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domingo, 10 de febrero de 2019

Karl Jenkins - Adiemus II (Cantata Mundi) (1996)



No todos los artistas consiguen vivir una segunda carrera tras haber pasado al olvido y menos son aún los que, habiendo sido exitosos en una primera etapa, consiguen reinventarse y superar sus logros y su antigua popularidad. Entre ellos tenemos que contar sin dudarlo a Karl Jenkins. En sus años llegó a formar parte de Soft Machine quienes, si bien es cierto que no al nivel de sus primeros años cuando aún contaban en sus filas con Robert Wyatt, sacaron algunos trabajos muy notables bajo su liderazgo. “Seven” y especialmente “Bundles”, fueron algunos de los discos más reconocidos de la banda y en ambos Jenkins era el compositor principal.

Sin embargo, su gran momento iba a llegar un par de décadas más tarde. Después de mucho tiempo de trabajo anónimo creando música para anuncios y programas de televisión, especialmente en los años ochenta, una de sus piezas obtuvo un éxito inesperado. Se trataba de una composición para una campaña de De Beers, una de las mayores compañías en el negocio de los diamantes. La pieza, de aire clásico, se hizo popular inmediatamente lo que le dio a Jenkins el impulso necesario para lanzar su proyecto más conocido: Adiemus. En su momento hablamos ya del primer disco lanzado bajo ese nombre en el que se combinaban sonidos orquestales, percusiones y voces tribales, cantos exóticos, etc. todo ello con una excelente factura que, a partir de la inclusión del tema principal en un anuncio de Delta Airlines convirtió a Jenkins en una estrella.

Desde ahí en adelante, el músico galés ha venido publicando discos con regularidad en dos vertientes diferentes: una que podríamos llamar neoclásica bajo su propio nombre y otra más cercana a lo que un día se llamó “new age” y a la “world music” bajo la denominación de Adiemus. Hoy queremos hablar aquí de la segunda entrega de este último proyecto, publicada en 1996 con el subtítulo de “Cantata Mundi”. En ella, Jenkins hace uso de una orquesta mucho más amplia que en el disco anterior, incorporando maderas, metales y un sinfín de percusiones que se iban a encargar de arropar a la voz de Miriam Stockley. Junto a la cantante y a los integrantes de la London Philharmonic Orchestra, participan en la grabación Mary Carewe (coros), Pamela Thorby (flautas), Christopher Warren-Green (violín) y Jody Barratt-Jenkins (percusiones). El disco, como sugiere su título, adopta la forma de una cantata con catorce movimientos que alternan cantos con corales. Los primeros voces y orquesta trabajando a la par y las segundas, con mayor protagonismo de la voz.

Miriam Stockley y Pamela Thornby flanquean a Karl Jenkins



“Cantus – Song of Tears" – No hay sorpresas aquí para el oyente familiarizado con la primera entrega de Adiemus. Miriam Stockley esboza un tema vocal sin texto (el canto es básicamente fonético para maximizar su musicalidad) que en sus sucesivas repeticiones es reforzado por la orquesta en pleno. En el papel solista hay momentos que recuerdan mucho al tema central del disco anterior a cargo de la quena aunque en el aspecto instrumental son las percusiones las que más ayudan a contextualizar la pieza. Un buen comienzo que no se despega de lo que el oyente puede esperar teniendo en cuenta los precedentes.

"Chorale I (Za Ma Ba)" – La primera “coral”, con refuerzo de la orquesta, es un breve himno de influencia africana que, como ocurrirá con todas las demás, termina antes de poder alcanzar un gran desarrollo.

"Cantus – Song of the Spirit" – Una de las piezas más intensas del disco que comienza como un vals acelerado con los metales acompañando a las cuerdas a la perfección. La parte vocal, pese a estar en primer plano, no atrae nuestra atención tanto como lo hacen los arreglos orquestales hasta llegar a la parte central del tema, un precioso interludio en el que la voz esboza la melodía para que las cuerdas la repitan después en un momento digno de los más exclusivos salones de baile europeos del S.XIX. Probablemente sea esta una de las piezas más logradas del disco.




"Chorale II (Roosh Ka Ma)" – Más oscura que la anterior es esta coral en cuyo comienzo las maderas contribuyen decisivamente a la creación de ese tipo de ambiente aunque luego desaparezcan por completo en beneficio de los metales. Aparece aquí por primera vez esa influencia celta no siempre evidente en la música de Jenkins pero que termina por aflorar de modo habitual de una u otra forma.

"Cantus – Song of the Trinity" – Volvemos a África con el tercer canto del disco. Las voces y la propia melodía, así como el uso de algún instrumento como la marimba nos remiten inmediatamente a ese continente. No eran extrañas en los años 80 y 90 estas mezclas entre la música africana y la música culta europea. De hecho proliferaron bajo el manto de la “new age” y nos dejaron varios ejemplos de mucho valor que sobresalían entre toneladas de morralla. Afortunadamente, Adiemus suele estar más cerca el primer grupo.

“Chorale III (Vocalise)" – Adopta Jenkins aquí un tono más romántico al estilo de Rachmaninov con una melodía muy inspirada que por momentos, en la voz de Miriam recuerda a Enya.

"Cantus – Song of the Odyssey" – Los juegos vocales van un paso más allá que en los temas anteriores dibujando una especie de dueto que desemboca en una serie de florituras orquestales pseudo-barrocas muy resultonas. Pese a que la fórmula puede dar síntomas de agotamiento a estas alturas del disco, la escucha sigue siendo placentera.

"Chorale IV (Alame Oo Ya)" – Una de las corales más elaboradas del trabajo y una de las más equilibradas en la relación entre orquesta y cantante. Imponentes las cuerdas del inicio y majestuosos los metales que más tarde arropan a Miriam Stockley. Hasta el solo de violín, de la parte final, una rareza en el disco, es extraordinario. Una pieza que habría encajado muy bien en la trilogía de “El Señor de los Anillos” que se estrenaría unos años después, y cuya banda sonora se diría influida por composiciones como esta.




"Cantus – Song of the Plains" – El tono festivo marca la siguiente canción, llena de ritmos joviales y con toques de gospel pero también de la música clásica europea (las piezas sinfónicas de Richard Strauss, por ejemplo). En cualquier caso, la mezcla no termina de gustarnos demasiado y su larga duración no ayuda a mejorar esta impresión.

"Chorale V (Arama Ivi)" – Volvemos a los tonos oscuros en los que Jenkins, al menos dentro de este trabajo, se mueve especialmente bien. Es muy adecuada también esta pieza para prepararnos para el segmento final de la obra.

"Cantus – Song of Invocation" – Seguimos con un cierto tono solemne reforzado por el uso de unas “letras” que, fonéticamente, se asemejan al latín. Musicalmente es una pieza cercana al barroco en su primer tercio, algo que le viene bien a Jenkins para ir creando variaciones del tema central. El tramo intermedio tiene un comienzo casi épico que se frena casi en seco para ofrecernos un tranquilo interludio muy logrado que se va difuminando con la vuelta del tema central. En ningún momento se sale de la linea del disco y por eso mismo termina por distraer nuestra atención hacia otras cosas.

"Chorale VI (Sol-Fa) / Cantus – Song of Aeolus" – La sexta coral y el séptimo canto del disco son las únicas piezas que van unidas y es todo un acierto porque son, probablemente, el mejor momento, no sólo de este trabajo sino de todos los aparecidos bajo la denominación del “Adiemus”. El inicio es magnífico: una melodía silábica (el texto es el nombre de la propia nota que se canta) en la mejor tradición del “tintinnabuli” de Arvo Pärt que, primero con el uso de ecos, y luego, a través del uso del contrapunto, termina por convertirse en algo casi mágico. Es un fragmento de apenas dos minutos que justifica por sí sólo todo el disco. Lo que viene después es casi tan bueno como lo anterior pero en una linea completamente diferente: la orquesta desatada, las voces engarzándose en ella como un diamante en una alianza de matrimonio y todo con un aire grandilocuente que, curiosamente, no resulta impostado en ningún momento. Una verdadera maravilla de esas que te obliga a reproducirla un par de veces más cuando concluye el disco.




"Chorale VII (A Ma Ka Ma)" – El disco podría haber terminado con el tema anterior y habría sido un broche perfecto pero Jenkins se guarda una miniatura final que, si bien no está a la altura del tema precedente, es un final muy digno.


El proyecto Adiemus, como le pasaba a muchos otros de aquella época como Beautiful World, Deep Forest o la propia Enya tenía un problema y es que se trataba de propuestas musicales tan particulares y con unos elementos tan concretos y fácilmente identificables que cualquier nueva entrega caía de forma inevitable en la repetición de patrones e ideas. Querámoslo o no, eso era un lastre a la hora de disfrutar el siguiente trabajo de cualquiera de estos artistas. Tanto es así que muchas de estas propuestas tuvieron una vida más bien corta y sólo unas pocas consiguieron tener una vida más o menos prolongada. Las que lo hicieron fue gracias en buena parte a que la calidad de su música conseguía sobreponerse al estereotipo sonoro que ellas mismas habían creado. En el caso de Jenkins en particular, le ayudó el hecho de que supiera aprovechar el éxito de Adiemus para llevar de modo simultaneo una carrera como compositor bajo su propio nombre, bien diferenciada del proyecto que le dio más fama. En todo caso, Adiemus, y muy en especial las dos primeras entregas, es un proyecto al que se le debe dar una oportunidad, si no se ha escuchado nunca.

martes, 28 de noviembre de 2017

Mike Oldfield - Music of the Spheres (2008)



Nos es muy difícil ponernos en el lugar de un artista en decadencia. No somos capaces de imaginar lo que puede llegar a pensar alguien que ha sido brillante tiempo atrás y a quien, además, se le ha reconocido esa brillantez en todos los ámbitos cuando en un momento dado le abandonan las musas. ¿Es consciente de ello? Cuando edita una nueva obra manifiestamente inferior a todo lo que ha hecho antes ¿lo sabe?. ¿es un problema de inspiración? ¿de autocrítica? ¿de control de calidad?

Nos cuesta asumir que alguien como Mike Oldfield pudiera llegar a pensar alguna vez que un disco como “Tr3s Lunas” alcanzaba el nivel mínimo para lanzarlo al mercado y mucho más duro se nos hizo escuchar algo después un trabajo como “Light and Shade” que seguía bajo mínimos en todos los aspectos y añadía momentos de auténtica vergüenza ajena.

Si bien no en ese momento, sí queremos creer que con el tiempo el bueno de Mike vio con cierta perspectiva esos discos y decidió dar un giro radical a su trayectoria cuando se planteó grabar un nuevo disco. La idea era la de volver a hacer una obra de gran formato, de corte sinfónico e instrumental, al menos en su mayor parte. Todo esto sonaba a un nuevo “Tubular Bells” pero conforme se fueron conociendo nuevos detalles, esa idea parecía quedar descartada. En diversas entrevistas de la época, Oldfield habló de un disco conceptual con la fiesta de Halloween como tema central y dejó caer una idea muy importante que, a la postre, sería la gran novedad del trabajo: sería su primera obra escrita para orquesta.

Desde comienzos de 2006, Oldfield se centró en la composición del disco utilizando el “software” Sibelius, un programa de ordenador que transcribe la música que el artista interpreta a partituras con la notación clásica. Sin embargo, esta solución, que puede ser válida para un músico “amateur”, no es suficiente para que “suene bien” una obra de ciertas aspiraciones por lo que finalmente se optó por buscar a alguien que hiciera esa tarea de transcripción y arreglos. El elegido fue, nada menos, que Karl Jenkins, ex miembro de Soft Machine. Oldfield había tenido relación con la banda, especialmente con Robert Wyatt y Kevin Ayers, en sus comienzos pero eso fue en una etapa previa a la incorporación de Jenkins a la misma. Sin embargo, su admiración por la obra de éste se hizo evidente en algunos trabajos como “The Millennium Bell”, disco en que Oldfield incluye pasajes que podrían sonar perfectamente como un homenaje a Adiemus, el nombre bajo el que Jenkins saltó a la primera linea de nuevo en los años noventa.

Halloween desapareció poco a poco como concepto alrededor del cual construir la obra a la vez que ganaba enteros el de la “música universal” o “música de las esferas”. Es esta una idea filosófica surgida con Pitágoras muchos siglos atrás según la cual todos los cuerpos celestiales poseen una vibración característica que produciría una música que no somos capaces de oír. Esa idea, mas que el propio estudio de proporciones y relaciones armónicas que implica, es la que Oldfield trata de recrear en una obra de grandes pretensiones que grabaría a mediados de 2007 en los estudios Abbey Road con una orquesta dirigida por el mencionado Karl Jenkins. “Music of the Spheres” contaría además con un invitado de lujo en la persona del pianista chino Lang Lang, una de las mayores estrellas (en el sentido más amplio del término) del ámbito de la música clásica. La cantante neozelandesa Hayley Westenra sería la intérprete de las partes vocales del disco.

Mike Oldfield junto al Guggenheim de Bilbao antes del estreno de la obra. (Imagen de El País)


“Harbinger” - Apenas unos compases bastan para que el oyente esboce una ligera sonrisa cínica. Lo justo para reconocer en las cuerdas del comienzo la característica melodía “tipo Tubular Bells” que tanto ha utilizado el músico desde el triunfo de su primer álbum. El motivo, sencillo e hipnótico, suena en los violines, más tarde en el arpa, el piano, el glockenspiel... parece que la intención es clara y que si Oldfield no optó por llamar al disco “Tubular Bells 4” o alguna fórmula similar fue sencillamente por evitar el prejuicio del oyente. Con todo, el tema es muy interesante y supone un reencuentro con la versión más clásica del músico.




“Animus” - La guitarra acústica nos introduce en un pasaje muy tranquilo en el inicio, con unos coros muy placenteros que nos llevan al primer cambio importante del disco de la mano del piano de Lang Lang en un bonito fragmento arpegiado en el que la orquesta comienza a explorar las posibilidades de la música de Oldfield en este formato.

“Silhouette” - Como en los buenos tiempos, la música fluye de un motivo a otro con naturalidad. Aquí volvemos a oír al músico con su guitarra en un fragmento de gran lirismo, acentuado con la entrada del piano. En el tramo final escuchamos un acertado aire pastoril a la flauta que nos remite a los tiempos de “Ommadawn” con su influencia celta, más evidenciada aquí si cabe con el empleo del arpa.

“Shabda” - De nuevo la orquesta toma las riendas para acompañar al músico y su guitarra por unos instantes. El tema así esbozado se desarrolla por completo cuando aparece la flauta. Con todo, la pieza no termina de definirse y funciona más como un puente hacia el primer tema vocal en el que emerge la aportación de Karl Jenkins con esos inconfundibles coros y percusiones tan propios de Adiemus.

“The Tempest” - Aparece una primera variación del tema inicial del disco a cargo de la orquesta para poner algo de tensión en uno de los fragmentos más “oldfieldianos” de todo el trabajo con distintas lineas melódicas entrelazándose, instrumentos que aparecen aquí y allá y la guitarra apareciendo de un modo majestuoso. Volvemos a oír a Lang Lang por un momento, antes del gran final en el que los metales y los timbales ponen ese punto de épica siempre asociado al Oldfield compositor de obras de gran formato.

“Harbinger (reprise)” - Como en todo “Tubular Bells” que se precie, hay muchos momentos en los que reaparece el tema inicial y aquí lo hace con toda la carga de solemnidad posible, con el uso de coros, percusiones y toda la parafernalia necesaria.

“On My Heart” - Llegamos así al principal tema vocal del disco interpretado por Hayley Westenra. Una melodía agradable con el sello de su autor pero que tampoco tiene mucha más historia. Los arreglos y la propia interpretación nos vuelven a remitir al Adiemus de Jenkins siquiera desde un punto de vista formal.

“Aurora” - Llegamos así a nuestro momento favorito de todo el disco. Se trata de una melodía en la que reconocemos al Oldfield que siempre nos ha gustado, con un aire de fanfarria al estilo de la tercer parte de “Incantations” que le sienta muy bien al trabajo. Los coros funcionan a la perfección y todo aparece perfectamente conjuntado para demostrarnos que, aunque en dosis pequeñas, la inspiración del mejor Oldfield seguía presente.




“Prophecy” - Aparece ahora un tema más oscuro en el que escuchamos por unos instantes algunos retazos de melodías que habían aparecido ya en el disco. Lang Lang vuelve a hacer acto de presencia poco después. La pieza no está nada mal pero se hace algo corta y termina por quedar relegado a la categoría de tema de enlace entre dos partes del disco.

“On My Heart (reprise) – Esa idea se refuerza cuando escuchamos una breve recreación de la canción que cerraba la primera parte de la obra. Apenas unos instantes que nos llevan a la sección final del trabajo

“Harmonia Mundi” - En esa misma linea de recuperación de motivos anteriores podemos catalogar esta pieza, muy tranquila y destinada a resumir un buen número de melodías que han ido sonando durante los minutos anteriores. Una recapitulación previa al cierre compuesto por tres composiciones más.

“The Other Side” - La primera de ellas es casi una variación de una melodía que Oldfield utilizó en un disco anterior, “Guitars”, y a la que volvería algo más recientemente en “Man On the Rocks”. El tema es corto pero realmente bello.

“Empyrean” - Una nueva fanfarria anuncia el final del disco. Las percusiones y el tratamiento orquestal tienen todo el estilo de Karl Jenkins aunque la melodía es cien por cien Oldfield.

“Musica Universalis” - El cierre del disco vuelve a remitirnos a los esquemas de “Tubular Bells” y dentro de ellos al que fue el cierre de la primera cara de aquel disco. Una linea de bajo, interpretada aquí por las cuerdas y un tema que se va dibujando poco a poco para ser replicado por diferentes instrumentos cada vez: primero el piano, después el glockenspiel, más tarde la guitarra clásica... en cualquier momento esperamos que aparezca la voz del maestro de ceremonias presentando los instrumentos hasta terminar con las campanas tubulares. No son anunciadas pero, en efecto, terminan apareciendo para poner el punto y final a una obra ambiciosa que, a nuestro juicio, cumple dignamente con su objetivo.




Aunque no llevase ese título, nos resulta evidente que “Music of the Spheres” fue una vuelta más al concepto de “Tubular Bells”, mitigada muy levemente por el uso de una orquesta en lugar de los instrumentos habituales de Oldfield (el diseño de la portada y la tipografía también remitían al disco del 73). Asumiendo ese hecho, tenemos que decir que el resultado fue plenamente satisfactorio. Quedaban atrás los plastificados experimentos electrónicos de los discos anteriores y volvía el viejo concepto de álbum grande, cohesionado, ambicioso. Cierto es que las referencias a “Tubular Bells” no son un alarde de originalidad pero, sinceramente, preferimos un disco como “Music of the Spheres” a cualquiera de las dos secuelas declaradas del disco original pese a las bondades de ambas, que alguna tienen.

“Music of the Spheres” fue presentado en directo en el Museo Guggenheim de Bilbao con la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Se dijo que hubo planes para una gira que nunca llegó a producirse aunque en una edición posterior del disco sí se incluyó como extra la grabación del concierto bilbaino por lo que los aficionados pudimos hacernos una idea de cómo sonaba la obra en directo. Antes de eso, el concierto había estado disponible en formato digital como descarga de pago.


Os dejamos con un pequeño reportaje sobre el disco y su presentación en Bilbao.

 

domingo, 26 de julio de 2015

Adiemus - Songs of Sanctuary (1995)



El gran triunfo comercial de Enya a principios de los años noventa tuvo como consecuencia la aparición de imitadores. No nos referimos necesariamente a copias directas de su música ni a calcos de su estilo sino a la proliferación de discos que tenían como base premisas similares: sonidos electrónicos, voces de procedencias exóticas (para los parámetros del pop anglosajón) y conceptos cercanos a la new age como telón de fondo de todo el invento. Otra estrella surgida por aquel entonces y que tuvo mucha influencia en este nuevo movimiento fue Michel Cretú con el proyecto Enigma. Su especialidad era “tomar prestadas” frases musicales completas de cualquier estilo (lo mismo daban cantos gregorianos que de una tribu perdida), revestirlas de una pretendida modernidad con la adición de bases electrónicas y lanzarlas como obras propias.

Con un poco de esto y otro poco de aquello, aparecieron discos más o menos afortunados como “In Existence” de Phil Sawyer bajo el sobrenombre de Beautiful World o los distintos trabajos de Sacred Spirit o Deep Forest. Tuvo que llegar un artista con un importante bagaje tras de sí para tomar elementos y conceptos similares y darles una forma verdaderamente interesante.

Ya hemos hablado aquí de Karl Jenkins, de su trayectoria como miembro de Soft Machine y de su formación clásica como intérprete de varios instrumentos, compositor, arreglista y director de orquesta. Tras un tiempo alejado de los focos y de la fama en el que se dedicó a la música para televisión (en especial para anuncios), Jenkins alumbró un proyecto que partiría de bases similares a las ya citadas y a partir del cual ha desplegado una amplia carrera musical tanto bajo el nombre de Adiemus (denominación del citado proyecto) como bajo el suyo propio. Para el disco de debut de Adiemus, Jenkins contó con dos nombres principalmente: su antiguo compañero en Soft Machine, Mike Ratledge y la cantante sudafricana Miriam Stockley. La trayectoria de la vocalista es, cuando menos, peculiar. Sin llegar a ser nunca una estrella, en calidad de cantante de sesiones ha participado en muchas de las grabaciones más exitosas de los años ochenta y noventa. Prácticamente aparece en los coros de todas las producciones del trío Stock, Aitken y Waterman, factoría de hits a lo largo de toda una década. También ha hecho coros en varias ocasiones para el Reino Unido en el festival de Eurovisión y su voz suena en la banda sonora de “El Señor de los Anillos” (también en el disco citado anteriormente “In Existence”). Como curiosidad, el software de voz de Yamaha “Vocaloid” en su primera versión contaba con tres voces para que el usuario escogiera cuál quería utilizar. Una de ellas, era la de Miriam Stockley. Participan también en el disco Jody Barrett Jenkins (percusión), Mike Taylor (quena), Mary Carewe (coros), Pamela Thornby (flauta dulce) y los miembros de la London Philharmonic Orchestra dirigidos por Robert St. John Wright.

Karl Jenkins (tras el mostacho), Mike Ratledge y Miriam Stockley.


“Adiemus” - La sintonía que Jenkins creó para un anuncio de Delta Airlines abre el disco y sirve, además, de carta de presentación para el mismo en todo el mundo. Un breve canto inicial da paso a la entrada de la percusión y la orquesta que presentan el tema central. A continuación escuchamos las voces dobladas una y mil veces de Miriam y Mary al estilo de lo que hacía (y hace) Enya hasta dar la impresión de estar escuchando un coro inmenso ejecutando un tema de estilo africano. La flauta recrea la melodía central entonces antes de que asistamos a una repetición del motivo principal a cargo del “coro”. Con todas las connotaciones comerciales que puede tener la composición, es un magnífico ejercicio de estilo y una notable pieza musical.

“Tintinnabulum” - El atávico sonido de la campana nos recibe en la siguiente pieza que evoluciona enseguida hacia un “largo” orquestal de gran belleza y profundidad que bebe por igual de Samuel Barber y Henryk Gorecki. Finalizada la introducción vuelven los cantos de inspiración africana acompañados de una sobria percusión, lo que podría denotar una influencia de los trabajos para el cine de Hans Zimmer en aquellos años (pensamos en “The Power of One” y “El Rey León”). El uso de la orquesta por parte de Jenkins es solemne pero sin caer en la ostentación. Una contención que es muy de agradecer. Lo más destacado de la composición, sin embargo, son las polifonías vocales en las que termina evolucionando la pieza hasta conseguir un efecto maravilloso en los últimos instantes.

“Cantus Inaequalis” - La versatilidad vocal de Miriam es aprovechada a la perfección en esta preciosa pieza en la que comenzamos escuchando uno de sus registros más graves antes de entrar en la parte central en la que las cuerdas en pizzicato juegan con las voces en la linea de Enya aunque con un tratamiento algo más clásico. Es buen momento para señalar que todas las partes cantadas carecen de letra y utilizan sonidos fonéticamente armónicos para facilitar la escucha (la gran mayoría de las palabras, por ejemplo, acaban en vocal).

“Cantus Insolitus” - Uno de los movimientos más solemnes del album llega con esta composición que luego fue readaptada por Jenkins para su suite “Palladio” de la que ya hablamos en el blog en su momento. La única diferencia con respecto a aquel arreglo es la presencia aquí de Miriam Stockley en una interpretación sublime de una melodía que nos recuerda a la popular “Vocalise” de Sergei Rachmaninoff.

“In Caelum Fero” - La épica sonora y la espectacularidad de las cuerdas acompañadas de percusión y coros al estilo del citado Zimmer aparece en el el disco de la mano de esta composición, rotunda y arrolladora en la que la orquesta se desmelena por un momento. Como recurso musical no deja de ser algo tramposo pero lo cierto es que disfrutamos enormemente de una pieza como esta que por momentos alcanza un gran nivel.

“Cantus Iteratus” - Con otro inspirado juego de voces como introducción de comienzo el siguiente tema que parece tener sus raíces en la tradición clásica europea pero que evoluciona de forma espectacular con el estribillo, una vez más de sabor africano, y unas percusiones que van subiendo de intensidad. Toda la composición, en realidad, se organiza como un “in crescendo” que termina con gran brillantez.

“Amate Adea” - La formación clásica de Jenkins se hace evidente aquí, en una canción lenta en la que los arreglos orquestales evidencian un claro gusto por las formas barrocas además de una gran capacidad por parte del compositor para manejar los recursos de que dispone. No es de extrañar que sus servicios fueran requeridos años más tarde por artistas como Mike Oldfield para transcribir sus ideas al formato orquestal. La voz de Stockley brilla especialmente aquí mostrando una de las características que más llamaron la atención de Jenkins a la hora de contar con ella para encabezar el “proyecto Adiemus”: su capacidad para cantar a un gran volumen sin vibrato.

“Kayama” - Acercándonos al final del disco, seguimos escuchando piezas con las mismas características que la mayor parte del mismo, coros africanos, percusiones y florituras orquestales de altura. A pesar de lo reiterativo de la fórmula llegados ya a este punto, es esta una de las composiciones más inspiradas de toda la obra.

“Hymn” - Como cierre, Jenkins nos deja el tema más corto de todo el trabajo en el que explota la bellísima voz de Miriam en un tiempo lento lleno de armonías vocales en la más pura tradición de la irlandesa Enya, tantas veces citada en la reseña.

En los comentarios del disco, Jenkins afirma que “El disco “Songs of Sanctuary” es un extenso trabajo coral basado en la tradición europea pero en el que las partes vocales se sitúan en el terreno de la música étnica o “world music”. La idea era mantener algún tipo de unidad temática que vertebrase la obra como un todo unitario en lugar de componer una colección caótica de piezas en forma de canción.”

Podemos afirmar que el objetivo de cumple con creces. Pese a la dificultad de destacar con un trabajo que toma tantos elementos y fórmulas que muchos otros artistas utilizaban en aquellos mismos años, la obra de Jenkins ha cumplido 20 años con una frescura que, por algún motivo, no conservan todos los discos que surgieron en aquel entonces en un estilo similar. Jenkins mantiene vivo el proyecto Adiemus hoy en día aunque cada vez va cediendo mayor protagonismo a los discos firmados con su propio nombre. Seguro que seguiremos hablando de ambas vías de trabajo del compositor en el futuro.


jueves, 25 de julio de 2013

Daniel Hope - Spheres (2013)



En las últimas décadas, los límites entre la música culta, clásica o cualquier denominación que queráis utilizar y otros estilos se han difuminado hasta ser prácticamente inexistentes. Vangelis ha publicado discos en un sello como Deutsche Grammophon, otros sellos clásicos dedican grabaciones a versiones de Tubular Bells y estrellas consagradas del ámbito más púramente académico graban en discos de estrellas del pop. En este contexto, proliferan discos como el que hoy queremos comentar aquí.

Daniel Hope es un violinista sudafricano residente en Viena. Hijo del escritor y periodista Christopher Hope, se trasladó a muy temprana edad a Europa pero no fue la de su padre la influencia que marcaría su futuro profesional. Su madre era secretaria y más tarde manager de Yehudi Menuhin y es muy probable que ese contacto con el mítico violinista y director fuese el que inclinara al pequeño Daniel hacia el violín.

Tras completar sus estudios, Hope tocó con las mejores orquestas y entró a formar parte del mítico Beaux Arts Trio, una de las formaciones de cámara más renombradas de la segunda mitad del siglo pasado. Actualmente es uno de los artistas más populares del sello Deutsche Grammophon y recientemente ha publicado un disco en el sello en el que aparecen gran cantidad de compositores habituales en el blog por lo que era casi obligado dirigir nuestra atención hacia “Spheres”. A lo largo del disco, Daniel Hope repasa obras de compositores clásicos y las acompaña con otras de músicos contemporáneos consagrados y piezas de autores jovencísimos de la actualidad que, en muchos casos, conocen aquí su primera versión grabada.

Intervienen en el disco, aparte del propio Hope, Jacques Ammon (piano), Chie Peters (violin), Jual Lucas Aisemberg (viola), Christianne Starke (violonchelo), Jochen Carls (contrabajo), la Deutsches Kammerorchester Berlin y miembros del Rundfunkchor Berlin, todos dirigidos por Simon Hasley.

Daniel Hope en acción

“Sonata for violin and continuo” – Abre el disco una pieza del compositor barroco alemán Johann Paul Von Westhoff, violinista destacado y uno de los primeros autores en escribir piezas para violín solo. La aquí seleccionada es una composición que requiere de buenas dosis de virtuosismo y que nos muestra cómo muchas músicas contemporáneas que creemos innovadoras, tienen profundas raíces en épocas pretéritas y pensamos en algún fragmento para violín de “Einstein on the Beach”.

“I Giorni” – Aunque ha sido mencionado en alguna ocasión de pasada por aquí, nunca le hemos dedicado una entrada al compositor italiano Ludovico Einaudi, algo que habrá que corregir en el futuro. “I Giorni” es uno de sus discos más celebrados y su pieza central, de gran belleza, es una de las escogidas por Hope para integrar el disco.



“Echorus” – Rara es la colección de música contemporánea que no incluya una pieza de Philip Glass. La elección de esta composición concreta puede estar relacionada con el hecho de que el músico norteamericano la dedicó expresamente a Yehudi Menuhin, mentor de Hope. “Echorus” es, en realidad, un arreglo para dos violines y orquesta del “Etude No.2” para piano del propio autor. En esta forma, indudablemente, la pieza gana en presencia y se convierte en una obra notable.

“Cantique de Jean Racine, Op.11” – Hope abre un hueco a la música del cambio de siglo del XIX al XX en la figura del francés Gabriel Faure. Estilísticamente, se trata de una composición que podría parecer fuera de lugar en el contexto del álbum pero la extraordinaria capacidad para la melodía del compositor galo está muy directamente emparentada con la música de Einaudi, por ejemplo, con lo que, en realidad, Hope estaría estableciendo puentes entre distintas épocas con gran acierto.

“Prelude No.15 for violin and piano” – Muy de agradecer es la presencia de compositores, no ya contemporaneos sino, como reza el tópico, insultantemente joven como es la norteamericana (rusa de nacimiento) Lera Auerbach, que aún no ha cumplido los cuarenta años. En el disco tenemos dos muestras de sus preludios para violín y piano. El que hace el número 15 es una preciosa pieza muy íntima, llena de matices que te obligan a subir el volumen del reproductor para apreciarlos en su totalidad.

“Fratres for violin, string orchestra and percussion” – Poco podemos añadir sobre Arvo Pärt y su “Fratres” a estas alturas. La versión que aquí escuchamos es una de las más interpretadas y, quizá nuestro formato favorito de la pieza. En cualquier caso, siempre es recomendable revisar a este autor y esta obra en concreto.

“Wild Swans Suite” – Otra joven compositora (aunque no tanto ya que nació en 1957) de origen ruso y nacionalidad australiana es la siguiente en aparecer por aquí. Elena Kats-Chernin aparece con una selección de su ballet “Wild Swans”. Es trata de una pieza alegre y ensoñadora con un aire de cuento de hadas construida alrededor de un diálogo entre el piano y el violín. Un gran descubrimiento.

“Musica universalis” – Continuando con los nuevos compositores, llegamos a Alex Baranowski, nacido en 1983. Autor de bandas sonoras, colaborador de grupos de música pop, electrónica, etc. La obra seleccionada por Hope para su inclusión en el disco es una preciosa pieza llena de sensibilidad cuyo estilo nos recuerda al de otro autor que ha aparecido por aquí en algún momento como es Rene Aubry. Esta grabación es la primera que se hace de la pieza.



“Spheres” – Nacido en 1975, Gabriel Prokofiev es nieto del afamado compositor ruso Sergei Prokofiev. Combina piezas electrónicas con composiciones más convencionales desde el punto de vista formal como la que aquí aparece: un tema oscuro con tintes inquietantes y un punto de suspense que continúa la senda abierta por autores recientes como Ligeti o Messiaen. Como en el caso anterior, su presencia en el disco supone un estreno mundial en formato grabado.

“Berlin by Overnight” – Max Richter se ha ido construyendo una interesante carrera como compositor electrónico tras dejar Piano Circus, una interesante formación dedicada a la música contemporánea de raíces minimalistas. Tras colaborar con Future Sound of London, se lanzó a una carrera en solitario que ha dado ya varios discos que aparecerán por el blog en algún momento. Recientemente ha alcanzado un cierto éxito con una revisión radical de las cuatro estaciones de Vivaldi para el sello Deutsche Grammophon en la que también participa Daniel Hope. En “Berlin by Overnight”, Richter firma una pieza que podría pasar perfectamente por obra de Philip Glass ya que reúne todas las características de la música del de Baltimore. Una gran pieza en todo caso, a pesar de su brevedad.

“Biafra” – Segunda aportación de Baranowsky al disco, una pieza íntima y reflexiva que continúa con la linea de su anterior aparición en el disco.

“Lento” – Aleksey Igudesman es un compositor ruso nacido en 1973 que ha dedicado buena parte de su carrera a explorar la música de violín en diferentes tradiciones folclóricas. En este movimiento, el músico refleja la influencia de nombres como Pärt o Gorecki en el tratamiento de la orquesta y muy especialmente en el coro aunque la parte de violín es mucho más expresiva y apasionada que la de esos autores, recordando en cierto modo a Debussy. Se trata de la primera grabación realizada de la obra.

“Passagio” – La segunda pieza de Einaudi presente en el disco es este corte de su disco “Fuori dal mondo”, una de sus mejores composiciones y que, además, se adapta como un guante al estilo de Hope. Si no conocéis la música del italiano, estamos seguros de que os enamorará con esta pieza, con un cierto aire folclórico y una belleza intemporal.

“Prelude No.8 for violin and piano” – Vuelve a sonar la música de Lera Auerbach con otro de sus preludios. En esta ocasión con un aire romántico muy marcado que nos encanta, aunque, como en el primero aparecido en el disco, su música es muy tenue, muy delicada y requiere de un esfuerzo extra para su escucha.

“Benedictus” – No es la primera vez que aparece Karl Jenkins en el blog y seguro que tampoco es la última. Escuchamos aquí un fragmento de su misa “The Armed Man”, una pieza entregada por completo a la melodía, sin experimentos ni florituras. Música auténtica llena de sensibilidad que le brinda al violín de Hope una oportunidad de lucimiento. La parte coral tiene una clara influencia de Faure con lo que la inclusión en el disco del músico francés, un autor sin mucha relación aparente con el resto, se revela poco a poco como imprescindible.

“Prelude and Fugue in E minor, BWV855” – Como contrapunto a tanto compositor actual, Hope introduce aquí una pieza de Johann Sebastian Bach. Se trata de un arreglo de una de las piezas incluidas en “El clave bien temperado”. Como ocurre con toda la buena música, funciona a la perfección en casi cualquier versión y la incluida aquí corrobora esa afirmación.

“Trysting Fields” – Michael Nyman aparece representado aquí con un fragmento de la banda sonora de “Drowning by Numbers”, escrita por el músico a partir de material de la Sinfonía Concertante de W.A.Mozart. Sin duda, se trata de nuestra obra favorita de Nyman, al menos de entre las escritas para acompañar a las películas de Greenaway. La versión de Hope es bastante más intensa que la de la propia Michael Nyman Band y eso es decir mucho aunque ayuda que el arreglo se haya cuidado mucho para resaltar el papel del violín del sudafricano de un modo mayor que en la partitura original.

“Nachpiel” – Karsten Gundermann, compositor alemán nacido en 1966 es el escogido para cerrar el disco con un fragmento de su obra dedicada a Fausto que sirve, además, como primera grabación publicada de la pieza. Un final muy adecuado por otra parte, para un disco notable hacia el que conviene dirigir la vista (deberíamos decir el oído) si estamos interesados en descubrir nuevos compositores.


Lo interesante de Daniel Hope y que le diferencia de la mayoría de sus colegas de profesión es su hiperactvidad. Al margen de su faceta interpretativa, también lleva un videoblog en el que informa de sus actividades. Además de eso, con cierta regularidad organiza conciertos benéficos para los que recluta a lo más granado de entre sus colegas. Especialmente activo se muestra a la hora de recordar todo lo relacionado con los acontecimientos sucedidos durante la época de Hitler. Así, ha conmemorado la noche de los cristales rotos, ha dado recitales centrados en la música de compositores checos que fueron encerrados en campos de concentración, etc. No contento con esto, participa en la organización de diferentes festivales por todo el mundo en los que no sólo se escucha música “clásica” sino que tienen cabida todo tipo de estilos. Su versatilidad como intérprete, por otra parte, le ha llevado a grabar música de todos los periodos y autores siendo esta la primera vez que se sumerge en la obra de compositores contemporáneos. Por ello, encontramos el disco muy recomendable para todos los seguidores del blog que lo podrán adquirir, como siempre, en los siguientes enlaces:

amazon.es

fnac.es

Os dejamos con un trailer promocional del disco:

miércoles, 15 de agosto de 2012

Karl Jenkins - Diamond Music (1996)



Soft Machine fue una de las bandas más creativas surgidas en el Reino Unido a finales de los años 60. Fundada por músicos de la talla de Robert Wyatt, Mike Ratledge o Kevin Ayers, por sus filas han pasado artistas como Andy Summers, Karl Jenkins, Alan Holdsworth o John Etheridge por citar sólo a unos pocos. Es difícil hablar de ellos como de un grupo ya que las continuas entradas y salidas de miembros iban acompañadas de cambios, a veces radicales, de estilo con lo que muchas veces no hay puntos en común entre los distintos trabajos aparecidos bajo la denominación de Soft Machine. En sus inicios, fueron la banda central de lo que se llamó “sonido Canterbury” o “escena Canterbury” y son hoy una referencia fundamental para entender la música de aquellos años.

Karl Jenkins se incorporó a Soft Machine en 1972 y su llegada cambió la fisonomía del grupo. El músico tenía una formación de corte clásico y se especializó en el oboe como instrumento principal aunque también toca teclados y saxos lo que llevó a acercarse al jazz y el jazz rock. Tras tocar en bandas de jazz, fundó Nucleus y poco después se unió a las filas de Soft Machine trabando una estrecha amistad con Mike Ratledge que tendría su importancia posteriormente en la carrera de Jenkins (el dúo participó en una interesante interpretación en vivo en la BBC del “Tubular Bells” de Mike Oldfield junto con el joven músico de Reading).

Al margen de su carrera como integrante de distintos grupos, Jenkins hacía pequeños trabajos en el campo de la música para publicidad. Una de estas obritas, para un spot de la compañía De Beers, especializada en la explotación de diamantes alcanzó una gran fama e impulsó la carrera de Jenkins como músico en solitario. Poco tiempo después, publicó junto con su viejo compañero en Soft Machine, Mike Ratledge, el disco “Songs of Sanctuary” bajo el nombre de Adiemus, un disco muy interesante en el que mezcla orquesta clásica, sintetizadores y sonidos étnicos con voces procesadas al estilo de Enya. Una vez más, el tema principal del disco, que sirvió para una campaña publicitaria de Delta Airlines, fue fundamental para la difusión en todo el mundo del CD. El trabajo tendrá su hueco por aquí en el futuro con toda seguridad pero lo que ahora nos importa es que, en cierto modo, su éxito propició la publicación del disco que hoy nos ocupa e impulsó una nueva etapa en la carrera de Jenkins centrada, fundamentalmente, en la música clásica (por usar una denominación con la que nos podamos entender) hasta el punto que, según indica en su propia web, se ha convertido en el compositor vivo más interpretado en todo el mundo.

Aprovechando el tirón de su proyecto Adiemus, Jenkins publicó “Diamond Music”, un trabajo de corte neoclasicista en el que recicla algún material de “Songs of Sanctuary” para acompañar a su segundo cuarteto de cuerda, una “passacaglia” y a la suite “Palladio”, cuyo tema principal era la antigua sintonía del anuncio de diamantes del que hablamos anteriormente.


Karl Jenkins con su peculiar mostacho.

“Palladio” – La suite se divide en tres movimientos. El primero de ellos, (Allegretto) es el utilizado en la campaña de los diamantes y se trata de una obra barroca para cuerdas que imita descaradamente el estilo de autores como Vivaldi. Con referencias nada disimuladas a músicos de otros periodos (pensamos en Beethoven, por ejemplo, de cuya 5ª sinfonía encontramos una cita casi literal en cierto momento). Sin embargo, la falta de originalidad no le resta calidad a una pieza realmente inspirada y que merece la pena. El segundo movimiento (Largo) es un arreglo de “Cantus Insolitus” del disco “Songs of Sanctuary” en el que la voz principal o las flautas, que hacían las veces de solistas en la pieza original, son reemplazadas por violines. La parte final de la suite (Vivace) es una composición que combina un cierto aire barroco, al igual que el resto de la obra, con técnicas más contemporaneas y cercanas al minimalismo como la repetición de breves fragmentos melódicos y rítimicos con muy ligeras variaciones que van construyendo poco a poco la pieza. Sin, embargo, a pesar de esta licencia, el espíritu y la parte central del movimiento son plenamente barrocos y de nuevo Vivaldi se nos viene a la cabeza cada vez que escuchamos esta parte de la obra que regresa en determinados momentos al tema central del “allegretto” inicial, quizá para reforzar la idea de conjunto de toda la suite, dedicada a Andrea Palladio, arquitecto italiano del siglo XVI, encuadrado en el manierismo y que combina la exactitud matemática de sus proporciones con elementos clásicos rescatados de Grecia y Roma. La interpretación corre a cargo de las cuerdas de la London Philharmonic Orchestra (participante también en “Songs of Sanctuary”) bajo la dirección del propio Jenkins.



“Adiemus Variations” – Escritas para cuarteto de cuerda, son, como indica su título, variaciones sobre el movimiento central del disco “Songs of Sanctuary”. Aunque la referencia al mismo es evidente, especialmente en la primera y en la tercera de las cuatro variaciones, el tratamiento de toda la obra tiene un enfoque mucho más contemporaneo y nos recuerda en muchos instantes a la música de Michael Nyman, curiosamente otro músico actual cuyo trabajo tiene raíces en compositores antiguos (Henry Purcell, fundamentalmente). La interpretación corre por cuenta del Smith Quartet, formación más que interesante muy centrada en el repertorio contemporaneo (tienen en su haber, por ejemplo, grabaciones de la integral de los cuartetos de Philip Glass así como de obras de Steve Reich, Graham Fitkin o Kevin Volans entre otros). Sus integrantes en esta grabación son Nic Pendlebury (viola), Charles Mutter (violín), Ian Humphries (violín) y Deirdre Cooper (cello) aunque Mutter abandonó el cuarteto un tiempo después.

“Passacaglia” – Jenkins dedica esta breve pieza orquestal a su tía Evelyn Mary Hopkins fallecida un año antes de la aparición del disco. Como señala el propio autor en el libreto, la “passacaglia” es una composición en la que un tema principal se repite continuamente pasando de un instrumento de la orquesta a otro de modo que siempre está presente al margen del desarrollo de la pieza. La intensidad de la obra y ciertos detalles en cuanto a su evolución nos remiten de forma inconsciente a la 3ª sinfonía de Henryk Gorecki que, recordamos, aunque date de 1976, obtuvo un sensacional éxito en los primeros años de la década de los 90 en una afortunada versión de la London Sinfonietta.




“String Quartet No.2” – Cerrando el disco tenemos el segundo cuarteto de cuerda de Jenkins, dividido en cinco movimientos de los que el autor hace un breve comentario. El primero de ellos, titulado “the fifth season” en una nada velada referencia (de nuevo) a Vivaldi combina una serie de patrones rítmicos al estilo de Steve Reich con un formato barroco en un poco habitual ritmo de 5/4. Continúa el cuarteto con “tango” en el que el título lo dice todo. Jenkins utiliza esa forma musical para dejarnos una de las piezas más apasionadas del disco y la utiliza como excusa para hacer una pequeña incursión por terrenos minimalistas aprovechando los compases centrales del movimiento antes de retornar al tango inicial. “Waltz” es el siguiente movimiento y uno de los más arriesgados de todo el disco por cuanto que no recurre a estilos conocidos, como en piezas anteriores. “Romance” es otra pieza breve construida de modo que cada uno de los integrantes del cuarteto tiene un pequeño solo que se ve respondido cada vez por el resto de músicos a modo de letanía. El movimiento final, “Bits”, es un curioso experimento en el que Jenkins alterna una “chorale” inicial con fragmentos escritos para distintos estilos y ritmos conforme la siguiente sucesión: “Organum-Chorale-Musette-Chorale-Blues-Chorale-Hoe Down-Chorale-Hollywood-Chorale-Organum”

Evidentemente, el trabajo de Jenkins en su “Palladio” no es demasiado original pero la calidad de la música en él contenida es realmente alta. Es cierto que recurrir a los esquemas barrocos y al cuasi-plagio en algún momento puede ser criticable pero cuando está tan bien hecho como en este caso, no nos queda otro remedio que quitarnos el sombrero. Nos vienen a la cabeza en este momento figuras como la de Han Van Meegeren, famoso falsificador de obras de Veermer que llegó a engañar a la mayor parte de la crítica durante mucho tiempo o la de Eric Hebborn, quien llegó a escribir libros sobre cómo falsificaba cuadros y los vendía. Incluso, una vez descubiero, presumía de que muchas de sus falsificaciones seguían expuestas en museos y nadie se había percatado aún del fraude. Evidentemente no hablamos de lo mismo puesto que Jenkins no hace pasar sus composiciones por obras de otros pero nos lleva a un viejo debate. Si las obras de Van Meggeren, Hebborn o Jenkins atraen a compradores y se escuchan e interpretan de forma habitual, debería ser por su valor intrínseco y no la firma que lleven.

En cualquier caso, la obra de Jenkins es ya bastante extensa y no ha seguido por los mismos derroteros de su “Palladio” que, por otra parte, es una composición bellísima. Tenemos que recordar que se escribió específicamente para un anuncio de diamantes y, quizá por eso, Jenkins le quiso dar ese aroma clasicista. El tremendo éxito obtenido por la pieza fue tentación suficiente para explotar la fórmula en cierto modo y publicar un disco como éste, notable en cualquier caso. Seguiremos teniendo en cuenta a Karl Jenkins y a su proyecto colateral Adiemus en un futuro y sus discos aparecerán por aquí tarde o temprano así como alguna que otra colaboración con otros artistas de la que daremos cuenta en su momento.



Os dejamos con tres anuncios a los que Jenkins puso música. Los dos primeros son para De Beers. El inicial con el tema "Shadows", luego convertido en el primer movimiento de "Palladio" y el segundo con la versión más conocida de la música para que aprecieis la gran diferencia. El tercer video es el comercial de Delta Airlines que popularizó la música de Adiemus: