miércoles, 26 de noviembre de 2014

Philip Glass - Koyaanisqatsi (2009)



“No hago música para cine”. Ésta fue la respuesta que recibió el director Godfrey Reggio cuando por mediación de un amigo común se puso en contacto con Philip Glass para explicarle el proyecto que tenía entre manos y en el que el compositor estaba destinado a jugar un papel crucial.

Reggio era un modesto director de ideología progresista que en 1972 comenzó a grabar unos pequeños cortometrajes de denuncia de diversas situaciones que iban desde la invasión de la privacidad de la gente por parte del gobierno al uso de sustancias para el control del comportamiento. La campaña contó con el director de fotografía Ron Fricke y los anuncios televisivos alcanzaron tan popularidad que fármacos como el Ritalin fueron eliminados de muchas poblaciones de Nuevo México y su uso, en general, se restringió severamente. Reggio y Fricke subvencionaban los cortometrajes con la ayuda de patrocinadores privados pero estos comenzaron a desmarcarse del proyecto hasta cortar del todo la financiación de la campaña. En aquel momento, la pareja se encontró con una reserva de alrededor de 40000 dólares, insuficiente para seguir grabando anuncios y comprar espacio en las televisiones para darles salida con lo que el proyecto quedó cancelado. ¿qué hacer entonces con aquel dinero? Fricke sugirió la posibilidad de rodar un largometraje. Comenzaba así la historia de “Koyaanisqatsi”.

La idea, si es que puede llamársele así, era la de grabar todo tipo de situaciones y escenarios hasta reunir suficiente material de calidad para completar una hora. No existía guión alguno y Fricke grabaría desde paisajes naturales en “time lapse” hasta el derribo de edificios, escenas callejeras de Nueva York, nudos de autopistas de Los Ángeles, despegues de aviones en “slow motion”... cualquier cosa que se le fuera ocurriendo. La grabación comenzó, precisamente, en San Luis donde se rodó el derribo del complejo de viviendas conocido como “Pruit-Igoe” en 1975. Ideas en apariencia absurdas como la que tuvo Fricke de situar una cámara en Times Square enfocando un gran panel gris de papel, de modo que grabase a todo el mundo que pasase por delante de ella terminaron por ocupar toda una sección de la película llamada por Reggio, la de los retratos. Reunido todo el material, no parecía que allí hubiese nada que mereciera la pena por lo que cada uno siguió su camino (Fricke llegó a trabajar de camarero en Hollywood). Como quiera que seguían recibiendo pequeñas cantidades de dinero para sus proyectos, de vez en cuando invertían ese capital en nuevas grabaciones en espacios naturales o en grandes ciudades. De esta forma, Fricke se pasó los siguientes años rodando nuevos fragmentos de material que, por fín, serían ensamblados por el propio Ron y Reggio a principios de los ochenta resultando de ellos una fascinante amalgama de imágenes sin un esquema predeterminado pero de una impactante potencia visual. El dúo consiguió mostrar la incipiente película a Francis Ford Coppola quien se mostró muy interesado en el experimento y decidió colaborar en el mismo con algunas sugerencias (hay nuevas escenas, principalmente de paisajes añadidas entonces por recomendación del realizador) y prestó su nombre para los créditos del film que aparecería como “Francis Ford Coppola presenta:...”

Más o menos en este punto debían encontrarse las cosas cuando se produjo la conversación con la que comenzábamos la entrada. Desconocemos si fue la presencia de Coppola en el proyecto, la visualización de la película, las dotes de convicción de Reggio o un poco de todo pero lo cierto es que Glass cambió de opinión y se puso manos a la obra con la composición de una banda sonora diferente a todas. Y es que en una película sin ningún tipo de guión, sin información en forma de subtítulos, sin diálogos ni narrador, el único apoyo que iban a tener las imágenes iba a llegar desde la música. Además, y a diferencia de lo que ocurre en un film convencional, la partitura comienza en el segundo uno de la proyección y termina con el último de los títulos de crédito. Una obra, por lo tanto, monumental, que Glass afrontó como un reto: ni siquiera en sus óperas, la música tenía un papel tan fundamental ya que parte de aquellas descansaba en la escenografía y en las interpretaciones de los cantantes. El compositor buscó un sonido poderoso con una versión extendida de su Philip Glass Ensemble formada por sus músicos habituales y el refuerzo de quince intérpretes de metales y una sección de cuerda formada por cuatro violas, cuatro violonchelos y dos contrabajos. Los miembros del Western Wind Vocal Ensemble forman el coro en el que Albert de Ruiter pone la voz solista en el tema inicial.

“Koyaanisqatsi” – El comienzo de la obra es solemne, con una entrada de órgano sobre la que comienza a escucharse una profunda voz que repite una y otra vez el título de la obra. La melodía cobra entonces una nueva intensidad deslizándose a base de los clásicos arpegios “glassianos” hasta conformar una introducción verdaderamente espectacular.



“Organic” – Como si de una continuación natural del anterior movimiento se tratase, escuchamos una progresión de teclados con un poderoso coro de fondo que va dando paso de modo paulatino al resto de instrumentos, siempre en tono tranquilo y pausado. Así, escuchamos las cuerdas junto con un recordatorio del “koyaanisqatsi” del comienzo justo como preludio a la aparición de los vientos con los que concluye la sección.

“Clouds” – Llega el turno de los metales con una serie de trompetas con sordina preparando al oyente para una explosión de ritmo que se intuye como las tormentas con los primeros olores a ozono. Hasta aquí, la música (como las imágenes a las que acompaña) fluía de modo plácido pero ese suave transcurrir comienza a verse transformado paso a paso hasta desembocar en el siguiente fragmento.

“Resource” – Teclados y clarinetes comienzan a ejecutar una melodía repetitiva de autoría inconfundible durante unos minutos. Escuchamos aquí a un Glass cercano al de “Akhnaten”, la ópera en la que trabajaba simultáneamente al disco. Mediado el tema las cuerdas comienzan a marcar el ritmo entre profundas respiraciones de los instrumentos de viento hasta llegar al final en un precioso segmento del Glass minimalista más asequible (y también viceversa) de “Glassworks” y trabajos similares.

“Vessels” – Uno de los segmentos más celebrados de toda la banda sonora es esta sección coral que recuerda a algunas secciones de “Einstein on the Beach” o “Another Look at Harmony”. La segunda mitad de la pieza incorpora los teclados como acompañantes del coro en una frenética sucesión de repeticiones melódicas tan característica del músico como brillante en su concepción.

“Pruitt Igoe” – Giro radical el que nos encontramos en el siguiente movimiento, más orquestal en sus primeros instantes en los que suena una melodía fantástica que anticipa el giro clasicista del músico que tomaría forma unos años después. Glass aprovecha la especial sonoridad de los violonchelos para dibujar un trazo soberbio que no tarda en verse reforzado por el grueso de la orquesta con especial significación en los metales. La sección final del tema vuelve a estar protagonizada por los registros más graves del coro en una intervención sutil que nos traslada hasta la coda.

“Pruitt Igoe (coda)” – Es extraño pero en la grabación que comentamos, este breve fragmento aparece separado de la pieza principal cuando es la continuación perfecta de la misma reemplazando el coro por la orquesta. Interesante en cualquier caso.

“Slo Mo People” – Una de las secciones obviadas en anteriores versiones publicadas de la banda sonora. Se trata de un fragmento no demasiado largo a base de sintetizadores y percusión, una suerte de pasacalles moderno reforzado por una melodía electrónica que enlaza con la que podemos considerar la sección central de la banda sonora.

“The Grid (introduction)” – Como ocurre en muchos otros momentos de la obra, esta introducción hace las veces de preparación para lo que viene después. Es una pieza reposada en la que trasluce una clara intención de hacer saltar todo por los aires en cuanto surja la oportunidad.



“The Grid” – Y como era de presagiar, llega toda la fuerza desatada de la música de Glass, esta vez sin restricción de tiempo alguna, ya que se extiende a lo largo de casi veinte minutos de un torbellino musical sin freno. Teclados, coro y, más tarde, vientos, se conjugan en una tormenta perfecta que recoge, acaso a modo de resumen final y despedida, el espíritu del Glass precursor del minimalismo, el músico sin complejos que se atreve a enfrentar al público con música de aparente aridez que termina hipnotizando por completo al oyente. La experimentación de “Music in Twelve Parts”, “Contrary Motion” y piezas similares tenía un sentido que era llegar hasta aquí. En adelante, el compositor iniciaría un camino diferente. Si mejor o peor no creemos estar en condiciones de afirmarlo pero sí distinto. “The Grid” podría muy bien marcar esa inflexión en la trayectoria del compositor estadounidense.

“Microchip” – Un corte completamente ambiental de escasa duración nos lleva al segmento final, otro de los destacados del trabajo.

“Prophecies” – Con una pieza de órgano similar a la que abre la obra comienza este largo movimiento en que escuchamos de nuevo al coro con un recitado que, una vez más, nos recuerda a la versión operística de su autor, particularmente al de “Satyagraha” o “Akhnaten”. Tras una extensa exposición, Glass recapitula volviendo al comienzo de la obra con el órgano solitario y la voz de De Ruiter repitiendo una y otra vez: “koyaanisqatsi... koyaanisqatsi... koyaanisqatsi...”

“Translations & Credits” – Aunque la banda sonora propiamente dicha ya ha concluido, faltaba una despedida en la que se combinan sonidos electrónicos, rumores de gente caminando y distintos ruidos ambientales. Un cierre íntimo para una obra magistral.

El único “pero” que se le puede poner a este disco es que le falta el complemento de las imágenes para que podamos abarcar su categoría como se merece. La escucha de la banda sonora es placentera y, como obra independiente de las imágenes, posee una entidad notable pero en el fondo, es inseparable de las mismas. Otro tanto le ocurre a la parte visual. A pesar de que ha habido otros artistas que se han atrevido a componer su propia banda sonora para acompañar al film de Reggio, no consiguen hacer olvidar la música de Glass, el hombre que, preguntado al respecto por el realizador, afirmó: “yo no hago música para cine”. Tras “Koyaanisqatsi”, el compositor ha firmado, a día de hoy y según imdb.com, la friolera de 117 partituras para películas, documentales y cortometrajes de todo tipo, incluyendo dos partes más de la “trilogía –qatsi” y algunos otros proyectos con el propio Reggio tras las cámaras. “Koyaanisqatsi” se publicó en su momento en una versión reducida debido a las limitaciones del vinilo. Años después, Glass la regrabó en forma extendida con su “ensemble” en lo que pretendía ser una versión definitiva de la obra para el sello Nonesuch. En una decisión que le agradecemos, en 2009 rescató la partitura y grabación originales tal y como sonaban en la película y en toda su extensión para su propio sello Orange Mountain Music, que es el disco que hemos comentado y que puede adquirirse en los enlaces que aparecen a continuación. No es el último giro que el músico le ha dado a esta obra ya que recientemente ha publicado, aunque sólo en formado digital, la versión de concierto con orquesta sinfónica de la banda sonora grabada en directo, aunque no hemos tenido aún la oportunidad de disfrutarla:

amazon.es

play.com





lunes, 24 de noviembre de 2014

Alasdair Fraser & Natalie Haas en directo. Conservatorio Jesús de Monasterio (Santander), 23.11.2014



La ocasión de ver en directo a un violinista de la talla de Alasdair Fraser no debe dejarse pasar bajo ninguna circunstancia, incluso cuando, como ocurre en la gira por España que ayer comenzó en Santander, el formato es el mismo que viene presentando en los últimos años y que ya hemos tenido ocasión de disfrutar en varias ocasiones.

Se presenta Alasdair junto con la violonchelista norteamericana Natalie Haas, con quien forma dúo artístico desde hace ya varios lustros, una vez que quedó atrás su etapa con Paul Machlis y la posterior con la banda Skyedance. La fórmula de violín y violonchelo puede parecer algo restrictiva pero cuando se cuenta con el apoyo de una tradición musical como la escocesa para suministrar el repertorio principal, la cosa cambia mucho. Poco podemos añadir ya sobre el virtuosismo tantas veces probado de Alasdair con el violín pero es que su acompañante no le anda a la zaga. Formada en el Berklee College of Music y en la Juillard School, compagina su tarea como intérprete con la docente impartiendo clases en la primera de las instituciones mencionadas. Ignoramos el motivo de su inclinación por la tradición escocesa pero lo cierto es que su forma de interpretar no choca en absoluto y consigue que olvidemos que su instrumento no forma parte precisamente de los más habituales a la hora de ejecutar las danzas y baladas de aquella tradición.

Hay toda una evolución en la música de Alasdair Fraser, quien parecía más inclinado años atrás a centrarse en el repertorio “canónico” de la música de su país, buceando en los libros de composiciones de los últimos siglos. Ahora, incorpora a su repertorio piezas de sus contemporáneos como Phil Cunningham e incluso de músicos mucho más jóvenes que él como el antiguo violinista de Wolfstone, Duncan Chisholm, de quien interpreta una composición en su programa para esta gira. Tampoco se circunscribe ya su música a la tradición propiamente escocesa de modo que en el concierto de ayer pudimos disfrutar de temas bretones, escandinavos o gallegos o de guiños al jazz con una tonada que el mismo Fraser, siempre afable y comunicativo a pesar de no atreverse aún con el idioma español (algo que sí hizo su acompañante), describió como lo que podría haber tocado Django Reinhardt en una noche de fiesta en las Highlands con la compañía de varias copas del tradicional líquido ámbar de aquellas tierras.

Fraser y Haas durante el concierto de ayer.


El concierto nos ofreció un recorrido por los trabajos más recientes del violinista grabados en compañía de Haas y apenas hubo hueco para piezas más antiguas en su discografía aunque no faltó su inmortal “Theme for Scotland” acompañado de comentarios envueltos en un cierto halo de resignación tras el reciente referéndum escocés en el que sus compatriotas rechazaron la posibilidad de hacer realidad el sueño de muchos siglos de una buena parte del país. Recordemos que Fraser, como muchos otros músicos tradicionales escoceses, era un firme partidario de la independencia e incluso le ha dedicado una composición a Alex Salmond, primer ministro escocés hasta horas después de la votación, quien visitó a Fraser en alguna ocasión durante sus abundantes seminarios de violín.


Si tenéis la oportunidad aún de asistir a alguno de los conciertos que restan de la gira de Fraser y Haas, aprovechadla. No saldréis decepcionados porque ¿cuántas veces podemos ver al mejor violinista del mundo en acción?

Os dejamos con un ejemplo de lo que ofrece el dúo en directo:


jueves, 20 de noviembre de 2014

Capercaillie - Choice Language (2003)



Desde la aparición del primer disco de Karen Matheson en solitario allá por 1996, cada nuevo disco de Capercaillie iba acompañado de rumores de disolución de la banda. Tras el controvertido “Nadurra” de 2002, muchos creyeron que el punto final a la carrera de uno de los grupos escoceses más importantes de las últimas décadas había llegado. Por algún motivo, aquel trabajo no gustó y las críticas fueron bastante malas en general (algo que no compartimos ya que creemos que en ese disco hay momentos grandiosos) y cuando Karen publicó su segundo CD titulado “Time to Fall” no fueron pocos los que dieron por disuelto el grupo.

Afortunadamente no fue así y en abril de 2003 apareció “Choice Language”, un trabajo magnífico que continuaba la senda de los mejores discos del grupo y que recuperó el favor de la crítica. ¿Cómo se consiguió esto? Reduciendo la carga pop del disco y recuperando el protagonismo de los instrumentos tradicionales aunque seguían presentes los arreglos modernos a base de sintetizadores y cajas de ritmo que contribuyeron a la popularización de Capercaillie en los años noventa.

Con “Choice Language” se consolidaba la formación de octeto que se estrenó en 1999 y que aún se mantiene hoy en día, siendo la más estable de toda la historia de la banda. Integran Capercaillie en el disco que hoy comentamos: Karen Matheson (voz), Donald Shaw (acordeón, piano, teclados y voces), Charlie McKerron (violín), Michael McGoldrick (flautas, gaita y bodhran), Manus Lunny (guitarra, bouzouki y voces), Ewen Vernal (bajo y voces), David Robertson (percusiones) y Che Beresford (batería).

Imagen de la banda en directo


“Mile Marbhaisg Air A Ghaol (A Thousand Curses On Love)” – Bastan unos pocos segundos para darnos cuenta de que estamos ante un tema clásico del grupo. Tenues acordes de sintetizador y la cálida voz de Karen Matheson cantando en gaélico un tema tradicional. Alrededor, efectos electrónicos, un ritmo contemporáneo y preciosos coros a cargo del resto del grupo. Más adelante suenan violines, flautas, acordeón y un bajo hechicero que se diría interpretado por cierto habitante de Hamelin, dado su efecto casi hipnótico sobre el resto de instrumentos.



“Homer's Reel” – Composición de Michael McGoldrick dedicada por igual a los dos “Homer” más famosos: el héroe griego y el filósofo contemporáneo de apellido Simpson. El flautista la compuso durante una estancia en Cerdeña y sus instrumentos (flautas y gaitas) son los principales protagonistas aunque toda la banda tiene espacio para hacer gala de su excepcional categoría como intérpretes en la primera pieza instrumental del disco.

“The Old Crone (Port Na Caillich)” – Una maravillosa mezcla de canciones antiguas y ritmos modernos nos da la bienvenida a otro tema tradicional en el que volvemos a escuchar a Karen Matheson hacer de las suyas. Una fiesta de ritmo que nos remite a los mejores momentos de los discos clásicos de la banda. Si alguien tenía dudas al respecto, canciones como ésta confirmaban que Capercaillie era un grupo con mucho por decir aún.

“Little Do They Know" – Donald Shaw se estrena en el disco con una de sus características baladas más próximas al pop que a la música celta pero que forman parte habitual del repertorio de la banda desde los primeros años noventa. Matheson canta en inglés un texto dedicado al político laborista de origen escocés John Smith, fallecido en 1994. La canción es preciosa pero la coda final que Shaw rescata de un viejo trabajo para la BBC es, sencillamente, arrebatadora.

“At Dawn of Day” – Dos de las especialidades de Karen Matheson a la hora de cantar se combinan en este “set” formado por un tema de “mouth music” y una “waulking song”. Cantadas ambas en gaélico, las dos formas tradicionales aparecen con profusión en la discografía de la banda y en ellas la vocalista brilla como pocas. Los arreglos electrónicos son magníficos y convierten a Capercaillie en una banda muy diferente al resto. Quizá sea nuestra pieza favorita de todo el trabajo aunque siempre es muy difícil quedarse con sólo una cuando hay tanto donde escoger.



“The Boy Who” – Un artículo periodístico acerca de unos niños con supuestos poderes predictivos aparecidos en un barrio de Jerusalén inspiró este animado tema de Donald Shaw en el que destaca sobremanera la sección rítmica. Karen, de nuevo en inglés, adopta las formas que hicieron fortuna en discos como “Get Out” o “Secret People” con acierto. Quizá no sea una de las canciones más recordadas de la banda pero su contagiosa vitalidad no merece pasar desapercibida.

“The Sound of Sleat” – Si alguien echaba en falta a estas alturas el clásico “set” de temas instrumentales de corte tradicional, verá saciada su curiosidad con estas tres tonadas enlazadas. La primera de ellas es una pieza para acordeón del gaitero Duncan MacKinnon, habitualmente interpretada por gran cantidad de músicos del país. La segunda es una melodía del violinista Charlie McKerron que enlaza con el cierre, de origen breton, escrito por Jean Huitorel y que la banda conoció en versión de Soig Siberil.

“Nuair a Chi Thu Caileag Bhoidheach (When You See a Pretty Girl)” – Karen Matheson cantando en gaélico un tema tradicional. Pocas definiciones como esta sirven tan bien para hacerse a la idea de lo que uno va a escuchar y, sobre todo, pocas pueden hacernos sentir tan seguros de la enorme calidad de lo que va a sonar. Sin llegar al nivel de otros himnos de discos como “Sidewaulk” o “Delirium”, este tema nos enseña lo mejor de la mitad del matrimonio que lidera Capercaillie desde su fundación.

“Who Will Raise Their Voice?” – Probablemente si cualquier directivo de una discográfica tuviese que escoger un single promocional para este disco se inclinaría por esta canción de Donald Shaw que reúne todas las características para convertirse en un éxito en las listas de pop. Quizá sea eso lo que nos hace mostrarnos algo remisos ante esta canción que, sin estar mal en absoluto, parece concebida para gustar y, en ocasiones, eso se nota demasiado.

“(I am in) A State of Yearning (Tha Fadachd Om Fhin)” – Un raro aire de jazz envuelve los primeros compases de un tema escrito por Donald Shaw sobre textos en gaélico de Norman MacLean. Musicalmente es una de las piezas más extrañas del disco con “samples” de saxo mezclados con ritmos que se acercan al “trip-hop” o sonidos de órgano nada habituales en la banda. Curiosamente, la mezcla va evolucionando hacia algo que se parece mucho al sonido habitual del grupo aunque sin terminar de entrar en los derroteros habituales.

“Sort of Slides” – Nuevo “set” de breves temas de inequívoca inspiración folclórica. Los dos primeros son obra de Manus Lunny, genio en la sombra de la banda con permiso de Donald Shaw, mientras que el tercero lo firman el propio Shaw junto con Charlie McKerron. No es la música en sí sino la forma de enfrentarse a ella, el tratamiento de los ritmos y los enlaces entre los diferentes motivos lo que convierte piezas como estas en verdaderas joyas.

“I Will Set My Ship in Order” – Como cierre del disco, los miembros de Capercaillie rinden tributo a una de las mas importantes bandas del folk escocés de los años setenta: Ossian. Para ello, escogen una balada de su disco “Borders” publicado ya en 1984 y que sería uno de los últimos del grupo. Se trata de una maravillosa balada que bien podría haber sido escrita para la voz de Karen ya que, sin quitar ningún mérito a la versión cantada por Tony Cuffe en su momento, la vocalista alcanza una expresividad y calidez que convierten la canción en algo completamente diferente.


No podemos afirmar, como suele hacerse, que “Choice Language” supusiera el regreso de Capercaillie al nivel de antaño porque nunca vimos en “Nadurra” el bajón artístico que muchos apuntaron en su momento. Acaso el disco que hoy hemos comentado sí que supusiera un repunte de la banda mediante una cierta actualización de su sonido y una reducción de las concesiones a lo comercial aunque tenemos que decir que ojalá toda la música comercial sonase tan bien como los trabajos más flojos de Capercaillie, ciertamente.


Cuando se cumplen 30 años desde la aparición del primer disco del grupo escocés, éste se muestra en plenitud de facultades, grabando y tocando en directo con la vitalidad de los mejores momentos (apenas hace unos meses de la publicación de su último CD). Para aquellos interesados en hacerse con “Choice Language”, un par de enlaces:

amazon.es

play.com


Como despedida os dejamos con el siguiente documental sobre los 30 años de la banda: