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jueves, 3 de septiembre de 2015

Shadowfax - Too Far to Whisper (1986)



Volvemos a traer al blog a Shadowfax, formación norteamericana que alcanzó su mayor popularidad en pleno boom de la música “new age” a mediados de los ochenta. El disco que hoy ocupa nuestra atención fue el quinto grabado por la banda y apareció, como la gran mayoría de su obra, dentro del catálogo del sello Windham Hill. Desde su reconversión a sexteto en 1983, cada nuevo trabajo había traído consigo algún cambio en la alineación del grupo. La novedad en esta ocasión era la incorporación del excepcional violinista Charlie Bisharat que ocuparía el puesto de Jamii Smadzinski, anterior titular de ese instrumento.

El sonido de Shadowfax fue uno de los más peculiares y reconocibles de la escena “new age”. Partiendo de bases jazzísticas y del rock progresivo, la banda incorporó sonoridades de todo tipo, desde la música latina y africana hasta experimentos de corte vanguardista, siempre sin perder una seña de identidad inconfundible: el sonido único del “Lyricon”, instrumento electrónico que está considerado como el primer controlador de sonido con forma de instrumento de viento y adaptado, por tanto, para habituales intérpretes de saxofón y clarinete. Chuck Greenberg, lider de Shadowfax e intérprete de “Lyricon” participó en el diseño original del instrumento junto con Bill Bernardi y Roger Noble. El instrumento, creado en 1974, ha sido interpretado por artistas como Wayne Shorter, Ian Anderson, Bennie Maupin o Steve Joliffe, quien lo toca en el disco “Cyclone” de Tangerine Dream.

Aparte de Greenberg (ocarina, saxos, flauta y Lyricon) y Bisharat (violín acústico y eléctrico), integran Shadowfax en el momento de la publicación de “Too Far to Whisper”: Phil Maggini (bajo, voz), Stuart Nevitt (percusiones de todo tipo, xilófono y vibráfono), Gregory E. Stinson (guitarras, percusión y voz) y David C. Lewis (sintetizadores y piano). Como músicos adicionales aparecen acreditados: Adam Rudolph (percusiones), Morris Dollison (guitarra y voces), Emil Richards (sintetizadores y percusiones) y Hara Lambi A. (voz y coros).

El "Lyricon".


“Too Far to Whisper” - Comienza el trabajo con dos piezas escritas por G. E. Stinson. En la primera nos recibe una serie de acordes electrónicos acompañados por el bajo en unos breves apuntes y por el violín que, éste sí, esboza la melodía central. Ésta tiene un corte solemne acentuado por las percusiones y un cierto aroma a rock progresivo (aunque por la época ya habría devenido en A.O.R.). Como introducción es una pieza muy adecuada y nos sitúa con la presencia de ánimo apropiada para introducirnos en el disco.

“What Goes Around” - El segundo corte nos acerca más a la esencia del sonido de Shadowfax con las percusiones modelando una serie de secuencias rítmicas sobre las que aparece el saxo de Greenberg. Stinson comienza entonces a cantar convirtiendo la pieza en una correcta canción de aire pop en la que se mezclan sonidos de distintas procedencia como los “steel drums” caribeños con ritmos de ascendencia africana.

“China Blue” - Toma el relevo en la composición Phil Maggini con una bonita melodía de reminiscencias orientales como ya anticipaba el título. La producción es sencilla como la propia melodía, ejecutada de nuevo por los “steel drums” mientras el bajo, el violín eléctrico y el saxo se limitan a acompañar sin restar ni un ápice de protagonismo al tema central.

“The Orangutan Gang (strikes back)” - David C. Lewis firma una de las composiciones más emblemáticas de la banda, sintonía habitual de algún programa de televisión en nuestro país. Sobre un pegadizo ritmo aparece el Lyricon de Greenberg para ejecutar una melodía sencilla que se acompaña de una serie de elementos cercanos al jazz fusión de entre los que destacamos la batería de Stuart Nevitt, un intérprete sobrio que consigue un sonido que siempre nos ha fascinado sin recurrir a excesos de ningún tipo y dando un gran espacio al silencio entre los golpes lo que hace de sus intervenciones un prodigio de nitidez. Nevitt falleció en 2008 con sólo 56 años de edad uniéndose así a la lista de miembros del grupo fallecidos prematuramente (su lider, Chuck Greenberg, lo hizo en 1995 con sólo 45 años).

“Road to Hanna” - La única pieza de todo el disco que firma el recién incorporado a la banda Charlie Bisharat tiene, como es lógico, al violín (acústico y eléctrico) como principal protagonista. También las flautas tienen un peso que no habían tenido antes en el trabajo para dar la réplica al tema central. En todo caso, no es la composición más directa del disco sino que tiene un aire introspectivo muy interesante que la acerca, además, al sonido clásico del sello Windham Hill.

“Streetnoise” - Chuck Greenberg firma también una sola pieza en solitario aunque participará en la composición de la que cierra el trabajo. Sin ser el corte más inspirado del disco, sí que recoge todos los elementos del sonido de Shadowfax: un ritmo sincopado muy marcado, melodía central ejecutada con el Lyricon, las percusiones (vibráfonos y xilófonos principalmente) ejecutando una base continua que nos remite a la música africana e improvisaciones a cargo del resto de instrumentos, violín y guitarra eléctrica principalmente.

“Slim Limbs Akimbo” - la aportación de Nevitt al disco es esta pieza de inspiración africana y aire infantil en los primeros compases que, tras la introducción se transforma en un pegadizo divertimento de una belleza llena de inocencia que nos regala un momento realmente agradable. No falta la tensión en determinados pasajes en los que escuchamos densos fondos instrumentales de cierta complejidad.

“Tsunami” - El último tema escrito por Lewis tiene, en realidad, muchos puntos en común con la pieza que abría el disco tanto en la sonoridad como en la configuración instrumental. También hay una cierta épica que no llega a desplegarse del todo, probablemente sujeta por un bajo cuya pulsación, muy espaciada, para marcar un sendero del que ningún otro instrumento debe salirse.

“Maceo” - África vuelve a aparecer de forma más evidente que nunca en este tema de Phil Maggini en el que los ritmos y las voces proceden de un modo indisimulado de ese continente. Es una canción muy alegre y vital en la que todo invita al optimismo

“Ritual” - Cierra el disco la única composición firmada al alimón por varios de los componentes de la banda, concretamente por Greenberg, Maggini y Stinson. En ella escuchamos la melodía más compleja y con un desarrollo más largo a cuyo disfrute ayuda mucho el sobrio arreglo realizado. El tema central está interpretado al Lyricon que juega en muchos momentos con el bajo. Todo esto se desarrolla sobre un delicioso fondo de percusiones y algunos efectos sonoros que nos sitúan en medio de alguna selva tropical. Una delicia con la que se cerraba el trabajo del mejor modo posible.


Tenemos la sensación de que Shadowfax no llegó nunca a gozar de la popularidad que si alcanzaron otros músicos del sello Windham Hill y esto, de ser algo más que una apreciación personal, no se produciría por la falta de calidad de su obra. Hubo una cierta indefinición en su estilo que empezó en los alrededores del rock progresivo para evolucionar hacia el jazz fusión y terminar alojándose con comodidad en la etiqueta “new age” que pudo perjudicarlos. También una sensación de no llegar a ninguno de los estilos en el momento adecuado. Con todo, en su discografía hay trabajos notables a los que recomendamos dar una oportunidad. “Too Far to Whisper” sería, en esta linea, un comienzo tan bueno como cualquier otro.
Así sonaban Shadowfax en directo en 1986:

miércoles, 25 de junio de 2014

Ira Stein - Carousel (1992)



Los principales sellos de música “new age” nacieron en los Estados Unidos en los primeros años de la década de los años 80. No parece casual que coincidiera este “boom” de una música delicada, suave y llena de matices con los comienzos de un soporte como el Compact Disc que permitía la reproducción con gran nitidez de los pasajes musicales más imperceptibles y, sobre todo, que no se deterioraba con el uso. En los viejos discos de vinilo, con el paso del tiempo y las sucesivas reproducciones, los silencios se convertían en una amalgama de sonidos indeterminados que contenían de todo menos silencio. Hubo algo de esnobismo en muchos de los seguidores de aquella música (música para “yuppies” y jóvenes ejecutivos se solía decir despectivamente) que encajaría bien con esta teoría: ¿qué mejor música para enseñar a mis amigos mi sofisticado equipo estéreo con reproductor de discos compactos que este disco de piano o aquel de guitarra acústica con cantos de ballena de fondo?

Sea como fuere, lo cierto es que los sellos que luego fueron gigantes del género comenzaron a publicar coincidiendo con la llegada del disco compacto. Hemos hablado mucho aquí de nuestro favorito: Windham Hill con el liderazgo de William Ackerman y precisamente en ese sello grabó sus primeros trabajos el pianista del que hablamos hoy: Ira Stein. Como tantos otros músicos en aquellos años, su propuesta estética no terminaba de encajar en los géneros habituales: no era jazz o, al menos, le faltaba cierta garra para ser considerado así y, por supuesto, no era música “clásica”. Demasiado melódica y “bonita” para interesar a la intelectualidad. De la mano del intérprete de oboe, Russel Walder, Stein ingresó en Windham Hill y grabó algunos trabajos a dúo además de participar como intérprete invitado, como era la costumbre en la casa, en varios discos del “jefe” Ackerman.

Sin embargo, nunca terminó de consolidarse en el sello aunque tampoco era un artista demasiado prolífico, todo sea dicho. Así, unos cuantos años después dejó Windham Hill para firmar por Sona Gaia, sub-sello de la órbita de Narada, otra de las grandes compañías en el mundo de la new-age. Allí editó algunos trabajos más con Russel Walder así como varias piezas sueltas destinadas a los recopilatorios y “samplers” que periódicamente lanzaba el sello. Así transcurría el tiempo hasta que Ira se decidió a grabar su primer disco firmado en solitario, un trabajo maravilloso que aún hoy consideramos uno de los mejores en este tipo de músicas a pesar de haber pasado más de 20 años desde su lanzamiento. Se rodeó Stein de un nutrido grupo de colaboradores de gran nivel que le ayudaron a dar forma a la música que llevaba en su cabeza, probablemente desde hacía mucho tiempo. Los créditos del disco los componen: Charlie Bisharat (violín), Bill Douglass (bajo) –con una “s” más que el autor de “Jewel Lake”-, Hans Christian Reumschuessel (bajos, violonchelo, guitarras), Tom Valtin (guitarras) y Daniel Zinn (saxos). Ira se reserva el piano y los sintetizadores.

Ira Stein al piano.


“Briarcombe” – Desde el primer momento, todo invita al disfrute. Una melodía de piano es arropada enseguida por sintetizadores y violonchelo construyendo una especie de pieza de cámara realmente agradable que mejora conforme se incorporan el resto de instrumentos comenzando por un magnífico bajo y continuando por las percusiones hasta llegar al violín de Charlie Bisharat, miembro del legendario grupo Shadowfax. Él y el bajista Hans Christian Reumschuessel, magistral con el bajo sin trastes, son lo más destacado de una magnífica pieza que marca el camino por el que transcurrirá el resto del disco.



“High Country” – Es ahora otro bajo, el de Bill Douglass en su única participación en todo el trabajo, el que abre una composición con el clásico “sonido Windham Hill” si se nos permite el calificativo. El saxo soprano lleva todo el peso melódico mientras piano y bajo sirven como perfecto acompañamiento. Más adelante es el tenor el que se atreve con los solos más jazzísticos

“Continuum” – Reclama Stein su pequeña cuota de protagonismo en un disco que, al fín y al cabo lleva su nombre en la portada, con una muy interesante pieza de piano en la que se acerca al jazz más convencional con un ligero toque clásico; claro que también puede ser justamente lo contrario. Sea como fuere, se trata de otra pieza muy interesante dentro de un disco en el que todas rayan a un nivel muy alto.

“Who’s to Say” – Llegamos así a la que es una de nuestras debilidades personales que comienza con una arrebatadora melodía de piano sobre la que poco podemos añadir. Tras un par de repeticiones apareces el saxo tenor y el violonchelo simplemente para remarcarla ya que no hace falta mucho más cuando el tema es perfecto. El momento para la improvisación llega algo más tarde y aquí Stein se muestra como un músico brillante que sabe conducir la pieza por los caminos adecuados, hacer las pausas en el momento justo y liberar al resto de intérpretes justo cuando la composición lo requiere. Es difícil hacer mejor las cosas pero aún queda mucho disco por delante.



“Carousel” – El único corte del disco escrito a dúo por Stein en compañía de Charlie Bisharat deja entrever una gran influencia de éste último. El violín lleva todo el peso de la composición y el resto de sonidos: percusiones y sonidos electrónicos, son herederos claros del sonido de Shadofax. Tanto que uno espera en cualquier momento escuchar el “Lyricon” de Chuck Greenberg. A pesar de ser el tema que sirve para titular el disco, no es uno de nuestros favoritos.

“Another Country (Another Soul)” – Imposible no acordarse de Paul Winter al escuchar las primeras notas de saxo que abren esta composición. No tarda, sin embargo, Ira Stein en llevar las cosas por otros derroteros en cuanto aparece su piano marcando un intenso ritmo al que contribuye de manera excelente el percusionista John Loose. La pieza es un prodigio de simplicidad que sin embargo funciona maravillosamente bien. Violonchelo y saxos se alternan en los solos durante unos instantes antes de llegar a un momento en el que la progresión del piano combinada con el saxofón nos recuerdan al mejor Jan Garbarek en otro de los puntos culminantes del trabajo.

“An Open Door” – Uno de los temas más extraños del disco, con un ritmo monótono en el inicio a cargo de la guitarra y las percusiones, el piano improvisando retazos de melodía con destellos amplificados por los ecos y un saxo indefinido que nos hace pensar sin un motivo claro en el Vangelis de “The City”. Una pieza poco común pero con un raro atractivo.

“A Place Without Words” – Continuando con la línea estilística de la mayor parte del disco, Stein nos muestra otro ejemplo de buen hacer, primero al piano como actor principal y luego acompañando al saxo en un dueto realmente bello al que se suma algo después Charlie Bisharat en otra de sus notables intervenciones en el disco. Escasas quizá pero muy bien escogidas.

“Sevilla” – Stein tuvo la oportunidad de tocar en Sevilla junto con Russel Walder en los meses previos a la grabación del disco y seguramente de ahí sacó la inspiración para este magnífico tema de piano que reúne todas las características de la música que se hacía en aquellos años para este instrumento, desde la delicadeza de George Winston hasta la energía y vigor de Bruce Hornsby, referente que, sin duda, debía estar en la cabeza de Ira al componer algunas partes de esta pieza.

“Jonathan’s Lullaby” – El punto final lo pone una juguetona pieza de piano con aire de vals en un principio que se va complicando poco a poco con la adición del resto de músicos. Cada repetición de la melodía contempla la suma de un intérprete o de una nueva sección hasta terminar con un final pausado en la línea de todo el trabajo.


Como ya indicamos más arriba, creemos que “Carousel” se puede contar entre los diez mejores discos en su género, lo cual supone un gran mérito para un músico como Ira Stein cuya discografía es tremendamente corta en relación con su talento. Si buscáis un trabajo de música instrumental, acústica, sin estridencias y con momentos de gran inspiración, no os será fácil hallar uno mejor que éste. No son muchas las grabaciones procedentes de la edad dorada de la música “new age” que siguen sonando bien hoy en día y “Carousel” es una de ellas. No os arrepentiréis si decidís darle una oportunidad.

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