miércoles, 27 de septiembre de 2017

Simeon Ten Holt - Palimpsest (1999)



Aunque la parte más importante y conocida de su obra es la escrita para piano y, especial, para múltiples pianos, lo cierto es que la producción de Simeon Ten Holt no se reduce ni mucho menos a ese instrumento. En sus primeros años ya encontramos alguna obra para percusión o para orquesta de cuerdas y más adelante aparecen piezas para cuarteto de cuerda, voces o distintas formaciones de cámara incluyendo metales y maderas. También los primeros años setenta firmó varias composiciones electrónicas así como otras orquestales y corales. Incluso, la última obra que escribió en su vida, “Capriccio”, de 1999 era una pieza para violín solo.

Sin embargo, apenas existen grabaciones de esta música escrita para otros instrumentos y, de hecho, por más que lo hemos intentado desde que conocimos la música de Ten Holt, sólo hemos podido hacernos con una de ellas que es la que traemos hoy al blog. Se trata de “Palimpsest”, para septeto de cuerdas (el clásico cuarteto formado por dos violines, viola y violonchelo con el refuerzo de dos violines más y de un contrabajo). La obra fue compuesta entre 1990 y 1992 y revisada en 1993 hasta quedar en la versión que hoy conocemos.

Un palimpsesto es un manuscrito que se ha realizado sobre un soporte en el que anteriormente hubo otro texto que fue borrado para poder reutilizarlo. Esa imagen es aprovechada por Ten Holt para describir la obra como un conjunto de texturas que se van dibujando encima de otras que existían anteriormente y que se difuminan y transforman con cada repetición.

“Palimpsest” esta interpretado por los miembros de la Doelen Ensemble, a saber: Frank de Groot, Laurens Van Vliet, María Dingjan y Noëmi Bodden (violines), Karin Dolman (viola), Carla Schrijner (violonchelo) y Libia Hernandez (contrabajo) y se grabó en mayo de 1998.

Como casi todas las obras de Ten Holt, “Palimpsest” es, en realidad, una larga pieza sin interrupciones pero a efectos prácticos en el disco viene dividida en diferentes partes: una introducción, cuatro episodios, un interludio y una coda, separados por breves pasajes denominados “cambios”.

Simeon Ten Holt


La primera sección de la obra, “Introduction”, nos recibe con una pequeña célula melódica a cargo del violín que se repite sin variaciones. A los pocos compases empiezan a unirse paulatinamente al conjunto el resto de los instrumentos del septeto ejecutando una frase distinta cada uno con lo que se va tejiendo un tapiz de densidad creciente. La melodía resultante se asemeja a una danza medieval en algún momento aunque por la fuerza de la repetición y las leves variaciones que se van sucediendo, termina por perder toda forma reconocible. Pese al cambio de instrumentación, los conocedores de la obra para piano del artista holandés no tardarán en reconocer su laberíntico estilo. Tras ella llega el primer “Episode” que no muestra grandes diferencias con la introducción y continúa la progresión mostrada en aquella. Si acaso el ritmo se hace más marcado por la entrada del contrabajo y el violonchelo. En la parte final del movimiento hay una bajada de volumen que llega casi a piano antes de volver al del principio con el añadido de algunos pizzicati. Un brevísimo interludio repetitivo, el primer “Changement” marca el cambio hacia el segundo “episodio” de la obra que también es su sección más larga y dramática. En ella la viola y el violonchelo tienen momentos de gran expresividad que destacan sobre el fondo minimalista tejido por los violines. Es una sección muy dinámica y con momentos de un cierto lirismo no muy común en la obra de Ten Holt. Como ya ocurría en el final del primer “episodio”, el último segmento de la pieza viene anunciado por la aparición de pizzicati. El segundo “cambio” da paso al interludio en el que la obra se torna grave e introspectiva por unos minutos, alcanzando cotas de una gran intensidad que desembocan de forma abrupta en un veloz marasmo de violines tras los que llega un nuevo “cambio” de pocos segundos. El tercer “episodio” recupera el motivo central del primero incorporando nuevas variaciones al mismo y dejando escuchar interesantes lineas melódicas como la que dibuja el violonchelo en la parte central del movimiento. El cuarto “episodio”, etiquetado como “reprise” es otra vuelta de tuerca a la misma idea con la que virtualmente concluye la obra, no sin antes pasar por un último “cambio” y una “Coda” que viene a hacer las veces de resumen de todo el “palimpsesto”.




Simeon Ten Holt fue un músico fascinante que creó un universo musical propio a partir de los conceptos del minimalismo clásico de los años sesenta y setenta. Pese a ello, consiguió una obra tremendamente personal y reconocible, algo que no está al alcance de cualquiera. No hay más que escuchar a muchos de los músicos que bebieron de esas mismas fuentes y que, en algún momento de sus carreras, sonaron muy cercanos a otros. Hubo un Glass que sonó a Reich, un Mertens o un John Adams que sonaron a Glass, un Nyman que sonó a Young, un Tiersen que sonó a Mertens y un Richter que sonó a varios de ellos en muchos momentos. Ten Holt sólo suena a Ten Holt y tampoco nadie ha conseguido sonar cercano al compositor holandés que hoy sigue siendo, a nuestro juicio, el gran desconocido de la música europea de las últimas décadas.

Su música es muy accesible, algo que nadie diría cuando hablamos de obras de gran formato, de más de una hora de duración, por lo común, y sin interrupciones. Esa repetición continua, siempre llena de variaciones que hacen que escuchemos una pieza completamente distinta de la que sonaba minutos atrás sin darnos cuenta, tiene algo mágico que hemos encontrado en muy pocas ocasiones. Con “Palimpsest”, además, comprobamos que eso no es algo que funcione sólo a través del piano sino que es igualmente válido con las cuerdas. No dejéis de escuchar a Ten Holt si tenéis ocasión. No os arrepentiréis.

sábado, 23 de septiembre de 2017

David Jalbert - Plays John Adams and Philip Glass (2010)



Todavía no es algo generalizado pero cada vez es más común ver a instrumentistas consagrados como intérpretes clásicos incluir en su repertorio obras de autores “minimalistas”. En los primeros tiempos del género, los compositores tuvieron que formar sus propias bandas para tocar su música porque, con contadas excepciones no era posible conseguir que las estrellas del firmamento de la música clásica se arriesgasen con piezas tan rompedoras. Lo mismo ocurría con las grabaciones que, en la mayoría de los casos, contaban contaban con los propios autores como ejecutantes.

Tras esa primera etapa en la que fue necesario subirse a los escenarios para lograr que su música sonase en directo, comenzaron a aparecer nuevos intérpretes, centrados todos en un repertorio contemporaneo, que poco a poco iban incluyendo a los Glass, Riley, etc. en sus interpretaciones habituales. Sin embargo no dejaban de ser artistas especializados incorporando a su especialidad nuevas obras. Es en los últimos años cuando comenzamos a comprobar que la música de los autores “minimalistas” comienza a ser interpretada de forma habitual por parte de músicos consagrados y no suena ya junto a las obras de otros autores del siglo XX y XXI sino compartiendo grabaciones y conciertos con los Bach, Beethoven o Chopin.

Ese sería el caso del disco que traemos aquí hoy en el que el pianista canadiense David Jalbert nos ofrece su visión sobre dos autores bien conocidos en el blog: John Adams y Philip Glass. En el caso del primero, escuchamos dos obras antiguas (ambas de 1977) y de un carácter bastante excepcional ya que forman parte de la escasísima producción pianística de su autor, mucho más centrado en la música orquestal a lo largo de su carrera. Por su parte, Glass aparece aquí a través de la transcripción que el pianista Paul Barnes hizo al piano de varias partes de su ópera “Orphée”.

El pianista David Jalbert.


Tanto las piezas de John Adams como la “suite” de Glass han sido comentadas ya en el blog en otras versiones lo que no es óbice para recomendar esta grabación dada la calidad de la interpretación de Jalbert, uno de los mejores pianistas actuales que cuenta ya con grabaciones muy celebradas de Bach, Shostakovich o Poulenc entre otros.

Como despedida queremos dejaros este exhaustivo análisis de la forma de componer de John Adams basándose en la versión de Jalbert de "China Gates".


 

lunes, 18 de septiembre de 2017

Sacromonte - Rime (2017)



Vivimos una época muy contradictoria en el terreno musical. Se suele decir que con la llegada de internet todo se ha democratizado y que ahora cualquier artista puede llegar a sitios en donde años atrás no podría ni siquiera soñar con llegar a ser escuchado. Con muchos matices eso es cierto pero lo que resulta decepcionante (no solo en la música sino en todos los ámbitos) es la reacción de los medios de comunicación convencionales ante esta nueva realidad y nos referimos especialmente a la radio y la televisión. Resulta que en la época en la que hay más músicos haciendo cosas diferentes en multitud de estilos, los medios (no todos) han reducido su atención a dos o tres géneros ignorando por completo todo lo que se sale de ahí.

Así, hace veinte años podías escuchar en la radio a artistas como La Orquesta de las Nubes, Pep Llopis, Luis Paniagua, Suso Sáiz, Javier Paxariño y tantos otros con sólo buscar un poco en el dial. Como consecuencia de ello, sus discos estaban al alcance de cualquiera en las tiendas e incluso en las grandes superficies. Hoy sus equivalentes no existen para las radios salvo en programas muy especializados y dudamos mucho que fuera posible encontrarlos en las tiendas si aún hubiera tiendas.

Pese a todo, siguen surgiendo artistas de un nivel sobresaliente en nuestro país como es el caso del músico que hoy traemos al blog. Hablamos del castellonense Alberto R. Lucendo a quien hemos conocido bajo el nombre artístico de Sacromonte. Con una amplia experiencia dentro de la escena musical española como productor e ingeniero de sonido de decenas de discos, Alberto pone en marcha en 2015 su proyecto “Rime” que, según indica, comenzó a gestarse en Castellón pero encontró la forma adecuada en Berlín, donde el músico reside actualmente. Su forma de componer tiene mucho de improvisación. Anota cada idea que se le ocurre e incluso la graba sobre la marcha con los medios de los que disponga en ese momento y es después, en el estudio, donde realiza la mayor parte del trabajo para dar una forma realmente compleja y elaborada a una música muy personal. Alberto es un enamorado del sonido que colecciona lo que llama “grabaciones de campo”, tomas sonoras realizadas en las calles de la ciudad, en estaciones, en lugares, en general, que le aporten algo en ese momento. Todo ese material queda a su disposición para utilizarlo en su música cuando sea necesario y aquí vamos a tener varios ejemplos.

En la grabación participa Raúl Pastor (también castellonense y también afincado en Berlín), de nombre artístico Rauelsson, que se encarga de los teclados (desde piano hasta el órgano Wurlitzer pasando por los sintetizadores). Alberto toca guitarras, sintetizadores, canta, y se encarga de toda la manipulación electrónica del sonido y las grabaciones de campo utilizadas. Como invitados especiales aparecen en sendos temas Pau Valls (trompa) y Ana Béjar (voz). El disco se grabó en los estudios de Martyn Heyne en Berlín y el propio músico y productor colabora en un corte del disco. Con Heyne han trabajado en el Lichte Studio artistas de la talla de Nils Frahm o The National por poner sólo un par de ejemplos.

Alberto R. Lucendo, "Sacromonte"


“The Dream is Over” - La canción más antigua de la colección es este tema que ha sufrido varias transformaciones con el tiempo. Como cuenta el propio músico en una entrevista reciente, empezó como un tema de guitarra eléctrica y batería que más tarde se transformó en una pieza para guitarra acústica para terminar en la versión que escuchamos aquí, creada con un órgano desafinado de mercadillo. El sonido es denso, casi inescrutable. Escuchamos el sonido del órgano y la voz de Alberto acompañadas de los sintetizadores de Rauelsson en una atmósfera irreal con un punto conmovedor. Sólo se nos ocurre un referente conocido que haga una música similar en alguna medida a esta: los islandeses de Sigur Rós.

“Cratons” - El disco continúa con una joya de gran categoría. La melodía es sencilla y el texto se repite como un mantra pero la cadencia y los arreglos de piano y teclados se confabulan para regalarnos una auténtica maravilla. Con algo que recuerda a los juegos infantiles en el tema central, la pieza se disuelve conforme gana espacio el sonido grave y misterioso de una de las grabaciones de campo del archivo de Sacromonte.




“Flashlight Fish” - El uso de la guitarra acústica como soporte principal de la voz de Alberto es lo que hace que este tema sea lo más parecido a una canción convencional con todos los matices que obliga a hacer el exquisito tratamiento sonoro que el artista le da posteriormente en el estudio. La atmósfera es sobrecogedora y la producción, excepcional. Todo está en su sitio e incluso algo tan trivial como las notas de piano que aparecen al final sólo sirve para engrandecer el conjunto aportando un poco de luz en un tema de una oscuridad que casi se puede tocar.

“Origins” - El único tema del disco sin texto es uno de los más complejos y en los que más matices se descubren tras cada escucha. Partimos de una grabación en la que se escuchan campanas que nos va llevando hacia un terreno en el que se tejen pequeñas secuencias repetitivas de guitarra, piano y teclados sobre las que surge un lamento en forma de voz que nos deja sin respuesta.




“Wished” - Uno de los temas más experimentales en un disco en el que nada es convencional. Extraños zumbidos eléctricos se dejan oir en los primeros instantes envueltos en ruidos de procedencia incierta. La voz, casi ininteligible, desgrana el texto y nos dejamos arrastrar por una atmósfera enrarecida. Nos encontramos ante lo que podría ser una versión distorsionada y fantasmagórica del Vangelis de determinados pasajes de “L'Apocalypse des Animaux”, mucho más opaca pero compartiendo un espíritu similar.

“Black Mountain” - La colaboración de Ana Béjar, quien ya apareció en el blog tiempo atrás, llega en esta canción llena de efectos electrónicos entre los que la voz de Ana se filtra como el agua a través de granos del mejor café consiguiendo deleitarnos con una bebida exquisita, con el punto justo de amargor y llena de matices interminables.




“Waterhands” - El disco termina con la composición más amable. Nos olvidamos por un momento del sonido sucio de los cortes anteriores para escuchar la contrapartida optimista de la anterior “Cratons” en la que incluso el texto juega ese papel (“Nothing grows in sadness” decía aquella a lo que ésta responde “Something grows in hope”). La letanía es muy similar pero el mensaje cambia por completo aquí e incluso el propio piano eléctrico suena con una claridad cristalina, como ofreciendonos esa luz que habíamos buscado durante todo el disco.



Cada nueva propuesta que nos llega del sello granadino Luscinia Discos consigue llevar un poco más allá los límites de nuestra capacidad de sorpresa. Son apuestas musicales al margen de los estilos de la corriente dominante cuyo único punto en común es la calidad. No hemos escuchado hasta ahora dos artistas que suenen de forma similar en su catálogo pero tampoco hemos encontrado ningún trabajo que nos haya dejado indiferentes.

Sacromonte, con “Rime” (titulo inspirado en “La Divina Comedia” de Dante) ha conseguido un trabajo realmente impresionante y con una gran personalidad. Como dijimos en algún momento, quizá sólo la música de Sigur Rós podría tener alguna similitud con ésta. La profundidad y la elaboración del sonido nos recuerda también a los trabajos más oscuros de Bass Communion o de Dirk Serries pero sólo forzando la comparación para tratar de ofrecer al lector algún asidero conocido a la hora de hacerse una idea de lo que le espera en este trabajo. Para los interesados, “Rime” se puede adquirir en la página de Luscinia Discos en un precioso digipack.