domingo, 28 de septiembre de 2014

The Pat Metheny Group - Still Life (Talking) (1987)



Es curioso cómo en el mundo de la música existen discos que son capaces de crear auténticas facciones enfrentadas entre los fans de un artista en concreto (y usamos el término “fan” con toda la intención). Mientras que unos los consideran una obra maestra, los otros los tienen por auténticos sacrilegios que hacen que el músico en cuestión pase a la lista de los ignorados, aunque es habitual que un tiempo después esta situación se revierta (bien porque el fan cambia de opinión, bien porque el artista vuelve al redil). Ocurrió con “Bringing It All Back Home” de Bob Dylan, “Trans” de Neil Young, “You’re Under Arrest” de Miles Davis o “Achtung Baby” de U2.

El disco que hoy tenemos aquí podría formar parte también de esa lista. En su momento supuso una ruptura con la trayectoria anterior de su autor en muchos aspectos. El primero de ellos y quizá el que explica los demás, es la ruptura del músico con un sello como ECM. Ya hemos hablado en anteriores ocasiones de la editorial de Manfred Eicher, una fuente inagotable de buena música durante décadas cuyos discos tienen una pátina de calidad indiscutible aunque eso encierra también cuestiones algo más oscuras. Llegó un momento en que Pat Metheny, uno de los músicos estrella del sello, se cansó de algunas de las normas establecidas por Eicher y decidió abandonar la discográfica. Se habían producido cambios en la forma de pensar del guitarrista que, tras una estancia en Brasil se planteó un giro en su música, que incorporaría a partir de ese momento nuevos elementos latinos y eso requería la participación de más músicos y un proceso de creación, grabación y producción mucho más elaborado y cuidado. Ahí es donde se produce el choque con ECM, partidarios de un proceso de creación musical mucho más espontáneo y directo (se dice que los artistas disponían de dos días para grabar y de un tercero para realizar los retoques necesarios sobre la grabación y que esto no era negociable). Metheny no asumió esas condiciones y abandonó el sello tras publicar “First Circle” en 1984 para firmar con Geffen tras un par de trabajos muy concretos con otros sellos.

Para el nuevo disco, titulado “Still Life (Talking)”, el Pat Metheny Group iba a experimentar una ampliación incorporando a los habituales Lyle Mays (teclados), Steve Rodby (bajo, percusión), Pedro Aznar (voz, percusiones, guitarras) y Paul Wertico (batería, percusión) las voces y la percusión de Armando Marçal. La ausencia por cuestiones de agenda (era un músico muy solicitado en aquel entonces) de Pedro Aznar fue reemplazada de modo puntual en este disco por las voces de Mark Ledford y David Blamires.

Portada del single de "Last Train Home"


“Minuano (six eight)” – El disco da comienzo con una pieza escrita a dúo por Metheny y Lyle Mays, lo que queda en evidencia en el momento en que escuchamos las armonías vocales de los primeros instantes que hacen las veces de introducción hasta la entrada de la sección rítmica, perfectamente construida de manera que va creciendo de forma paralela al resto de la pieza. Es indudable que Lito Vitale aprendió mucho de la forma de componer de Mays y cualquier seguidor del argentino reconocerá en muchos fragmentos de esta pieza las bases de gran parte de la obra del músico en los años posteriores. Volviendo a la composición, en ella escuchamos una versión de Metheny reconocible para sus seguidores pero enriquecida con un montón de elementos nuevos que llevan su música a otra dimensión. En la parte final escuchamos una preciosa sección con el protagonismo de los teclados de Mays absolutamente rompedora que nos deja con muchas ganas de escucharla evolucionar durante más tiempo del que lo hace antes de regresar al tema central, de claro aire brasileño.



“So May it Secretly Begin” – Aunque la guitarra sigue siendo la principal protagonista, la aparición de una sección de cuerda (suponemos que sintética, ya que no aparece acreditada en el disco) revela el cambio que estaba experimentando el sonido de la banda. El toque latino sigue muy presente, especialmente en el piano y la guitarra acústica aunque quizá apreciamos una cierta falta de músculo en una pieza que en momentos suena peligrosamente cercana al “smooth jazz”.

“Last Train Home” – Llegamos al punto culminante del álbum. La pieza que elevó a Metheny a los altares, que saltó del disco a las sintonías de televisión y radio haciendo que prácticamente todo el mundo esboce un gesto de reconocimiento cuando comienza a sonar el metronómico ritmo de las escobillas de Paul Wertico instantes antes de que la guitarra-sitar de Metheny comience a ejecutar una melodía inolvidable. A partir de ahí, todo es magia y la banda se conjunta de manera impecable a partir, especialmente, de los elegantes teclados de un Mays en estado de gracia. Una obra maestra sin paliativos que se iba a convertir en un clásico instantáneo.



“(It’s Just) Talk” – De nuevo Brasil se hace presente en el disco empapando toda la sección rítmica de un tema en el que, de nuevo, las voces tienen un protagonismo importantísimo. Más allá de eso, la pieza nos muestra al Metheny más conocido en plena transición aún hacia ese nuevo sonido con influencias del sur que culminaría un poco después en su disco “Secret Story”.

“Third Wind” – Segunda pieza escrita por Metheny y Mays en el disco y, sin duda, la más frenética del mismo con un ritmo desatado desde el comienzo que convierte a sus protagonistas principales (Paul Wertico y Armando Marçal) en las auténticas estrellas del tema. Metheny, a pesar de la altura de alguno de sus solos, no es sino un acompañante de lujo. Steve Rodby, muy contenido durante todo el disco, hace aquí también una labor impresionante.

“Distance” – Lyle Mays firma en solitario la pieza más breve del disco. Se trata de un interludio electrónico más cercano al “ambient” y a la música clásica más vanguardista que al jazz por lo que su inclusión en el disco choca bastante al no terminar de encajar con la filosofía de este aunque tomada de modo aislado es una composición notable.

“In Her Family” – Cerrando el trabajo encontramos un tema íntimo en el que la guitarra acústica se da la mano con el piano para construir una pieza casi impresionista de esas con las que Metheny nos obsequia de cuando en cuando. Mientras avanza el tema se van incorporando distintos elementos como una suave percusión y algunos sonidos de cuerdas muy evocadores.

Cuando apareció el siguiente disco del Pat Metheny Group, “Letter from Home”, se habló de que cerraba la trilogía latina iniciada con “First Circle” y de la que el disco que hoy hemos comentado sería el segundo volumen. Lo cierto es que esto no iba a suponer un regreso al Metheny anterior tras la publicación de aquel disco ya que la mayoría de los elementos que se habían incorporado a la paleta sonora del guitarrista iban a permanecer en su música prácticamente hasta nuestros días. “Still Life (Talking)” es un gran disco que no podemos dejar de recomendar y una pieza de la categoría de “Last Train Home” debería estar en la discoteca de todo melómano que se precie. En su momento, como comentamos al principio, el trabajo suscitó cierta polémica entre los fans que consideraron que Metheny había "dulcificado" su sonido con la intención de vender más discos y hubo muchos de ellos que se bajaron del barco considerándose en cierto modo traicionados. Al mismo tiempo y a partir de la popularidad alcanzada por el single "Last Train Home", muchos otros aficionados se sumaron a la lista de seguidores del guitarrista en adelante. Sin entrar en demasiadas discusiones, ya que a nosotros nos gustan tanto el "nuevo" Metheny como el anterior, escogemos disfrutar de toda su música sin complejos. Aquellos interesados en hacerse con el disco lo pueden adquirir en los enlaces de costumbre.


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Nos despedimos con una rara actuación del grupo en la RAI interpretando "(It's Just) Talk" en directo:


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Mike Oldfield - Five Miles Out (1982)



El número cuatro tiene algo especial, casi místico, que hace que en multitud de ocasiones sea ésta la cifra utilizada para elaborar categorías cerradas que se comportan como verdades absolutas. Así, tenemos tierra, aire, fuego y agua como los cuatro elementos naturales de la antigüedad, las cuatro estaciones, los cuatro puntos cardinales, los cuatro jinetes del Apocalipsis o los cuatro evangelistas. Sin embargo, muchas veces las personas son inconformistas a este respecto y buscan algo más. El cuatro les parece limitado y comienza la búsqueda del “quinto Beatle”, el “quinto estado de la materia” etc.

En la discografía de Mike Oldfield ocurre algo similar. Casi todo el mundo coincide en señalar a los cuatro primeros trabajos, es decir, a “Tubular Bells”, “Hergest Ridge”, “Ommadawn” e “Incantations” como los cuatro grandes momentos de su obra. Nosotros, puntillosos como somos, solíamos añadir a la lista un quinto disco que es, precisamente, del que vamos a hablar hoy aquí: “Five Miles Out”.

Tras la gira que dio lugar al disco en directo “Exposed”, Oldfield fue reduciendo el número de músicos que le acompañarían en el escenario de forma paulatina. Una decisión, en apariencia tan simple, iba a tener un peso insospechado en el disco que hoy comentamos por varias razones mucho menos evidentes de lo que cabía esperar. El hecho de trabajar con una banda más pequeña propició que de forma casi inadvertida, Oldfield y sus músicos comenzasen a funcionar efectivamente como un grupo al uso en el que todos podían aportar sus propias ideas a cada canción así que, si bien el nucleo creativo seguía siendo Mike, hay muchos aportes por parte del resto de participantes en el trabajo. Una consecuencia menos previsible del funcionamiento del grupo a una escala más pequeña tenía que ver con la logística de los viajes. Al ser una banda más manejable, determinados trayectos podían hacerse en pequeños aviones y en uno de ellos tuvo lugar la traumática experiencia que dio lugar al tema central del disco y, por extensión, a todo el trabajo. Durante un vuelo entre San Sebastián y Barcelona, la banda, transportada en una avioneta de hélices en lo que era prácticamente el bautizo aéreo de un joven piloto, se vio en medio de una tormenta angustiosa. En la hora escasa que duró la travesía, Oldfield y sus compañeros llegaron a pensar que no saldrían vivos de allí en varias ocasiones. Cuando aterrizaron en su destino, supieron que todo el tráfico aéreo de la zona de los Pirineos había sido suspendido en las horas precedentes por el grave riesgo de tormentas.

Oldfield, aficionado a su vez a la aeronáutica, se obsesionó con escribir una canción que reflejase todo lo vivido en aquel viaje y de ahí, pronto se pasó a un disco entero. Un disco que devolvería al músico a los primeros puestos de las listas tras un cierto bajón sufrido con “Platinum” y “QE2”. La banda que grabaría el disco estaba integrada por Maggie Reilly (voz), Morris Pert (percusión y teclados), Tim Cross (teclados), Rick Fenn (guitarras) y Mike Frye (percusión). Oldfield, por su parte, interpreta guitarras, bajo, teclados y canta a través de un “vocoder” en momentos puntuales. Como atractivo especial en algunos de los temas aparecen como invitados el gaitero Paddy Moloney, el batería Carl Palmer o el también batería Graham Broad.

Interior de la carpeta del vinilo con el esquema de una de las piezas del disco.


“Taurus II” – El disco seguía el estilo apuntado en “Platinum” un tiempo antes con una larga “suite” en una cara y temas cortos en la otra. El largo instrumental es una evolución de algunas ideas apuntadas en “Taurus” del disco “QE2” pero ampliadas y complementadas con muchas otras de nuevo cuño. Abre la pieza un poderoso “riff” de guitarra que se repetirá en varias ocasiones. Tras la introducción y un breve tarareado a cargo de Maggie Reilly entramos en una segunda parte tremendamente excitante con los teclados (fundamentalmente el “sampler” Fairlight) ejecutando una melodía de lo más interesante. Es de destacar el excepcional trabajo de las percusiones, absolutamente dominantes a lo largo de toda la suite. La inconfundible guitarra de Oldfield reclama su lugar algo después entre “samples” de metales y ritmos desaforados que culminan con un nuevo giro argumental que nos remite a los mejores tiempos de los cuatro primeros discos del músico. Una serie de intervenciones de guitarra van preparando el ambiente para la intervención estelar de Paddy Moloney con un magnífico solo de gaita irlandesa acompañado de una percusión muy sencilla, “samples” de acordeón y voces. Poco a poco se incorpora el bajo y unas percusiones más rotundas que anuncian la entrada en otro segmento de la suite. Escuchamos entonces a Maggie Reilly intepretar una cancioncilla deliciosa titulada “The Deep Deep Sound”. A su conclusión volvemos a escuchar los clásicos sonidos del “Fairlight” repitiendo la misma melodía antes de asistir al enésimo cambio. Una especie de coro electrónico interpreta una serie de melodías en un tono muy bajo sobre una batería que parece imitar el latido de un corazón. Más “samples” de metales (al estilo de algunos fragmentos de “Platinum” refuerzan la pieza desembocando todo en una especie de canción de cuna, como sacada de una cajita de música, que dará pie a la segunda gran intervención de Moloney y sus “uilleann pipes” que se alterna con la guitarra de Oldfield y los típicos sonidos de flautas del omnipresente “Fairlight”. Como aparente cierre de la suite, escuchamos otra breve canción a ritmo de música disco realmente sorprendente a estas alturas pero que funciona a la perfección. Sin embargo, parece que Oldfield no quedó satisfecho con ese final y prolongó algo más la pieza con un contundente instrumental rockero lleno de energía en el que se iban a repasar algunas de las mejores ideas de todos los minutos anteriores.

“Family Man” – La batería marca un ritmo continuo sin contemplaciones al que responde la voz de Maggie Reilly anticipando la entrada de los teclados y la guitarra. Estamos ante una monumental canción pop que serviría a Oldfield para triunfar en los Estados Unidos aunque no en esta versión sino en la del dúo Hall & Oates unos meses después. El talento de Mike como escritor de canciones iba a quedar más que claro en este tema que, sin lograr la fama de otros posteriores, queda como uno de sus mayores logros en este campo. Imprescindible.



“Orabidoo” – Ya habíamos escuchado algún retazo de tema de “cajita de música” en determinados momentos de “Taurus II” pero el delicado comienzo de este corte es aún superior. Con un suave acompañamiento de guitarra y una serie de sonidos electrónicos, Oldfield compone una auténtica joya que justificaría por sí sola todo el tema pero que resulta ser sólo la introducción. Tras ese maravilloso comienzo aparece la voz electrónica de Oldfield y una fantástica batería que ejerce como un instrumento más en la pieza y no como un simple elemento rítmico. Maggie se incorpora a los coros así como la guitarra y el bajo enriqueciendo aún más una canción que es considerada por muchos como una de las mejores composiciones de Oldfield aún hoy. El ensalmo se rompe con una serie de citas de la melodía central de “Taurus II” al órgano, al piano, con diferentes instrumentos “sampleados” sucesivamente para desembocar en un segmento de gran animación y espíritu rockero. El cierre lo pone otra sección de aire folk en la que se diría que la guitarra de Oldfield quisiera emular a la gaita de Moloney antes de pasar a un momento épico de esos que tan bien le quedan a su autor con el que concluye el tema. A modo de coda, escuchamos la breve canción “Ireland’s Eye” a cargo de Maggie y Oldfield quien acompaña con la guitarra acústica.

“Mount Teidi” – Otro magnífico instrumental nos acerca al final del disco. Destacan especialmente las percusiones de Carl Palmer, tocando al unísono con cada nota de la melodía principal durante toda la primera parte. Los teclados van ganando en intensidad con cada repetición del motivo principal hasta que llegamos a la melodía central de la pieza, una tonada excepcional que hace las veces de enlace con la recuperación del tema inicial en un continuo “in crescendo” lleno de belleza. El tema está dedicado, obviamente, al Teide, volcán que Oldfield visitó cuando acudió a ver a Palmer que en aquel entonces residía en Tenerife.

“Five Miles Out” – Parecía difícil mejorar a estas alturas lo que había sonado en el resto del disco pero, a nuestro juício, Oldfield lo consigue con una canción que, si bien, no es de las más exitosas de su repertorio, en nuestra opinión es la mejor o le anda muy cerca. Es muy complicado reunir en apenas cuatro minutos tal cantidad de giros, variaciones y temas diferentes sin caer en el caos más absoluto. Sin embargo, Oldfield lo logra con creces y nos permite escuchar breves citas de “Tubular Bells” o “Taurus II” junto con momentos estremecedores de Maggie Reilly, unos teclados impresionantes, percusiones que rozan la perfección, voces electrónicas, ritmos cambiantes. Un catálogo de música en cuatro minutos que es difícilmente mejorable en el que el músico repasa el turbulento viaje de avión al que aludíamos en el comienzo. No se puede pedir más como cierre de un disco que, a nuestro juicio, es un clásico.



Las ventas acompañaron a “Five Miles Out” algo más que a sus inmediatos predecesores pero, además de eso, iluminaron un nuevo camino para Oldfield como músico “pop” cuya máxima expresión llegaría en sus próximos trabajos comenzando por el ya comentado en el blog: “Crises”.

Gracias a la reciente y exhaustiva reedición que está acometiendo Oldfield de lo más interesante de su discografía, hoy podemos encontrar varias versiones diferentes del disco a cual más interesante. Os dejamos algunos enlaces donde adquirir la más sencilla de ellas.

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Nos despedimos con un extracto de "Taurus II" en directo en el festival de Roskilde.

 

domingo, 21 de septiembre de 2014

Astor Piazzolla - Cafe 1930 (2014)



Sucede poco pero sucede a veces que músicas populares, tradicionales, habitualmente tenidas por “menores” terminan por hacerse tan grandes que alcanzan la mayor de las categorías incorporándose por méritos propios al repertorio de la música “grande”, la música “culta” y ganándose el respeto de la academia (aunque también, en muchos casos, la desconfianza de quienes antes la disfrutaban).

Algo así ocurrió con el “jazz” y nombres como los de George Gershwin o “Duke” Ellington, con el rock y Frank Zappa y también con el tango de la mano del músico que tenemos hoy aquí: Astor Piazzolla. Hace tiempo apareció el argentino en el blog y ya trazamos una semblanza biográfica que no vamos a repetir hoy. En aquel momento nos centramos en un disco grabado por él al frente de su quinteto, en un formato tradicional en su música en aquel entonces pero la obra de Astor trascendió aquellos conjuntos y evolucionó para adaptarse a todo tipo de formación clásica como el cuarteto de cuerda o la orquesta prescindiendo, incluso, de un instrumento tan característico como el bandoneón.

El disco que hoy recomendamos ha sido publicado recientemente por Brilliant Classics y recoge interpretaciones del violinista Piercarlo Sacco y del guitarrista Andrea Dieci, ambos italianos. En ella repasan de forma deliciosa varias composiciones de la última etapa del compositor argentino escritas para sus instrumentos o para formaciones similares, encargándose de arreglar aquellas partes que no se corresponden con éstos. Si la música de Piazzolla es brillante de por sí, en las versiones del disco refulge aún con mayor intensidad.

Piercarlo Sacco


HISTOIRE DU TANGO

“I. Bordel 1900” – Originalmente la “historia del tango” estaba escrita para flauta y guitarra pero funciona igualmente bien con el violín. Piazzolla narra la evolución del mismo a través de cuatro movimientos que reflejan cuatro estadios capitales del tango. El primero de ellos lo sitúa en los burdeles de finales del S.XIX donde solía interpretarse con guitarra y flauta, incorporándose más tarde el piano y el bandoneón. El movimiento es vivo, pícaro, con una alegría primitiva muy propia de aquellos ambientes.

“II. Cafe 1930” – La segunda etapa llega en los años 30 cuando la gente, en palabras de Piazzolla deja de bailar el tango casi exclusivamente para sentarse y escucharlo, disfrutarlo como música al margen de su utilidad lúdica. En esta etapa suelen utilizarse dos violines, dos bandoneones, ocasionalmente un contrabajo... la música se ralentiza y aparece un lado romántico del que este movimiento es un ejemplo perfecto. Piazzolla es todo sensibilidad en temas llenos de emoción y cuajados de melodías memorables que se suceden una tras otra. No nos extraña que el dúo de intérpretes escogiese el título de éste movimiento y no otro para identificar el disco.

“III. Nightclub 1960” – En los sesenta llega el gran salto internacional del tango que se expande más allá del entorno del Río de la Plata mezclándose con otras músicas y alcanzando audiencias nuevas. Es la época del llamado “nuevo tango”. Astor suena aquí en su versión más inconfundible y personal a través de un violín que bien podría ser su bandoneón reencarnado y con una guitarra precisa, siempre puntual, marcando el ritmo seco y vital de la música de Piazzolla. La segunda mitad del movimiento recuerda la intensidad del clásico “Adiós Nonino” siquiera por unos instantes recordándonos que el talento para la melodía melancólica del musico era abrumador.

“IV. Concert d’aujourd’hui” – El final de la particular historia del tango de Piazzolla se produce con la adopción de esta forma musical por parte de compositores clásicos como Bartok o Stravinsky, ambos muy admirados por Astor. Como cabía suponer, la música aquí se complica y evoluciona hacia sonoridades que, aunque conservan formas “tanguistas”, albergan influencias y tendencias de las vanguardias clásicas con las que Piazzolla tuvo ocasión de mantener un contacto intenso en su etapa formativa junto con Nadia Boulanger.

CINCO PIEZAS

“I. Campero” – A principios de los años ochenta escribe Piazzolla esta colección de piezas para guitarra que es, curiosamente, su única obra para este instrumento. La primera de ellas recoge un ritmo popular como la milonga y le da forma clásica, siempre con un aire de melancolía inconfundible.

“II. Romántico” – En la segunda de las piezas nos parece encontrar retazos del “jazz-tango” que Piazzolla trató de alumbrar en dos discos hoy por hoy inencontrables y que abandonó poco después. Escuchando este tema, sin embargo, entendemos muy bien la admiración que el argentino suscita en artistas actuales como Pat Metheny.

“III. Acentuado” – Volvemos al sabor del Piazzolla más clásico con esta pieza que nos recuerda a alguna de sus composiciones más célebres para su quinteto de finales de los sesenta. Tanto es así que tras la magnífica introducción rítmica, que justifica por sí sola el título de “acentuado”, parece que va a irrumpir en cualquier momento un bandoneón o un violín, algo que no sucede. Esta “ausencia” sin embargo, es perfectamente suplida por la propia guitarra en una interpretación soberbia de Dieci.

“IV. Tristón” – Con un aire procesional se desarrolla este movimiento lleno de melancolía en el que con apenas tres notas, una de las cuales se repite casi constantemente, Astor consigue crear un ambiente absolutamente fantástico. Una simplicidad que tiene algo de relación, probablemente, con Satie, otro maestro a la hora de evocar estados de ánimo.

“V. Compadre” – Cerrando la obra encontramos una pieza que también parte de elementos folclóricos y que en ciertos momentos nos suena, incluso, aflamencada, aunque es una impresión pasajera puesto que enseguida Piazzolla nos lleva de nuevo a su terreno añadiendo ligeros aderezos de jazz aquí y allá.

QUATRE ÉTUDES TANGUISTIQUES

“I. Décidé” – Escritos, al igual que la “Historia del tango” en París, los cuatro estudios fueron concebidos para flauta aunque ya el propio autor apuntaba la posibilidad de adaptarlos al violín (realmente son seis aunque aquí sólo escuchamos cuatro de ellos). La partitura ofrece al intérprete la posibilidad de huir de la, en ocasiones, fría interpretación académica y soltar todo lo que lleva dentro en un estudio del que tenemos la impresión de que, sin la importante dosis de pasión que le pone Sacco, no podría sonar tan bien como lo hace.

“II. Lento: Meditativo” – En un estilo opuesto al tema anterior, escuchamos aquí una profunda pieza de violín que suena mucho más clasicista que otras obras de su autor, con un cierto sabor centroeuropeo en algunos pasajes que podría tener relación con la admiración de Piazzolla por músicos como Bartok.

“III. [Crotchet = 120]” – Llega a continuación lo que es casi una miniatura emparentada directamente con la primera de las cuatro piezas de la serie tanto en ritmo y temática como en la pasión y el desgarro que desprende la interpretación.

“IV. Avec anxiété” – Cierra la serie otro precioso movimiento que combina momentos lentos, casi dramáticos, con otros mucho más vivos. En muchos instantes de la obra tenemos la impresión de que funciona mucho mejor con el violín de lo que lo hace con la flauta para la que fue concebida inicialmente.

“Celos” – Cerrando el disco encontramos una milonga arreglada por los dos intérpretes para violín y guitarra. Como cierre es verdaderamente delicioso ya que condensa todo lo que hace inmortal a la música de Piazzolla: es accesible pero su belleza trasciende las barreras de los simples géneros. Puede disfrutarse por igual, como reflejaba su “historia” en un burdel, en un café, en un club o en una sala de conciertos.

Andrea Dieci



También podemos disfrutar la música de Piazzolla, y no de un modo menor, en la comodidad de nuestros hogares y este disco es un ejemplo de ello. La selección es exquisita y las interpretaciones difícilmente mejorables. El hecho de que, además, el disco esté editado en un sello como Brilliant lo convierte en algo totalmente accesible (en determinada cadena de grandes almacenes los discos del sello habitualmente no llegan a los 4€). Os dejamos algún enlace en el que adquirirlo:

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