Nos es muy difícil ponernos en el lugar de un artista en decadencia. No somos capaces de imaginar lo que puede llegar a pensar alguien que ha sido brillante tiempo atrás y a quien, además, se le ha reconocido esa brillantez en todos los ámbitos cuando en un momento dado le abandonan las musas. ¿Es consciente de ello? Cuando edita una nueva obra manifiestamente inferior a todo lo que ha hecho antes ¿lo sabe?. ¿es un problema de inspiración? ¿de autocrítica? ¿de control de calidad?
Nos cuesta asumir que alguien como Mike Oldfield pudiera llegar a pensar alguna vez que un disco como “Tr3s Lunas” alcanzaba el nivel mínimo para lanzarlo al mercado y mucho más duro se nos hizo escuchar algo después un trabajo como “Light and Shade” que seguía bajo mínimos en todos los aspectos y añadía momentos de auténtica vergüenza ajena.
Si bien no en ese momento, sí queremos creer que con el tiempo el bueno de Mike vio con cierta perspectiva esos discos y decidió dar un giro radical a su trayectoria cuando se planteó grabar un nuevo disco. La idea era la de volver a hacer una obra de gran formato, de corte sinfónico e instrumental, al menos en su mayor parte. Todo esto sonaba a un nuevo “Tubular Bells” pero conforme se fueron conociendo nuevos detalles, esa idea parecía quedar descartada. En diversas entrevistas de la época, Oldfield habló de un disco conceptual con la fiesta de Halloween como tema central y dejó caer una idea muy importante que, a la postre, sería la gran novedad del trabajo: sería su primera obra escrita para orquesta.
Desde comienzos de 2006, Oldfield se centró en la composición del disco utilizando el “software” Sibelius, un programa de ordenador que transcribe la música que el artista interpreta a partituras con la notación clásica. Sin embargo, esta solución, que puede ser válida para un músico “amateur”, no es suficiente para que “suene bien” una obra de ciertas aspiraciones por lo que finalmente se optó por buscar a alguien que hiciera esa tarea de transcripción y arreglos. El elegido fue, nada menos, que Karl Jenkins, ex miembro de Soft Machine. Oldfield había tenido relación con la banda, especialmente con Robert Wyatt y Kevin Ayers, en sus comienzos pero eso fue en una etapa previa a la incorporación de Jenkins a la misma. Sin embargo, su admiración por la obra de éste se hizo evidente en algunos trabajos como “The Millennium Bell”, disco en que Oldfield incluye pasajes que podrían sonar perfectamente como un homenaje a Adiemus, el nombre bajo el que Jenkins saltó a la primera linea de nuevo en los años noventa.
Halloween desapareció poco a poco como concepto alrededor del cual construir la obra a la vez que ganaba enteros el de la “música universal” o “música de las esferas”. Es esta una idea filosófica surgida con Pitágoras muchos siglos atrás según la cual todos los cuerpos celestiales poseen una vibración característica que produciría una música que no somos capaces de oír. Esa idea, mas que el propio estudio de proporciones y relaciones armónicas que implica, es la que Oldfield trata de recrear en una obra de grandes pretensiones que grabaría a mediados de 2007 en los estudios Abbey Road con una orquesta dirigida por el mencionado Karl Jenkins. “Music of the Spheres” contaría además con un invitado de lujo en la persona del pianista chino Lang Lang, una de las mayores estrellas (en el sentido más amplio del término) del ámbito de la música clásica. La cantante neozelandesa Hayley Westenra sería la intérprete de las partes vocales del disco.
Mike Oldfield junto al Guggenheim de Bilbao antes del estreno de la obra. (Imagen de El País) |
“Harbinger” - Apenas unos compases bastan para que el oyente esboce una ligera sonrisa cínica. Lo justo para reconocer en las cuerdas del comienzo la característica melodía “tipo Tubular Bells” que tanto ha utilizado el músico desde el triunfo de su primer álbum. El motivo, sencillo e hipnótico, suena en los violines, más tarde en el arpa, el piano, el glockenspiel... parece que la intención es clara y que si Oldfield no optó por llamar al disco “Tubular Bells 4” o alguna fórmula similar fue sencillamente por evitar el prejuicio del oyente. Con todo, el tema es muy interesante y supone un reencuentro con la versión más clásica del músico.
“Animus” - La guitarra acústica nos introduce en un pasaje muy tranquilo en el inicio, con unos coros muy placenteros que nos llevan al primer cambio importante del disco de la mano del piano de Lang Lang en un bonito fragmento arpegiado en el que la orquesta comienza a explorar las posibilidades de la música de Oldfield en este formato.
“Silhouette” - Como en los buenos tiempos, la música fluye de un motivo a otro con naturalidad. Aquí volvemos a oír al músico con su guitarra en un fragmento de gran lirismo, acentuado con la entrada del piano. En el tramo final escuchamos un acertado aire pastoril a la flauta que nos remite a los tiempos de “Ommadawn” con su influencia celta, más evidenciada aquí si cabe con el empleo del arpa.
“Shabda” - De nuevo la orquesta toma las riendas para acompañar al músico y su guitarra por unos instantes. El tema así esbozado se desarrolla por completo cuando aparece la flauta. Con todo, la pieza no termina de definirse y funciona más como un puente hacia el primer tema vocal en el que emerge la aportación de Karl Jenkins con esos inconfundibles coros y percusiones tan propios de Adiemus.
“The Tempest” - Aparece una primera variación del tema inicial del disco a cargo de la orquesta para poner algo de tensión en uno de los fragmentos más “oldfieldianos” de todo el trabajo con distintas lineas melódicas entrelazándose, instrumentos que aparecen aquí y allá y la guitarra apareciendo de un modo majestuoso. Volvemos a oír a Lang Lang por un momento, antes del gran final en el que los metales y los timbales ponen ese punto de épica siempre asociado al Oldfield compositor de obras de gran formato.
“Harbinger (reprise)” - Como en todo “Tubular Bells” que se precie, hay muchos momentos en los que reaparece el tema inicial y aquí lo hace con toda la carga de solemnidad posible, con el uso de coros, percusiones y toda la parafernalia necesaria.
“On My Heart” - Llegamos así al principal tema vocal del disco interpretado por Hayley Westenra. Una melodía agradable con el sello de su autor pero que tampoco tiene mucha más historia. Los arreglos y la propia interpretación nos vuelven a remitir al Adiemus de Jenkins siquiera desde un punto de vista formal.
“Aurora” - Llegamos así a nuestro momento favorito de todo el disco. Se trata de una melodía en la que reconocemos al Oldfield que siempre nos ha gustado, con un aire de fanfarria al estilo de la tercer parte de “Incantations” que le sienta muy bien al trabajo. Los coros funcionan a la perfección y todo aparece perfectamente conjuntado para demostrarnos que, aunque en dosis pequeñas, la inspiración del mejor Oldfield seguía presente.
“Prophecy” - Aparece ahora un tema más oscuro en el que escuchamos por unos instantes algunos retazos de melodías que habían aparecido ya en el disco. Lang Lang vuelve a hacer acto de presencia poco después. La pieza no está nada mal pero se hace algo corta y termina por quedar relegado a la categoría de tema de enlace entre dos partes del disco.
“On My Heart (reprise) – Esa idea se refuerza cuando escuchamos una breve recreación de la canción que cerraba la primera parte de la obra. Apenas unos instantes que nos llevan a la sección final del trabajo
“Harmonia Mundi” - En esa misma linea de recuperación de motivos anteriores podemos catalogar esta pieza, muy tranquila y destinada a resumir un buen número de melodías que han ido sonando durante los minutos anteriores. Una recapitulación previa al cierre compuesto por tres composiciones más.
“The Other Side” - La primera de ellas es casi una variación de una melodía que Oldfield utilizó en un disco anterior, “Guitars”, y a la que volvería algo más recientemente en “Man On the Rocks”. El tema es corto pero realmente bello.
“Empyrean” - Una nueva fanfarria anuncia el final del disco. Las percusiones y el tratamiento orquestal tienen todo el estilo de Karl Jenkins aunque la melodía es cien por cien Oldfield.
“Musica Universalis” - El cierre del disco vuelve a remitirnos a los esquemas de “Tubular Bells” y dentro de ellos al que fue el cierre de la primera cara de aquel disco. Una linea de bajo, interpretada aquí por las cuerdas y un tema que se va dibujando poco a poco para ser replicado por diferentes instrumentos cada vez: primero el piano, después el glockenspiel, más tarde la guitarra clásica... en cualquier momento esperamos que aparezca la voz del maestro de ceremonias presentando los instrumentos hasta terminar con las campanas tubulares. No son anunciadas pero, en efecto, terminan apareciendo para poner el punto y final a una obra ambiciosa que, a nuestro juicio, cumple dignamente con su objetivo.
Aunque no llevase ese título, nos resulta evidente que “Music of the Spheres” fue una vuelta más al concepto de “Tubular Bells”, mitigada muy levemente por el uso de una orquesta en lugar de los instrumentos habituales de Oldfield (el diseño de la portada y la tipografía también remitían al disco del 73). Asumiendo ese hecho, tenemos que decir que el resultado fue plenamente satisfactorio. Quedaban atrás los plastificados experimentos electrónicos de los discos anteriores y volvía el viejo concepto de álbum grande, cohesionado, ambicioso. Cierto es que las referencias a “Tubular Bells” no son un alarde de originalidad pero, sinceramente, preferimos un disco como “Music of the Spheres” a cualquiera de las dos secuelas declaradas del disco original pese a las bondades de ambas, que alguna tienen.
“Music of the Spheres” fue presentado en directo en el Museo Guggenheim de Bilbao con la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Se dijo que hubo planes para una gira que nunca llegó a producirse aunque en una edición posterior del disco sí se incluyó como extra la grabación del concierto bilbaino por lo que los aficionados pudimos hacernos una idea de cómo sonaba la obra en directo. Antes de eso, el concierto había estado disponible en formato digital como descarga de pago.
Os dejamos con un pequeño reportaje sobre el disco y su presentación en Bilbao.