miércoles, 29 de mayo de 2019

Tangerine Dream - Rockoon (1992)




Es natural que un padre quiera lo mejor para un hijo y más aún que trate de facilitarle las cosas cuando el vástago quiere seguir sus pasos profesionales pero también es natural que esto provoque la aparición de suspicacias. Más aún cuando no se trata de que el hijo se dedique a la misma profesión que su padre sino de que su desempeño lo hace a las órdenes de éste. Evidentemente, hay casos en los que el talento está ahí y se abre paso pese a todo. Sofía Coppola fue muy criticada cuando actuó en “El Padrino III” bajo la dirección de su padre pero supo revertir esa situación labrándose una exitosa carrera como directora. Muchos otros fueron capaces de alcanzar grandes logros sin depender de lo que había hecho su padre antes que ellos como Jean Michel Jarre o Michael Douglas por poner un par de ejemplos bien conocidos.

El problema, como decíamos, es cuando es el padre el que directamente le da esa oportunidad a su hijo en un momento en el que no ha demostrado nada aún. Recientemente se ha hablado de esto cuando Zidane ha hecho debutar a dos de sus hijos en el Real Madrid pero tampoco esto es nuevo. Algo así ocurrió también cuando a finales de los años ochenta, Edgar Froese incorporó a su hijo Jerome a su banda Tangerine Dream. En aquel momento fue sólo para tocar la guitarra en un tema de “Lily on the Beach” pero en el siguiente trabajo, “Melrose”, Jerome era ya miembro de pleno derecho de la banda junto con su padre y Paul Haslinger, llegando a firmar en solitario tres cortes del disco. Apenas un año después, tras la salida de Paul de la banda, Tangerine Dream quedaron reducidos a un dúo padre-hijo.

Llegamos así a “Rockoon”, quizá el disco más controvertido de la historia de la banda y, con toda probabilidad, el más polémico hasta aquel momento. “Rockoon” iba a suponer un cambio de estilo hacia sonidos más comerciales modelado en su mayor parte por Jerome, autor de la gran mayoría de los temas del trabajo. No fue en absoluto un disco precipitado. De hecho, es uno de los que más tiempo requirió para su gestación, cuestión no menor cuando una de las señas de identidad de Tangerine Dream en la década de los ochenta fue, precisamente, su extrema productividad con decenas de discos y bandas sonoras compuestas en muy poco tiempo. Atrás, eso sí, quedaban los tiempos de las montañas de sintetizadores y equipo analógico. En los créditos del disco figuraban como únicos sintetizadores el Korg 01/W y el Korg T1. Aparatos potentísimos para la época pero que hoy en día suenan demasiado ligados a aquellos años. Los teclados eran cosa de Edgar Froese aunque también Jerome los interpreta en el disco junto con diversas guitarras o la batería. Además de ellos, intervienen como músicos de estudio, Enrico Fernández (guitarra), Zlatko Perica (guitarra) y Richi Wester (flauta y saxo).


Edgar y Jerome Froese


“Big City Dwarves” - El disco tiene un comienzo extraño con una pieza que en una primera escucha nos da la impresión de haberla cogido ya empezada. Apenas hay un esbozo de melodía que se pierde enseguida a lo largo de un desarrollo muy anodino que no lleva a ninguna parte. Mediado el tema hay un cambio de ritmo acompañado de una secuencia electrónica y de un solo de guitarra no demasiado inspirado. Como apertura del disco, la pieza no resulta demasiado prometedora.

“Red Roadster” - Si el primer corte pagaba el peaje de no tener una introducción, éste segundo es todo lo contrario. Hasta bien entrada la pieza, tenemos la impresión de que todo es una larga preparación para una continuación que no termina de llegar. El uso de la batería es excesivo, no porque ocupe demasiado espacio en el conjunto sino porque todo lo que hace resulta prescindible: no aporta nada interesante a la pieza. En el segmento central escuchamos alguna idea atractiva en forma de secuencia pero nunca termina de despegar del todo. De nuevo acabamos perdiéndonos en medio de un solo de guitarra errático que nos lleva al un final en que la aportación del saxo no mejora en demasía lo que había sonado anteriormente.

“Touchwood” - Quizá la pieza más salvable de todo el trabajo. Comienza con un breve tema muy pegadizo que continúa en una linea pop instrumental muy agradable. En cierto modo entronca con la música de la etapa de los primeros años ochenta de Tangerine Dream, en la que la melodía cobró una importancia que no tuvo en su época más clásica. El problema es que el tratamiento sonoro es mucho menos trabajado y suena artificial si lo comparamos con períodos anteriores de la banda. En todo caso, y dentro del conjunto del disco, “Touchwood” es un temazo.

“Graffiti Street” - El siguiente corte continúa con la linea del anterior. En realidad es un canción rock instrumental realizada con teclados electrónicos. Se deja oir pero no es lo que uno esperaba oir en un disco de Tangerine Dream. Entre lo poco salvable destacamos la breve fanfarria con la que se cierra el tema. En cierto sentido continúa el camino iniciado con los tres discos de la banda en el sello Private Music en los años inmediatamente anteriores pero o hace sin aportar ninguna novedad y con mucha menos inspiración. Teniendo en cuenta que aquella etapa tampoco fue especialmente brillante, esto no dice mucho de este tema. Con él se cierra la tanda de cuatro piezas firmadas por Jerome Froese con las que se abría el disco.

“Funky Atlanta” - Sin ser una maravilla, esta pieza ya aporta una mayor riqueza rítmica en el comienzo, saliendose de la tendencia nada arriesgada de los temas anteriores. La guitarra tiene aquí mucha presencia también pero lo hace con mucho más sentido que en otras composiciones. Con todo, no dejamos de estar en presencia de una pieza correcta como mucho.

“Spanish Love” - Si nos abstraemos a los sonidos iniciales de sintetizador, que queremos creer que no trataban de imitar a una guitarra española, esta pieza de Edgar resulta hasta salvable, con retazos melódicos que nos recuerdan a algún momento de “Cyclone”, por nombrar un disco de la época clásica de la banda. Una composición aceptable.

“Lifted Veil” - Volvemos a Jerome que esta vez opta por sonidos atmosféricos en el inicio para acomodar la entrada de la guitarra y el piano en una pieza tremendamente circunscrita a la época del disco con los peores sonidos de fábrica de los sintetizadores abanderando decenas y decenas de CD's de “new age”. La aparición del saxo a lo Kenny G (otro que vivió su grán momento en aquellos años) termina de rematar un tema que no apuntaba nada bueno.

“Penguin Reference” - En esa linea de “new age” más o menos amable va la siguiente composición de Jerome que sigue pecando del uso de sonidos impersonales aunque por lo menos tiene un ligero arranque de rebeldía en la parte central con un apunte rítmico que no llega a cristalizar. Pese a ello es una de las mejores piezas firmadas por el hijo de Edgar en todo el disco.

“Body Corporate” - La última composición del fundador de la banda en el trabajo es una balada interpretada a los teclados por él mismo. Lejos de momentos de inspiración de algún trabajo anterior, el tema se cae del todo cuando aparece el saxo, meloso a más no poder. No es que importe demasiado porque a estas alturas el disco no era ya rescatable pero esperaríamos algo un poco mejor del bueno de Edgar.

“Rockoon” - El tema que da título al disco, curiosamente, no está del todo mal. Tras una introducción convencional pero muy eficaz, escuchamos un tema de guitarra eléctrica bien construido que se ve perfectamente arropado por la batería y los teclados. La pieza más progresiva del disco se convierte en un muy buen instrumental rock a partir de ahí con un motivo melódico muy acertado que se repetirá hasta el final de la pieza. Sin ser una maravilla, sí es este un tema que podría figurar dignamente en muchos de los trabajos del grupo en años anteriores.

“Girls On Broadway” - Cerrando el trabajo encontramos un corte rítmico que también estaría por encima de la media del disco. Aún manteniendo gran parte de los detalles que tanto lastran a “Rockoon” como los sonidos prefabricados y sin personalidad o los ritmos trillados, el uso que de ellos se hace aquí es algo más soportable por mucho que Jerome no resistiera la tentación de cerrar con un “golpe de orquesta” de esos que seis años antes del disco ya sonaban viejos.

Los ochenta, ya lo hemos dicho en alguna ocasión, fueron muy duros para las grandes bandas de la década anterior. Esto sirve para el rock pero mucho más para los grupos y artistas basados en sintetizadores. De repente, el trabajo de crear sonidos electrónicos se simplifica. Con algo tan simple como apretar un botón, el músico tenía a su disposición centenares de timbres diferentes y lo mismo se puede decir de los ritmos y acompañamientos. Esto homogeneizó el sonido de todo tipo de artistas siendo cada vez más difícil diferenciarse de los demás, algo que llegó a su extremo en géneros como el tecno-pop o la “new age” en los que resultaba casi imposible reconocer a determinados músicos frente a otros. Pese a todo, una banda como Tangerine Dream pudo mantener un cierto nivel en esos años que, si bien estaba lejos del de sus grandes discos, le permitió un tránsito digno por la década con el único “pero” de un excesivo volumen de lanzamientos que hacía imposible la excelencia. El problema es que ya en los noventa, la electrónica dio un salto cualitativo muy importante. Cuando se publicó “Rockoon” ya habían aparecido en el mercado los primeros trabajos de Orbital, Richard D. James (más conocido como Aphex Twin), Massive Attack o The Orb y estaban a punto de irrumpir bandas como The Prodigy. Todos ellos protagonizaban una revolución que de repente hacía parecer a las leyendas del género auténticos fósiles vivientes. El sonido, los conceptos y los ritmos estaban a años luz de los de discos como “Rockoon” y eso también influyó mucho en que hoy en día sea éste un trabajo muy mal considerado en general. Curiosamente, y pese a que también suscitó un amplio rechazo por parte de los fans de toda la vida de Tangerine Dream, funcionó bastante bien en determinados círculos: fue nominado a los premios Grammy en la categoría de “new-age” y se posicionó en puestos muy altos de muchas listas especializadas como Billboard.

Jerome Froese se mantuvo como miembro de Tangerine Dream durante más de una década y media por lo que su presencia, finalmente, no se debía únicamente al hecho de que era el hijo de Edgar. En nuestra opinión, “Rockoon” es un disco prescindible, incluso desde el punto de vista de un seguidor de Tangerine Dream. No pasa nada por oírlo alguna vez pero, desde luego, tienen trabajos más interesantes en los que invertir nuestro tiempo. Por otro lado, siempre es interesante tener presente todas las etapas de una banda a la hora de valorar su puesto en la historia por lo que si tenéis curiosidad por escucharlo, no seremos nosotros quienes os lo impidamos de ningún modo y menos cuando la propia banda lo ha puesto a disposición de quien quiera disfrutarlo en youtube.


 

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