos de los años ochenta. Si conseguimos superar esa rémora mental que nos impone la propia sonoridad del mismo, el disco es más que rescatable

Tras “The Waiting”, Buffett publicaría otros tres discos en Narada, todos ellos interesantes y, a nuestro juicio, entre los mejores trabajos de la “new age” en su vertiente americana más electrónica.  Con cada disco, el músico fue incorporando más elementos de la música de los nativos americanos, (no en vano su música llegó a formar parte de la banda sonora de "Bailando con Lobos") algo que en sus trabajos posteriores, ya fuera de Narada, fue ganando presencia aunque el lento declinar del género y el hecho de no trabajar ya para uno de sus sellos principales hizo que Buffett desapareciera poco a poco de la primera linea pese a seguir publicando discos y grabando bandas sonoras. Esta ausencia la suplió con sus otras facetas como realizador audiovisual y, especialmente, como escritor, ya que en los años siguientes publicó varios libros con un éxito notable aunque eso ya escapa a la temática del blog. Volveremos a hablar de Buffett en el futuro con toda probabilidad. Hasta entonces os dejamos con su música.