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miércoles, 21 de mayo de 2025

Jethro Tull - Rock Island (1989)




En muchas ocasiones hemos hablado de la crisis que sufrieron muchos de los grandes grupos del rock progresivo con la llegada de los ochenta y el reinado de los sintetizadores y las cajas de ritmos. Las opciones que surgen cuando los tiempos avanzan y otras corrientes amenazan con reemplazar un estilo musical son varias: mantenerse inmóvil (o casi) esperando a que pase la ola, reinventarse, dejarlo, tomarse un descanso, buscar una alternativa más o menos digna con un estilo relativamente nuevo que tus fans puedan aceptar (léase AOR) o tratar de sumarse a alguna de las nuevas tendencias dominantes. No sería difícil encajar a casi todos los gigantes del prog-rock en una o varias de esas opciones atendiendo a su actitud frente a los ochenta.


En el caso de Jethro Tull la cosa fue algo más complicada puesto que dieron algunos bandazos tocando aquí y allá antes de dar con la tecla. Después de una breve etapa en la que el folk le ganó espacio al progresivo, probaron con un acercamiento al sonido electrónico con un uso intensivo de sintetizadores aunque, justo es decirlo, el primer disco en esa línea iba a ser publicado por Ian Anderson en solitario y solo las presiones de la discográfica hicieron que fuera firmado como Jethro Tull. Y esto pese a que miembros históricos de la banda como el batería Barriemore Barlow o el teclista John Evan habían dejado el grupo. Tras esa etapa “electrónica”, probablemente la más desafortunada del grupo pese a que alguno de los discos no funcionó del todo mal, dieron un giro hacia un rock más enérgico siguiendo la estela de bandas icónicas de la época como Dire Straits, algo que les llevó a una de las situaciones más estrambóticas de la historia de los Premios Grammy cuando su disco “Crest of a Knave” (1987) se convirtió en el primer ganador de la recién creada categoría de “mejor interpretación de rock duro o heavy metal” por delante de bandas como Metallica (los grandes favoritos con su “...And Justice for All”) o AC/DC, ambos nominados ese año. Lo cierto es que, más allá de algunos riffs de guitarra llenos de fuerza presentes en el disco, costaba mucho pensar en Jethro Tull como una banda de heavy metal pero la misma línea estilística del premiado LP iba a continuar en el disco que hoy queremos comentar: “Rock Island”, publicado en 1989. En él, los clásicos Ian Anderson (voz, flautas, guitarras, mandolinas, teclados yo lo que se ofrezca) y Martin Barre (guitarras) estaban acompañados por el bajista de la banda desde 1979, Dave Pegg y por la incorporación más reciente del grupo: el batería Doane Perry, llegado en el comienzo de esta etapa “heavy” de la formación. Completan la lista pero como músicos invitados los teclistas Peter-John Vettese, quien fue miembro de Jethro Tull en la primera mitad de la década de los ochenta y Maartin Alcock.


“Kissing Willie” - El disco comienza con una explosión de energía liderada por las guitarras eléctricas, llena de riffs potentes y solos musculosos mientras que la flauta se limita a reforzar algunas partes. La herencia progresiva de la banda, en todo caso, sigue muy presente en los cambios de ritmo y la estructura cambiante pese a lo breve de la canción que es, en todo caso, una excelente presentación.




“The Rattlesnake Trail” - Continuamos con la línea rockera propulsada por guitarras y batería en un tema con un sonido muy americano, a la manera de unos ZZ Top, por poner un ejemplo. No tiene el encanto de muchas de las viejas canciones de la banda pero ha aguantado bien el paso del tiempo.


“Ears on Tin” - Un comienzo casi pastoral, con la flauta como guía principal abre este tema lento en el que vuelven a sonar las mandolinas y recuperamos de algún modo la esencia de los Tull de sus mejores discos aún sin llegar a aquellos niveles de inspiración. Con todo, nos parece una de las mejores canciones del disco.




“Undressed to Kill” - La flauta vuelve a tener un papel predominante en este medio tiempo en el que le da la réplica a cada estrofa cantada por Anderson del mismo modo en que la guitarra de Knopfler suele hacerlo con el propio Mark en los discos de Dire Straits y es que esta canción, sin las flautas, bien podría pasar por una de la banda del propio guitarrista. El final, en todo caso, con una interesante coda instrumental que funde en negro poco a poco, es de lo mejor de la pieza.


“Rock Island” - La canción que cerraba la “cara a” del disco tiene algo más de desarrollo que las anteriores, comenzando de modo tranquilo con secciones ambientales que poco a poco van animandose y hasta nos regalan algún riff potente. Algunas de las mejores partes instrumentales del trabajo están aquí.


“Heavy Water” - El siguiente corte comienza poniendo nuestras expectativas en lo más alto con toques de los Jethro Tull más folkies a los que se suman toques rockeros. Quizá no termina de cumplir todo lo que promete pero está lejos de ser un mal tema.


“Another Christmas Song” - El único “single” publicado del disco fue esta canción que parece ser una referencia a “Christmas Song”, una vieja “cara b” de uno de los primeros singles de la banda. Es una pieza que combina un toque folclórico en las partes de flauta con un desarrollo que, una vez más, recuerda a Dire Straits, tanto en la forma de cantar de Ian Anderson (que en estos años había perdido buena parte de la energía de antaño en su voz) como en las guitarras de Barre. Es una buena canción que, de algún modo, no termina de encajar en el resto del disco.


“The Whaler's Dues” - La pieza más larga del disco con casi ocho minutos de duración. Es un tema lento con un desarrollo pausado que suena como los Jethro Tull de los setenta con piloto automático. Muy profesionales pero sin la inspiración de tiempos pasados aunque tiene partes muy rescatables.


“Big Riff and Mando” - Si hay una canción a la altura de los mejores momentos de la banda en el disco, en nuestra opinión, es esta épica pieza en la que los elementos que han caracterizado al grupo de Anderson aparecen a lo largo de todo el tema: una flauta omnipresente, guitarras acertadísimas, cambios contínuos de ritmo y tramos instrumentales de gran nivel. Una gran candidata a ser la mejor composición del trabajo. 




“Strange Avenues” - El disco termina de la mejor forma posible con una canción que tiene un comienzo extraordinario con un largo instrumental de flauta, mandolina y sintetizadores del que emerge, imperial, la guitarra eléctrica de Martin Barre. La cosa va calentandose hasta la entrada de la sección rítmica al completo precediendo a un interludio electrónico que, por fín, da paso a la voz de Anderson en otro segmento al estilo de Dire Straits. Es aquí donde el tema pierde un poco de interés entrando en caminos demasiado trillados con mucho peso del órgano aunque no hay tiempo para que la cosa decaiga demasiado ya que la canción termina de forma abrupta, justo cuando todo hacía presagiar que habría una remontada épica.



Con “Rock Island”, de Jethro Tull, se plantea la clásica discusión sobre hasta qué punto merece la pena escuchar o hasta poseer toda la obra de un artista. Nos viene a la cabeza la conocida afirmación de que un músico/banda tiene cinco o seis discos buenos, a lo sumo y el resto no son más que variaciones sobre los mismos temas. Evidentemente esto es una generalización y, como tal, no tiene más recorrido pero en muchos casos hay algo de cierto. ¿Es “Rock Island” un mal disco? Rotundamente no. Aporta algo nuevo a la discografía de sus autores. Posiblemente, tampoco. Este es un punto de vista que nos cuesta mantener ya que entra en abierta contradicción con nuestro propio comportamiento ya que somos partidarios de hacernos con toda la obra de un artista que nos gusta, incluyendo discos mediocres o, directamente, malos pero hemos de reconocer que luego, este tipo de trabajos apenas son escuchados de tarde en tarde, casi como una comprobación para ver si eran tan flojos o prescindibles como los recordábamos. Por ello, recomedamos escuchar discos así de forma aislada, en la medida de lo posible. Al margen del resto de la discografía del grupo para disfrutarlos por sí mismos y no en comparación con otros. Quizá sea algo imposible pero creemos que es la única forma de sacarles todo el jugo.

jueves, 25 de febrero de 2016

Jethro Tull - Aqualung (1971)



Como ha sido habitual en tantas y tantas bandas de rock a lo largo de los años, los primeros discos de Jethro Tull vieron cómo la formación cambiaba una y otra vez con incorporaciones y abandonos a razón de casi uno por disco. Cada cambio traía aparejada, como es lógico, una variación en el estilo además de la consolidación de unas lineas maestras que comenzaban a quedar definidas y que marcarían el sonido de la banda haciéndolo reconocible por encima de los de sus contemporáneos.

En ese orden de cosas, con “Aqualung” se incorporó a la banda como miembro de pleno derecho en teclista John Evan, quien ya había participado en el disco anterior. También el bajista Jeffrey Hammond debutaba reemplazando a Glenn Cornick (aunque éste había participado en los primeros ensayos y sesiones del disco). El cambio en el sonido de la banda fue notable. Del “blues” eléctrico que caracterizó sus primeros discos pasamos ahora a una música más cercana al “rock”, con preciosos pasajes acústicos y un virtuosismo instrumental que justificó, entre otras cosas, que con “Aqualung” muchos empezaran a considerar a Jethro Tull como una banda de rock progresivo. No entraremos en la discusión sobre si se trata de un disco conceptual (la prensa lo afirmó en su momento y los miembros de la banda, en especial Ian Anderson, se hacían cruces con ese calificativo). Ciertamente hay una notable coherencia temática entre varios de los cortes pero como el propio Anderson dice, son tres o cuatro canciones de las once del disco. Además de los músicos ya mencionados, la alineación de Jethro Tull en “Aqualung” la formaban: Ian Anderson (flauta, guitarra acústica y voz), Clive Bunker (batería) y Martin Barre (guitarra eléctrica).

Dibujos del interior de la carpeta del LP.


“Aqualung” - Un corto “riff” que se cuenta entre los más populares de la historia del rock abre una canción emblemática. La voz de Anderson y el propio desarrollo del tema de guitarra ocupan los instantes siguientes hasta que llega el primer cambio con la aparición de la guitarra acústica y el bajo acompañando al vocalista que canta a través de un apagado megáfono. El piano y la batería se unen al grupo en esta notable transición que enlaza con la parte más rítmica de la canción en la que continúa la narración de la vida del vagabundo que aparece en la inquietante portada del disco. Los instantes que siguen a ese segmento evidencian la enorme influencia que este tema tuvo en muchos otros músicos y bandas, particularmente en los Dire Straits de Mark Knopfler. La parte final retoma el tema central y concluye de forma magistral un tema extraordinario. “Aqualung” encierra en poco más de seis minutos más ideas musicales que discos completos de otras bandas.




“Cross-Eyed Mary” - La flauta de Anderson dibuja arabescos en el aire mientras suena de fondo un mellotron y comienza a construirse un fantástico armazón rítmico. Con esa introducción pasamos al núcleo de la canción en el que reinan los teclados y el bajo, extraordinario por momentos. Es esta otra estupenda canción que corrobora que nos encontramos ante uno de los grandes discos de su tiempo (no diremos del rock progresivo porque Ian Anderson, incluso desde la distancia de la fotografía, nos impone un gran respeto).

“Cheap Day Return” - Apenas con el acompañamiento de la guitarra acústica en un aire de corte folk, Anderson presenta una miniatura deliciosa que podría haber tenido mayor desarrollo, sin lugar a dudas.

“Mother Goose” - Como una extensión de la canción anterior comienza esta, algo más rápida en su desarrollo y con la adición de la flauta y la percusión (especialmente de la primera) que le confieren un personalidad particular. Los músicos se perimten incluso breves juegos vocales al estilo de Simon & Garfunkel que hacen de bisagra hacia la segunda parte de la canción, ligeramente más electrificada.

“Wond'ring Aloud” - Otro interludio en forma de canción acústica nos acerca al final de la “cara a” del disco. Destacan aquí los arreglos de piano y, muy notablemente, los de cuerdas, que proporcionan un tono diferente a la pieza.

“Up to Me” - Unas risas nos reciben antes de que irrumpa la flauta de Ian Anderson en otra de las grandes canciones del disco. La guitarra eléctrica suena con fuerza en sus breves intervenciones y es testigo de los múltiples cambios de ritmo de un tema excepcional en el que no encontramos ni un momento de reposo.

“My God” - La segunda cara del disco empieza con otra canción magnífica que contiene, en realidad, varias pequeñas canciones en una. El comienzo es lento pero amenazador (esos golpes de guitarra eléctrica de vez en cuando no anuncian nada bueno). Todo para llegar a una sensacional sección central en la que la flauta y los juegos vocales hacen verdaderas diabluras en una combinación difícil de mejorar. De ahí surge una nueva melodía que enlaza con el tema que abría la pieza concluyendo así otro gran momento del disco.




“Hymn 43” - Una de las canciones más decididamente rockeras de todo el trabajo, con momentos cercanos al incipiente “metal” que se abría paso en la época. Algún “riff” trepidante aquí y allá y arreglos con detalles cercanos a la psicodelia son lo más destacado de la pieza. Una gran canción que sólo es empequeñecida por la gran altura de otros momentos del trabajo.

“Slipstream” - Otra miniatura a base de guitarra acústica y voces (con algunos arreglos de cuerdas) que sirve para acompañarnos hasta el que, para nosotros, siempre ha sido el gran tema del album.

“Locomotive Breath” - Palabras mayores. Una introducción de piano, muy tranquila, no permite hacerse una idea aproximada de lo que va a suceder enseguida. Las teclas comienzan a esbozar un blues muy rítmico y a juguetear con la guitarra eléctrica durante unos cuantos compases hasta que, precisamente el último de ellos es convertido en un “riff” arrollador sostenido en una batería que marca un ritmo continuado de la mano del bajo. No podía faltar la flauta en un solo realmente complejo en medio de una pieza que lo tiene todo. Curiosamente fue esta canción la que provocó que el disco fuera censurado en España y no se publicase hasta cuatro años más tarde y sin “Locomotive Breath” en la lista de temas. Al censor se le pasó el hecho de que la pieza estuviera incluída en un recopilatorio de la banda que se publicó sin ningún problema apenas unos meses después de la aparición de “Aqualung” y tres años antes de que el disco mutilado saliera a la venta en nuestro país.




“Wind-Up” - El disco termina con otra canción al más puro estilo de la banda: comienzo como balada y súbita transformación en una vigorosa pieza de rock para volver más tarde al tema del comienzo. Un final ligeramente anticlimático tras la incomparable pieza anterior pero que, en modo alguno es un mal final.

No podemos poner ningún “pero” a los discos previos de Jethro Tull aunque no nos cabe duda de que fue con “Aqualung” que comenzaron a ganarse un puesto en el olimpo del “rock”. Lo habrían conseguido, probablemente, sólo con este trabajo pero es que, además, fue el punto de partida para una serie de discos que marcaron una época con un sonido tan particular como sorprendente (la flauta no estaba entre los instrumentos solistas más populares del “rock'n'roll”). Pese a las reticencias de Ian Anderson, el de Jethro Tull es uno de los nombres que primero acuden a la mente de un aficionado cuando le mencionan el término “rock progresivo” y lo hace a la misma altura que los de Pink Floyd, King Crimson, Genesis o Yes. A ese mismo nivel funciona “Aqualung” a la hora de hablar de grabaciones fundamentales del género con lo que la recomendación de hoy no puede defraudar: estamos ante una obra maestra que todo aficionado debería, al menos, conocer.

Os dejamos con una versión moderna en directo de "Cross-Eyed Mary":

 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Jethro Tull - Minstrel in the Gallery (1975)



El éxito obtenido con la publicación de “Thick as a Brick” tuvo como consecuencia una cierta desorientación en los miembros de Jethro Tull que no tenían nada claro el rumbo que debería tomar la banda a partir de entonces. Podemos pensar que, en cierto modo, la gran acogida que tuvo ese disco no fue bien asimilada e influyó notablemente en los siguientes lanzamientos. El siguiente trabajo, cronológicamente hablando, fue “A Passion Play”, un nuevo disco conceptual demasiado confuso y que no tuvo buenas críticas. Tras él, llegó “War Child”, proyecto conflictivo que nació como un disco doble que debería acompañar a una película, que pasó por una etapa en la que parecía que iba a ser una especie de secuela de “Thick as a Brick” y que terminó siendo algo distinto, una vez descartada gran parte del material original. Con todo, terminó siendo un trabajo más que interesante.

Esto nos coloca en 1975 con la banda tratando de decidir qué camino tomar en el futuro. El sonido del disco anterior había dado un cierto giro hacia el rock duro, inédito en Jethro Tull y, para el nuevo trabajo Ian Anderson deseaba regresar a un tipo de producción en la que lo acústico volviese a tener un peso importante. No es extraño que “Minstrel in the Gallery”, que iba a ser el título del nuevo disco, fuera comparado inmediatamente con “Aqualung”, otro de los clásicos de la banda.

Las circunstancias personales de Anderson, que estaba atravesando un proceso de divorcio en aquellos momentos, se deslizan en los textos, más ácidos que de costumbre aunque sin referencias directas a esa situación. Integraban la banda en el momento de la grabación: Ian Anderson (flauta, guitarra y voz), Barriemore Barlow (batería, percusión), Martin Barre (guitarras eléctricas), John Evan (teclados) y Jeffrey Hammond-Hammond (bajo) en la que fue su última grabación con la banda antes de dejar la música y dedicarse a su verdadera pasión: la pintura. David Palmer se encargó de los arreglos orquestales como en discos anteriores. No tardaría en incorporarse a la banda como miembro activo a los teclados pero aún faltaba un tiempo para que eso sucediera. Como curiosidad, el disco fue el primero que la banda grabó en Montecarlo con la ayuda de lo que ellos llamaban su estudio de cuatro ruedas (su camioneta, vamos). El local donde se hizo la grabación pertenecía a una emisora de radio del principado y consistía en una gran sala en cuya parte superior había una especie de balconada que recordaba a las “Minstrel’s Galleries”, que eran, precisamente, unas balconadas que solía haber en algunos palacios y mansiones para que los músicos pudieran tocar piezas de baile ocultos a la vista del público que disfrutaba en el piso inferior. De ahí proviene el nombre del disco y del tema principal del mismo.


Imagen de la banda con el aire, siempre intimidatorio de Ian Andeson al frente

 “Minstrel in the Galery” –  Retazos de una conversación perdida sirven como introducción a la canción en la que la voz, la flauta y la guitarra de Ian Anderson actúan en un comienzo que tiene más de folk que de rock hasta que irrumpe Martin Barre con un solo revelador de guitarra eléctrica secundado por una poderosa batería. A partir de ese instante la canción se transforma en otra cosa gracias a las ráfagas guitarreras indiscriminadas de Barre. El carácter progresivo del tema se hace evidente a partir del minuto cuatro, momento en el cual aparecen también elementos de hard rock, que empezaban a ser característicos ya del sonido de la banda. Los escasos retazos de teclados que se escuchan, pertenecen a órgano Hammond principalmente y no a sintetizadores lo que se nos antoja como un signo más de las intenciones combativas del grupo con este disco.



“Cold Wind to Valhalla” – De nuevo, con una breve presentación como si de un concierto se tratase, una voz nos introduce en el siguiente tema, de evidente inspiración mitológica. Como ya hemos comentado en la introducción, se percibe un regreso a sonidos y formas que ya aparecían en el clásico de la banda “Aqualung”. Con respecto al corte inicial, destacamos aquí la vigorosa aportación del bajo (de toda la sección rítmica en realidad) que hace un trabajo extraordinario de principio a fin.

“Black Satin Dancer” – Se reserva Anderson el privilegio de abrir el siguiente tema con un solo de flauta para presentar la pieza más suave del disco, con arreglos de cuerda, piano y ¿glockenspiel?. No obstante, la pieza tiene toda la energía presente en las canciones de la banda. En su sección central, creemos apreciar alguna referencia a Cream antes de llegar al segmento final en el que resurge el espíritu combativo de Anderson y compañía con fragmentos del mejor rock progresivo previos al cierre que recupera el tono de los primeros momentos de la canción con el regreso del piano y las cuerdas.

“Réquiem” – Con la siguiente canción llega un cambio total de registro presentándosenos un tema acústico con un claro protagonismo de las armonías vocales al modo de Simon & Garfunkel. De nuevo aparecen suaves arreglos de cuerda adornando una canción que aparece como una curiosa rareza dentro del tono general del disco.

“One White Duck / O10=Nothing at All” – Continúa el disco por derroteros acústicos, dulces arreglos de cuerda y ausencia de batería o guitarras eléctricas de modo que la voz de Anderson y su particular forma de cantar, casi narrando en muchos momentos, nos conduce apaciblemente hacia el que es uno de los puntos culminantes del disco.

“Baker St. Muse” – Llegamos así a la suite central del disco, una larga pieza dividida en cuatro segmentos titulados respectivamente: “Pig-Me and the Whore”, “Nice Little Tune, “Crash Barrier Waltzer” y “Mother England Reverie”. Al enfrentarnos a una suite de estas características no podemos evitar la comparación con la obra maestra del grupo: “Thick as a Brick”, concebida como una larga canción de más de 40 minutos y sólo fragmentada en dos por las restricciones del formato vinilo. Lo cierto es que, sin llegar a los niveles de excelencia de aquella, “Baker St. Muse” es una magnífica pieza de rock progresivo con todos los ingredientes habituales del género; más rockera en la primera y segunda parte y con un giro hacia el folk en la tercera, nos quedamos, sin embargo con el segmento final, quizá el más reivindicativo, en el que Anderson se declara al margen del “star system” con versos como “no tengo tiempo para la revista Time o la Rolling Stone”, “no tengo una casa en el campo ni siquiera un coche” o “no quiero uno de los veinte mejores funerales” y se reclama como un simple músico: “algún día seré uno de los músicos que tocan en la balconada”. Se recuperan en la parte final de la suite, como corresponde, varios de los temas de las partes anteriores a modo de resumen cerrando de este modo una pieza excepcional que casi pone también el punto final al disco.

“Grace” – Y afirmamos esto porque la miniatura que da por concluido el trabajo es un tema que no llega al medio minuto de duración a modo de corta oración de agradecimiento por parte de Ian Anderson: “hola Sol / hola pájaro / hola, señora mía / hola desayuno. ¿os encontraré aquí también mañana?

Aparentemente estamos ante un muy buen disco de rock progresivo al modo en que Jethro Tull entienden éste género. No parece a primera vista un disco conceptual como sí podía serlo el tantas veces citado “Thick as a Brick” pero existe una curiosa interpretación alternativa que surge de la escucha del disco invirtiendo el orden habitual de las caras del vinilo, es decir, escuchando primero la cara B y después la A. De este modo, algunos han querido ver toda una trayectoria vital representada, desde la emancipación del artista en “One White Duck” hasta su conversión en músico anticipada en “Baker St. Muse” y culminada en “Minstrel in the Gallery”. “Cold Wind to Valhalla” representaría el descenso a los infiernos (o la obtención del éxito, no olvidemos que esto es rock’n’roll) para cerrar la historia con el clásico “Requiem”. No deja de ser una interpretación, probablemente equivocada pero siempre nos ha llamado la atención.

Ya sea en su orden “normal” o en el alternativo, os recomendamos escuchar el disco puesto que consideramos a Jethro Tull una banda que se cuenta entre las más importantes de una época que cambió la fisonomía del rock. Podéis adquirir el disco en los siguientes enlaces:


fnac.es


Cerramos con una versión en directo del tema que abre el disco:

miércoles, 18 de mayo de 2011

Jethro Tull - Thick as a Brick (1972)


"Thick as a Brick" tenía todos los ingredientes para convertirse en un despropósito monumental. Corrían los primeros años de la década de los 70 y Jethro Tull aún disfrutaban de la gran acogida de su anterior trabajo, "Aqualung" pero su líder, Ian Anderson, no estaba contento con buena parte de las críticas que se hacían al disco y a la banda en general. La visión que parecía tener todo el mundo de la música del grupo era la de un grupo más de rock progresivo e incluso se hablaba de "Aqualung" como de un disco conceptual. Anderson no entendía nada y no estaba en absoluto de acuerdo con esa idea.

La reacción fue la de darle al mundo las proverbiales tres tazas de caldo componiendo el disco conceptual por excelencia: una única canción de 45 minutos, dividida en dos partes sólo por las limitaciones del formato del disco de vinilo. Lo inesperado es que una obra compuesta intencionadamente como una parodia de todo un género, basada en un supuesto poema escrito por un niño de 8 años para un concurso que ganó y del que fue descalificado poco después, se conviertiera en una de las obras maestras de estilo parodiado. Paradoja sobre paradoja.

El propio Anderson dijo años después que el disco era una parodia del estilo pretencioso de bandas como Yes o ELP como lo fueron en los 80's películas como "Aterriza Como Puedas" frente al cine de catástrofes tan en boga en los 70's.

Sea como fuere, "Thick as a Brick" es un album magnífico y suele ocupar los puestos de honor en la mayoría de las listas que se hacen sobre los mejores discos de rock progresivo. En él os vais a encontrar los habituales toques folk de la banda, rock al más alto nivel y un punto de inspiración en todos los músicos como se alcanza en muy contadas ocasiones. Ignoramos la opinión de Anderson de hoy en día sobre todo esto pero no creemos que se muestre descontento del resultado final. La formación que interpreta el disco era la integrada por Ian Anderson (voz, flauta, guitarra, violín, saxo y trompeta), Martin Barre (guitarra y laud), John Evan (piano, órgano y clave), Jeffrey Hammond (bajo y voz), y Barriemore Barlow (batería y percusiones) recien incorporado a la banda tras la salida de Clive Bunker. Contaron, además, con la participación de David Palmer haciendo los arreglos de cuerdas.

El disco no es difícil de encontrar a buen precio hoy en día. Un par de sitios donde adquirirlo son:

play.com

amazon.com

Un fragmento de los primeros minutos de la obra: