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jueves, 8 de enero de 2015

Pink Floyd - The Endless River (2014)



Hay situaciones que no tienen fácil justificación, ni siquiera con la excusa del negocio; nombres cuya mención evoca directamente el mito y que no deberían mancharse de determinadas maneras. Hay muchas formas de hacer las cosas que pueden parecerse y tener puntos en común pero que se diferencian en una palabra: respeto. Respeto al legado que recogen pero también respeto a los oyentes a los que va dirigido el lanzamiento.

Antes de entrar en profundidades, debemos dejar claro que somos los primeros entusiastas ante la posibilidad de hacernos con material inédito, ya sea perdido, descartado o nuevo de prácticamente todos los músicos a los que seguimos con cierta regularidad. No hay nada de malo en ello y podemos asumir, incluso, que composiciones que en un momento dado no fueron consideradas por sus autores como dignas de figurar en un disco aparezcan publicadas tiempo después como “relleno” de discos recopilatorios o como parte de alguna retrospectiva de inspiración completista.

El problema surge cuando el artista o la banda en cuestión son tan grandes que su mito eclipsa todo lo demás. Llegados a ese punto hay que cuidar de forma muy meticulosa qué se publica y, sobre todo, cómo se publica. Seguramente tendrá sus partes oscuras pero la forma en que se ha publicado la discografía de The Beatles nos parece ejemplar en este sentido. Los discos están disponibles en sus formatos originales, sin añadidos (salvo alguna pista de vídeo en la última remasterización) y sin demasiados retoques. Los singles que no formaron parte de ningún LP están disponibles en dos volúmenes independientes bajo el título de “Past Masters” y las rarezas, tomas falsas, descartes, etc. en varias cajas tituladas “Anthology”. Evidentemente es un punto de vista muy particular pero creemos que esa es la mejor manera de rendir homenaje al legado de una banda que ha trascendido el estatus de grupo musical. A ninguno de sus miembros se le ha ocurrido volver a grabar bajo el nombre del mito ni siquiera rescatar viejo material, darle algo de forma y publicarlo como un nuevo trabajo, un disco perdido ni nada por el estilo.

Existe otra vía muy interesante que también nos parece loable: la de reeditar los discos clásicos de una formación en formatos lujosos con todo tipo de añadidos procedentes de las sesiones de grabación, de conciertos de la época, etc. Este tipo de lanzamientos no suele ser nada económico pero sí muy satisfactorio para el oyente, partiendo del supuesto de que quien adquiere algo así, muy probablemente ya posee el disco original y lo que quiere es una pieza de colección que, además, le ofrezca alguna composición en forma de música desconocida. Los seguidores de King Crimson o Mike Oldfield, por ejemplo, están disfrutando de lanzamientos en esta línea de gran calidad. También los de Pink Floyd y aquí es donde vemos el mayor problema.

La discografía de Pink Floyd es de esas que cada cierto tiempo se reedita al completo dada la fuerte demanda que tiene la banda aún hoy, varias décadas después de su disolución, aceptemos la fecha que aceptemos como aquella en la que tuvo lugar ese hecho. La última vez en que ocurrió algo así es muy reciente y en esa tanda de lanzamientos hubo varios títulos que fueron publicados en una edición a la altura de las expectativas de los coleccionistas más ambiciosos, concretamente los discos más populares de la banda: “The Dark Side of the Moon”, “Wish You Were Here” y “The Wall”. Podría haber discusiones al respecto de si “Animals” merecía o no un tratamiento similar pero lo que si pareció fuera de lugar fue que un tiempo después, demasiado como para considerarlo dentro de la misma serie de lanzamientos “deluxe” pero no tanto como para dejar de relacionarlo con aquellos, apareció una caja de las mismas características que las otras tres dedicada al disco “The Division Bell”.

Hagamos un poco de historia: obviando la magnífica pero efímera (discográficamente hablando) etapa con Syd Barrett como líder, Pink Floyd construyó su leyenda alrededor de la formación integrada por Roger Waters, David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason. Con sus mas y sus menos, la banda realizó el grueso de su carrera con ese formato en el que el creciente liderazgo de Waters terminó por hacer estallar todo por los aires tras convertir a la banda en su grupo de acompañamiento. En algún momento hablaremos de esos años porque, a pesar de todo, nos parecen muy interesantes pero lo que nos interesa más ahora es lo que ocurrió después: Waters disuelve Pink Floyd y cada uno de sus miembros se busca la vida por su cuenta. En 1984 Gilmour y Waters coinciden lanzando disco al mercado con poco más de un mes de diferencia “compitiendo” en cierto modo entre ambos en un combate que no tuvo un ganador claro. El combate tendría segunda parte un tiempo después: Waters lanzaba “Radio K.A.O.S.” y apenas dos meses más tarde, Gilmour hacía lo propio con “A Momentary Lapse of Reason”, en traducción libre, “Enajenación mental transitoria” ¿a qué se refería el guitarrista? Sin duda a desaprovechar la marca Pink Floyd. La jugada maestra de Gilmour consistió en volver a juntar a lo que quedaba de la banda a excepción de Waters y lanzar su trabajo bajo el nombre de la leyenda. No hubo color y las ventas del regreso de Pink Floyd fueron mucho mayores, no sólo que las del disco de Waters sino también que las del último disco de la banda con el bajista como líder.

A partir de ahí, pleitos y disputas (con momentos surrealistas alrededor de los genitales de un cerdo hinchable) que terminaron con Gilmour y Mason como legítimos usuarios de la “marca Pink Floyd” y con Rick Wright como músico de estudio antes de pasar al siguiente capítulo.

No es momento ahora de hablar en profundidad de “The Division Bell”, el disco de Pink Floyd de 1994 pero es necesario apuntar que para su grabación, Rick Wright volvió al grupo como miembro creativo y también Mason se implicó mucho más. De las largas y distendidas sesiones salieron más de medio centenar de piezas y ahí aparece la coartada que más de veinte años después aprovecha Gilmour para hacer caja. Tiramos un poco de nostalgia, otro poco de la mitología del nombre de Pink Floyd, hacemos referencia al bueno de Rick Wright (fallecido en 2008) y a lo bien que tocó entonces, incluyendo un puñado de improvisaciones maravillosas que no fueron consideradas suficientemente buenas para formar parte de un disco que, seamos sinceros, no está entre lo mejor de la banda ni mucho menos y nos sacamos de la manga (redoble de tambores, por favor) UN NUEVO DISCO DE PINK FLOYD. Es evidente que Gilmour no es tonto y para dar forma a este material se rodeó de colaboradores del más alto nivel con lo que los créditos del disco son muy resultones ya que a los nombres de Mason, Wright y el propio guitarrista hay que unir los de Bob Ezrin (teclados), Damon Iddins, (teclados), Andy Jackson (bajo, efectos sonoros), Youth (efectos sonoros), Gilad Atzmon (saxo, clarinete), Guy Pratt (bajo), Jon Carin (teclados), Durga McBroom (voces) o Anthony Moore (teclados) y todo ello con la producción de Phil Manzanera.

Si estas “demos” se hubieran incluido como parte de la edición “deluxe” de “The Division Bell” publicada pocos meses antes no habría nada que objetar. Lo que no parece fácilmente justificable es que se presente una colección de cortes descartados de un disco muy flojo como un nuevo disco de Pink Floyd con su artwork independiente, su campaña publicitaria, etc.

Pero somos contradictorios hasta lo incomprensible y, claro está, como tantos otros aficionados, caímos en la trampa de Gilmour y nos hicimos con “The Endless River”, título del invento. Por ello, y al margen de las consideraciones anteriores que creíamos necesarias para poner en su contexto justo el disco, pasamos a comentar una música que, pese a todo, tiene mucho que analizar.

La campaña de publicidad, como vemos, fue muy en serio.


“Things Left Unsaid” – El primer corte del disco es una pieza ambiental en la que aparecen acreditados Wright y Gilmour como autores (algo que ocurre en la mayor parte del trabajo). Es una introducción que no aporta demasiado salvo, acaso, un cierto regusto a los últimos años de Pink Floyd, ya sin Waters, en especial en las guitarras de Gilmour, leves y etéreas pero inconfundibles.

“It’s What We Do” – Sin solución de continuidad llega el primer baño de nostalgia para el seguidor de la banda: una intervención de Rick Wright a los teclados que recuerda en exceso a ese inmortal “Shine on You Crazy Diamond”. Algunos apuntes de guitarra parecen refrendar lo dicho y cuando hace su aparición la batería de Nick Mason estamos ya sumergidos en plena recreación de la vieja canción del album “Wish You Were Here”. Es lógico que, si esta música procede realmente de las sesiones de “The Division Bell”, fuera descartada entonces porque se zambulle directamente en el auto-homenaje más indulgente. No tendría sentido un corte así en aquel disco y tampoco lo tiene en este salvo por una intención de tocar la fibra sensible del viejo aficionado. Sólo falta que alguien cante “remember when you were young...” pero, afortunadamente, no es así y es que, en esta ocasión, y por si no lo habíamos indicado antes, estamos ante un disco casi instrumental salvo por el tema que lo cierra.



Primer adelanto promocional que apareció en la red

“Ebb and Flow” – No hay demasiado músculo en un disco que abusa de las transiciones ligeras para enlazar algunos momentos más potentes como el anterior. Este breve corte es un ejemplo de ello: Gilmour improvisando algunas notas de guitarra sobre un sólo de piano eléctrico en clave lejanamente jazzística a cargo de Wright.

“Sum” – El primer corte del disco firmado por los tres integrantes de la banda parte de una serie de filigranas de teclado de pálido tono minimalista para preparar el terreno a la guitarra más ácida de Gilmour que anticipa un cambio hacia sonidos más épicos en los que brilla Nick Mason. Se parece al Pink Floyd clásico tanto como una buena falsificación a un Cartier pero en el fondo sabes que no es lo mismo. Con todo, ofrece otra buena excusa para que la nada corta legión de fans de la banda disfrute (disfrutemos) de otro momento de nostalgia.

“Skins” – Cambio en las percusiones que ahora cobra mayor fuerza acompañando a una guitarra mucho más psicodélica para embarcarse en un viaje lisérgico más acorde con otros tiempos de la banda que con el año 1993 del que, en teoría, procede la pieza.

“Unsung” – Llegamos a la primera pieza en la que el único acreditado como autor es Rick Wright. Es un interesante y breve instrumental de teclados salpicado de guitarras cuyo único sentido parece ser el de llevarnos hacia el siguiente hito de este viaje al recuerdo.

“Anisina” – Llamado a ser otro de los puntos fuertes del disco, este pastiche firmado por Gilmour es una mezcla de los teclados de “Us And Them” con algunas cuerdas que recuerdan a “Comfortably Numb”. Le sumamos a la mezcla unos toques de piano, un saxo meloso y unos coros y obtenemos una de las más glamurosas sintonías de telediario que podemos imaginar.

Segundo clip de "The Endless River"


“The Lost Art of Conversation” – El tercer sector del disco, división que viene dada por la separación en cuatro “caras” que aparece en el “tracklist”, como si de un doble vinilo se tratase, se abre con otro tranquilo tena de Wright, elegante como siempre, que se funde en el siguiente corte.

“On Noddle Street” – Es esta una de las piezas que mejor encaja con la época del “Division Bell” y podría estar emparentada con el tema “What Do You Want from Me?” del citado álbum. Desgraciadamente, y como una “demo” que es, por más que nos la quieran vestir de otro modo, no llega a desarrollarse lo suficiente.

“Night Light” – Nueva transición atmosférica con base de teclados sobre la que Gilmour traza lineas juguetonas de guitarra cuya única misión es la de transportarnos hasta el siguiente punto fuerte.

“Allons-Y (1)” – Empuña Gilmour sus guitarras más combativas y aires de “The Wall” para satisfacer al oyente ávido de viejos sonidos en una enérgica transición evocadora de días más felices que desemboca en uno de los mejores momentos del disco.

Último fragmento revelado antes de que apareciera el disco.


“Autumn” – Rick Wright se pone a las teclas del solemne órgano de tubos del Royal Albert Hall para interpretar una solemne pieza del estilo de las que otros grandes teclistas del progresivo como Wakeman o Keith Emerson intentaron en su momento. El corte es demasiado breve pero funciona bien incrustado entre las dos partes de la pieza de Gilmour que reaparece poco después.

“Allons-Y (2)” – Como indicamos, volvemos a los ritmos inconfundibles de la guitarra de Gilmour cerrando esta especie de suite con una revisión del tema que la abría. Quizá, la mejor sección del disco pese a todo.

“Talkin’ Hawkin” – En “The Division Bell” aparecían “samples” con la voz de Stephen Hawking y aquí vuelven a hacerlo en una pieza que reúne muchas de las características del “Pink Floyd 3.0” que dirigió David Gilmour tras la marcha de Waters.

“Calling” – Llegamos así al sector final del disco que se abre con un instrumental a base de teclados, muy cercano a las atmósferas de “The Division Bell” y que es uno de los pocos cortes del disco en los que no interviene Rick Wright. Notable como introducción, intuímos que funcionaría a las mil maravillas como calentamiento del público antes de un concierto de la banda. De lo mejor del disco en cualquier caso, a pesar del toque “new age” de la parte final.

“Eyes to Pearls” – Continuamos con un corte en el que Gilmour utiliza, por fin, la guitarra para algo más que arabescos y efectos de acompañamiento construyendo una inquietante secuencia de acordes que consigue fijar, siquiera por un momento, nuestra atención en la música.

“Surfacing” – Como una prolongación del corte anterior, llegamos a otra interesante secuencia de sonidos “floydianos” a más no poder en los que Gilmour tira de oficio para satisfacer las expectativas del respetable. Un buen cierre antes de la canción que pone el punto final a un trabajo que no podía sino ser muy controvertido.



“Louder than Words” – Sería extraño un disco de Pink Floyd completamente instrumental aunque este podría tomarse como tal si entendemos la canción final como un añadido extra. Sin llegar al nivel de los grandes clásicos del grupo, el tema de Gilmour es un digno cierre aunque se queda corto en el papel que le ha tocado jugar: el de la canción que pone punto final a la historia de una banda como Pink Floyd... porque ¿es el punto final, verdad? ¿o no?



Leímos en algún sitio que lo mejor que le podría haber pasado a Pink Floyd habría sido que a David Gilmour le hubiera tocado la lotería en 1985 evitando así cualquier tentación de seguir explotando el nombre de la banda. Quizá sea algo exagerado pero lo cierto es que ninguno de los discos de esa etapa final ha aportado a la discografía del grupo nada que mejorase lo anterior. Asumiendo esto, y el hecho de que esos discos fueron publicados al igual que lo ha sido “The Endless River”, nuestra postura es que, aunque hubiéramos preferido que el legado de Pink Floyd se hubiese cerrado en su momento, dado que tenemos este nuevo trabajo, habrá que disfrutar de los mejores momentos del mismo (alguno hay). No es este el único caso de artista de los setenta que vive de las rentas replicándose una y otra vez y, dentro de esa categoría, ni siquiera el de “Pink Floyd 3.0” estaría entre los más graves. Tras varias escuchas del mismo en estos últimos meses, tenemos la impresión de que no todo el material, ni mucho menos, procede realmente de las sesiones de “The Division Bell” de 1993. Más bien nos inclinamos por que Gilmour (y Manzanera) escogieron algunas de las “demos” más aprovechables para estructurar las transiciones y, alrededor de ellas, el guitarrista escribió cuatro o cinco temas poderosos, que recordasen a lo mejor de la banda como medio para contentar al “fandom”. Que lo haya logrado o no es otra cosa. En nuestra opinión, sólo a medias.


No tiene mucho sentido recomendar o no un disco como este sobre el que cualquier lector se habrá formado ya una opinión bastante fundamentada, lo haya escuchado o no. Sin embargo, para no perder las buenas costumbres, os dejamos los enlaces habituales en donde adquirirlo. Sólo enlazamos la versión normal aunque, como es habitual, hay varios formatos del disco con distintos contenidos extra que nos interesan menos:

amazon.es

fnac.es


Nos despedimos con un vídeo promocional en el que David Gilmour y Nick Mason hablan del disco:

domingo, 27 de enero de 2013

Pink Floyd - The Wall (1979)



Es bien sabido que muchas de las obras más importantes en la historia del arte en cualquiera de sus disciplinas fueron creadas en momentos de importantes crisis personales de sus autores. Algo de eso hay detrás de un disco como “The Wall” cuya gestación y grabación supuso en buena medida el final de Pink Floyd como banda aunque seguirían publicando discos un tiempo más. Todas las cronologías del grupo sitúan como punto de origen del disco un concierto en Montreal perteneciente a la gira del disco “Animals”. Durante el mismo, Roger Waters llegó al límite de su paciencia y, harto de observar las payasadas de un joven que junto al escenario no prestaba atención a la música y sólo gritaba y hacía gestos ridículos, le escupió alcanzándole en pleno rostro. Instantes después, el propio Waters se mostró tremendamente afectado por ese hecho que no hacía sino corroborar sus ideas sobre los grandes conciertos en estadios que cada vez odiaba más y decidió poner fin a ese tipo de espectáculos, separándose en adelante de la audiencia tras un hipotético muro que terminó por ser real.

Tras el fin de la gira, los componentes de la banda se tomaron un respiro invirtiendo su tiempo en escribir algunas canciones para sus próximos trabajos en solitario. Particularmente, David Gilmour compuso su primer disco en como solista que aparecería a lo largo de 1978 y Rick Wright hizo lo propio con su trabajo “Wet Dreams”. Roger Waters no perdió el tiempo y se dedicó a componer, casi obsesivamente, material para dos nuevos discos conceptuales. La diferencia con sus compañeros era que Waters escribía para Pink Floyd y no con la idea de publicar por su cuenta. Cuando la banda volvió a juntarse, escucharon el material compuesto por el bajista para los dos proyectos descartando de inmediato uno de ellos (que pasaría años más tarde a formar parte de “The Pros and Cons of Hitchiking”, disco de Waters, ahora sí en solitario) para quedarse con la idea más voluminosa. “Bricks in the Wall”, que era el titulo provisional del proyecto, consistía en un extenso trabajo conceptual que contaba la vida de Pink, un personaje que tomaba elementos de la vida del propio Waters combinados con otros que recuerdan el drama del primer líder de la banda: Syd Barrett. Pink debió superar una infancia marcada por el fallecimiento de su padre en la Segunda Guerra Mundial (como le sucedió al propio Waters), una juventud que transcurre entre los abusos por parte de sus profesores y la sobreprotección de su madre y un fallido matrimonio que llevan al protagonista a un aislamiento total de la sociedad.

Las circunstancias por las que atravesaba la banda no eran las mejores. En aquellos años habían cedido el control de sus finanzas a una gestoría externa lo que desembocó en grandes pérdidas económicas debidas a inversiones poco afortunadas. No hubo problemas para que EMI les diera un anticipo sobre el siguiente disco (al fin y al cabo, hablamos de Pink Floyd) pero esto hizo que la presión de la compañía para el lanzamiento del nuevo trabajo fuese mayor. La enorme cantidad de material sobre el que Waters quería trabajar hizo que tuvieran que recurrir a un productor externo en la figura de Bob Ezrin para manejar convenientemente toda esa música y darle forma de disco en un tiempo prudencial. La versión de Waters señala que fue por iniciativa suya mientras que otras entrevistas a los demás miembros parecen indicar que la necesidad de un productor diferente había sido sugerida por ellos mucho tiempo atrás. Comenta al respecto David Gilmour que: “Otra figura crucial fue la de James Guthrie. El disco suena maravillosamente claro y potente con un estilo muy moderno (...) En “Animals” los cuatro seguíamos pretendiendo ser productores cuando no lo éramos. Al grabar “The Wall”, Roger no quería compartir ese rol, al menos en los créditos pero le convencí con la ayuda del propio Ezrin como mediador. Creíamos que necesitábamos al mejor ingeniero posible y fue cuando alguien sugirió a James (Guthrie) y nos decidimos”. Gilmour no lo menciona pero quien recomendó al joven productor fue, ni mas ni menos que Alan Parsons.

El trabajo de Ezrin, como él mismo ha señalado en varias ocasiones fue más importante que el de un simple productor, encargándose de mantener a la banda unida en la medida de lo posible y trabajando mano a mano con Waters para pulir las canciones (aunque, como recuerda el bueno de Ezrin, Waters le dejó claro desde el principio que podría aportar o escribir lo que quisiera pero que no esperase ser acreditado por ello ni por asomo). Tras varias sesiones intensivas de trabajo mano a mano de productor y compositor, ambos reunieron a la banda con un guión de la historia y procedieron a hacer una lectura con todos ellos alrededor como si de un ensayo teatral se tratase.

Para la grabación se incorporó un segundo productor, el anteriormente mencionado James Guthrie, quien chocó desde el principio con Ezrin (“ambos pensábamos que se nos había contratado para el mismo trabajo”) pero finalmente supieron tolerarse. Durante las sesiones, surgieron los problemas más graves dentro de la banda. Rick Wright estaba en pleno proceso de separación de su mujer y no acudía a sus citas con la puntualidad exigida por Waters (el régimen dictatorial al que sometía a la banda en aquellos tiempos ha sido reconocido por él mismo) llegando a ausentarse sin previo aviso de muchas de las sesiones. Existen muchas discrepancias al respecto pero lo cierto es que Wright fue expulsado de la banda aunque algunas de sus partes ya grabadas fueron respetadas en el disco final y se le contrató como músico para la gira posterior aunque nunca más sería miembro de pleno derecho de Pink Floyd. Llegados a este punto, tenemos que entrar en uno de los puntos más polémicos alrededor de “The Wall” y es el que hace referencia a los músicos que realmente participan en la grabación. Atendiendo a los créditos del disco, deberíamos pensar que sólo participan los cuatro integrantes de la banda, es decir, Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Rick Wright, además de una serie de vocalistas invitados. Sin embargo, esta relación no es del todo completa. En ausencia de Wright, tanto Bob Ezrin como James Guthrie tocaron los teclados pero no fueron los únicos: Fred Mandel interpretó el órgano Hammond en algunos momentos. Nick Mason toca la batería en varios temas pero en “Mother” es Jeff Porcaro (fundador de Toto) el encargado de hacerlo. Tampoco todas las guitarras son de David Gilmour siendo Lee Ritenour el intérprete en varios momentos (supuestamente, sólo en “Run Like Hell” y “One of My Turns” aunque el propio Gilmour le señala como el intérprete de muchos otros fragmentos: “Hubo músicos de sesión en “The Wall”. Había un tipo tocando la guitarra española en “Is there anybody out there? (...) hubo un guitarrista rítmico en “One of my turns” porque no había ninguna parte en la que me apeteciera tocar (risas)). Lee Ritenour, además, toca en la segunda parte del disco y Freddie Mandel toca el Hammond en “In the flesh”. Waters amplía estos datos en una entrevista en la que le preguntaban por el entonces recientemente fallecido Jeff Porcaro: “tocó en “The Wall”, concretamente en “Mother” donde también participaba un teclista y Lee Ritenour”.

La razón de no acreditar a ninguno de estos músicos de sesión la explica a su manera Roger Waters en otra entrevista: “No puedo responder a eso. Hubo gran controversia acerca de los créditos de “The Wall” y recuerdo que tuvimos tantas luchas internas en la época que no tuvimos tiempo para encargarnos de los sentimientos personales de cada uno. Se decidió acreditar sólo a los miembros clásicos de la banda y a los cantantes invitados”.

Así pues, tenemos un disco compuesto en su práctica totalidad por Roger Waters, producido por él y Gilmour junto a dos personas ajenas a la banda y una buena cantidad de canciones en las que no participan los propios miembros de Pink Floyd sino músicos de estudio. Esta situación, junto con la propia estructura del trabajo (con temas cortos alejados de las largas suites de discos anteriores) hizo y aún hace hoy en día que muchos seguidores consideren la obra como un disco de Waters más que de Pink Floyd. Pese a ello, junto con “The Dark Side of the Moon” quizá sea el trabajo que primero se le viene a la cabeza al aficionado medio cuando se le habla de la banda británica. Nick Mason comenta que “The Wall estaba prácticamente completo cuando Roger nos presentó las demos y lo que faltaba por pulir lo hizo durante las sesiones con Bob (Ezrin)” a lo que añade que “Creo que Roger merece la parte del león en los créditos, especialmente porque la idea y los textos fueron esencialmente suyos pero no se ha sido justo con David (Gilmour) y también Bob Ezrin merece más crédito del que se le dio aunque todos acabamos bastante hartos de él”.

Gilmour profundiza un poco más en las discrepancias sobre este punto: “Yo aparezco acreditado fundamentalmente como productor y hay quien piensa que no todo el mundo ha sido acreditado como le correspondía. Roger dedicó mucho tiempo a minimizar mis esfuerzos y los del propio Ezrin así como los de alguna persona más. Rick (Wright) fue contratado como músico de sesiones para la gira, es cierto, pero durante la grabación del disco era miembro de pleno derecho de Pink Floyd. Bob Ezrin tocó algunos teclados cuando Rick no estaba ahí y Freddy Mandell toca el Hammond en “In the flesh”. Jeff Porcaro toca la batería en “Mother” en ausencia de Nick (Mason). Lee Ritenour tocaba algunos rasgueos en “Comfortably Numb” y alguna parte rítmica en “Is There Anybody Out There? Yo intenté tocar esos temas con diferentes púas pero no era capaz de sacar un sonido tan suave y cálido. A veces mi corazón me dicta algunas partes que mis jodidos dedos no pueden interpretar como quiero.”


Una de las imágenes más reconocibles de la versión cinematográfica de "The Wall"


“In the Flesh?” – Se abre el disco con una especie de presentación del propio protagonista que nos pone en situación ante lo que vamos a escuchar que no es sino la historia de qué hay detrás de su fría mirada o, lo que es lo mismo, qué acontecimientos de su vida le convirtieron en lo que ahora es. En lo musical asistimos a una introducción rock de carácter épico que da paso a una breve introducción con coros gospel de fondo

“The Thin Ice” – Los llantos de un bebé sirven para iniciar la siguiente parte en la que el protagonista, aún en su infancia, vive un mundo sin preocupaciones. Los últimos segundos del corte anterior muestran el sonido de un bombardero, lo que simboliza la muerte del padre de Pink en la guerra. De ahí los versos admonitorios: “si vas a patinar sobre el fino hielo de la vida, no te sorprendas cuando bajo tus pies se abra una grieta”. La canción se divide en dos partes, una primera, como un suave vals y cantada por David Gilmour con un acompañamiento de piano y sintetizadores y una segunda en la que es el propio Waters el que pronuncia la frase anteriormente resaltada con el piano marcando un ritmo de rock lento muy de los años 50 hasta llegar al segmento final más rockero con el sello clásico de la banda.

“Another Brick in the Wall (part I)” – Aparecen por fin los clásicos sonidos de guitarra rítmica tan característicos del disco y que han sido imitados por multitud de artistas en los años posteriores. La instrumentación se limita a varias guitarras superpuestas y el bajo de Waters. Escuchamos los primeros lamentos de Pink por la muerte de su padre “papi atravesó el océano dejando sólo recuerdos, una simple foto en el album de familia”.

“The Happiest Days of Our Lives” – Tras el primer ladrillo del muro llegamos al segundo en el que Pink habla de los abusos sufridos en el colegio por parte de profesores frustrados “todos en el pueblo saben que cuando regresan a casa, sus gordas esposas les arrojan a la basura”. Musicalmente se podía considerar como la parte central de una canción más larga integrada por las dos partes de “Another Brick in the Wall” que la flanquean. De hecho, el primer segmento es una continuación de la primera y la segunda mitad del tema introduce el particular ritmo “disco” que domina la que probablemente sea la canción más famosa de Pink Floyd.

“Another Brick in the Wall (part II)” – Durante la pieza escuchamos la denuncia de Waters sobre la estricta educación británica y la falta de libertad de los alumnos. Hay poco que añadir sobre una canción tan extremadamente conocida como esta, que sorprende por su simplicidad: un ritmo cercano a la música disco en la batería, una linea de bajo muy sencilla y ácidas guitarras acompañan a un coro infantil que canta el archiconocido estribillo. Al final de la pieza escuchamos uno de los grandes solos de Gilmour antes de que se extinga con un fundido.

“Mother” – Cerrando la primera cara del doble LP tenemos la primera canción más o menos convencional en cuanto a su estructura de todo el trabajo. Pink, inseguro, indefenso y desorientado pide consejo a su madre sobre qué debe hacer con su vida “madre, ¿debo aspirar a ser presidente?, ¿debo confiar en el gobierno?”. La respuesta de la madre es de lo más inquietante: con forma de canción infantil, la madre le responde que no llore, que ella se encargará de que se hagan realidad todas sus pesadillas, le llenará de miedos y le mantendrá siempre bajo su custodia. Es la madre de Pink la que le ayuda a poner el siguiente ladrillo en una de las canciones más estremecedoras del trabajo.



“Goodbye Blue Sky” – Abre la segunda cara del disco una inquietante canción en la que madre e hijo contemplan la llegada de los bombarderos nazis durante la guerra. Un nuevo paso hacia la pérdida de la inocencia de Pink. El efecto conseguido al superponer los sintetizadores a la guitarra acústica en el comienzo del tema es magnífico y, como ocurre con casi todas las canciones del disco, existe un gran contraste entre la forma musical empleada (tiempos lentos, agradables, casi bucólicos) y el contenido de los textos, oscuro y opresivo. Esta dualidad es uno de los grandes méritos de Waters en la que podemos considerar su obra más ambiciosa.

“Empty Spaces” – Entramos en uno de los temas más inquietantes, construido sobre un fondo mecánico, casi industrial que recuerda a canciones anteriores de la banda como “Welcome to the Machine”. Pink es ya una estrella del rock y llega a los EE.UU. para dar una serie de conciertos (se escucha el sonido de la megafonía del aeropuerto). Ignoramos el motivo pero Roger Waters se permitió dejar un curioso mensaje secreto para los aficionados escondido en la pieza. Justo antes de empezar la letra de la canción, en uno de los canales se escucha una voz musitando algo ininteligible. Reproduciendo ese fragmento al revés se escucha algo así como “Enhorabuena buscadores, habéis encontrado el mensaje secreto. Enviad vuestra respuesta al viejo Pink a la granja de la diversión en Chalfont...” momento en el que el mensaje se interrumpe por una voz que dice: “Roger, Carolyne al teléfono”. Carolyne era la esposa de Roger Waters en aquel momento y la granja de la diversión (the funny farm), un habitual eufemismo para referirse a los psiquiátricos. La sombra de Syd Barrett planeaba sobre la grabación y sobre el personaje de Pink, sin duda.  

“Young Lust” – Una de las pocas canciones del disco en las que aparece acreditado Gilmour como autor y no sólo Waters. Pink está en plena gira y busca la compañía de una “grupie” para pasar la noche. Al finalizar la canción, el protagonista llama a su esposa a casa al otro lado del océano pero es un hombre el que responde al teléfono lo que hunde un poco más al protagonista. La canción es un enérgico blues con toques de rock duro que podría pertenecer perfectamente al repertorio del personaje de Pink.

“One of My Turns” – Pink acaba de descubrir la traición de su mujer y se encuentra en una habitación de hotel junto a una “grupie” que no consigue nada de él: “no te asustes, este es sólo uno de mis malos días, ¿te apetece ver la tele?”. La chica abandona la habitación y Pink se queda sólo. Escuchamos a un Waters sarcástico en el comienzo, con un simple acompañamiento de sintetizadores antes de que la canción de un giro hacia un rock vigoroso con cierto sabor americano, casi como una precursora del llamado “AOR”, corriente en la que muchos dinosaurios del rock se refugiaron en los ochenta para sobrevivir.

“Don’t Leave Me Now” – Pink comienza a ser consciente de que su relación con su esposa ha terminado y se lamenta en uno de los cortes más tensos del discos con Waters sonando realmente desesperado. El acompañamiento musical es tremendamente simple: sintetizadores de fondo, la guitarra sonando con mucho eco y el piano, cadencioso, marcando un ritmo que encajaría en cualquier película de David Lynch. La segunda parte de la canción se viene arriba y se transforma en un clásico blues rockero marca de la casa.

“Another Brick in the Wall (part III)” – Se retoma en este punto el motivo principal del disco con Pink afrontando la situación y renunciando a cualquier ayuda externa, ya sea de personas o de sustancias (“no necesito nadie que me abrace, no necesito drogas para calmarme: he entendido el mensaje que está escrito en el muro”). El aislamiento de la realidad es ya total.

“Goodbye Cruel World” – Lo que podría parecer una carta de despedida de un suicida es, en realidad, la declaración de intenciones de Pink reafirmandose en lo dicho en el anterior fragmento (“Adiós a todos. Nada de lo que podais decir me hará cambiar de opinión. Adiós”). Se trata de una de las piezas más breves del disco (no llega al minuto de duración) y pone fin a la segunda cara del mismo.

“Hey You” – Una de las mejores canciones del disco es esta en la que vemos el hundimiento final de Pink. En un momento de lucidez se da cuenta del error en el que ha caído al aislarse del mundo y pide ayuda “eh tu, no les dejes que te entierren por completo, no te rindas sin luchar” o “eh tu, ayúdame a llevar esta carga, abre tu corazón: estoy de vuelta”. Sin embargo, ya es tarde y la segunda parte de la canción nos muestra cómo el muro que Pink ha construido a su alrededor no puede superarse desde el exterior “pero es todo una ilusión, el muro es demasiado alto como puedes ver”. La parte final nos deja con el aterrador grito desesperado del protagonista: “Eh, vosotros, los que estáis ahí afuera haciendo aquello que os han dicho que hagáis... ¿podeis ayudarme?” hasta llegar al llanto final “Eh, vosotros, ¡no me digáis que ya no hay esperanza! Juntos resistiremos, divididos sólo podemos caer”. Musicalmente, como decimos, es una gran canción que se abre con una preciosa guitarra acústica cuya melodía sobrevuela toda la pieza. Más tarde hay referencias al tema central del disco, un pulso electrónico que nos suena a homenaje a “Echoes” y, sobre todo, una canción espléndida en todos los sentidos.



“Is There Anybody Out There?” – Un abatido Pink grita repetidamente “¿hay alguien ahí fuera?” sin recibir respuesta alguna. El resto de la pieza es un bonito instrumental ejecutado principalmente por un guitarrista clásico que no conocemos (Gilmour cree recordar que fue algún miembro de la orquesta que participó en las sesiones).

“Nobody Home” – La canción no estaba en el repertorio original que Waters había escrito para el disco y fue compuesta por el bajista a sugerencia de Waters y Ezrin durante la grabación del mismo. La expresión del título “nadie en casa” es un eufemismo para la locura y todo parece indicar que la canción está escrita con Syd Barrett en mente aunque también hay quien indica que hace referencia a la adicción a la cocaina que en aquellos momentos estaba tratando de superar Rick Wright. A pesar de ser una de las favoritas de David Gilmour, no nos parece particularmente destacada dentro del disco. Los arreglos orquestales de la misma suenan extraños en el contexto de “The Wall” pero anticipa claramente el estilo que Waters le iba a dar al siguiente disco de la banda, el último con el bajista como lider.

“Vera” – Vera Lynn fue una cantante británica famosa por cantar para las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus grandes éxitos fue “We Would Meet Again” (nos volveremos a ver). En la canción, Waters se refiere a ella irónicamente, recordando cómo su padre (igual que el de Pink) no regresó de la Guerra: “¿alguien se acuerda de Vera Lynn? ¿Recordais cuando cantaba aquello de “nos volveremos a ver cualquier día soleado? ¿Qué fue de aquello, Vera?” El arreglo orquestal, parece seguir la misma línea del corte anterior marcando una diferencia con el primero de los dos LPs que componen el disco.

“Bring the Boys Back Home” – La que para Waters es la canción clave del disco por cuanto enlaza todas las partes y consigue unificar el trabajo en cierto sentido es un breve corte en el que un coro acompañado de tambores de aire marcial y de una orquesta canta repetidamente “¡traed a los chicos de vuelta!, ¡no les abandoneis a su suerte!” en una nueva proclama antibelicista pero que, en palabras de su autor, se pueda aplicar a muchas otras cosas.

“Comfortably Numb” – Cerrando la tercera cara del disco encontramos la que para muchos críticos es la mejor canción que nunca grabaron los miembros de Pink Floyd. Con las debidas reservas que toda afirmación de esa categoría nos merece, tenemos que reconocer que no nos encontramos muy lejos de esa opinión. La melodía está escrita en su práctica totalidad por David Gilmour y es una de las canciones más bellas que nunca compuso. La letra nos muestra a Pink ante el doctor que le está tratando en un diálogo verdaderamente emocionante entre él (en la voz de Waters) y el protagonista del disco (en la voz de Gilmour).

 “- ¿hola, hay alguien ahí? Vamos, he oído que te has venido abajo pero puedo mitigar tu dolor y ayudarte a ser de nuevo tú mismo. Sólo necesito algo de información, algunos hechos básicos... ¿puedes decirme dónde te duele? - No hay ningún dolor concreto, sólo un lejano humo en el horizonte, le escucho como de lejos, sus labios se mueven pero no escucho lo que me dice. Una vez, de pequeño, tuve fiebre. Mis manos se hincharon como globos y ahora me siento de un modo parecido pero no sé explicarlo... no lo va a entender... me siento como colocado, confortablemente colocado”.

Probablemente el fantasma de Barrett vuelve a sobrevolar el disco en esta magnífica pieza. Los múltiples solos de guitarra de Gilmour durante la canción han aparecido regularmente en los puestos más altos de las listas entre los más apreciados por los aficionados y, ciertamente, lo merecen.



“The Show Must Go On” – Llegamos así a otra breve canción que Waters quería que tuviera un cierto aroma a los Beach Boys quienes supuestamente interpretarían los coros de la misma. Al final no fue todo el grupo sino sólo Bruce Johnston el que participó en un nuevo lamento de Pink quien llama a su padre y a su madre obsesivamente “papá, llévame a casa, mamá, déjame ir”.

“In the Flesh” – Entramos así en la parte final de la historia de nuestro protagonista y lo hacemos volviendo al principio de la misma, cuando Pink nos hablaba de lo que nos iba a contar en forma de “flashbacks”. Retomamos ahora al chico de ojos vacíos, en plena alucinación provocada por las drogas en la que se ve a sí mismo como un dictador fascista que reemplaza a su propio personaje ante el público de sus conciertos: “tengo malas noticias para vosotros: Pink no se encontraba bien y se ha quedado en el hotel. Nos ha enviado a nosotros como sustitutos y vamos a averiguar de qué estáis hechos... ¿hay algún marica entre el público? Ponedlo junto al muro. ¿Alguien que no me guste? Al muro. ¿algún judío? ¿algún negrata? ¿Quién ha dejado pasar toda esta basura? Si de mi dependiera, os fusilaría a todos”.

“Run Like Hell” – Como continuación de la anterior canción, un enajenado Pink comienza a amenazar a su audiencia con todo tipo de exabruptos. Es la última de las canciones cuya música escribe Gilmour y como ocurre con “Comfortably Numb”, una de las favoritas del público, así como parte fundamental de los conciertos posteriores, tanto de la banda como de Waters o Gilmour en solitario.

“Waiting for the Worms” – Recuperamos la melodía de “The Show Must Go On” para ilustrar la llegada de Pink al punto de no retorno de su caída a los infiernos “ya no puedes alcanzarme, no importa cuánto lo intentes. Adiós mundo cruel, se acabó”. La canción es una compleja mezcla de ritmos y estilos en la que no sólo se retoma la melodía antes mencionada sino muchas otras del disco incluyendo la principal.

“Stop” – El tema más corto de todo el trabajo es un breve interludio en el que Pink parece darse cuenta de sus errores e intenta volver a su vida anterior “basta. Quiero volver a casa, quitarme este uniforme y dejar este espectáculo”. Sin embargo, es tarde y es apresado para ser conducido a continuación al juicio.

“The Trial” – Durante el juicio, varios de los personajes que han aparecido en el disco van haciendo acto de presencia para testificar contra Pink. “El prisionero que tienen ante ustedes ha sido encontrado mostrando sentimientos casi humanos... ¡que la vergüenza caiga sobre él!”. El profesor declara que sabía que nada bueno se podía esperar de él, la esposa expresa su deseo de que lo encierren y arrojen la llave lejos... sólo la madre se ofrece a llevarle de nuevo con ella. El juez no necesita oír más y ni siquiera espera a la decisión del jurado “las evidencias son tan incontrovertibles que no merece la pena deliberación alguna. En todos mis años como juez, nunca vi a nadie que mereciese más el castigo. Durante el juicio se ha revelado tu mayor temor y es a él al que te condeno: ¡derriba el muro! Quedarás expuesto para siempre ante los demás.”

“Outside the Wall” – La historia de Pink, realmente termina con el corte anterior y este tema final no nos dice nada acerca del protagonista. Es un brevísimo tema en el que Waters se despide con el acompañamiento de un clarinete en segundo plano.


Otro ejemplo de la poderosa iconografía de la película.


La historia de Pink no es original. Mezcla las obsesiones particulares de Waters con elementos de novelas como “1984” o “La Naranja Mecánica” (no es casual que en un reciente disco tributo a “The Wall”, el personaje de Pink en el juicio lo interprete Malcolm McDowell, Alex en la película de Kubrick) pero funciona bien. La posterior versión cinematográfica del disco, dirigida por Alan Parker, contribuyó a crear una potentísima iconografía alrededor del disco que ayudó a convertirlo en un hito indiscutible de la historia del rock por encima de clasificaciones y géneros pero eso merecería otra entrada exclusivamente dedicada a la película.

Al margen de lo apuntado anteriormente parece claro que “The Wall”, si no puede decirse que sea un disco de Waters en solitario, tampoco responde a las características habituales de los trabajos anteriores de Pink Floyd, ni en cuanto al formato ni en cuanto a la producción. La forma de trabajar cambia radicalmente y eso tiene mucho que ver con los nuevos productores. Antes, los músicos entraban en el estudio y allí desarrollaban todas sus ideas, para bien o para mal. Si había un problema, paraban y continuaban al día siguiente. El “modus operandi” en “The Wall” es completamente distinto. Hay partes de guitarra que son grabadas por Gilmour en solitario en un estudio acompañado de músicos de sesión mientras Wright tocaba los teclados en otro lugar. También Mason grabó buena parte de sus intervenciones al margen del grupo. Por ello quizá se hace muy difícil discernir la participación concreta de cada uno de los músicos. Con todo, el trabajo de mezcla de Ezrin y Guthrie fue magnífico y consiguió que todo ese material “empastase” perfectamente. Esto, que muchos vemos como una virtud, es algo que muchos críticos ponen el en debe del grupo al entender que el disco es artificial, un ejercicio de copia y pega que suena muy bonito pero que no tiene la pasión y la complicidad de una banda sonando conjuntada y con todos sus integrantes interactuando en tiempo real. Nos guste o no, lo cierto es que esa no deja de ser una concepción de la música grabada que pertenece al pasado y que muy pocos grupos, por no decir ninguno, utilizan ya. Nuestra valoración de “The Wall” es positiva. Muy positiva si nos apuráis, aunque no soporta la comparación con otros clásicos de la banda como “The Dark Side of the Moon” o “Wish You Were Here” (nuestro corazoncito nostálgico pondría por delante también los dos primeros discos aunque quizá nos pueda más la nostalgia por Barrett que motivos puramente musicales). Hay quien opina que la duración del disco (no olvidemos que es un doble LP) baja el nivel medio de un trabajo que reduciendo su duración a la mitad sería magnífico. Aunque haya partes más prescindibles que otras, no creemos que sobre nada en un disco imprescindible, con sus pros y sus contras, para cualquier aficionado a la música.

“The Wall” es uno de los tres discos de Pink Floyd (los otros son “The Dark Side of the Moon” y “Wish You Were Here” que han sido reeditados recientemente en una edición espacialísima con las demos originales de Waters, tomas descartadas y un buen montón de memorabilia. Podeis haceros con esa preciosa caja o con ediciones más modestas a continuación:

amazon.es [Discovery edition] edición doble normal

amazon.es [Experience edition] edición de 3 discos con demos adicionales

amazon.es [Immersion edition] edición de 6 CDs, DVD y demás memorabilia


Podeis disfrutar del video clip del tema más popular del disco:




Os dejamos, como regalo, el mensaje "oculto" en "Empty Spaces":